Quiero hacerte el amor, como le hacemos un avión de papel a un niño, hacerte Un Amor como una paloma de origami o un barquito que pueda flotar esta tarde aunque luego se hunda llevando a sus pasajeros, extasiados de canto de sirenas, al fondo del estanque. Tenemos sólo un amor, entre las sábanas, el de ahora mismo y nunca más, porque tu cuerpo forrado de moreno no admite las palabras, porque las canciones no se le enredan a tus extremidades como las que de tu voz, siempre breves, se cuelgan a mi cuello como una boa, sensuales, abrazadoras y abrasantes, eternas como sello de fuego en las palmas de mis manos. Me agobia el puro instante y el pasado que empieza a serlo desde que huyó aquel suspiro de entre mis labios: que dure, que se arrastre, que se estire como un atardecer perezoso hasta que mi cerebro pueda convertirlo en un relato y guardarlo y ordenarlo y recitarlo.
Tú, que conoces lo que destruyo y lo que concibo, tú, que con los huesos me bordas mantas de invierno, tú que me encuentras la risa en los domingos de tristear, respiras apacible y bautizado de mí en toda tu superficie de océano dormido, rebosante de cardúmenes coloridos y danzarines que, bajo la espuma, duermen también. Te narro el cuento que acabas de escribir y mi voz te navega y te pasa y se va sin que se quede contigo ni una solo mensaje de naufragio. Me quedo en el silencio obligado de las cortinas cerradas y el viendo silbándose afuera; me quedo con la sonrisa y el llanto abofeteándose, con el aire compartido atesorado en mi pecho por si trae tu cuello, tu pecho o el aroma de verano de tú conmigo y yo contigo. Me quedo en la pregunta perpetua de quién es de quién tras haberse fabricado y moldeado y dejado, inermes, solos de nuevo, uno en el silencio verdadero, otra en el escándalo ensordecedor.
Quiérote mío en este hoy de mañana y de siempre, a ti que ves mis colores y mis infiernos, que me das tímpanos de pozo para mis historias. Quiérote ante una copa de vino y un platón de dulces y una pantalla prendida, en las noches apacibles de saberte sin duda, pero más quiérote mío en el ayer del hoy que tuvo que ser allá, lejos, con otras pieles y otras manos, mientras hacías nombrando o nombrabas haciendo y en mis entrañas celosas sólo queda el sueño de que tuviste que hacer todas esas palomas, todos esos aviones de papel para que pudieran traerte, partícula a partícula, hasta mis brazos.