Horas antes en su oficina mínima, con muebles reconstruidos, Norma me contaría que hace nueve años, cuando ella tomó el timón de este plantel, la Benito Juárez no era ni la sombra de lo que es hoy.
Los salones de la escuela carecían de clima, no había computador, tampoco cámaras de vigilancia en el patio, alarma… ni mucho menos campeones nacionales de la Olimpiada del Conocimiento Infantil. Estamos en el aula de Sexto B, Norma señala una frase escrita en una lona que tiene pintado un trenecito. “Y este tren – dice Norma – significa que todos vamos ahí. Y le pone la maestra ‘este lugar es tuyo, sólo es cuestión de tú que quieras subirte’.
Por Jesús Peña
Saltillo, 12 de mayo (Vanguardia).– “¿Quién es?”, pregunta una voz femenina en el portero electrónico.
–Jesús Peña del periódico Vanguardia.
–¿Qué desea?
–Ver a la directora.
La puerta se abre con un sonido metálico apenas perceptible. Asoma una mujer espigada y morena. Y aunque son casi las 9:00 de la mañana de un viernes, la mujer me recibe en una bata de dormir gris, un pijama. La mujer no bosteza. Simplemente saluda.
Desde adentro oigo un tupido barullo de chiquillos. Un rumor amplificado de gritos, voces y risas infantiles. Y en lo alto del frontispicio veo: “Escuela Primaria Benito Juárez”.
Entonces recuerdo que ayer Norma Teresa Rivera Rodríguez, la directora, me advirtió que hoy sería viernes de pijama: “Mañana es viernes de pijama”, dijo. La mujer que me ha abierto la puerta en ropa de cama es Onorilda Cerda Berlaga, la maestra de educación física.
–¡Pase!
Adentro, esperan también las paredes llenas de diplomas, la sala de maestros y el salón de usos múltiples.
Hay más gente en pijama en la escuela donde estudian los chicos más aplicados de todo Coahuila y de todo el país.
Pensé que al cruzar la puerta me encontraría con hordas de pequeñas eminencias metidas en batas de laboratorio y anteojos de aumento. No. Eran mis nervios.
Con los días supe que los niños de la Benito Juárez, que brilla en el corazón del Fraccionamiento Europa, calle Sevilla 250, no son sabios silentes en miniatura, elegidos por alguna suerte de azar extraño. No. Un letrero pegado hasta atrás en el aula de Sexto A revela el misterio de por qué los pupilos de la Escuela Benito han llegado hasta donde han llegado:
“El genio se hace con un 1 por ciento de talento y un 99 por ciento de trabajo” –Albert Einstein.
Más tarde leo en la internet que incluso el pequeño Einstein, el célebre físico alemán que a la postre se convertiría en el científico más popular del siglo XX, tampoco fue un niño prodigio.
“Aquí no hay de que ‘los niños inteligentes son los que llegan’, aquí es el que trabajó desde el día uno, hasta el día de la aplicación del examen. Hay niños trabajadores. No es un logro de un ratito ni de un día ni de un año ni de un ciclo escolar”, dirá Nancy Yazmín Flores Martínez, la maestra de sexto grado sección A, de la Benito Juárez, la mañana que conversamos en su salón.
Ya han pasado algunos años desde que Nancy jugaba a ser la maestra que les ponía tareas a sus hermanas, allá, cuando niña, en su natal Monclova. Ahora Nancy es la brillante maestra de Sexto A de una escuela de verdad. La única escuela, entre públicas y particulares de todo el país que ha realizado la proeza de ganar, por dos años consecutivos, 2017 y 2018, el primer lugar nacional en la Olimpiada del Conocimiento Infantil, (OCI).
Y la única escuela, entre públicas y privadas, de todo el país, que logró este año el récord histórico, sin precedentes, de llevar a 32 niños a la etapa regional de esta competencia, y luego a 12, a la etapa estatal.
“Me dicen ‘es que, ‘¿cuál es el secreto?’. Les digo: ‘es que no hay un secreto, no hay una fórmula secreta… No es algo fuera de lo que hacen muchos compañeros en otras escuelas’.
Lo único que le puedo decir es que aquí en la Escuela se trabaja de primero a sexto año. Los niños se preparan desde el primer grado para que afiancen todos los conocimientos que deben de tener en primer año, entonces todas las maestras, cada una en su grado, logra hacer eso y lo hace muy bien.
Ya en sexto año llegan los niños con todos esos conocimientos…Es irlos preparado desde primer año y el niño ya sabe que existe todo este tipo de eventos, entonces los niños dicen ‘cuando yo sea grande…’, sobre todo los de primero. Les digo ‘¿quién va a ir, quién va a ir a la olimpiada?’, y los primeros que levantan la mano son los niños chiquitos de primero, segundo”, dirá Norma Rivera, la directora del plantel. La pared contigua tiene una manta donde celebran esos pequeños logros que los vuelven invencibles: las caritas de niños de primero a sexto que obtuvieron los puntajes más altos en los exámenes bimestrales adornan el espacio escolar.
Camino con Norma Teresa, la directora, por los pasillos, los patios y las aulas de la Benito Juárez. En el salón con proyector, una computadora, impresora a color, aire acondicionado, persianas, grabadora, los niños elaboran un esquema sobre la civilización China, para la materia de historia.
INSPIRACIÓN PARA LA VIDA
Horas antes en su oficina mínima, con muebles reconstruidos, Norma me contaría que hace nueve años, cuando ella tomó el timón de este plantel, la Benito Juárez no era ni la sombra de lo que es hoy.
Los salones de la escuela carecían de clima, no había computador, tampoco cámaras de vigilancia en el patio, alarma… ni mucho menos campeones nacionales de la Olimpiada del Conocimiento Infantil. Estamos en el aula de Sexto B, Norma señala una frase escrita en una lona que tiene pintado un trenecito. “Y este tren – dice Norma – significa que todos vamos ahí. Y le pone la maestra ‘este lugar es tuyo, sólo es cuestión de tú que quieras subirte’.
El resultado son los 32 niños que pasaron a la regional, porque se trabaja con todos los niños, todos los niños tienen la oportunidad. En Sexto B tenemos a un niño en el espectro autista.
Tiene síndrome de asperger y en el otro, a un niño que tiene deficiencia intelectual.” – ¿Quién se subió al tren?, pregunta Norma a los chiquillos con su mejor tono y pose de mentora. – Todos, responden los niños al unísono.
En la fotografía, Fernando Daniel Saucedo Hernández, 12 años, al lado del Presidente de la República Enrique Peña Nieto, con su diploma de ganador del concurso Olimpiada del Conocimiento Infantil; en otra fotografía Fernando pronunciando un discurso frente a Peña Nieto, en Los Pinos; y en una más Fernando Daniel saludando al hoy exmandatario de México. Era 25 de julio de 2018.
“Me sentí muy emocionado por ser el primer lugar y por haber conocido al Presidente”, dice Fernando, ex alumno de la generación 2012 – 2018 de la Escuela Benito Juárez.
Me pregunto si la inspiración es esto: Fernando siguiendo los buenos pasos de su hermano Carlos, también ex alumno de la Benito Juárez que estuvo entre la delegación Coahuila de los niños que fueron a la convivencia de OCI en 2014, a México.
EL HOGAR COMO SEGUNDA ESCUELA
Es casi la 1:00 de la tarde de un sábado tórrido en la sala de la casa de Fernando pletórica de muñecos de peluche y recuerdos familiares, pero hace sólo unas horas Fernando no estaba acá, él estaba en Guadalajara, en otra ceremonia, recibiendo otro diploma: el de mejor alumno de primero de secundaria en la materia de matemáticas, el mejor alumno del estado y de todo el territorio nacional.
– ¿Cómo te sientes ahora mismo Fernando?
– Feliz de haber viajado y de haber ganado el concurso… Genio: Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables. Fernando dice que no. Que él no es eso. Que él sólo se divierte.
– Tú eres un genio, ¿no?
– No. – ¿Un superdotado?
– Yo no me considero más listo, más genio que los demás… Es más el querer hacerlo y el ponerte esa meta. Mi familia y mis maestros me han ayudado mucho, me han preparado desde siempre. Y más que como una meta lo veo como diversión.
No lo tomo como ‘ay tengo que estudiar y tengo que prepararme y tengo que ganar…’, lo hago más por diversión… Dice Fernando y yo siento que lo envidio con ahínco y decisión. Rumbo a la despedida Fernando me revela parte del secreto mejor guardado de la Escuela Benito Juárez: “Le ponen atención a todos los niños, no solamente a unos en específico, sino que hacen entender que todo los niños pueden ganar y pueden salir adelante. Hacen mucho hincapié en las operaciones básicas, en la lectura, te llevan a muchos concursos, te ponen exámenes…”.
– A memoriza como un lorito, ¿no?
– No.
Cada niño aprende como quiere aprender, Si hay niños que aprenden oyendo, les dictan; si hay niños que aprenden visualmente, anotan en el pizarrón. Puedes hacer el trabajo según se te acomodara y eso me sirvió mucho.
No era de ‘siéntate, ponte a copiar todo, memorízalo’. Lo hacían divertido y menos pesado. Trabajamos mucho en equipos, salíamos al patio…
– Con tu maestra Nancy Flores, ¿no?
– Ha sido una de las mejores profesoras que he tenido. Nos ha inculcado que podemos hacer lo que queramos, solamente se necesita esfuerzo y querer… – ¿Es difícil estudiar en la Benito? – No. Es muy laborioso. Ahí se trabaja o se trabaja.
URGE UN CORRIDO PARA NORMA
De vuelta a su oficina de la dirección, olor a paredes recién pintadas, Norma Teresa Rivera Rodríguez, me cuenta de cuando era maestra de grupo en la primaria Josefa Ortiz de Domínguez, y comenzó a preparar, por iniciativa propia y sin apoyo de nadie, a sus niños de sexto grado para la Olimpiada del Conocimiento Infantil.
Durante los días que estaré de visita en la Benito veré los patios y canchas tapizados de lonas con las fotografías de los alumnos que han destacado por sacar el primer lugar en los exámenes trimestrales y semestrales de la escuela. “Les digo a las maestras, ‘ni modo, hoy le voy a hacer a las animadoras ’, me paro enfrente de los niños y ‘¿quiénes son los mejores?’ y ‘ustedes pueden’ y ‘son educados’ y ‘acuérdense que un niño educado donde quiera tiene las puertas abiertas’.
Los niños se van quedando con eso”, dice Norma.
Y dice que en esta escuela a los chicos se les entrena para la Olimpiada del Conocimiento Infantil, desde que son unos párvulos.
El trabajo es duro. “Hay una madre de familia que me dice que en esta escuela somos unas nazis.
No crea, sí me pudo mucho que me dijeran eso, ‘son unas nazis’. Y que me dijeran que no tengo corazón, que soy prepotente. Sí, me ha dicho todo eso”. Noma hace la crónica de cómo la Benito se convirtió en la primaria pública de los niños más aplicados de México.
Sucedió, dice, hace nueve años cuando ella llegó aquí como maestra de grupo y luego directora. “Llevaba alumnos a la Olimpiada del Conocimiento Infantil a México, como maestra.
Siempre les he dicho a mis compañeras que yo estoy haciendo lo que a mí me hubiera gustado que mis directores hicieran. Cuando yo vengo de directora, dije ‘qué voy a hacer…’.
El estar presente con los niños, el estar apoyando, el reconocer a los niños, reconocer el trabajo de las maestras. Pero les digo, es un proceso, no es únicamente el trabajo, como muchos piensan que es trabajar sistemáticamente con exámenes.
Es un proceso que implica también el trabajo del padre de familia y que los niños sepan a qué vienen a la escuela”. Norma es así: grandota, morocha, cabello lacio y plateado hasta los hombros y habla mucho y alto, habla alto porque de niña le dieron paperas y perdió el oído izquierdo. Cuando su madre miró que le supuraba la oreja y le llevó con el doctor, ya era demasiado tarde.
A Norma se le fundió el nervio auditivo. “Les digo a los padres de familia, ‘no es que yo quiera gritarles, pero a veces no me doy cuenta que estoy hablando muy fuerte, porque no escucho’. Y les digo, ‘eso no implica que yo esté maltratando a los niños, yo hablo así, fuerte’. Por eso trato de poner mucha atención cuando hablo con la gente. Las maestras saben: ‘cuál es su oído bueno’, ‘éste’, les digo, ‘ah ok’ y se sientan de este lado”.
“Yo se los platico a los padres familia, no me da pena, les digo ‘si acaso no le escucho no vaya a pensar que es una grosería mía, que no le quiero hablar, pero acuérdese que no escucho de este lado’. Y digo ‘ni modo, punto’”, platica Norma.
Desde aquí se escucha el alboroto que han armado los nenes de la Benito a la hora del recreo y entre el barullo las notas de un guapango norteño retumbando en el patio.
Son los chicos que ensayan en el foro el bailable para el Día del Niño. ¿Qué diría un corrido para Norma? Porque claro, es por todos conocidos el de Laurita Garza, pero de ella, de esta guerrera que perdió el oído pero ha ganado otras mil batallas. ¿Qué diría el Viejo Paulino? No es difícil imaginar a Norma de niña, en Nueva Rosita, su tierra natal. Su madre, un ama de casa luchona.
Su papá el carbonero y luego mayordomo de una compañía minera, que murió en un accidente de automóvil cuando Norma iba en primero de secundaria. La víspera su madre había ido a visitar a una tía de Norma que vivía en San Antonio Texas. A Norma, que entonces era una cría, le tocó en suerte recibir la noticia de la tragedia y buscar las ropas de su padre para los funerales.
“A mi papá lo tuve muy poco tiempo. De él yo me acuerdo cuando estaba en la primaria que nos decía a mis hermanas y a mí que teníamos que estudiar, Cuando yo iba a entrar a secundaria, a la Fortunato Gutiérrez, decía, ‘no, es que no voy a poder en esa secundaria’, porque se hablaban muchas cosas, que era una secundaria muy difícil… Y decía mi papá ‘ah bueno mija, ¿no va a entrar ahí?, entonces para que se vaya a trabajar a la americana’, que era una colonia de americanos, casas de pura gente que venía de Estados Unidos a trabajar”.
“De qué iba yo a trabajar ahí, pues… de sirvienta y decía mi papá, ‘¿eso es lo que quiere?, entonces váyase para allá’. Decía yo, ‘no, yo no quiero eso, tengo que estudiar”. Era la única secundarias que había en Rosita, pero excelente secundaria, bien estrictos que eran…”. Años después Norma se descubrió tomando clase en un salón de la Escuela Normal de San Juan de Sabinas. – ¿Y era tan aplicada como sus alumnos de la Benito? – Era una alumna promedio en primer año, Como que no era lo que yo quería estudiar. A Norma lo que le gustaba era la enfermería, pero como no escuchaba con el oído izquierdo no la aceptaron en la escuela de enfermeras y entonces dijo “me voy a la Normal. Ya en segundo año empecé que me gustaba y más porque comenzamos a practicar.
Y me apliqué mucho los dos últimos años porque sabía que había una beca a la que podía acceder. Mi papá había trabajado en una empresa donde teníamos esa oportunidad. Entre mejor promedio tuvieras, el dinero que te deban era más. Entonces yo me esforzaba. Tenía que sacar un promedio de ocho. Yo veía que me llegaba el cheque y dije ‘si yo pudiera más, más’, y me esforzaba…”. Junto al escritorio la mesita que Norma rescató de un salón de clase y adaptó para su computadora. “Estos mueblecitos estaban fatales. Éste yo lo pinté, éste yo lo pinté.
Un sábado que venimos yo pinté”, dice Norma. Más tarde me entero que en esta primaria, la de los niños más aplicados del país, las maestras, la directora, el esposo de la directora, los padres de familia y hasta los alumnos, participan en el mantenimiento de la escuela. Lo confirmé cierta mañana que llegué a la Benito y me topé con una cuadrilla de mamás pintando el portón trasero del plantel. “Yo si de algo me siento orgullosa es de los papás de la escuela porque todo lo que les decimos, ‘sí maestra y ahí estamos, lo que a usted se le ofrezca’. Mi esposo me ayuda mucho. Aquí lo traigo ayudándome a pintar”.
“Esto que ven aquí, la pintura, mi esposo lo hizo y yo pinté y compré la pintura. Los niños pasan mucho tiempo en la escuela, entonces la casa de ellos es aquí en la mañana, por lo tanto tiene que haber los espacios adecuados y que ellos estén contentos de estar aquí en la escuela. Estoy hablando de infraestructura, pero deben de estar más contentos si tú como maestra le haces la mañana agradable al niño”, dice Norma.
El despacho de Norma no es muy grande o sí, comparada con la escuelita rural a la que la mandaron cuando salió de la Normal. Flash back. El desierto. Los confines de la sierra de Múzquiz. El ejido La Luz. Un cuartito en medio de la nada. La escuelita rural. Norma, sola en aquel cuartito. Sin alumnos. Sola. “A los que teníamos mejor promedio nos dijeron, ‘les van a dar plaza de educación especial y se van a ir a Saltillo’”.
Norma tiene entonces 18 o 19 años y siente que el mundo se le viene encima. “Y yo, ‘¿pero por qué de educación especial, si yo estudié para maestra de primaria?’”. Al cabo de un curso de 15 días en Saltillo sobre cómo tratar con niños con barreras de aprendizaje, Norma regresó a Rosita con su flamante plaza de educación especial en el Grupo de Apoyo al Medio Rural, así se llamaba, dice.
“Pasaba una camioneta de la Secretaría por nosotros y nos recogía temprano, 7:00 ó 7:30 de la mañana. Íbamos una psicóloga, las maestras de pedagogía… Yo era la última que entregaba el chofer.Llegaba a las 10:00 de la mañana allá. Buscaba a los niños que tenía en el padrón y no iban y a dónde los mandaba traer, todos venían de ranchitos, decía yo ‘¿y ahora qué hago?’. Me sentía frustrada y decía ‘es que yo no estudié para esto‘”.
Norma llorando. “Un día iba llorando en la camioneta y me dice el chofer ‘por qué llora maestra’, le digo ‘porque no me siento a gusto con lo que estoy haciendo. Siento que voy y no hago nada’. Llegábamos al ejido a las 10:00, para regresar las 11:00 y media, 12:00 y recoger a la última maestra y llegar a Nueva Rosita. Me pagaban la quincena y yo decía ‘siento que no me merezco ese dinero. No disfruto gastarme ese dinero porque siento que no hice lo que debería de hacer…’”. Un año después Norma es removida a una primaria regular de Ciudad Frontera, cerca de Monclova. “Trabajar con los niños fue… no, no, no, (aquí Norma pone cara de satisfacción).
Trabajé en periferia, en escuelitas con muchas necesidades, donde el Día del Niño, como maestra, de tu bolsa le dabas a los niños el refrigerio, porque de dónde, si los papás no tenían dinero”. Generaciones de niños de las escuelas Francisco Zarco, Leandro Valle y Josefa Ortiz, en Saltillo, atestiguaron el paso de Norma por las aulas. Luego vino lo de la Benito, “Ya estoy aquí en la escuela por gusto, tengo 36 años de servicio, pudiera estar jubilada desde hace tiempo, pero a mí me gusta. Cuando tú lo haces con esa pasión, con ese amor, las cosas de se dan ¿Por qué hay tantos problemas en la sociedad cuando está en nosotros poder hacer algo? Si estoy ubicada en un lugar donde puedo ayudar a muchos niños, ¿por qué no hacerlo?”, dice Norma.
Primer jueves de clase después de las vacaciones de Semana Santa, como a las 9:00 de la mañana, con los niños del Sexto B de la escuela Benito en la materia de español.
Hoy no veo a los chicos de pijama, sino de impecable camisa blanca, chaleco azul, pantalón gris, los niños, falda azul de cuadritos, las niñas… Están repasando, con ayuda de Lupita, su maestra, la clase de cómo elaborar una carta.
Los niños trabajan en parejas, realizan ejercicios en su cuaderno, levantan la mano para participar, pasan al pizarrón, juegan, platican, ríen, se ayudan. “Ocupamos las tecnologías de la información. Vemos mucho lo que son las consultas, cuando los niños tienen alguna duda, que incluso yo también la tengo, porque igual nosotros no lo sabemos todo. Consultamos en el internet, proyecto videos…”, dirá Lupita.
Aquí hay un tiempo para realizar cada actividad y la maestra Lupita es un relojito. “Quedan cinco minutos para esta actividad muchachos y el que la termine después son puntos menos eh”, dice Lupita.
Que saquen su cuaderno de proyectos, ordena, es la hora de practicar cálculo mental. “Concéntrense”, dice Lupita, da una palmada al viento y se lanza…
¿Cuánto es… 450 x 3? 1350
Los chiquillos las pescan casi al vuelo.
2.5 x 3 6.75, responden al unísono Dos tercios más…
“No, fracciones no maestra”, repelan los alumnos a una sola voz.
810 entre 9.
Suena la campanilla del recreo, la campanilla salvadora.
De empleada doméstica a maestra.
En este mismo salón, pero en otro tiempo, María Guadalupe García, la profesora de Sexto B, cuenta cómo se hizo maestra: Vivía en un ejido que se llama San Francisco, municipio de Parras de la Fuente.
Y un día su mamá dijo, ‘yo quiero que mis hijos salgan adelante. Necesitamos irnos de aquí para que estudien”.
Y se fueron a Parras. Aquí Guadalupe pide permiso para llorar, “¿puedo?”, dice, y llora.
A los 11 años, Guadalupe comenzó a trabajar limpiando casas Eran siete hermanos de padres ejidatarios y había que ayudar.
Imagino a Lupita trabajando por las mañanas en una fábrica de dulces regionales, empacando los dulces, rayando el coco, y en la tarde corriendo para llegar a tiempo a la preparatoria y años después a la Normal. “Desde un principio dije ‘si estudio y logro entrar a la Normal Básica es por algo, porque yo tengo una meta, un destino con los niños”. Andrés Emiliano de la Garza Rosales, 13 años, egresado de la escuela Benito Juárez, posa, pose de triunfador, con su diploma de campeón nacional de la Olimpiada del Conocimiento Infantil 2017.
“Una experiencia muy grande y muy larga también”, dice. – ¿Por qué? – Porque empezó desde que entré a esa escuela, a prepararme y …
ANDRÉS, EL INVENCIBLE
Es Viernes Santo a las 11 de la mañana en el patio con palapa de la casa de Andrés, y faltan sólo unos días para que comience el concurso de matemáticas organizado por Talent Land y dirigido a estudiantes de secundaria como Andrés, Andrés estudia el segundo de secundaria en el Liceo Freinet. Y a pesar de que son vacaciones “Andy”, como le dice Lorena, su madre, se ha preparado y ya se declara listo para conquistar un nuevo sueño.
“Es tesonero. Se propone una meta y aunque le cueste, está dispuesto a hacer los ejercicios necesarios para alcanzarla”, dice Carlos de la Garza, el padre.
Una semanas después leo en los diarios la noticia sobre el triunfo de Andrés Emiliano en el torneo nacional de matemáticas. Su triunfo sobre 60 mil niños. Clase de historia en el aula de Sexto A. Los niños organizados en equipos de seis. Al frente Nancy, la maestra responsable del grupo. “Yo trabajo mucho en equipo. El trabajar en equipo me permite tener monitores en cada uno y esos monitores me ayudan a impulsar a los demás niños que presentan barreras de aprendizaje. Los niños monitores uno como maestro los identifica, son los niños que a lo mejor tienen más habilidad para algunas cosas. Ellos no saben que son monitores, yo sé que son y nomás les digo, ‘tú eres el encargado del equipo’”, dirá Nancy. Alguien, un alumno, lee en voz alta pasajes sobre el descubrimiento de América. Y luego sobre la época renacentista.
De vez en vez, Nancy interrumpe la lectura para lanzar las posibles preguntas que vendrán en el examen. “Pregunta de examen, – dice – ¿cuáles son los características del Renacimiento?”. Una, dos, tres, cuatro, muchas manos levantadas.
En la Benito no existe el cliché del niño más aplicado del salón. Ni lo altos se sientan atrás. Y los chicos que viven con alguna discapacidad, síndrome down, autismo, hiperactividad y otras barreras de aprendizaje, no son rechazados, sino arropados por el grupo.
“’El genio se hace con un 1 por ciento de talento y un 99 por ciento de trabajo’, eso lo dijo Albert Einstein, se los puse en un cartel aquí atrás y ellos se identificaron con ese uno por ciento. Cuando yo los veo que se esfuerzan no nada más se le da un chocolate al que gana o un premio o un incentivo al primer lugar, sino se la da a todos los niños”, dice Nancy.
Al final de la clase los estudiantes deberán elaborar un cuadro sinóptico, un mapa y una línea de tiempo. De pronto el salón es una alharaca de voces, gritos, risas…
“Este grupo es más platicador que el otro”, advierte Nancy. Una mañana, durante un recreo, cuando el salón se ha quedado vacío y en silencio, la maestra Nancy Yazmín Flores Martínez, una de las principales impulsoras de este sueño que se llama Olimpiada del Conocimiento Infantil, desvela otra parte del misterio de la escuela de los niños más aplicados de México: la Benito Juárez.
“Empecé despacito, con un niño y poco a poco me fui, con mi experiencia, dando cuenta de qué temas son los más comunes, los reactivos más comunes en los exámenes, y empecé a estudiar con ellos y poco a poco nos fuimos preparando. Luego todo mundo piensa que hacemos trampa, que tenemos el examen, siempre han dicho eso”. – ¿Quién? – Las redes sociales. – ¿Qué dicen? – ‘No, a mí se me hace que la maestra tiene el examen…’. – ¿Y usted qué piensa? – Cada quien.
Tengo mis metas bien plateadas y el hacer trampa no está dentro de mis metas personales. Aparte nosotros no tenemos acceso al examen, Los exámenes no los presentan los niños, la segunda y la tercera etapa, aquí, se los llevan a otro lugar.
Ni la Secretaría nos hace la pala como decían por ahí, al contrario siempre nos exigen más a nosotros como docentes que estemos preparados y listos, pendientes de los resultados de los exámenes. Éste sería el séptimo año consecutivo que uno de sus alumnos llega a formar parte de la delegación Coahuila de la OCI, cuenta Nancy.
Pero hasta ahora su máximo logro ha sido repetir, por dos años seguidos, el primer lugar Nacional en esta competencia. Dice la directora que la motivación de los chicos ha sido muy importante
– A los 70 niños de la generación que presentaron el examen para secundaria les trajimos pizzas, le dimos un premio a toda la generación por el esfuerzo que hicieron.
Llevamos a comer a los 32 que presentaron en la etapa regional y al que va a la ciudad de México la sociedad de padres siempre le entrega una tablet. El día del examen, antes de irnos, toda la escuela les echa unas porras y los niños pasan al frente y se emocionan…
Cuando Andrés y Fernando ganaron, la maestra se emocionó – Lloro, ¿no? – Esa vez lloré mucho porque mi papá tenía dos meses de haber fallecido. Entonces yo digo ‘ay, cómo no estuvo en ese momento conmigo, ojalá que se hubiera dado cuenta en persona de que había logrado de nuevo ese lugar’.
ÉXITO, YO TE ELIJO
Martes en el recibidor de la casa de Natalia con mesa de centro y sobre la mesa de centro un cuaderno de dibujo y sobre el cuaderno de dibujo dibujos de pokémon. “Estoy haciendo un proyecto de unas páginas con una compañera sobre pokémon, pero como no soy tan buena estoy practicando aquí”.
– ¿Por qué este proyecto? – Coincidimos en que veíamos Pokémon y decidimos hacer una libreta con datos interesantes sobre esa serie. – ¿Por qué te gusta dibujar? – Me parece interesante porque estás haciendo algo que no existe en un papel”.
El logro de Natalia Campos, de llegar con otros 31 compañeros de la Benito a la atapa regional de OCI, y luego de brillar entre los 12 niños que irán a la fase estatal el 18 de mayo, tampoco existía, hasta que Natalia, 11 años, Sexto A, se puso a trabajar fuerte.
Natalia está sentada en un sofá con Laura, su madre y “Pancho”, el chihuahua negro cabeza de manzana que hace tiempo Natalia rescató de la calle. – ¿Estudias mucho, Natalia? – Algunos días son de que sí estudio un rato y otros que no hago nada y me la paso con “Pancho”. – ¿Y qué piensas hacer cuándo grande? – Estoy planeando estudiar dos materias de la ciencia que sería la medicina y otra que aún no me decido, pero planeo ser una científica mundialmente reconocida y lograr descubrir algo importante y trascendental para la humanidad. – Vas a traerte el primer lugar nacional de OCI, ¿no? – A mí sí me gustaría, pero tengo mucha competencia, tanto en el salón, come en el otro grupo, como en otras escuelas.
Al atardecer de un miércoles Gerardo Castañeda Puente, otro de los 12 chicos de la Benito Juárez que asistirá a la etapa estatal del OCI, está jugado con su lego en el comedor de su casa. Gerardo, 12 años, Sexto A, dice que le gustaría ser inventor.
“Crear artefactos, artilugios, que sirvan para personas con discapacidad, personas en sillas de ruedas, con muletas”, dice.
– ¿Qué tuviste qué hacer para llegar hasta donde has llegado Gerardo? -Esforzarme, aplicarme, leer.
Así también lo confiesa Ameli, una chiquilla que tiene muy en claros sus sueños y los ilustra en formas de mandalas.
Su mamá la describe como intensa; Ameli aclara que sólo es competitiva y quiere ser la mejor. Su sueño es ganar la Olimpiada Infantil del Conocimiento. Max otro pequeño dejó el fútbol para dedicarse a los cuadernos cuando entró a sexto.
Es un niño muy dedicado. Atiende a sus clases y además practica con devoción.
Un día escribió en un papelito que quería llegar a la OIC. Hoy lo ha logrado. Por mi parte, termino de escribir este “papelito” esperando no sólo que obtengan todos los premios y medallas.
Sino que pongan en alto a México. Que estos niños nunca dejen de soñar y construyan ese otro mundo que es posible y necesario.