Alicia Ahumada en su ensayo fotográfico, El bosque erotizado, nos propone un lenguaje pictórico que envuelve y convierte nuestra mirada en una mirada deseante. En este lenguaje natural, la experiencia activa de la mirada del observador lo involucra en el juego. Las fotografías seducen y el receptor interpreta los movimientos de la sensualidad en las curvas de lo vegetal.
Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- Hablar del erotismo es un asunto complicado, sobre todo desde el lenguaje racional que nos limita, puesto que anula el arrebato y la pérdida de uno mismo. La angustia de lo sublime es difícil de expresar. No obstante, el arte apuesta por una forma de acercarnos a la experiencia, nos permite vivir la angustia del abismo sin ponernos en el peligro real. Así, Alicia Ahumada en su ensayo fotográfico, El bosque erotizado, nos propone un lenguaje pictórico que envuelve y convierte nuestra mirada en una mirada deseante.
En este lenguaje natural, la experiencia activa de la mirada del observador lo involucra en el juego. Las fotografías seducen y el receptor interpreta los movimientos de la sensualidad en las curvas de lo vegetal. En su propio acercamiento subjetivo al fenómeno erótico, Ahumada nos conecta con el nivel místico y sagrado de la experiencia de la naturaleza. No sólo en este libro, sino que gran parte de su labor fotográfica ha tenido que ver con una conexión mística a lo natural (su exposición Traspasando la bruma. Fotografías para sanar, por ejemplo, es una investigación exhaustiva sobre rituales de sanación). Ha recibido la Medalla al Mérito Fotográfico por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia; y fue reconocida como la mejor impresora de México, labor que tiene mucho de alquimia.
En este recorrido fotográfico, las aberturas y las bifurcaciones de las ramas reconstruyen el exceso de la carne. De cierta manera, el erotismo es una vuelta a la naturaleza, al desorden del exceso carnal. Bataille, en El erotismo, divide el ámbito humano en dos esferas. Por un lado está el mundo profano, en el que domina la razón y la utilidad. Por el otro, el mundo sagrado, es decir, el tiempo de la violencia y el exceso, donde lo lúdico y el desperdicio pueden tomar por asalto al ser humano. Así, es significativo que en este ensayo pictórico sobre la esencia de lo erótico se conjuguen a un tiempo las formas antropomórficas con el mundo de la “violencia”. Como si Alicia, desde su mirada chamánica, nos diera la oportunidad de acercarnos a comprender la esencia misma del arrebato.
Alberto Ruy Sánchez habla de la conexión entre la carga sagrada del bosque y los primeros cultos a las divinidades sagradas. En su texto que acompaña la muestra fotográfica, “Alicia en el bosque de Eros”, se refiere a la fotógrafa como una chamana, oficiante de un ritual que nos permite acceder a los secretos de la naturaleza erotizada. Bataille afirma que los rituales de fertilidad conectan con la orgía, permitiendo el exceso y el crecimiento de la naturaleza. Vida y muerte se entrelazan en los rituales eróticos, de un lenguaje olvidado que es la sacralidad de lo voluptuoso.
La comunión entre el ritual y el erotismo se evidencia en estas páginas, acercándonos a la esencia transgresora del estremecimiento sensual. Lo erótico lo abarca todo, repta por las ramas y las raíces que se entrelazan, como extremidades desnudas que la mirada fotográfica acaricia. Las raíces penetran la tierra, como parte del ritual sagrado que es la exuberancia de la vida y la angustia de la muerte. Alicia es nuestra intermediaria, nos permite acceder a la experiencia mística de leer en la naturaleza las señas de “la fiesta que lleva en sí” (Bataille, Georges, El erotismo, p. 237.) y de la plétora sexual que permite el crecimiento y la destrucción, a un tiempo: la ambigüedad intrínseca de la vida llevada a su extremo.
Alicia nos expone de lleno a la exuberancia, significada aquí por medio de la esencia natural. Nos retiene en la contemplación de los movimientos, del crecimiento desbordado de la energía vegetal. Precisamente el movimiento es una de las características de sus fotografías, pues la mirada serpentea igual que las ramas de los árboles; no es un erotismo congelado sino retenido en su esencia.
Me apoyé en un árbol mirando abajo el cauce que era como el día. Sin que lo pensara, mis manos recorrieron la línea esbelta, voluptuosa y fina, y el áspero ardor de la corteza. Las ranas y la nota sostenida de un grillo, el río y mis manos conociendo el árbol. Caminos todos de la sangre ajena y mía, común y agolpada aquí, a esta hora, en esta margen oscura.
Inés Arredondo, Estío
El lente hace énfasis en escorzos de cuerpos vegetales, torsos en serpentinata, pliegues de un abdomen, invaginaciones, vulvas, labios. El cuerpo se evidencia por partes, su desnudez es tangible. Las texturas que recrean las fotografías de este ensayo emulan los accidentes del cuerpo; se juega con la (semi) desnudez, con los juegos de ocultar y mostrar que son propios del erotismo. La piel del árbol se descarapela para mostrar, a medias, el cuerpo deseado por la cámara. Nuestra mirada dialoga con las imágenes y completamos los mensajes dentro de esta lógica del universo erótico. Podríamos decir que, más allá de la prosopopeya, que nos relaciona directamente con los cuerpos vegetales, vivimos una exploración de la voluptuosidad del bosque. Experimentamos las ondulaciones y las penetraciones de la plétora de la vida natural, gracias a la inmersión que nos ofrece este ensayo fotográfico. La sacralidad de lo erótico va más allá de lo evidente; no son sólo formas antropomorfas, sino formas sugerentes de la esencia del estremecimiento.
Las pieles, con sus distintos matices, proponen distintas sendas para ser recorridas. Es, en efecto, un verdadero juego, en donde no es necesaria la identificación exacta del cuerpo, sino seguir su movimiento, experimentar la sensualidad de lo que se ondula, la penetración del cuerpo en la tierra. Todos los elementos de la naturaleza se erotizan. El agua, como símbolo de lo sensual, empapa una de las fotografías, muestra y oculta un cuerpo enterrado en la arena.
“Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados”. Estas palabras de Barthes en Cámara lúcida, bien se pueden aplicar a la experiencia de esta colección fotográfica. Aquí, la captura de la mirada erótica se convierte en un ejercicio carnal por naturaleza, que llega a sus extremos en el tema que ocupa a este ensayo. La autora explota esta característica de su quehacer artístico, captura el movimiento, las texturas, atrapa a nuestros sentidos. Traduce, ritualiza, invoca. Nos ayuda a comprender otro acercamiento de lo erótico, desde la mirada desnuda de la poesía fotográfica.