“En este libro lo que quise explicar de que esa experiencia se tiene también del otro lado cuando muere alguien en una pareja, pues muere no sólo el enfermo sino también quien se queda en la vida porque es un muerto en pie que sigue vivo”, platicó a SinEmbargo Luis García Montero por su libro Un año y tres meses, escrito luego del fallecimiento de su esposa, Almudena Grandes.
Ciudad de México, 14 de febrero (SinEmbargo).– Un año y tres meses (Tusquets) era un libro que el poeta Luis García Montero confiesa que necesitaba escribir para buscar sentido a su día a día después del fallecimiento de su esposa, la escritora española Almudena Grandes, una de las autoras más importantes de los últimos años, ocurrido el 27 de noviembre de 2021.
“Lo necesitaba escribir porque la pérdida de Almudena y su enfermedad fue una experiencia muy dolorosa y la muerte significó casi perder el sentido de mi vida, lo que yo me había planteado que era mi futuro y tuve que acudir a la vocación poética, que desde que fui adolescente en Granada, pues la poesía es lo que me ha permitido relacionarme conmigo mismo, preguntarme lo que me estaba pasando, buscar sentido a mi vida”, compartió García Montero en entrevista con SinEmbargo.
Los 25 poemas que componen Un año y tres meses es un trabajo muy personal, pero al mismo tiempo confronta a uno con la condición humana. Su autor expuso en la plática que al tiempo que se configuró como “una meditación sobre la vida” y “sobre la muerte”, él espera que “aparte de la expresión de un dolor personal, pues sea también un libro que alcance una meditación sobre lo que significa la dignidad de la vida humana y, la presencia de la muerte y de la memoria”.
Recuerdos, vacíos, evocaciones, misterios, secretos, cuidados, todos estos aspectos están impregnados en las letras de Luis García Montero con una ternura que estremece al lector, que lleva a acompañarlo de principio a fin, hasta al punto en que él mismo determina: “Estos días finales que ya son, / ahora recordados, / los más felices de mi vida”.
García Montero expresó en ese sentido que en el libro descubrió que si le había dolido tanto la partida de Almudena “es porque lo perdido, mi amor, había tenido mucha importancia para mí”.
“A lo largo de 30 años y es una suerte haber disfrutado de un amor tan importante a lo largo de 30 años, le agradecía la vida, no ya lo que me había quitado sino lo que me había dado y si me lo quitaba es porque me lo había dado y eso era un tesoro”, apuntó.
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—¿Cómo fue escribir Un año y tres meses?
—Fue un libro que yo necesitaba escribir sabiendo que iba a ser el libro más difícil que he escrito en mi dedicación a la poesía. Lo necesitaba escribir porque la pérdida de Almudena y su enfermedad fue una experiencia muy dolorosa y la muerte significó casi perder el sentido de mi vida, lo que yo me había planteado que era mi futuro y tuve que acudir a la vocación poética, que desde que fui adolescente en Granada pues la poesía es lo que me ha permitido relacionarme conmigo mismo, preguntarme lo que me estaba pasando, buscar sentido a mi vida. El poeta intenta que la poesía no sea un desahogo biográfico de su dolor sino que sea una meditación sobre la vida, sobre la muerte, sobre la condición humana, que dé conocimiento y serenidad y a veces hay experiencias tan duras que resulta muy difícil encontrar esa celeridad y esa posibilidad de conocimiento. Ha sido una apuesta y espero haber conseguido que el libro aparte de la expresión de un dolor personal, pues sea también un libro que alcance a una meditación sobre lo que significa la dignidad de la vida humana y, la presencia de la muerte y de la memoria.
—¿Encuentra en la palabra un paliativo a los recuerdos? ¿Es en ese sentido la poesía un salvavidas o cómo fue el proceso de escribir estos 25 poemas?
—En la vida los recuerdos son muy, muy importantes y en las palabras caben muchos recuerdos. Yo siempre digo que en la palabra “lluvia” pues cabe la definición de un fenómeno atmosférico que encontramos en el diccionario, pero después cabe muchas cosas, la memoria de tardes en las que hemos visto llover de niños junto a nuestros padres o el olor a la tierra húmeda, después de una lluvia en un territorio especialmente importante para nosotros o la experiencia ha sido una lluvia compartida en una historia de amor o una monotonía en un día de colegio viendo llover y golpear la lluvia en las ventanas.
En las palabras se va a sedimentando nuestra vida y por eso cuando tenemos que indagar en nosotros las palabras son una fundamental fuente de conocimiento. Para mí la poesía es plantearme el conocimiento de qué digo cuando digo “soy yo”, cuando digo “soy hombre”, cuando digo “te quiero”, cuando digo “siento un dolor profundo”, cuando digo “muerte”, entonces es en las palabras donde se ha sedimentado tu propia experiencia personal y por eso a través de las palabras puedes salir del pozo interior de la oscuridad, intentar devolverle un sentido a la realidad del mundo que está más allá de nosotros mismos.
—¿Es sumergirse un poco en el ser y en el estar lo que va trabajando a lo largo de cada uno de estos poemas?
—Sí, es muy es muy importante en ese sentido. En estos poemas hay una reflexión de vida cotidiana de cosas que tienen que ver con la vida cotidiana y que se acentúan cuando surge una situación de urgencia como es la enfermedad. El amor pues significa una relación con la vida, significa el sentirse seguro cuando te cuidan, la voluntad de cuidar al otro, las historias compartidas, los recuerdos compartidos, las promesas de futuro, cómo crear un nosotros que tenga un futuro compartido, todo eso que le da sentido a nuestra vida cotidiana pues cobra una realidad más profunda y más aguda cuando hay algo tan difícil como una enfermedad y una experiencia de muerte y es esa experiencia la que te permite analizar con más profundidad la sensación de estar con tu propio ser, el qué digo cuando digo soy yo y qué relación tiene ese yo con el estar en el mundo.
— Ciertamente es un poemario muy personal, pero al mismo tiempo desnuda mucho de lo que somos, en esa manera es lo que mencionaba hace rato también retrata mucho sobre la condición humana…
— El sentido de la literatura es contar historias, recibimos una herencia que viene de la oralidad y el ser humano se caracteriza por su conciencia de muerte y también por su necesidad de dejar huella, porque pertenecemos a una colectividad, a una tribu. Los antropólogos han estudiado que cuando las tribus se sentaban en torno al fuego, el anciano tomaba la palabra y decía ‘yo hijo de tal, nieto de tal, voy a contar una historia’ y contaba la historia que consolidaba el nosotros de las tribus que pasaba de las experiencias individuales a las experiencias colectivas y cuando decía ‘yo, hijo de tal, nieto de tal’ no es que estuviera sólo muy orgulloso de su padre o de su abuelo, es que le estaba diciendo a los jóvenes que cuando el anciano desapareciera el joven tendría que contar la historia de la tribu para que no se olvidara.
La Literatura a lo largo del tiempo en los distintos procesos históricos, pues lo que quiere es eso contar la historia colectiva, la historia de la tribu, de la experiencia y dejar la huella de cada individuo que ha formado parte de nosotros y por eso en la Literatura siempre hay un diálogo entre la historia individual y el nosotros. Es muy importante en la labor de la Literatura que nos recuerda que debajo de las grandes teorías, de las grandes fechas, de las grandes historias, pues está siempre la experiencia del individuo, del hombre, de la mujer que vive una crisis, que vive una guerra, que vive una revolución, que vive una ilusión y que son las experiencias individuales las que se unen para conformar un nosotros. Es algo más que una suma de individuos porque es la construcción de un espacio donde importa el bien en común, importan las relaciones solidarias, los futuros de la colectividad y la Literatura tiene mucho que ver con todo eso.
— Escribe: “Estos días finales que ya son, / ahora recordados, / los más felices de mi vida”. Le pregunto con mucho respeto, ¿cómo llega a determinar esto, cómo llega a sentir esto?
—Fíjate, un poeta catalán íntimo amigo nuestro, Joan Margarit, tuvo un proceso parecido de enfermedad y paralelo al de Almudena, murió un poco antes y dejó escrito un libro donde él contaba que la enfermedad le había servido para meditar en la vida, en encerrarse en su casa como un animal herido con las cosas que más quería, las personas que más quería y aquellos valores verdaderamente importantes de la vida dejando las cosas superficiales a un margen y él contó que a fin de cuentas en ese año había sido uno de los años más felices de su vida porque había estado en paz con la vida, con lo que más quería y con la gente, había aprendido a hacer las paces con la vida al morir.
Yo en este libro lo que quise explicar de que esa experiencia se tiene también del otro lado cuando muere alguien en una pareja, pues muere no sólo el enfermo sino también quien se queda en la vida porque es un muerto en pie que sigue vivo, apaga la luz, el nosotros desaparece y hay que encontrarle nuevo sentido a las cosas y yo en el libro le encontré un nuevo sentido porque de pronto descubrí que si me había dolido tanto la desaparición es porque lo perdido, mi amor, había tenido mucha importancia para mí a lo largo de 30 años y es una suerte haber disfrutado de un amor tan importante a lo largo de 30 años, le agradecía la vida, no ya lo que me había quitado sino lo que me había dado y si me lo quitaba es porque me lo había dado y eso era un tesoro.
Después agradecí también la posibilidad de haber podido cumplir el final de ese amor, cuidando a la persona que quería porque después de una pandemia con lo duro del confinamiento cuando tanta gente murió sola, cuando tanta gente vio que no podía cuidar a la persona que amaba, yo tuve la fortuna de poder cuidar a la persona que amaba y eso se lo agradecí a la vida y dije, bueno, es una experiencia muy muy dolorosa, pero desde luego en mi memoria va a quedar como una época imborrable y la posibilidad de haber querido y de haber cuidado va a ser una de las grandes alegrías en mis recuerdos.