Graham dejó a su mascota en la estación de bomberos mientras recorría la zona exhortando a la gente a que se fuese, sin embargo, Kozi se soltó y salió corriendo asustado por las llamas que se acercaban al lugar. Nerrigundah es el pequeño pueblo donde vive Graham, al sudeste de Australia, y es uno de los sitios más golpeados por los devastadores incendios de las últimas semanas, donde aproximadamente han muerto 27 personas y se han destruido más de dos mil viviendas.
Por: Nick Perry y Sam McNeil
Nerrigundah, Australia, 14 de enero (AP).— El perro de Ash Graham, Kozi, despierta a su amo a las ocho de la mañana, ansioso por salir a caminar; Graham se da cuenta de que estuvo soñando y se levanta de la pequeña carpa en la que duerme desde que un incendio forestal causó estragos en su pueblo, la víspera del año nuevo.
Graham, quien es bombero voluntario, reanuda la búsqueda de Kozi en dirección hacia el sur, por el lecho seco de un arroyo y pasa junto a los ualabíes que murieron quemados.
Su esposa Melanie, quien era austríaca, falleció de cáncer hace un año más o menos y su casa se quemó en el fuego del 31 de diciembre pasado, pero aún conserva su camioneta y unas pocas pertenencias en el patio de la estación de bomberos, el último lugar donde vio a Kozi.
Dejó a su mascota allí mientras recorría la zona exhortando a la gente a que se fuese, sin embargo, Kozi se soltó y salió corriendo asustado por las llamas que se acercaban a la estación.
“Es mi compañero. Siempre me ha apoyado”, dice Graham con dolor en el rostro y agrega: “no puedo quedarme quieto hasta que lo encuentre”.
Nerrigundah es el pequeño pueblo donde vive Graham, al sudeste de Australia, y es uno de los sitios más golpeados por los devastadores incendios de las últimas semanas, donde aproximadamente han muerto 27 personas y se han destruido más de dos mil viviendas.
Por otra parte, una pujante comunidad minera de mil personas en una región donde había oro, ubicada en el estado de Nueva Gales del Sur, cuenta hoy con unas pocas docenas de habitantes que disfrutan con la paz de esta región alejada de las grandes ciudades y donde los perros pueden estar sueltos; ahora un edificio que era un punto de referencia fue consumido por las llamas, y con la misma suerte corrieron la vieja escuela, además de un edificio donde funcionaba la iglesia del pueblo.
Las llamas tomaron a Nerrigundah por sorpresa, pues se esperaba que llegasen uno o dos días después, no obstante, llegaron y nadie podía creer su ferocidad.
La casa de la familia Threlfall es una de las pocas que sobreviven, y las esculturas de piedra -que muestran gente angustiada- hechas por el capitán de bomberos, Ron Threlfall, lucen ahora chamuscadas.
Skye Threlfall, de 21 años, estaba en la casa para pasar la temporada navideña junto a su familia. Él despertó a las cuatro de la mañana del 24 de diciembre alarmada por el incendio que comenzaba.
“Mi madre nos gritaba algo. Salimos y vimos que el cielo estaba rojo”, relata la joven. “Veías llamas allí arriba. Bramaban”.
Dijo que las llamas se acercaban como una tormenta, por lo que le gritó a su hermana que se subiese al auto, temerosa de que no pudieran escapar a tiempo.
Del otro lado de la ciudad, Lyle Stewart, de 65 años, sentía náuseas por el denso humo negro al tratar de salvar su vivienda tirándole agua, sin embargo, la manguera con la que intentaba menguar el fuego también se quemó; “pensé, ‘me llegó la hora’”, contó Stewart.
Pero él y un amigo lograron montarse en el auto, aunque les tomó 90 minutos llegar a la estación de bomberos, localizada a corta distancia, pues tuvieron que usar una motosierra para abrirse camino entre varios árboles caídos.
Slye Threlfall y su hermana también llegaron a la estación de bomberos, y momentos después, el viento hizo volar las puertas. “Las brasas volaban por todos lados”, dijo Threlfall.
Los lugareños se amontonaban contra las puertas, tratando de impedir que entrasen las llamas, mientras Marilyn Brennan tiraba agua a las brasas que caían adentro, pero ante el fracaso se fue a un salón de atrás junto con los demás.
“Nos tiramos al piso y nos abrazamos, rogando para que saliésemos bien librados de ese trance”, recordó Marily.
Los habitantes del pueblo dicen que el sistema de rociadores de agua, instalado en la parte de afuera de la estación hace algunos años, salvó sus vidas. No es común contar con ellos en las estaciones de bomberos de las localidades rurales, pero la gente del pueblo recaudó dinero por su cuenta.
Los lugareños todavía tratan de aceptar lo que pasó; Stewart, quien llegó a Nerrigundah en 1985, recién había restaurado una casa rodante de la que quedaban solo cenizas. “Aquí tenía el producto de 35 años de trabajo”, señaló.
“Mi esposa y yo no queremos irnos. Pero cuando te pones viejo las cosas cambian. Ya no soy el que era cuando tenía 35 años”, manifestó al no saber si regresarían .
Brennan y su esposo, Colin, aseguran que van a reconstruir su casa. “Volveré”. “Esta es mi casa. Aquí vivo. Lo llevo adentro. Esta es mi vida”.
Skye Threlfall dijo que espera que la comunidad sobreviva y reconstruyan todas las casas, pero sabe que mucha gente no va a volver; “es algo que mete miedo. No quieres volver a pasar por esto”, declaró.
Graham dijo que piensa cortar algunos árboles en su propiedad para hacerla más segura y poder instalar allí su remolque. Querría irse de la estación de bomberos, pero todavía no encuentra las fuerzas para hacerlo, pues Nerringundah es su casa. “Nunca me iré”, señaló.
Poco después lo piensa mejor, debido a que trabajó en una cantidad de cosas y luego se pasó seis años cuidando a su esposa, antes de que muriese. En este sentido, Graham dijo que tal vez pase algún tiempo en Austria, donde está enterrada Melanie, o se vaya a las Montañas Nevadas de Australia, donde el aire es más frío.