Los últimos días en Venezuela han sido un hervidero de rumores. Este jueves tenía que rendir protesta para un nuevo mandato el presidente Hugo Chávez. Como es de todos sabido, no lo hizo ya que se encuentra convaleciente, tratándose del cáncer que le aqueja, en Cuba.
Ante su ausencia, tanto la Asamblea Nacional como el Tribunal Supremo de Justicia –haciendo una interpretación de la Constitución que algunos ya han bautizado como constitucionalismo mágico, en referencia al realismo mágico latinoamericano– decidieron que no hay condiciones “para declarar ni la falta absoluta del presidente ni la temporal”, y por tanto el gobierno actual “seguirá en cumplimiento cabal de sus funciones”. El máximo tribunal sostiene que existe una “continuidad administrativa” y por tanto dispensa al Presidente reelecto de lo que considera un simple acto protocolario.
Así pues, mientras que unos decían que el Presidente estaba en coma y con respiración artificial, pendiente únicamente de la decisión de su familia para desconectarlo de las maquinas que lo mantenían con vida, la versión oficial –en boca del ministro de Comunicación, Ernesto Villegas– sostiene que si bien Chávez no puede hablar, sigue gobernando: “el Presidente está consciente de la situación en que está y se mantiene en comunicación con su equipo de Gobierno”, dijo el ministro.
Lo cierto es que el régimen venezolano –y en particular el entorno de Chávez– se han reusado a dar mayor información sobre el estado de salud del Presidente y del tipo de enfermedad que padece, limitándose a afirmar que se trata de un “cáncer en la región abdominal”.
Como atinadamente sostuvo el diario español El País, en un editorial reciente, creo que “esconder la información sobre la situación médica de Chávez constituye una afrenta democrática, especialmente en estos tiempos de la comunicación en red. Todos los venezolanos tienen derecho a saber. La opacidad es una tomadura de pelo a los ciudadanos, sean o no chavistas”.
En efecto, el manejo que se le ha dado a la información es propio de un sistema autoritario, cuando no de una dictadura. De ahí que, ante la falta de información veraz y oportuna, se hayan disparado los rumores y las diferentes versiones sobre la salud presidencial. Lo cierto es que emiten más declaraciones algunos doctores y periodistas antichavistas –sin saber bien a bien sus fuentes– que el propio gobierno. No sabemos, pues, si estamos ante las últimas horas del líder bolivariano o por el contrario, se recupera satisfactoriamente.
El resultado es que Venezuela se encuentra adormilada y semiparalizada, en espera de noticias (más allá de algunas movilizaciones por parte del oficialismo). Y ese es un lujo que no puede permitirse. Los problemas económicos ya se dejan ver: hay desabasto de algunos productos esenciales como el pollo y la harina; y el banco central de Venezuela viene pidiendo –desde hace más de un año– la devaluación de la moneda, medida aplazada seguramente por razones electorales.
El gobierno afirma que Chávez estará en condiciones para regresar al país –y al poder– en el mes de marzo. De ser cierta esta versión, parece que esta telenovela venezolana se va a prolongar todavía unos meses… si acaso no sobreviene el desenlace fatal.
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