Es fácil imaginar lo que provocaba a los hombres con tan sólo mirarla: con esa piel blanca que casi lastima la vista desde un retrato casi sepia; con los ojos redondos, separados, pequeños pero expresivos; los delgados labios muy rojos y el cabello de un negro absoluto.
Delgada, menuda, una breve figura vestida también de negro, con una mantilla de encaje estilo español y esas cejas muy finas, perfectas, dos líneas rectas que hacían perfecto juego con los ojos.
Por sus venas corría sangre española, danesa, francesa y cubana. La belleza de Anaïs Nin era pues, consecuencia de la “impureza” de su sangre.
Y fue quizá esta mezcla de sangres lo que forjó su carácter rebelde.
De este carácter sensual, de filosofía personal, que no era capaz de concebir la existencia sin la pasión amorosa, no queda la menor duda cuando uno lee como Anaïs explica a un coleccionista que la había contratado para escribir relatos eróticos a un dólar la página, que el sexo sin poesía no es sexo, no sabe a nada, no huele, no vive:
El sexo no prospera en medio de la monotonía. Sin sentimiento, sin invenciones, sin el estado de ánimo apropiado, no hay sorpresas en la cama. El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celos, envidia, todas las variedades del miedo, viajes al extranjero, caras nuevas, novelas, relatos, sueños, fantasías, música, danza, opio y vino. (Prólogo a Delta de Venus, Bruguera, 1979).
Confiarle la vida a un cuaderno
Este diario es mi kif, mi hachís, mi opio. Mi droga y mi vicio…
Así describía Anaïs Nin la obra de toda su vida, que comenzó a escribir desde niña, a los 11 años de edad, cuando adoptó para sí misma el nombre de Linotte, hasta casi el final de sus días, en 1974.
Parecía que la relación de Anaïs con sus diarios era de amor-odio; había etapas en que renegaba de ellos:
Conflicto con el diario. Cuando escribo el diario no puedo escribir ningún libro.
Pero es, paradójicamente, a través de éstos que el nombre de Anaïs Nin se convirtió en símbolo de la femineidad, que no del feminismo, de la sensualidad y del erotismo femenino. Y más paradójico es aún, porque a petición de la propia autora, los primeros diarios se publicaron expurgados; es decir, despojados de los pasajes más eróticos, a partir de 1966.
Si la versión sin expurgar del Diario se publicara alguna vez, este punto de vista femenino quedará más claramente establecido. Mostrará que las mujeres (y yo en el Diario) nunca hemos separado el sexo del sentimiento, del amor al hombre como un todo.
En los primeros diarios publicados en 1966, que van de 1931 a 1934, se insinúa ya el mito erótico de Anaïs Nin, que Philip Kaufman llevó a la pantalla en 1990 con la película Henry and June.
Es en estos años de bohemia parisina cuando Anaïs y su esposo Hugo conocen a Henry Miller y a su mujer June, aspirante a actriz y musa de Trópico de Cáncer.
Anaïs, casada con Hugo, inicia una relación amorosa con Henry Miller y, al mismo tiempo, una breve aventura sexual con June, su esposa.
Y es gracias a la película de Kaufman que el público, siempre de corta memoria pues Anaïs había muerto en 1977, comienza a soñarla con el rostro de la actriz portuguesa Maria de Medeiros. Gracias al hechizo del cine, en el imaginario popular Henry Miller y su June tendrán, de ahora en adelante, las facciones y las formas de Fred Ward y Uma Thurman.
Los verdaderos diarios de Anaïs, los amorosos, los inexpurgados, tendrían que esperar varios años más para poder ser publicados: Henry, su mujer y yo; Incesto; Fuego y Más cerca de la luna vendrían a comprobar lo que ya se adivinaba en los otros diarios, en los que aparecieron al público en 1966, que Anaïs era, además de una gran escritora, un volcán amoroso, un ave de fuego insaciable, una mujer adelantada, por mucho a su tiempo.
Incesto
La eterna y enfermiza obsesión de Anaïs por su padre, el pianista y compositor Joaquín Nin Castellanos, queda al descubierto en segundo el diario amoroso (inexpurgado): Incesto.
Escribía la joven Anaïs, acerca de Rey Sol, como llamaba a su padre:
Tenía al hombre que amaba en mis pensamientos; lo tenía en mis brazos, en mi cuerpo. El hombre que busqué por todo el mundo, que marcó mi niñez y me perseguía. Había amado fragmentos de él en otros hombres: la brillantez de John, la compasión de Allendy, las abstracciones de Artaud, la fuerza creativa y el dinamismo de Henry. ¡Y él todo estaba ahí, tan bello de cara y cuerpo, tan ardiente, con una mayor fuerza, todo unificado, sintetizado, más brillante, más abstracto, con mayor sensualidad! Este amor de hombre, por las semejanzas entre nosotros, por la relación de sangre, atrofiaba mi alegría. (Anaïs Nin, Un amor que era veneno. Segunda entrega del Diario Incesto, citada por Wendy Guerra, Posar desnuda en La Habana, Alfaguara, 2011).
Como ella misma lo advierte en estas letras, es esa búsqueda eterna de su padre la que la llevó a los brazos de Henry Miller, quien le llevaba 12 años de edad, y a quien ella y su marido Hugo ayudaron para que Trópico de Cáncer fuera publicada.
Pero limitar al plano sexual la relación de Anaïs con Miller es menospreciar su inteligencia, ya que para ella el autor de La crucifixión rosa suponía, sobre todo, un reto literario e intelectual.
Me constaba la gran disparidad existente entre lo explícito de Henry Miller y mis ambigüedades, entre su visión humorística rabelaisiana del sexo y mis poéticas descripciones de relaciones sexuales contenidas en los fragmentos no publicados de mi Diario. (Prólogo a Delta de Venus, Bruguera, 1979).
Por si fuera poco, y más allá de que Henry y Anaïs fueron amantes mientras ella estaba casada con Hugo, la convivencia con el escritor estadounidense no era, siempre, del todo tersa.
Henry ofrece al mundo su alegría, su goce de la comida, su generosa conversación. A mí, sólo me revela sus ansiedades, temores, culpas y descontentos. Tengo que luchar contra sus fantasmas, que le obsesionan en los momentos que no escribe. Cuando parece estar divirtiéndose en los cafés y en las fiestas es cuando más vacío se siente. (Anaïs Nin, Diario II. Edición de Gunther Stuhlmann. 1934-1939, Plaza y Janés, 1993).
Delta de Venus
Delta de Venus, la colección de cuentos eróticos que Anaïs había escrito por encargo de un coleccionista anónimo a un dólar por página en los cuarenta, se publicó por primera vez hasta 1978, un año después de su muerte.
Es con estos cuentos donde por primera vez los lectores de la época descubren la fuerza de la sensualidad y el erotismo en las letras de Nin.
Ella describe así esa época de pobreza, en la que este grupo de jóvenes bohemios (Harvey Breit, Roberto Duncan, George Barker, Caresse Crosby y la propia Anaïs) escribía cuentos que en ese tiempo se consideraban casi pornográficos para poder subsistir:
Los homosexuales escribían como si fueran mujeres, los tímidos hablaban de orgías, y las frígidas de frenéticas hazañas. Los más poéticos se permitían tratar de auténtica bestialidad, y los más puros de perversiones. (Prólogo a Delta de Venus, Bruguera, 1979).
Anaïs con acento cubano
Wendy Guerra parece, ella misma, una versión más tropical de Anaïs Nin: delgada, bajita de estatura, de piel blanca y labios muy rojos, lleva vestido y sombrero negros, y sus ojos también son redondos, negros y pequeños, aunque tienen una picardía de la que carecían los de Anaïs, por lo menos en las fotos.
Esta cubana, escritora también, nacida en 1970 en La Habana, ha decidido meterse en la piel de Anaïs y reescribir, completar por medio de la ficción, un diario que ella dejó inconcluso a mediados de los veinte, cuando visitó Cuba con la fantasía de encontrar a su padre, siempre ausente, siempre deseado.
Posar desnuda en La Habana. Anaïs Nin en Cuba, es el título de este libro que transcurre desde en la época en que la joven de 19 años espera que llegue la fecha de su matrimonio con Hugo Guiler, mientras busca al verdadero hombre de su vida.
“Es un mapa de lo que ella va a ser”, dice Wendy. “Es como una especie de ensayo general de sus conflictos con el padre, de sus conflictos con las raíces, de haber sido recogida por una familia de cubanos que son sus tíos. Es una especie de mapa para entender lo que fue Anäis Nin un poco después. El testigo de una época, en este caso una época art decó, los años veinte cubanos. Una época muy especial desde el punto de vista patriótico porque se inician las luchas de liberación con poetas. Bueno, es una época maravillosa para Cuba, pero es una época que a ella le tocó cruzar, invitada por la familia, porque estaban en una decadencia económica muy grande en Estados Unidos. Y es también la búsqueda de su padre, eso es para ella La Habana, el gran compositor de danza Joaquín Nin”.
Líneas de coincidencia y puntos opuestos, divergentes, se pueden trazar entre las vidas de Anaïs y Wendy en La Habana, casi 90 años después:
“Paralelismo en el aspecto fundacional, racial: la burguesía azucarera que dejó todo eso que hoy nosotros estamos tratando de que no se caiga porque realmente es una Habana que está muy destruida, y que hay un grupo de gente tratando de reconstruirla pero es muy difícil… Y desde el punto de vista personal, yo pienso que es una Habana muy distinta porque es una Habana con una moral muy católica; nosotros somos ahora demasiado abiertos, diríamos, desde el punto de vista sexual, y ella es una mujer como de este tiempo. Y ahí tenemos muchos cruces de trenes, por eso te digo que es una novela trenzada con dos voces, pero hablando sobre tópicos que nos conciernen a todos todavía”.
Wendy Guerra está convencida de que Anaïs Nin es símbolo de la femineidad más que del feminismo:
“Ella era, yo digo, incendiaria incluso con el feminismo porque, por un lado, ante Henry Miller puede rendirse y plegarse o puede combatir contra él. Ella va afinando las cuerdas de lado a lado. Es una maravilla porque no te cansas. Cuando piensas que va por un lado, agarra por otro; cuando piensas que se va a mudar a un país decide quedarse en otro, y es una mujer que, de cada cultura fue testigo, y lo mismo te habla de Picasso que de Alejo Carpentier, que se encuentra con Allende y que vive con Henry. Es una mujer que supo ser testigo y supo asentarlo. Es una especie de patrimonio y de asentamiento…
Nosotros estamos también en la prehistoria de Anäis Nin porque todavía sus cosas resultan escandalosas para muchas sociedades”.
Parece que Anaïs, muchos años después, ha encontrado otra vez su voz. Aunque esta voz tiene hoy, un seductor acento cubano.
De colofón…
Anaïs Nin murió el 14 de enero de 1977. Estaba casada con Rupert Pole, su pasión en los años de madurez, pero también con Hugo Guiler, su esposo desde los 20 años de edad.