Ciudad de México, 2 de mayo (SinEmbargo).- Los vertederos de basura electrónica o “e-waste” son algo más que una realidad. Se trata de regiones inhóspitas en las que la miseria humana se reúne con paisajes apocalípticos repletos de aparatos, gadgets y otros objetos relacionados inservibles. Sin embargo, no es necesario ir a China, Ghana o Pakistán para conocer los peligros que este tipo de desperdicios representa para el medio ambiente y para la salud misma.
Un informe publicado por la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) esta semana dio a conocer en un comunicado que durante el año pasado se generaron 41.8 millones de toneladas de "basura electrónica" en todo el mundo y que para 2018 la cifra se situará en 50 millones de toneladas.
Así mismo, el informe señala que la basura electrónica, equipos electrónicos y eléctricos que abarcan desde pequeños electrodomésticos hasta monitores de televisión pasando por teléfonos móviles, es un creciente problema debido a la elevada cantidad de materiales tóxicos que contienen.
Según el estudio, el problema de la creciente cantidad de basura electrónica generada en el planeta no es solo medioambiental, ya que esos desperdicios contienen elevadas cantidades de materiales tóxicos como plomo, mercurio y cadmio, sino también económico.
El informe de la UNU señala que los 41.8 millones de toneladas de equipos electrónicos y eléctricos tirados a la basura en 2014 contenían preciosos recursos, como oro y otros minerales, por valor de 52 mil millones de dólares.
De la basura electrónica generada el año pasado, casi el 60 por ciento fueron pequeños electrodomésticos de cocina y baño. Un 7 por ciento fueron teléfonos móviles, computadoras, impresoras y otros pequeños aparatos.
Según la UNU, los residuos generados en 2014 contenía un estimado de 16 mil 500 kilotoneladas de hierro, mil 900 kilotoneladas de cobre, 300 toneladas de oro (que es igual al 11 por ciento de la producción mundial total de 2013), así como plata, aluminio, plástico, paladio y otros recursos con un valor combinado estimado de 52 mil millones de dólares.
Las toxinas incluyeron 2.2 millones de toneladas de vidrio de plomo (más de seis veces el peso del edificio Empire State en Nueva York), 0.3 millones de toneladas de baterías, así como mercurio, cadmio, cromo y 4 mil 400 toneladas de clorofluorocarbonos (CFC) que reducen la capa de ozono.
"Los problemas de salud asociados con dichas toxinas incluyen problemas de desarrollo mental, cáncer y daños en el hígado y los riñones", concluyó la UNU.
De acuerdo con la organización no gubernamental Por un México Justo, en México una de las empresas mexicanas que utilizan cadmio es PEMEX, que –apelando a las normas NRF-032-PEMEX-2011 y NRF-096-PEMEX-2010– las utiliza en ductos marinos. El cadmio, al entrar en contacto directamente con el agua y la vida marina, afecta a las especies animales y vegetales del Golfo de México.
Ya en agosto de 2010, autoridades internacionales confirmaron que los ostiones del Golfo de México contaban con altos índices de este elemento tóxico. Sin embargo, la presencia de este metal tóxico ya había sido detectada en otras regiones del país desde 1976, cuando la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) identificó la presencia de cadmio en Veracruz, en la Laguna de Pueblo Viejo, la Laguna de Mandinga y la Laguna de Tampamachoco; así como en la Laguna del Carmen en Tabasco y la Laguna de Atasta y la Laguna de Términos en Campeche.
Por su parte, Por un México Justo lanzó una campaña en redes sociales en las que urge a las autoridades y a los ciudadanos que denuncien la situación actual de las aguas del golfo, mediante la etiqueta #DINOALCADMIO.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para los próximos años se espera que el volumen de desechos electrónicos en el planeta se incremente un 33 por ciento. Al mismo tiempo, se pronostica que hasta el 80 por ciento de todos los dispositivos y aparatos electrónicos desechados terminen en vertederos similares a los megabasureros electrónicos similares a los que hoy en día existen en Ghana, Pakistán y China, en donde miles de personas viven expuestas a los materiales nocivos.