La extravagante historia submarina de Wan ofrece varios placeres. Es la única película en la que se puede disfrutar a un Willem Dafoe flotando, también nos permite ver un enfrentamiento al estilo gladiador con tambores de fondo tocados por un pulpo, entre otras cosas, ¿pero es buena?
Por Jake Coyle
Ciudad de México, 13 de diciembre (AP).- Los superhéroes que viajan en caballitos de mar nunca son respetados.
Desde que Paul Norris y Mort Weisinger lo imaginaron por primera vez en 1941, el destino de Aquaman ha sido ser principalmente el Rodney Dangerfield de DC Comics, una broma regular por sus poderes no tan potentes. Sí claro, puede hablar bajo el agua y tiene un gran tenedor como arma, pero al igual que Luca Brasi, duerme con los peces.
Ahora finalmente ha llegado el día de Aquaman y si en algo atinaron en la primera película en solitario del héroe de Atlantis fue en elegir a Jason Momoa para el papel original de la Liga de la Justicia, uno que comenzó en 2016 con Batman v Superman. Es casi un reto, intenten decir a este señor sus chistes de Aquaman.
En la cinta acuática de James Wan Aquaman, suena un guitarrazo eléctrico en el primer close-up del tatuado Momoa sin camisa y con el cabello largo. “¿Permiso para subir a bordo?”, dice con una sonrisa pilla.
Su llegada es muy bienvenida. Como Momoa lo mostró en su reciente trabajo como anfitrión en Saturday Night Live, su carisma es tan formidable como su fuerza. Así que ¿por qué Aquaman es tan lenta con su mitología de Atlantis y se ahoga con sus efectos especiales cuando realmente lo que necesita es dejar rockear a Momoa?
La extravagante historia submarina de Wan ofrece varios placeres. Es la única película en la que se puede disfrutar a un Willem Dafoe flotando (en el papel de Vulko, el consejero real del rey de Atlantis Orm, interpretado por Patrick Wilson), también nos permite ver un enfrentamiento al estilo gladiador con tambores de fondo tocados por un pulpo, y en una de las múltiples escenas en las que el agua es usada como arma, presenciamos una muerte por vino Chianti, en una pelea que llega a una bodega de vinos en Sicilia.
Aquaman está en un punto entre la lúgubre Liga de la Justicia y la menos pesada Wonder Woman en la dispareja escala de las recientes películas de DC. Para beneficio y detrimento de la película, las aguas están más picadas aquí que en las predecibles (y a veces aburridas) corrientes de Marvel. Pero los puntos destacados, como Momoa o ese pulpo percusionista, se disfrutan poco en medio de los océanos y un guion sobreelaborado.
Se está forjando una guerra bajo el agua, pero al guion de David Leslie Johnson-McGoldrick y Will Beall le cuesta trabajo llevarnos ahí. Hay historias del origen de los personajes que presentar, comenzando con Atlanna, la desaparecida princesa de Atlantis (Nicole Kidman), que llega a la costa de Maine donde conoce al cuidador de un faro (Temuera Morrison). Se enamoran y tienen a un hijo llamado Arthur (nuestro futuro Aquaman) antes de que Atlanna se vea obligada a regresar al mar.
Como adulto, Arthur – a quien Vulko entrena cuando es joven – mezcla su trabajo como héroe con viajes al bar en la hora feliz. Pero se niega a inmiscuirse en la batalla por el trono de los siete mares con su hermano menor Orm, quien planea enfrentarse con los “habitantes de la superficie”.
Orm mira a Arthur como un mestizo no apto para gobernar el reino submarino donde no creció. Mientras que la pelirroja princesa Mera de Xebel (Amber Heard), quien por si misma es una guerrera formidable, se une a Arthur en una misión alrededor del mundo para salvar Atlantis y evitar la guerra al encontrar un tridente sagrado (hay mucha acción de tridentes), con sus ocasionales gestos de chacoteo romántico en el camino.
Tras siglos de invisibilidad y paz, Orm y sus conspiradores han tenido suficiente de los habitantes de la tierra (aunque no queda claro porqué no se hartaron antes con las motos acuáticas o con Baywatch). En una ola de venganza, Orm limpia el mar de basura y buques de guerra y se los regresa a las costas del mundo.
Pero Aquaman es demasiado tímida para tomar este hilo conductor seriamente (o incluso incluir sustancialmente a animales marinos para que Aquaman hable con ellos). En cambio nos enfrentamos a una cansada historia de lucha de poder entre la realeza marina que podría ocurrir igualmente en Krypton o en la antigua Grecia, aunque sin el beneficio del Dafoe flotante.
Wan, director de la franquicia de Saw y Furious 7, se merece críticas por empapar la película con animación por computadora, pero también elogios por la belleza sintética y brillante de Atlantis. La película pasa demasiado rápidamente cuando tenemos una visión aérea de Atlantis y muchos misterios como ¿cómo funciona el drenaje bajo el mar? quedan sin respuesta. A pesar de esto, con su estilo parecido al de Tron y su neón luminoso, Atlantis es un mundo cinematográfico bien construido, al menos en el exterior. Una secuencia realmente impactante de la película es una persecución en el fondo del mar, iluminada por una bengala mientras una horda de aterradoras creaturas asecha.
Wan y Momoa tienen una idea muy clara de quién es Aquaman y al final de cuentas, más de dos horas después, guían la película hacia la sinceridad y lejos de la grandilocuencia. Definitivamente es hasta cierto punto un logro que Aquaman, a pesar de su desordenada grandiosidad, culmina cuando el héroe dice terapéuticamente “hablemos” y no se lo dice a un manatí si no a su hermano.
Aquaman, un estreno de Warner Bros., tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por algunas escenas de ciencia ficción, violencia y acción así como por su lenguaje. AP la califica con dos estrellas de cuatro.