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Darío Ramírez

13/12/2018 - 12:00 am

La polarización

La polarización política es parte del debate democrático. El intercambio de ideas sesudamente, la algidez de las palabras, la necedad en los argumentos y la certeza valiente de que cada persona sostiene la verdad es parte de la libertad de opinión y expresión.

La provocación de AMLO a instituciones y poderes de antemano puede ser positiva. Foto: Cuartoscuro.

La polarización política es parte del debate democrático. El intercambio de ideas sesudamente, la algidez de las palabras, la necedad en los argumentos y la certeza valiente de que cada persona sostiene la verdad es parte de la libertad de opinión y expresión.

En momentos de alta participación política parecería obvio que cada persona sostiene una posición y su defensa se vuelve oxígeno puro. De ninguna manera podríamos esperar que cada una de esas personas argumente con datos y hechos. Y se vale no hacerlo, se vale hacer política desde la emoción de defensa o ataque de una posición política.

Habiendo dicho eso, también señalemos que no por poder sostener una posición política en libertad quiere decir que ese sea el camino para construir una mejor sociedad, más fuerte, solidaria y comprensiva. En otras palabras, un diálogo basado en razones y argumentos podría fortalecer el debate público pero no es un requisito sine qua non para participar en política con opinión propia.

Es de celebrarse el intercambio de opiniones políticas sobre el quehacer público. Es claro que Andrés Manuel López Obrador está haciendo las cosas diferentes. Su proyecto político, en muchos sentidos, será basará en nuevos códigos de hacer política. A muchos no les gustará, a otros tanto sí. Lo que debemos de tener claro es que ambos extremos son necesarios para una democracia.

El presidente debe de sentir el disenso. Debe de hacerlo meditar y tal vez cambiar de posición porque está claro que debe de gobernar para toda la sociedad, no para unos cuantos. El disenso debe de ser tan eficaz que ponga en jaque las decisiones desde el poder. Pero una cosa está clara: AMLO hará muchas cosas diferentes a como hemos estado acostumbrados por decenas de años.

Los tiempos que inauguró la elección de López Obrador debe de traer consigo nuevas formas de hacer política. Según la encuesta de El Financiero (3/12/18), el 53% de la población cree que el principal compromiso del nuevo presidente es con `gente como usted´; mientras que pare muchos en redes sociales criticaron el discurso inaugural de AMLO, el 77% opinó que le gustó, lo que explica que el 83% de los encuestados está optimista sobre el futuro del país por un 15% pesimista. Según el sondeo citado, el 80% manifiesta que AMLO le genera confianza al pueblo en general.

La mayoría no siempre tiene la razón. Al contrario, la minoría en democracia es fundamental, pero también basta con ver el panorama de aprobación a las acciones de gobierno para aceptar que la legitimidad democrática sostiene –hasta ahora, ojo, solo hasta ahora- a cada una de las acciones que el gobierno ha emprendido.

Se puede o no tener afinidad al proyecto de Obrador, esa es la prerrogativa de cada uno de los que formamos la sociedad mexicana tenemos. Sin duda muchos intereses serán trastocados y ello provocará una férrea oposición a políticas del nuevo gobierno. Y qué bueno, que haya oposición al gobierno democrático.

La provocación de AMLO a instituciones y poderes de antemano puede ser positiva. Es decir, poner en la palestra pública si los salarios de jueces y magistrados son excesivos de entrada es positivo por la pertinencia. Se podrá criticar las formas –tal vez torpes de hacerlo- pero al final, hay que entender –y AMLO lo advirtió desde hace muchos años- está determinado a cambiar cosas del sistema político, económico y social. Y los cambios no necesariamente van a gustarles a todos, pero el simple hecho de remover el sistema, de discutir y defender las diferentes posiciones es fundamental para la democracia mexicana.

No le tengamos miedo a la polarización de ideas. No de todo intercambio necesariamente se llegará a una posición consensuada. Tal vez las posiciones siempre serán distantes y extremas pero ambas necesarias para el debate político. Buscar aplastar posiciones políticas simplemente por el deseo creer que se sostiene la verdad –aunque válido- resulta en posiciones meramente decorativas.

Si la polarización trae consigo la activación de grupos sociales a la arena de lo político, eso ya sería una ganancia. La infalibilidad del gobierno es inasequible. Se equivocará muchas veces, aunque sus fanáticos aseguren lo contrario, pero para ello estará la sociedad civil organizada, los medios y los votantes que pueden asegurar que su voto no fue para un ejercicio del poder tan errático.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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