Mientras los periódicos de Jalisco se llenaban de imágenes de la Feria del Libro rebosante de adolescentes, yo compartía la mesa con tres chicos que representan una de las principales razones de esta agitación que tanto irrita a la vieja guardia: los youtubers. Partíamos el pan y las cervezas, y ellos pedían estas últimas con exagerada seriedad, temiendo quizás que les pidieran su identificación, cosa que a mí ya no me pasa y que ya dejé de esperar, aunque hasta hace muy poco yo era la “jovencita” de estas reuniones, pues los 30, para la vieja guardia, era demasiado pronto.
Ningún habitante del mundo de las letras, hoy, se atrevería a negar el poder transformador de los nuevos medios, y sobre todo el de los booktubers, estos jóvenes devoradores de libros que han contagiado de su pasión a millones de adolescentes a lo largo y ancho del planeta a través de divertidas y absolutamente personales video reseñas de los libros que les gustan. Las editoriales les mandan ejemplares, los escritores les hacen la barba, sus miles de fans lloran y amenazan con desmayarse emulando sin saberlo a aquellas imágenes de mujeres volviéndose locas en los conciertos de los Beatles. Hasta ahí todo bien…
Pero hoy, los booktubers empiezan a publicar novelas con las grandes editoriales. Y ahí los representantes de la vieja guardia se empiezan a volver emoticons de cejas fruncidas y aristocracia cabalgante. Porque los escritores quieren que todos lean, pero no quieren que cualquiera escriba. Eso es mucho más sagrado y les saca lo medieval, las ganas de que la literatura sea un incunable guardado en un arca accesible sólo para los ganadores del premio Príncipe de Asturias. Y para ellos, claro. Cuadros colgados en un museo con la luz y la temperatura perfectas, sinfonías tocadas con los instrumentos de la época, y el 90% de la población (que incluye a todas las mujeres, si viajamos a aquellos tiempos) relegada a la ignorancia con tal de que no contaminen las paredes de los museos con sus sprays de grafiteros. Porque eso no es arte. Porque esto otro no es literatura. Porque aquello no es música.
Editorialistas, autores y asistentes tradicionales de la FIL, se quejaban del cambio en la edad promedio de los asistentes, de que no se podía caminar. Sí, se quejaban, como si esto fuera una plaga. ¿Preferirían acaso que las generaciones de lectores fueran envejeciendo como las poblaciones de ciertos países europeos? ¿Hay que ser adulto para leer? ¿Para escribir? ¿Para publicar? Muchos dirían que sí, pero el hecho es que están aquí, estos youtubers convertidos en escritores, en la misma mesa, creando lectores, creando lecturas, mezclando medios que muchos de nosotros ni entendemos, apoderándose de los espacios de la cultura aunque no los queramos ver. No los veas: ellos tampoco te ven. No leen tus columnas, no van a tus universidades, no siguen tus reglas, no transitan las mismas carreteras.
Este es un mundo nuevo, pero no olvidemos que así se ha sentido el mundo con cada giro, con cada medio emergente. A medida que el mundo crece, crece el número de lectores: esto es algo para celebrar. Cada lector entra a la feria por donde puede. Sí, es una feria, un carnaval, y la diversidad de colores la hace más divertida, más rica, más llena de contrastes. No es un tema de justicia, de quién es merecedor de los likes, de los fans, de los premios o de la fama. Es un hecho, simplemente, pero la vieja guardia se la pasaría menos mal si dejara de pensar en esta mesa compartida como una reunión del pasado, el presente y el futuro. Todos somos el presente. Así que arriba las cervezas: salud.