Jaime García Chávez
13/11/2023 - 12:01 am
Zaldívar ya se había ido
Me queda claro que Zaldívar privilegió la carrera del político, sacrificando su apuesta por ser alguien en la generación de intereses públicos para construir instituciones, también públicas, a la altura de lo que este país requiere en materia de justicia.
Desde que llegó, Arturo Zaldívar ya se había ido. Como abogado de profesión y ciudadano preocupado por la República, he procurado observar la trayectoria del Ministro, otorgándole el beneficio de inventario, quiero decir, valorando lo mucho que aportó, el papel que jugó en la Suprema Corte durante esta etapa, y también examinando lo que a mi juicio fueron sus errores.
En no pocos textos periodísticos lo he tenido como tema, sobre todo porque en su momento se dio la recepción de una reforma constitucional que acogió los derechos humanos, como la base y fundamento de un Estado de derecho que no termina de consolidarse entre nosotros, y que es una de las grandes deudas de la transición a la democracia en México, si por tal hemos de entender haber dejado atrás el autoritarismo priista para adentrarnos en un futuro incierto, como el que ahora tenemos enfrente con la Cuatroté.
Zaldívar llegó a la presidencia de la Suprema Corte como han llegado prácticamente todos a ese cargo: por el peso que interpuso el presidente de la república. No hubo una ruptura en 2018 que con hechos se abriera a la plena autonomía e independencia, para que el Poder Judicial de la Federación pudiera elegir, con absoluta libertad y responsabilidad, a su cabeza, que no es otra que el propio presidente del alto tribunal.
Independientemente del número que se le asigne, en todo esto no hubo transformación alguna; al contrario, hay indicadores de que el proceso de devastación de las instituciones golpea, y fuerte, en un poder básico del Estado, pues la renuncia de Zaldívar no se da en cielo sereno, sino en uno cargado de rayos y relámpagos que tienen como destinatario hacer a un lado la institución fortaleza del Estado de derecho, y no otra cosa es la pertinaz y casi patológica agresión del presidente de la república al Poder Judicial. Zaldívar abandona la trinchera en el fragor de la batalla y transita hacia las líneas contrarias. Y esto tiene un nombre que sobra decir.
Como presidente, Zaldívar administró la agenda de la Corte en temas neurálgicos que afectan la política presidencial; se pensará que actuó con la habilidad del que busca el equilibrio, antes que la discordia y el enfrentamiento. Pero cuando hubo el intento reeleccionista, todo quedó suficientemente claro: él, en razón de su persona (intuitu personae, dice el latinajo romano) estaba destinado a jugar un rol transexenal y porfió no renunciando de inmediato a ese proyecto, deteriorando su propia honorabilidad y responsabilidad, proporcionándonos una instantánea fotográfica que lo pinta de cuerpo entero.
Pero la ambición política no tiene medida: lo que no se logró por aquel medio, ahora se obtiene de manera burda, grotesca, hasta poco elegante, como dicen los abogados, al renunciar e irse a los brazos de la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, quien ha violado a ciencia y paciencia mediante el fraude a la ley, todas las normas electorales.
Me queda claro que Zaldívar privilegió la carrera del político, sacrificando su apuesta por ser alguien en la generación de intereses públicos para construir instituciones, también públicas, a la altura de lo que este país requiere en materia de justicia. Para mí no es que Zaldívar haya estado ante los dilemas weberianos que pulen todas las aristas de una vocación política, mucho menos en tiempos de abyección como los presentes; simple y sencillamente lanzó la toga al basurero y se puso la chamarra guinda de campaña electoral.
Por esto y por muchas cosas más, tengo por cierto de que ya se había subido al tren en una estación remota rumbo a la Cuatroté.
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