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Fabrizio Mejía Madrid

13/10/2022 - 12:05 am

Sin cash

“Hay que pensar el libro del “cash” como si hubiera salido de la pequeña sombra del PRD”.

La mañana del pasado 11 de octubre el tradicional partido de la derecha mexicana, Acción Nacional, decidió cambiarse el nombre por Unid@s. Para ello, inventó a un puñado de organizaciones con nombres de ficción —UNE, Sí por México, Frente Cívico, Sociedad Civil, Unidos por México, y Poder Ciudadano— que le quitaran el peso de “partido político”. En el evento en el comunista Polyforum Siqueiros, leyendo de un telepromter, uno de los oradores, Emilio Álvarez Icaza, convocó a “todas las ideologías y hasta los que no tienen ideologías”, también a “grupos indígenas y gente de las ciudades” para derrotar a la 4T en 2024. Pero el acto, presidido por dos panistas, Medina Plascencia, que llegó al gobierno interino de Guanajuato en 1991 por un regalo de Carlos Salinas de Gortari, y Ana Lucía Medina, diputada de Acción Nacional en Michoacán que compitió en la misma fórmula que la hermana de Felipe Calderón por ese partido y con el PANAL de Elba Esther Gordillo, en 2011, fueron los encargados de hablar a nombre de algo que llaman “sociedad civil”.

Pero este acto estuvo enmarcado por dos eventos de la derecha mediática: la publicación de correos electrónicos del ejército mexicano y la aparición de un nuevo libro, de los 18 que han sido publicados, contra López Obrador. Así, no sólo se creó una “sociedad” de mentiras, sino que se le acompañó de noticias de un país que no existe, donde el ejército espía periodistas, y el Presidente López Obrador es corrupto. De esto trata esta columna, del país que la derecha está empeñada en crear.

Empecemos por el hackeo que se dio a conocer entre los días 20 y 23 de septiembre y que fue reivindicado por un grupo llamado “Guacamaya”. Esta agrupación se autodefine contra “las fuerzas del Estado-Nación, el neocolonialismo y el neoliberalismo de quienes abusan de las personas de los pueblos y que gracias a los organismos policiales se apropian de los recursos naturales”. Según su propia definición, serían hackers al servicio de la causa de los defensores del territorio y en contra de las mineras, petroleras, y saqueadoras del agua. Suponemos que defienden a los pueblos indígenas. Pero, en un acto de congruencia, le entregaron los documentos de la Sedena a un reconocido anti-neoliberal, anti-imperialista, amigo de las comunidades indígenas: Carlos Loret de Mola y su plataforma financiada con recursos desviados de salud del estado de Michoacán, propiedad de la familia de Roberto Madrazo Pintado. También, la “Guacamaya” atacó la ciberseguridad de los ejércitos de países latinoamericanos hoy gobernados por la izquierda: Colombia, Chile y Perú. Así, parece que no están contra “el Estado-Nación”, sino sólo contra ciertos gobiernos, de cierta tendencia.

Lo que a continuación sucedió fue que los correos electrónicos fueron retomados por la derecha mediática para sus propias obsesiones: Carlos Loret, salió con una nota de que el Presidente López Obrador tenía gota y que le habían practicado un cateterismo. A menos que no haya visto y escuchado al propio Presidente anunciarlo el 21 de enero de este año, un aviso que se recuerda porque habló de un “testamento político para garantizar la continuidad de la transformación”, Loret publicó algo que ya era conocido de todos. Luego, la organización de Claudio X. González dio a conocer otro supuesto escándalo. Según ellos, una captura de pantalla de un correo que todavía tenía la imagen del cursor con el se escribe en Word, constituía un documento oficial del Secretario de la Defensa al Presidente de la República, “abogando” —así dijeron— por el Capitán Martínez Crespo, preso por las desapariciones de Ayotzinapa. Pero si uno veía lo poco que dejaron ver de la supuesta carta fechada el 18 de enero pasado, no tenía ni el nombre del secretario Luis Crescencio Sandoval ni “abogaba” por el militar del 27 Batallón de Iguala, sino que reportaba tan sólo que estaba deprimido en su celda y que negaba las acusaciones.

Esto mismo siguió ocurriendo: al darle el carácter de documentos oficiales a una serie de textos que todavía tienen el cursor de cuando están en proceso de redacción, los medios de la derecha anunciaron gastos, peticiones, bitácoras, informes y hasta síntesis informativas como si fueran documentos secretos que finalmente se hacían públicos. En la mayoría de los casos, ni siquiera vimos los documentos extraídos sino sólo la interpretación que se hacía de ellos. Así, una síntesis informativa se presentó como “espionaje” del ejército. El colmo fue cuando tres periodistas de la propia derecha acusaron al ejército de espiarlos vía sus teléfonos celulares. Para asegurarlo, habían juntado tres pedazos de información distintos: que el ejército había contratado por un mes a la misma compañía —NSO— que sumistraba, entre otros servicios, el del programa Pegasus; que un laboratorio cibernético de Canadá había detectado ese programa espía en sus teléfonos; con que el ejército los espiaba. Todo terminó en una comedia de enredos en el que el propio laboratorio cibernético, Citizen Lab, de Toronto, aclaró en un comunicado que no podía asegurar que fuera la Sedena la que espiaba a esos periodistas de El Universal, y Animal Político. Dijo: “Los datos técnicos disponibles para estos casos recientes (2019-2021) no nos permiten atribuir el hackeo a un cliente de NSO Group en particular”. Y sugiere que, a lo mejor, los espías eran del crimen organizado.

Así llegamos al libro firmado por Elena Chávez, El rey del cash, el décimo octavo libro contra Andrés Manuel López Obrador, en cuya pila se han acumulado los ensayos despechados de Aguilar Camín y Jorge Castañeda; Francisco Martín Moreno y Raúl Olmos; Porfirio Muñoz Ledo y José Antonio Crespo; Roger Batra y Saskia Niño de Rivera, por mencionar los que no son tan desconocidos. Hay que pensar el libro del “cash” como si hubiera salido de la pequeña sombra del PRD. Lo digo porque su autora se hizo famosa por ser la primera diputada del PRD para el Constituyente del DF que se presentó a sacarse la foto y entregar sus documentos el 12 de septiembre de 2016, sin que siquiera hubiera todavía un procedimiento para ello. De igual forma, su libro tiene como sustento a tres perredistas entrevistados: Ricardo Pascoe, ex embajador de Vicente Fox en Cuba —el del “comes y te vas”—, ex delegado en Benito Juárez, ex diputado federal por el PRD; Fernando Belaunzarán, diputado por el PRD en 2012; y Guadalupe Acosta Naranjo, secretario general y presidente del PRD. Chávez defiende en su libro a Joel Ortega, ex coordinador de la campaña de Miguel Ángel Mancera como jefe de gobierno del DF, y ex titular del metro capitalino. Chávez fue su empleada en la policía, según ella misma escribe. Me parece que no hay duda de dónde emerge esta ansiedad por publicar este libro.

Para que ustedes no pierdan su tiempo, leí las 270 páginas y a continuación les hago un resumen. En su introducción, Elena Chávez asegura que “quien nos gobierna es un hombre con el mismo proyecto y ambición de aquellos que le precedieron en la presidencia, y que usa el poder para pisotear leyes e instituciones valiéndose de cualquier bajeza”. Así, me dispuse a encontrar las pruebas de los episodios de sus bajezas. Pero no encuentro más que ataques verbales que ya le hemos escuchado a los Loret, los Alazraki, las Pagés Rebollar, las Téllez, y Gálvez: “se ha dedicado a dividir y engendrar odio”; “ha usado a los militares para defender el crimen organizado”; “los mexicanos tienen derecho a conocer a la nueva mafia del poder o, mejor dicho, a la secta del poder”. Elena Chávez no disimula su posición política: no cree que se instrumentó un fraude a favor de Felipe Calderón en 2006; asegura que el plantón de Reforma para protestar por el fraude era “un montaje” de vendedores ambulantes, con lo cual insulta a todos los que fuimos; no cree que existía una “mafia del poder” fundada por Salinas de Gortari con tecnócratas y empresarios; cree que López Obrador usó como “pretexto” para salirse del PRD la firma del Pacto por México con Acción nacional y el PRI de Peña Nieto; no sabe que los programas sociales del actual gobierno son derechos constitucionales y sigue repitiendo, como los panistas, que éstos se usan para “chantajear cuando necesita hacer consultas a modo para justificar sus decisiones autoritarias”.

Lo que continúa durante demasiadas páginas es el esfuerzo lastimoso de probar lo que nadie más que la autora sabe: ni el INE, ni la Auditoría Superior de la Federación, ni la Secretaría de la Función Pública en los años de Vicente Fox, Felipe Calderón, y Enrique Peña Nieto. Lo que ni siquiera la fábrica de mentiras de la Operación Berlín y Pejeleaks detrás de las campañas sucias se atrevieron a decir: que López Obrador es corrupto. Según ella, esto se debe a que el financiamiento de las campañas presidenciales eran en efectivo y ella sólo veía filas de gente entregando maletines en las oficinas de San Luis Potosí, en la ciudad de México. ¿Cómo sabía la autora que en los portafolios traían dinero en efectivo? No lo dice. Y he ahí uno de sus misterios. La otra fuente de dinero, según ella, era el metro de la ciudad, los camiones públicos, y hasta la Asamblea Legislativa del DF. Tampoco hay ninguna prueba, más que su dicho. Menciona, también, a los despachos de ingenieros que construyeron los segundos pisos, a los gobiernos del PRD en Guerrero, Texcoco, o Michoacán pero, salvo ella, nadie más se enteró de eso flujos millonarios. Es más. La fiscalización a los partidos del INE de Ugalde, Valdés Zurita, y Lorenzo Córdoba, no se fijaron en que de los 300 millones de prerrogativas entregadas al PRD, la mitad no tuvo justificación. Tampoco repararon en que había aportaciones ilegales de todo tipo, seguramente porque eran, en el fondo de su corazón, muy obradoristas. De todo esto se enteró Elena Chávez siendo la pareja sentimental, no del secretario de finanzas o el coordinador de la campaña electoral, sino del encargado de comunicación. Del millón 600 mil trabajadores del gobierno del DF, nadie ha denunciado que entregaban 20 por ciento de su salario para López Obrador, como asegura la autora. Al final —se los digo con toda sinceridad— hacen daño todas las insinuaciones que Elena Chávez hace sobre infidelidades amorosas, enfermedades, descuido de hijos, pensiones alimenticias, deslealtades. Resulta una lectura penosa de una serie de insidias envenenadas por un profundo resentimiento. Tiene desconocimientos esenciales. Pongo tres ejemplos. Asegura que Beatriz Gutiérrez-Müller, la esposa del Presidente: “Fue a exigir al rey de España que se disculpara por los amoríos de Hernán Cortés con la Malinche”; no obstante que su tesis central es que los obradoristas tenían mucho dinero en efectivo, escribe que “se hospedaban en hoteles casi de paso; no les importaba compartir cuarto en parejas y hasta con alguna que otra cucaracha”; tenían dinero a manos llenas, “un manantial” —dice— pero iban a entrevistas con Loret y Brozo porque necesitaban contrarrestar la campaña de odio de la derecha.

Le sucede a este libro lo que a la derecha mediática con los hackeos del ejército: todo depende de su interpretación porque no hay un solo dato firme, verificable. Así, donde hay una protesta pacífica contra el fraude, ella ve ambulantes; donde hay mitines que le permitieron a López Obrador llegar a 30 millones de votos, ella ve acarreados; donde hay cooperación, cuotas voluntarias, financiamientos privados legales, ella dice “moches”. Al final, ella ve en el Presidente de la República, no al dirigente de un movimiento popular y plebeyo, sino a alguien que no sabe combinarse la ropa y tiene caspa en el cabello. Así llego al acto en el que Acción Nacional abjuró de su nombre y de su carácter de partido político para disfrazarse de “sociedad civil”. En él, escuchamos las mismas inquinas tanto de los medios de la derecha como de los del PRD: el derrumbe del puente de la Línea 12 del metro, el manejo “caprichoso del presupuesto”, el cierre de refugios para mujeres violentadas, el “asalto” ecológico, el daño a la educación, la militarización y hasta la “penuria espiritual”. Los de Unid@s tienen una sola propuesta, que es “defender al INE” y una sola acción organizativa: una plataforma de Internet donde la gente ponga sus ideas para la campaña electoral de 2024. Ellos tienen el cash para hacerlo. El problema es que les sobra odio y les faltan ideas.

 

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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