Héctor Alejandro Quintanar
13/09/2024 - 12:05 am
¿Dónde quedan las “buenas maneras” para protestar?
En una zona del centro de la capital, unos jóvenes a favor de la Reforma Judicial hicieron patente su simpatía al colgar una manta con un mensaje alusivo a esa propuesta política. Con las venas del rostro a reventar y con gritos biliosos, un grupúsculo de energúmenos la tiró, mientras un personaje enervado y blandiendo una navaja, le gritaba a otro agresivamente por el hecho simple de grabar la escena. No hay ninguna sorpresa: los orcos enfurecidos eran personajes en contra de la Reforma Judicial.
Decía Gastón García Cantú, ese arduo estudioso del pensamiento reaccionario en México, que las derechas suelen disfrazar de buenas maneras su ordinarez. No debe causar sorpresa ello ante una corriente ideológica que es propensa a las jerarquías, al ordenamiento estamental, a esas prácticas que, como el nuevo rico que se llena de alhajas, están urgidas de hacer visibles los signos de estatus en ciertos actores, acaso para confirmar su valía, o quizá inseguros de tenerla.
De ahí que esa postura política, la derecha, haya descollado en México por venerar las formas, las maneras, las superficies, aunque éstas envuelvan dardos envenenados. Eso en algún momento criticó Arnaldo Córdova en ideólogos del PRIAN como Enrique Krauze, por estar siempre atentos a emitir plañideras y quejumbres cuando alguien les señala sus defectos, pero muy prestos a envolver invectivas grotescas e inadmisibles en una retórica que para ellos suena no sólo inofensiva, sino teórica, como su insumo racista de “El mesías tropical”.
Pero las formas son algo que no se puede guardar siempre, menos aún cuando a un espectro político como las derechas lo suele mover pulsiones que, precisamente por ser irracionales, necesitan anidarse en una envoltura presuntamente racional; como su darwinismo social, expresado en eternas posturas elitistas que luego pincelan de autoengaños como la meritocracia, el aspiracionismo, el negacionismo del racismo.
Hoy merece la pena recordar la tesis de García Cantú, precisamente porque es viable contrastarla con las derechas contemporáneas. Van unas estampas a ese respecto.
Primera. El domingo pasado, se hizo pública una imagen estremecedora. En una zona del centro de la capital, unos jóvenes a favor de la Reforma Judicial hicieron patente su simpatía al colgar una manta con un mensaje alusivo a esa propuesta política. Con las venas del rostro a reventar y con gritos biliosos, un grupúsculo de energúmenos la tiró, mientras un personaje enervado y blandiendo una navaja, le gritaba a otro agresivamente por el hecho simple de grabar la escena. No hay ninguna sorpresa: los orcos enfurecidos eran personajes en contra de la Reforma Judicial.
Segunda. No es la primera vez. El 4 de agosto de 2006, un grupo de artistas e intelectuales expresó sus dudas legítimas y fundamentadas sobre los resultados electorales de ese año, y para ello expusieron una serie de piezas artísticas en la Alameda de la capital y el Hemiciclo a Juárez. Un par de días después, una horda de personajillos, guarecidos en la oscuridad, se lanzaron a deshilachar y destruir con navajas los mensajes y plataformas de esa exhibición llamada Expofraude 2006.
Tercera. Como es recordado, el 30 de julio de 2006 un grupo ciudadano también decidió exponer sus dudas contra los resultados electorales mediante un plantón que cerró avenida reforma por varias semanas. En la televisión, con la legislación de entonces, fue memorable la emisión de espots de parte de grupos empresariales que, en un tono prepotente y desde el anonimato, en horario triple A lanzaban consignas donde exigían al Gobierno reprimir al plantón.
Cuarta. Como recordó el periodista Álvaro Delgado en su última videocolumna en SinEmbargo, han sido sistemáticas las veces que uno de los líderes contemporáneos de la oposición, el júnior improductivo y perdedor electoral Claudio X. González, ha hecho llamados autoritarios a golpear y reprimir a personajes que impugnan sus causas, como lo hizo en 2016 -y seguramente también en 2006 y 2008-, en este caso contra maestros de la Coordinadora Nacional de los trabajadores de la Educación.
Quinta. Hace pocos días, una Senadora panista, María de Jesús Díaz, hizo un llamado a “linchar” a aquellos que votaran a favor de la Reforma Energética. Cuestión que basta con enunciarla para destacar su gravedad… y su falta de originalidad, pues fue otro panista quien también mostró sus belfos sedientos de sangre, cuando el Gobernador Ignacio Loyola Vera, en enero de 2001, aulló a cuatro vientos y sin ningún temor al ridículo ni a la mirada curiosa del psiquiatra, que los zapatistas merecían la pena de muerte.
Sexta. A partir de 2018, ha venido un periodo que tiró máscaras y descolocó a muchos. Abundan los episodios que implican exabruptos reveladores de parte de las derechas. El repaso breve así lo confirma: en junio de 2021 fue público un video donde el historiador Aguilar Camín, siempre tan preocupado por los vocablos de alta densidad, llamó “pendejo y petulante a López Obrador”. En el mismo nivel y tono, en noviembre de 2022 se hizo famoso un video donde, en la primera marcha para, entre comillas, “defender al INE”, una mujer provecta y estridente acusó que el Presidente era un “naco, indio patarrajada”. Vale decir que ese escupitajo racista tiene un significado idéntico y un sentido similar, el de anular a alguien por su origen, que el famoso “mesías tropical” de Krauze, aunque, honor a quien honor merece, el historiador de Televisa dijo lo mismo que la señora energúmena, pero, eso sí, supo guardar las formas.
Con esos antecedentes, vale observar lo ocurrido el martes pasado en el marco de la discusión de la Reforma Judicial en el Senado, cuando el ejercicio, más allá de sus vaivenes y trastupijes (como la invención de detenciones falsas de senadores o el voto de un pillastre como Miguel Ángel Yunes a cambio de impunidad), sobresalió el momento en que, abusando de sus funciones, un grupúsculo que se decía del Poder Judicial entró a la fuerza a tratar de impedir las labores institucionales de otro poder, el Legislativo.
Ahí, esa derecha olvidó las formas y, a la usanza de los gnomos de Donald Trump en el Capitolio en 2020, o como si fueran los porros de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre -como el famoso Dipuhooligan, Cristian Vargas-, irrumpieron en el Senado para tratar de hacer de sus consignas una imposición y de los procedimientos democráticos sus enemigos, con escenas grotescas y risibles que incluyen a la de uno de esos “defensores del Poder Judicial” hacer un gran acto de bravura y pundonor al ponerse a fumar frente a una cámara en un sitio que prohíbe el cigarro.
¿Qué reflexión amerita esta constante colección de bravatas y llamados a la violencia de parte de un sector ideológico que suele camuflar sus peores pulsiones con las mejores marcas? Hoy la derecha no está perdiendo las máscaras, porque siempre ha cometido traspiés reveladores. Se ha mostrado tal cual es. Y la primera reflexión es que exhiben otro de sus rasgos característicos, porque detrás de ese griterío, y detrás de esas protestas infantiles y estridentes, no hay desesperación inédita, sino la prepotencia de siempre.
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