Gustavo de Hoyos Walther
13/09/2022 - 12:02 am
La Reina y la Democracia
“La muerte de la Reina Elizabeth II ha conmovido a muchos porque ella fue un testigo privilegiado del mundo desde su ascensión al trono inglés en 1953. Es como si se hubiera ido alguien que nos hubiera acompañado toda nuestra vida”.
La muerte de la Reina Elizabeth II ha conmovido a muchos porque ella fue un testigo privilegiado del mundo desde su ascensión al trono inglés en 1953. Es como si se hubiera ido alguien que nos hubiera acompañado toda nuestra vida.
Seguramente en el futuro cercano se publicarán varias biografías que nos permitirán aquilatar mejor el papel de esta figura señera en la historia mundial.
Por ahora sabemos que se ganó el respeto de la mayoría de los ciudadanos británicos, pues parece ser el consenso que ella fue una Jefe de Estado que desempeñó su papel con dignidad e incluso con gran pericia.
Su liderazgo puede compararse con el de otras dos monarcas que marcaron época en su país: la Reina Elizabeth I, durante la segunda parte del siglo XVI, y la Reina Victoria, durante la segunda parte del siglo XIX. De las tres, fue Elizabeth II la que reinó por más tiempo. A ella le correspondió encabezar una nación que sabía que había perdido un Imperio. Al tiempo que el prestigio de Gran Bretaña se fundaba en haber sido el pilar de la derrota de la amenaza nacionalsocialista, Elizabeth II vivió para ver a su país integrarse a la Unión Europea y después abandonarla: de los Beatles al Brexit.
Bajo su tutela la Corona Británica se acomodó a la conversión de su país de un Imperio a una democracia liberal moderna. Su poder fue importante pero correspondió a la de una Jefe de Estado donde el verdadero poder recae en el Parlamento, cuya fuente de legitimidad es la soberanía popular. Quien toma las decisiones de gobierno en el Reino Unido es el Primer Ministro junto con su Gabinete y su poder es limitado por una serie de instituciones gubernamentales y no gubernamentales. No es exagerado decir que el poder de Elizabeth II, como ahora lo será el de Carlos III fue, sobre todo, de carácter simbólico. Esto no quiere decir que ese poder sea insignificante. Lo contrario es lo cierto: al representar la historia y el espíritu de la nación que nos trajo la revolución parlamentaria y la revolución industrial, Elizabeth II podía incidir en decisiones relevantes de la política británica. Sin embargo, quien crea que estas capacidades monárquicas dañaban el diseño liberal y democrático de la sociedad británica cometería un grave error.
En realidad, Gran Bretaña tiene un régimen mucho más democrático que muchas naciones que pasan por Repúblicas. Las atribuciones de la Corona y del Parlamento británicos, combinadas, son menores que los alcances del Presidente López Obrador en México, cuyos poderes legales y fácticos, son hoy una amenaza al orden republicano, liberal y nodemocrático, al intentar establecer un régimen autocrático.
Y aunque Gran Bretaña se rindió, en los últimos años, a la tentación populista que alcanzó su máximo esplendor durante el plebiscito del Brexit, lo cierto es que la salud parlamentaria de ese país se mantiene vigorosa, al haber decidido la salida de dos Primer Ministros conservadores que habían sido simpatizantes de la exclusión de Gran Bretaña de la Unión Europea. No es casualidad que la actual Primer Ministro, Liz Truss, no haya apoyado al Brexit en su momento.
Aunque Elizabeth II nos haya abandonado, la democracia liberal británica goza de cabal salud, y cada cual, en su justa dimensión, nos seguirán inspirando.
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