Los académicos quieren que los cambios empiecen por contar mejor la historia. El etnohistoriador británico Matthew Restall recuerda que en el cerco final a Tenochtitlan sólo un uno por ciento del ejército atacante eran españoles mientras que gran parte del 99 por ciento restante eran miembros distintos pueblos mesoamericanos, sobre todo nahuas.
Por María Verza
CIUDAD DE MÉXICO (AP).— Al caminar durante horas por las calles populares que rodean el centro de una de las mayores ciudades de América Latina, entre el tráfico, los baches, el voceo de quien compra hierro viejo y las campanillas de los camiones de basura es difícil imaginar que hace cinco siglos éstos eran los límites de una isla en medio de un lago, con canales y calzadas que la unían a tierra firme y donde se desarrolló una de las grandes civilizaciones del continente.
El comercio era uno de los motores de Tenochtitlan, la capital mexica que el 13 de agosto de 1521 quedó en manos de los españoles. Hoy es eje de la vida de los barrios más antiguos de Ciudad de México plagados de mercados callejeros.
Aprovechando el aniversario de su caída, efeméride oficialmente renombrada como los “500 años de resistencia indígena”, y entre los diversos eventos que tendrán lugar, un grupo de académicos y artistas quieren invitar a los mexicanos a reflexionar sobre una parte de su historia e identidad, cuyo significado siempre ha estado lleno de luces, sombras y silencios.
“¿Qué fue en realidad la Conquista? ¿Cómo nos la han relatado? ¿Quiénes son los vencidos y quiénes los vencedores?” son preguntas que el grupo quiere llevar a la calle, explica Margarita Cossich, arqueóloga guatemalteca de un equipo de divulgación sobre la Conquista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Es mucho más complejo que simplemente hablar de buenos y malos, de españoles contra indígenas”, afirma. A su juicio, falta entender el papel de los “indígenas conquistadores”, a los que no se puede considerar “traidores”, de las mujeres, que no fueron sólo cocineras sino que levantaron escudos y tomaron decisiones. Y recordar que no se puede hablar de conquistar México cuando México ni existía.
Enfrentarse a cuestiones como éstas puede ser algo muy abstracto en un 2021 marcado por la crisis económica, la pandemia y la violencia, pero los académicos consideran importante desmontar mitos y estereotipos de la narrativa oficial que han perpetuado desigualdades y quieren hacerlo de forma tangible y lúdica: pintarán la orilla de las islas de Tenochtitlan y Tlatelolco para hacer visible una ciudad donde hace cinco siglos tuvo lugar una batalla clave para el establecimiento del sistema colonial.
Esa línea —cuyo trazo estaba previsto iniciarse el viernes pero que se pospuso por el aumento de contagios de COVID— se deslizará entre tianguis y transitadas avenidas, junto a mujeres amasando tortillas o vendedores de barras de amaranto con miel, herencia de ese mismo cereal tostado con sangre de cautivo con el que los mexicanas esculpían deidades para luego comérselas de forma ritual, explica el historiador Hugo García Capistrán.
Caminar el borde de Tenochtitlan, como hizo la AP junto al coordinador del proyecto “La orilla de las Islas”, Julio López, y el arqueólogo Esteban Mirón, es darse cuenta de la extensión de la isla a la que los mexicas llegaron en 1325 y donde el imperio azteca levantó la que Hernán Cortes consideró la ciudad más hermosa del mundo.
En 1519 el español llegó desde el sur –la única zona donde pervive una zona lacustre y llena de canales- por una impresionante calzada de piso de estuco que conectaba la tierra firme con la isla y que ahora es una gran arteria vehicular. Dicen las crónicas que quedó deslumbrado al divisar el Templo Mayor, donde hoy se ve la Catedral inclinada construida sobre el centro espiritual de los aztecas.
En esta misma calzada, una placa de piedra muestra el lugar donde Cortés se encontró con Moctezuma, uno de los líderes mexicas a los que la historia oficial destronó y del que no hay estatuas en la ciudad, recuerda Julio López. A espaldas de ese mismo muro, una placa pequeña marca un nicho con los restos de Cortés.
Caminando hacia el oeste, hay que imaginar los acueductos que distribuían el agua a toda la ciudad desde el cerro de Chapultepec y que el ejército español destruyó durante el sitio para asfixiar a los pobladores, azotados además por el hambre y la viruela que llegó con los españoles.
Más al norte, al cruzar la que fuera otra de las grandes calzadas que conectaban la isla por el oeste, Mirón se traslada mentalmente al 30 de junio de 1520, cuando por ese lugar huyó Cortes después de una sangrienta rebelión contra sus hombres. “Cuentan las crónicas que salieron caminando por el agua porque el lago no era profundo y sobre los cadáveres de su propia gente”, explica.
Para honrar a los caídos esa “noche triste” para los españoles, se levantó una iglesia que ahora lleva el nombre del patrón del 13 de agosto, San Hipólito, aunque todos la conozcan por el culto a San Judas, el patrón de los imposibles. En ella está el mural del sueño de Moctezuma, donde un águila le devora las entrañas.
En 1981, cerca de esa iglesia, en unas obras similares a las que ahora hay en esa avenida, un trabajador encontró en una zanja la prueba de un robo de hacía más de cuatro siglos: un lingote de casi dos kilos que se comprobó fue hecho con oro de Moctezuma.
Las orillas norte y este de Tenochtitlan fueron hace cinco siglos escenario clave de la última resistencia mexica. Hoy son la espalda más dura y desgastada del turístico y majestuoso centro, e incluso zona de disputa entre cárteles locales. A ratos el paisaje está lleno de coches apilados hechos chatarra. Otros, salpicado de mujeres indigentes trabajando como prostitutas en una ciudad donde la pandemia hizo que las personas que vivían en extrema pobreza pasaran de 150 mil a 400 mil.
Ahí no faltan vírgenes de Guadalupe en las esquinas ni vocablos de origen nahual que nombran calles bajo cuyo asfalto es probable que quede mucho pasado por descubrir.
Una entrada de agua sin salida entre las dos islas aliadas permitía la entrada de mercancías al mercado de Tlatelolco, hoy el de Tepito, un enjambre de puestos que parece no tener fin y ostenta la fama de ser el más peligroso de la ciudad.
Hace cinco siglos, la resistencia en ese lugar la protagonizó Cuauhtémoc, el último emperador azteca que fue torturado por los españoles supuestamente en donde hoy se levanta una iglesia con una placa que dice “Tequipeuhcan (lugar donde empezó la esclavitud) Aquí fue hecho prisionero el emperador Cuautemotzin (Cuauhtémoc) la tarde del 13 de agosto de 1521”.
A sólo unas cuadras, Oswaldo González, un vendedor de obsidiana de 33 años y que se considera orgulloso descendiente de los “tenochcas” (aztecas) y amigo de los “hermanos españoles”, asegura que los mexicanos siguen “en resistencia”. “Queda vivo todo lo que los españoles no pudieron ver y no pudieron destruir”.
Precisamente ese concepto de resistencia es el que propone como lema el actual Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, un cambio en el discurso que Mirón considera positivo aunque de momento “sólo retórico” porque no ha conllevado modificaciones en la manera en que las instituciones se apropian de los recursos y culturas indígenas.
El mandatario, quien ha exigido a España que pida perdón por el pasado, presidió el viernes el acto oficial ante una enorme maqueta a escala real del Templo Mayor reconstruida en el Zócalo. Ahí lanzó un “nunca más a una invasión, una ocupación o una conquista” aunque se emprenda en nombre de la democracia y los derechos humanos. “Ofrecemos perdón a las víctimas de la catástrofe originada por la ocupación militar española de Mesoamérica”, agregó.
En el evento tomaron la palabra una líder indígena de Canadá y otra de Estados Unidos, pero no representantes de los pueblos originarios de México. Fueron invitados varios representantes diplomáticos, pero no de España.
En lo que sí fueron superiores los españoles fue en poderío naval. Caminar por la orilla este de la isla, que se abría al lago de Texcoco –hoy una avenida recta donde está el Congreso de la Unión- invita a imaginar los 13 bergantines que Cortés mandó construir en esa localidad. Ahí había un dique para evitar que las aguas amargas y saladas de ese lago se unieran a las dulces que llegaban de los cerros al oeste. También estaba la aduana, primero la mexica y luego la española.
Hoy esa zona está salpicada de hoteles baratos y de migrantes del sureste del país que venden ropa usada o malviven mientras buscan un trabajo.
Feike de Jong, filósofo e historiador urbano holandés, fue el primero en recorrer y pintar el perímetro de Tenochtitlan con un grupo de ciudadanos aunque quedan pocos rastros de esas marcas. “Ojalá lo invisible se vuelva visible y que esa línea (del actual proyecto) refleje toda la escala de opiniones sobre este hecho histórico”.
Mary Gloria, 41, participará en la pintada que pasará justo por la casa ocupada que transformaron en comedor comunitario durante los peores meses de COVID-19 y donde ahora dan talleres. En uno acaba de bordar un “Mictlantecuhtli“, el dios mexica de la muerte. Le pareció apropiado para tiempos de pandemia.
De la pintada de la orilla de Tenochtitlan espera aprender más de la historia y de mujeres como Malintzin, la Malinche, que no cree fuera una traidora como les contaron en la escuela. “Queda de nosotros rehacer el guion (de nuestro pasado). Es súper importante”.