Christopher Landau se describe como hombre de familia, trabajador, respetuoso, de gran pasión, que pone el corazón en lo que se propone, dice lo que piensa y sabe escuchar. Es aficionado a la lectura. No tiene selección deportiva favorita. No juega ningún deporte. Tampoco hace ejercicio. “No es lo mío. Creo que me faltan las hormonas que provocan placer después de hacer ejercicio. Soy muy trabajador, pero bastante perezoso a nivel físico”.
Para Landau, mudarse a México representa el reencuentro con sus orígenes. “El mundo hispanoparlante es parte de lo que soy. Pienso en español. Llegaré a México no sólo del Norte sino también del Sur. Es una alegría poder volver a mis raíces”.
Washington, DC, 13 de agosto (SinEmbargo).– Christopher Landau no se parece a ningún otro de los 63 embajadores que ha tenido México en 200 años de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. No es miembro del servicio exterior, pero tampoco ajeno a la diplomacia o neófito en temas internacionales; no debe el cargo a donaciones millonarias al partido en el poder o a una estrecha amistad con el Presidente. Nadie le ofreció el puesto, él lo buscó.
Tras la renuncia de la Embajadora Roberta Jacobson en mayo de 2018, Landau, abogado de profesión, con licenciatura en historia, envió su currículo al gobierno de Trump. Pidió a sus allegados en los influyentes círculos legales y políticos del Partido Republicano, en el que ha militado desde muy joven, interceder a su favor. Conoció a Donald Trump y Jared Kushner, asesor y yerno del Presidente, en el marco de la campaña presidencial.
Buscó el puesto porque está convencido que puede hacer la diferencia. Parte de la premisa de que los lazos binacionales son indisolubles, como un matrimonio sin opción de divorcio. Y que, como cualquier matrimonio, pasa por etapas difíciles, pero al final del día encuentra el equilibrio. “Trataré de poner un poco de amor en ese matrimonio”. Landau quiere que los mexicanos sepan que va de buena fe a aprender y escuchar, “como amigo, con la mano extendida”. Lleva una rama de olivo.
Su actitud conciliadora contrasta con la retórica antimexicana del Presidente al que representa. No niega que es una misión difícil, pero confía en que la enorme empatía que dice sentir por México y los intereses compartidos se impongan sobre los conflictos.
Lo primero que va a hacer cuando aterrice en la Ciudad de México, donde no ha estado desde 1995, es desplazarse del aeropuerto a la Basílica para agradecer a la Virgen de Guadalupe haberle ayudado a conseguir su nueva misión, “porque nuestra señora no solamente es patrona de México sino de todas las Américas”. En momentos de frustración por la demora en su ratificación dice haberle rezado a la Virgen Morena.
Landau, Chris para los que lo conocen, es el primer Embajador en México escogido por Trump. Lo nombró en marzo pasado. México otorgó el beneplácito el mismo mes. “Es un hombre cordial y cálido en corto. Lo están esperando en México”, dice la Embajadora Martha Bárcena. En mayo, compareció ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado donde no tuvo oposición. El primero de agosto, un día antes del receso veraniego, el pleno del Senado aprobó su nombramiento por consenso unánime.
Rindió protesta en una ceremonia privada en el Departamento de Estado ayer lunes. El acto ceremonial, en el que prestará juramento ante Clarence Thomas, magistrado de la Suprema Corte con quien trabajó, será el 13 de septiembre. Landau lamenta no estar ya en México. “Es una vergüenza que haya pasado tanto tiempo sin Embajador”. Su llegada se espera hacia finales de semana.
Le esperan temas complejos como las tensiones diplomáticas en torno a la crisis migratoria, la indignación por el racismo antimexicano que instigó la masacre de connacionales en El Paso, el trasiego de armas, el combate al narcotráfico, la aprobación del Tratado Comercial con Estados Unidos y Canadá y el uso y abuso de México y los mexicanos como piñatas electorales. Tendrá que lidiar con la retórica de Trump y con sus impredecibles humores. Son tiempos volátiles y conflictivos, pero no parecen intimidarlo.
“Este cargo es un gran reto, pero lo asumo porque para mí no hay un trabajo más importante en todo el Gobierno de Estados Unidos. Si al final de mi vida puedo decir que pude mejorar las relaciones entre Estados Unidos y este país hermano y vecino, moriré siendo un hombre muy feliz”.
Su optimismo puede contagiar a cualquiera que desconozca la magnitud del cargo que está a punto de asumir. “Sólo diré que en términos generales el trabajo de Embajador en México en estos momentos es extremadamente difícil”, observó la Embajadora Jacobson.
INFLUENCIA PATERNA
Hace unos días, lo busqué para hacerle una semblanza. Aceptó, con la condición de que se publicara después de tomar juramento. Inicialmente me citó en su despacho en Washington, pero luego cambió la cita a su residencia particular por considerarla más apta para un perfil. Antes de verificar el número supe que había llegado. Era la única casa en una arbolada calle en los suburbios de la capital con las insignias de Estados Unidos y México ondeando impasibles en el pórtico de la entrada.
Enfundado en una inmaculada guayabera, me saludó en español fluido, con ligero acento sudamericano. “Mi gran esperanza es hablarlo con acento mexicano, criollo, muy pronto”. Es un hombre de trato afable, alto, de casi dos metros, ojos claros y canas en las sienes.
Me invita a pasar a lo que llama el “salón de mi padre”. Sobre el escritorio, a la derecha de la chimenea, el retrato del finado Embajador George Landau –respetado diplomático del Servicio Exterior que fue Embajador en Paraguay, Chile y Venezuela– rodeado de condecoraciones de los gobiernos donde sirvió; crucifijos, santos, mapas antiguos y recuerdos. En la esquina opuesta, la bandera del Servicio Exterior de Estados Unidos; en un sillón lateral, un sarape mexicano sobrepuesto.
Nos desplazamos al salón contiguo, una iluminada estancia-biblioteca con alteros de libros sobre México. Muchos de reciente adquisición. Recibe paquetes de Amazon casi a diario. Ha comprado textos de historia, diplomacia, biografías, cultura y migración, y hasta guías para turistas. Tiene sed de saber todo los que haya que saber sobre México. “Estoy leyendo Shirt Sleeve Diplomat, la autobiografía del Embajador Josephus Daniels, publicada en 1947, sobre sus años en México [1933-1941] durante los gobiernos de F.D. Roosevelt y Lázaro Cárdenas. Quiero saber cómo se pudieron llevar a pesar de la nacionalización del petróleo. Daniels fue uno de los embajadores más queridos”.
Los retos lo apasionan. Entre más complicados mayor su atractivo. Concibe a México como el reto más desafiante de su vida. “Es muy difícil destacar cuando todo está cómodo. Los desafíos, o te quiebran y destruyen, o te elevan a otro nivel. Tenemos la posibilidad de mejorar la relación”.
Toma asiento al lado de un altero de libros sobre un sofá azul turquesa. Me permite retratarlo. Coloco El Embajador, mi libro de editorial Planeta, encima de todos.
En una vitrina empotrada, hay obsequios a su padre de diferentes líderes. Observo un pequeño busto maya, regalo del ex Presidente Miguel Alemán. Frente a la ventana al frondoso jardín trasero, una estatua de Víctor Salmones, escultor mexicano.
De joven ambicionó seguir los pasos de su padre, pero este lo convenció estudiar una carrera más promisoria económicamente. Se dedicó a la interpretación de las leyes en cortes de apelaciones, pero el sueño de su vida siempre fue ser Embajador. México es la reivindicación de ese anhelo. Conoce la teoría del arte de la diplomacia, pero carece de experiencia práctica. Es como el aprendiz que durante años observó de cerca al cocinero preparar los más complejos platillos, pero nunca tuvo oportunidad de ejecutarlos. México será su primer experimento.
“Conozco a fondo la vida de un Embajador y las cualidades humanas que debe tener un buen Embajador por el ejemplo de mi padre. Me parece una tarea importantísima. Mis padres fueron muy queridos. Mi madre era de la vieja escuela. Siempre era la anfitriona. Para ella también era un empleo. No se le pagaba, pero tenía sus tareas”.
George Landau murió en octubre de 2018. La vida le dio tiempo para saber que su hijo, siguiendo su ejemplo, se perfilaba para Embajador en México. No pudo darle consejos. “Me hubiera gustado, pero ya para esos momentos estaba muy decaído, pero se enteró y le dio gusto”.
Desde sus años universitarios en Harvard, donde estudió historia, lo atrae la complejidad del pasado de México. “Para mí, uno de los capítulos más impresionantes de la historia de la humanidad es el encuentro de Cortés con el Imperio Azteca, ese choque entre dos mundos y la cultura que se desarrolló como resultado. Me fascina”.
Su conocimiento sobre la historia es el marco de referencia que usa para entender a nuestro país y la relación de este con Estados Unidos. “No quiero que terminemos como los países de los Balcanes que todavía siguen amargados por la Batalla de Kosovo en 1389. Tenemos que entender nuestra historia, sin negar lo que ha pasado, pero también buscando una visión positiva para el futuro. Creo que el desarrollo y la prosperidad de los países es compatible con la prosperidad del otro”.
El Embajador Landau está convencido de que los “malos entendidos” pueden superarse mediante el intercambio franco y el respeto mutuo. “Me parece que Trump y López Obrador son ambos presidentes fuertes y que podemos encontrar muchos temas donde hay una coincidencia de perspectivas. Esa es mi meta. Para eso sirve un diplomático. Estamos en un momento muy complicado, pero creo que hay un futuro. A veces pienso que la tormenta del día nos pone debajo del paraguas y no nos damos cuenta del arcoíris en el horizonte”.
De regreso al salón de su padre, que también es su estudio, se sienta en un sillón rojo. El oleo Deux Oiseaux Japonais del francés Henry Maik a sus espaldas. Es un día inusualmente caluroso, con amenaza de tormenta. Me ofrece agua fría, con hielo. Entre sorbo y sorbo me cuenta su vida.
DE MADRID A ASUNCIÓN
Christopher Landau nació en Madrid, el 13 de noviembre de 1963, en el seno de una familia pequeña, católica. Su padre se desempeñaba como jefe de Cancillería de la Embajada de Estados Unidos en la España de Franco. Tiene un hermano 11 años mayor que él. Dada la diferencia de edades, creció como hijo único.
Pertenece a la llamada “Generación X”. La película Roma de Alfonso Cuarón, que le gustó por “sabia y artística”, retrata la era con la cual se identifica. “Es mi generación. Yo también crecí a comienzos de los años 70. No en México sino en Paraguay. Pero muchos aspectos culturales en la película son aspectos que yo viví”.
Los padres de Landau eran emigrantes. George Landau nació en Viena, y María, su madre, en una pequeña aldea a orillas del Danubio en una zona rural cerca de la frontera alemana. Su padre era de descendencia judía, por lo que tuvo que huir de Austria después de la llegada de Hitler en 1938, cuando tenía 18 años y cursaba su último año de secundaria. Logró obtener una visa para ir a Colombia, donde llegó por barco. Con la ayuda de la Iglesia Católica, sacó a sus padres de Austria para llevárselos a Colombia donde vivieron el resto de sus vidas y donde están enterrados. La familia se convirtió al catolicismo.
George Landau consiguió trabajo con la compañía Otis Elevator en Colombia, de donde fue reubicado a las oficinas centrales en Nueva York en 1941. Después de los ataques en Pearl Harbor, se inscribió en el Ejército estadounidense. Se hizo ciudadano en 1943. Y en 1957, inició su carrera en el Servicio Exterior. Su primer puesto fue en Montevideo.
Cuando Chris tenía un año de edad, su padre fue enviado primero a Canadá y luego a Washington. Fue el primer encargado de la nueva oficina de asuntos ibéricos en el Departamento de Estado en tiempos en que Estados Unidos negociaba la instalación de bases militares en la península ibérica. “Es interesante cómo la vida cambia de una forma arbitraria. Cayó una bomba atómica norteamericana en Palomares, en la costa española, en el año 1966, y crearon la oficina de asuntos ibéricos”. El cargo impulsó su carrera. Seis años después, cuando Chris tenía 8 años, fue nombrado Embajador en Paraguay.
En el país sudamericano, cursó la primaria y parte de la secundaria en el Colegio Americano de Asunción. Fueron cinco años de formación bilingüe y bicultural. También fue su despertar político. El triunfo de Jimmy Carter y su fracasado intento reeleccionista a manos de Ronald Reagan, marcó el inicio del auge del llamado Sueño Americano y revivió el Excepcionalísimo Americano.
“Reagan fue el gran héroe político de mi época y el mío en particular. Tenía 12 años cuando ganó Carter. Fue impresionante el cambio de Carter a Reagan. Fue realmente gracias a Carter que soy latinoamericano porque esa etapa fue un desastre. Siempre he sido republicano. Es algo que más bien responde a la política interna de Estados Unidos”.
EL INTERNADO
Tenía 13 años, cuando en 1977 George Landau fue asignado a Chile como Embajador. “Mi padre tenía la reputación de saber negociar con dictadores porque había estado en asuntos españoles durante la época de Franco, por lo que lo enviaron a Paraguay durante la época de Stroessner y después a Chile bajo Pinochet”.
Esta vez, Landau no lo acompañó. Fue internado en Groton, una exclusiva escuela fundada en 1888 en Massachusetts, que no hace mucho era sólo para varones. Su regreso a Estados Unidos fue un choque cultural.
A muchos kilómetros de distancia de sus padres, en tiempos en que la comunicación no era lo que es ahora, en un país que sólo había visitado dos veces en cinco años, sus compañeros no apreciaban las diferencias culturales, por lo que la transición fue difícil. Pese haber asistido a la escuela americana en Asunción, había aspectos culturales, música, programas de televisión y deportes que no conocía, y no tenía intereses en común con sus compañeros. Se sentía forastero en su propia tierra.
“Cuando uno es hijo de diplomático, existe el riesgo de sentirse extranjero en ambos países, uno realmente siempre es extranjero en el lugar donde están asignados los padres, pero también puede ser extranjero en su propio país. Especialmente entonces cuando era mucho más difícil dar seguimiento a los cambios culturales. No se conseguía CNN. En Paraguay teníamos un canal de televisión y eso era todo”.
Los cuatro años que su padre fue Embajador en Chile, Landau pasó los veranos en Santiago. Aprendió a esquiar en Los Andes. “Fue un periodo difícil porque no tenía las amistades que tenía en Paraguay”. Lo mismo hizo cuando Reagan nombró a su padre Embajador en Venezuela en 1982. Entre los 18 y 21 años de edad, pasó las vacaciones en Caracas. Llegó a conocer bien el país.
“Venezuela fue la primera democracia para mi padre como Embajador. La presencia de Estados Unidos se sentía menos en los países del Cono Sur, Argentina, Chile, Uruguay, que tenían vínculos muy fuertes con Europa, y que no tienen las relaciones históricas de los países más cercanos como Venezuela. Todo mundo se iba a Miami. Es un gran dolor para mí ver lo que ha pasado y sigue pasando en Venezuela”.
EL SINODAL
Al terminar la preparatoria en Groton, Landau ingresó a la Universidad de Harvard. Cursó su licenciatura en historia, lo que incluyó estudios sobre cultura y literatura latinoamericanas.
“México tiene la historia quizá más interesante o compleja de todo el hemisferio. La época de la Independencia fue difícil. Algunos de los países que se independizaron a comienzos del siglo 19 fueron países que eran más bien territorios exóticos del Imperio Español como Paraguay y Chile, lugares que no eran lugares centrales de las colonias. Mientras México y Perú fueron los lugares más importantes para los virreinatos. No sé si México tuvo el mismo sentido de identidad nacional al lograr la independencia que otros países. Pero es algo que me interesa mucho. Cómo se crearon los países. Cómo surgió el Imperio de Iturbide en Centroamérica”.
Tuvo de profesor a Carlos Fuentes. “No lo traté porque daba clases en un salón enorme. Mucha gente se inscribía en su curso. No era una clase íntima”. Leyó el Laberinto de la Soledad de Octavio Paz. Entre sus autores favoritos destacan Borges y Cortázar. Recientemente volvió a leer a Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Para su tesis no escogió a México sino a Venezuela. El profesor John Womack, a la sazón presidente del Departamento de Historia de Harvard, fue uno de tres sinodales del jurado que calificó su tesis: The Rise and Fall of Petro-liberalism: U.S. Relations with Venezuela, 1945-1948, sobre el Gobierno de Rómulo Betancourt, el llamado “padre de la democracia venezolana”. El autor de Zapata y la Revolución Mexicana, quien no tuvo a Landau como estudiante, quedó impresionado.
“Esta es una tesis excelente, sólo con muy pocos defectos. El tema es importante y significativo. El enfoque del autor es objetivo, inteligente, y juicioso. La investigación es especialmente impresionante, no sólo porque gran parte son fuentes primarias, sino también porque las mismas fuentes no son fáciles de accesar. La composición del argumento es lógico, interesante, siempre persuasivo, y convincente en su conclusión. El argumento por sí solo es tanto docto como original. Y la narrativa es asombrosamente buena para un estudiante de licenciatura de Harvard. Es difícil seleccionar la mejor parte. Si tuviera que hacerlo, escogería el capítulo VI, particularmente la página 79, la que es espléndida… En conjunto, debo decir, son pocas las tesis que he leído tan buenas como esta. La crítica que debo hacer es del tipo que los historiadores profesionales hacemos de nuestros propios trabajos”. Es una obra digna de ser publicada, recomendó Womack, cuya firma aparece abajo del comentario, fechado 27 de marzo de 1985.
Landau obtuvo su título de Licenciado en Historia con honores summa cum laude. La tesis que impresionó a Womack le mereció los premios Hoopes y Newcomen.
Su plan era tomar el examen del Servicio Exterior y seguir en los pasos de su padre. “En esa época pensaba que realmente no había mejor puesto que el de ser Embajador. Veía muy contento a mi padre. Siempre sentí mucho orgullo por él”.
Pero en el último año de licenciatura, a los 21 años, George Landau lo persuadió estudiar un posgrado que le brindara mayor seguridad económica. “Me aconsejó que me convenía tener un grado profesional para no ser rehén de la burocracia [dentro del Departamento de Estado] y me pareció buen consejo”.
Ingresó a la Facultad de Leyes de la Universidad de Harvard, donde uno de los cursos que tomó era derecho internacional, con la idea de algún día regresar a ese ámbito. Obtuvo su título en Doctor en Jurisprudencia, con honores magna cum laude, en 1989.
Después de graduarse, tomó un año sabático en París, donde colaboró en un bufete legal. A su regreso, trabajó para jueces conservadores, incluidos Antonin Scalia y Clarence Thomas, en la Suprema Corte de Justicia. En 1993 se incorporó al bufete de abogados Kirk & Ellis en Washington, D.C, donde llegó a ser jefe de la división de apelaciones.
“En derecho hay muchas especialidades. La mía es más bien a nivel académico. Paso gran parte del día pensando. Son casos difíciles sobre temas legales. No tanto en la cuestión de los hechos sino en la interpretación de la ley. Me gustan los retos intelectuales”.
El viejo Landau no se equivocó en su consejo. En su declaración financiera –la que por ley está obligado a hacer como parte de los exámenes de confianza para el puesto de Embajador– Landau reportó ingresos superiores a 14 millones de dólares por concepto de servicios profesionales en los bufetes Kikland & Ellis, y Quinn, Emannuel, Urquhart & Sullivan, en los dos años previos a su nominación. En ambos despachos destacó por su inteligencia y perseverancia.
HOMBRE DE FAMILIA
Landau se describe como hombre de familia, trabajador, respetuoso, de gran pasión, que pone el corazón en lo que se propone, dice lo que piensa y sabe escuchar. Es aficionado a la lectura. No tiene selección deportiva favorita. No juega ningún deporte. Tampoco hace ejercicio. “No es lo mío. Creo que me faltan las hormonas que provocan placer después de hacer ejercicio. Soy muy trabajador, pero bastante perezoso a nivel físico”.
Conoció a su esposa Caroline Bruce hace 30 años en una cita ciega. “Yo ya estaba trabajando de abogado en Washington, y ella trabajaba para la fundación Close Up, que acompañaba a estudiantes de secundaria en visitas a Washington para aprender cívica. Un amigo mutuo me comentó que seríamos perfectos el uno para el otro. Tuvo razón. Supuestamente el encuentro era para platicar sobre Harvard, donde ella estaba a punto de comenzar un programa de Maestría en Educación”.
Caroline se interesó en la trayectoria internacional de Landau. También le gustaba viajar y conocer otras culturas, y había trabajado durante breves periodos en Guatemala y Bulgaria. Sin embargo, la primera cita no salió perfecta.
“Yo llegué con 20 minutos de retraso, porque me parecía normal llegar un poco después de la hora citada. Pero ella era [y sigue siendo] muy puntual, y se encontraba bastante molesta cuando yo por fin toqué la puerta. Pero cuando la abrió y nos vimos por primera vez, ambos sabíamos que habíamos encontrado nuestra pareja. Nos fuimos a cenar al Tabard Inn, y la encontré encantadora e inteligente. Nos olvidamos por completo de hablar sobre Harvard, lo que me dio excusa para llamarla al día siguiente para una nueva cita”. Desde entonces, no se han separado.
Caroline recibió su maestría en educación en Harvard en 1995. Ese mismo año, visitaron la Ciudad de México. Recorrieron el centro histórico, mercados y parques. Se hospedaron en el Hotel de Cortés sobre la avenida Hidalgo, cerca de la Alameda.
La pareja tiene dos hijos: Nathaniel o Nat, de 18 años, y Julia, de 12. La familia ha tomado vacaciones en León, San Miguel de Allende, Huatulco, Cancún, la Rivera Maya, Tulum y Mérida. “Quisiera conocer todos los estados de México. Hay tanta variedad. Nunca he estado en el norte”. Julia irá con ellos a México. Caroline, quien no ha trabajado profesionalmente desde que nacieron sus hijos, tiene planes de llevar una vida social activa, aunque por ahora no habla español.
Landau es admirador de Helen Keller, escritora y activista política estadounidense, cuya sordera y ceguera no la impidieron tener éxito en la vida. Usa el ejemplo de esa mujer emblemática para inculcarle a sus hijos que todo es posible.
EL NOMBRAMIENTO
Landau conoció a Trump durante la campaña presidencial al inicio de 2016, en sus oficinas en las Trump Towers en Nueva York. En una pequeña reunión con expertos republicanos de diferentes disciplinas. También fue presentado a Kushner, quien sigue al tanto de México y mantiene alta interlocución con el gobierno de López Obrador.
Cuando se abrió el puesto de Embajador, Landau expresó su interés y mandó su currículo a varias personas cercanas a la Casa Blanca y al Departamento de Estado. “No sé exactamente como pasó, pero creo que las personas conocidas dieron buenas referencias sobre mí y dijeron que sería una buena idea. Me entrevisté con varios en la Casa Blanca y en el Departamento de Estado”.
Esquiva revelar el nombre de su benefactor o benefactores. Coloca las manos sobre la cabeza, sonríe con gesto evasivo. Conoce a mucha gente y ha cultivado muchas amistades a lo largo de tres décadas en Washington, particularmente en los círculos legales. Ha sido miembro del Partido Republicano prácticamente toda su vida. No dice más.
“La mayoría de los embajadores políticos son personas que han hecho contribuciones financieras. Ocurre en ambos partidos. Es la costumbre que tenemos. No es mi caso. Se podrá decir cualquier cosa contra mí, pero yo no contribuí nada, ni al presidente ni a ningún otro candidato en la última elección”.
Habló con Trump por segunda vez en febrero. Esta vez en la Casa Blanca. El presidente le ofreció la embajada en México. “Prefiero no comentar sobre las conversaciones con el presidente, pero para él la relación con México es muy importante. Es una relación en la que tiene un interés muy fuerte”.
Landau espera tener acceso a Trump. “Para mí, esa es la ventaja de un Embajador político. Mi padre fue Embajador de carrera, lo que desde luego tiene la ventaja de conocer la diplomacia, pero también tiene desventajas porque no se pertenece necesariamente al partido político del presidente. La responsabilidad siempre es avanzar la agenda del presidente, y un Embajador de carrera sabe eso y tiene que cumplir órdenes, pero creo que ayuda mucho también tener esos vínculos en la Casa Blanca. Tener el respeto de las personas”.
ÚLTIMA PARADA
Para Landau, mudarse a México representa el reencuentro con sus orígenes. “El mundo hispanoparlante es parte de lo que soy. Pienso en español. Llegaré a México no sólo del Norte sino también del Sur. Es una alegría poder volver a mis raíces”.
Nunca ha buscado atraer los reflectores, pero sabe que es parte del trabajo de comunicación. Conoce el alto perfil que tiene el Embajador estadounidense en México y buscará aprovecharlo para promover un mejor entendimiento. Tiene planes de usar la cuenta oficial de Twitter.
Ser Embajador en México es la última parada en un largo recorrido que empezó cuando se enamoró del trabajo de su padre. “Quiero que cuando en el futuro se hable de los embajadores que tuvieron un impacto positivo, se me nombre a mí. Toda mi formación hasta ahora ha sido para llegar a este momento”.
@DoliaEstevez