La enfermeras de Mazatlán fueron asesinadas debido a que una de ellas reconoció al plagiario de un amigo suyo. La Fiscalía de Sinaloa detalló que se las llevaron cerca del panteón 2 de Villa Unión, con rumbo a La Amapa, donde las mataron y también les prendieron fuego.
“Era joven, se divertía como todos a esa edad, pero siempre fue responsable con su trabajo, con su familia, sobre todo desde que su hijo llegó a nuestras vidas. Cindy no tenía problemas con nadie, salía de la casa, iba a su trabajo, regresaba y los fines de semana salía a divertirse, era una joven común”, asegura el señor Joaquín, padre de una de las mujeres asesinadas.
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Por Fernanda Magallanes y Fernanda González
Mazatlán/Ciudad de México, 13 de agosto (Noroeste/SinEmbargo).– El silencio en la Calle Valle del Mezquital, en la Colonia Valle Dorado, tiene respuesta y se llama impotencia, indignación.
Debajo de un árbol, el padre de Cindy, la enfermera que fue asesinada junto con una compañera y un joven tras desaparecer hace dos semanas, platica con dos vecinos.
Don Joaquín se alcanza la espalda, dice que le duele, los años pasan y pesan, comparte con estoicismo.
Trae lentes oscuros, su gesto es amable, a pesar de la tragedia.
Sereno, comparte lo que Cindy significa en su vida y en la de su esposa.
“Era joven, se divertía como todos a esa edad, pero siempre fue responsable con su trabajo, con su familia, sobre todo desde que su hijo llegó a nuestras vidas. Cindy no tenía problemas con nadie, salía de la casa, iba a su trabajo, regresaba y los fines de semana salía a divertirse, era una joven común”, asegura don Joaquín.
Con los brazos cruzados suelta una sonrisa discreta al recordar a su hija, pero no se explica cómo pudo ocurrirle eso.
Las preguntas son muchas, aclara.
Cindy, de 31 años, comenzó desde abajo en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), primero como intendente, después como enfermera.
“Saludaba a los vecinos, era muy agradable, como persona, como hija, una madre dedicada y que se esforzó por sacar adelante a su hijo. Una hija que ayudó a su familia por sobre todas las cosas, que salió adelante sin ayuda de nadie, sólo de su profesionalismo”, explica Don Joaquín.
Katia se considera la menor amiga de Érika Montes de Oca, por eso no puede creer el trágico final que tuvo esta joven enfermera, desaparecida hace dos semanas.
Katia fue la primera persona a la que contactaron sus familiares para ver si tenía informes sobre su paradero. Sabía que no era capaz de mortificar a su familia.
Todavía el 29 de julio por la mañana, Katia vio a Érika hacer los mandados en casa de su mamá, en el Fraccionamiento Caracol, en la zona del Infonavit Alarcón.
Hace dos semanas Érika ya no volvió a casa de sus papás.
“Ella a estas horas ya estaba desayunando… De hecho el viernes (27 de julio) se sentó con nosotros para comerse una mangoneada”, comparte Katia, al tiempo que apunta a la silla del comedor en la que Érika se sentó.
Para ellas, Érika era parte de la familia.
En sus corazones había esperanza de encontrarla viva, pero la Fiscalía General del Estado de Sinaloa confirmó su muerte.
Cuando Katia se pone a pensar que ya no habrá más pláticas en la banqueta, se le quiebra la voz y los ojos se le ponen vidriosos.
“Ella siempre buscaba superarse, crecer en lo profesional, avanzar en su trabajo. Y uno no se explica, y no se explica porque ella no era un muchacha que andaba con gente mal, y eso yo lo puedo decir, porque la conocía”, asegura.
Katia estuvo con Érika cuando quiso estudiar la especialidad en Enfermería en Nogales, Sonora.
“Yo me fui con ella el primer día, para ver en dónde se iba a quedar”.
Cuando volvió a Mazatlán, Érika fue transferida a Costa Rica, en Culiacán.
Las vecinas comentan que cuando Érika llegaba a Mazatlán, era para estar con su familia.
“Muy buena hermana, muy buena hija, muy buena amiga. No merecía terminar así. Ella era la fuerte de sus hermanos, cualquier cosa, siempre era ella”.
“Era joven, se divertía como todos a esa edad, pero siempre fue responsable con su trabajo, con su familia, sobre todo desde que su hijo llegó a nuestras vidas”…
LAS ASESINARON POR RECONOCER AL CRIMINAL
Las dos enfermeras del IMSS fueron asesinadas porque una de ellas reclamó al integrante de un grupo armado el porqué privaban de la libertad al joven José Antonio “N”, en el Fraccionamiento del Bosque, si minutos antes lo había saludado en un bar de la Zona Dorada.
Así quedó asentado por la Fiscalía en la audiencia inicial encabezada por el Juez de Control del Sistema de Justicia Penal Acusatorio, donde a las cuatro personas que han sido detenidas por estos hechos les imputaron los delitos de privación de la libertad personal agravada, homicidio calificado, feminicidio y robo de vehículo, dentro de la causa penal 294/2017.
En la audiencia en la Sede Regional de Justicia Penal Acusatoria y Oral Sur, en este puerto, donde a los detenidos Omar Andrés “N”., Juan Manuel “N”., Juan Diego “N”., y Luis Humberto “N”, también se les determinó prisión preventiva durante el tiempo que dure el proceso.
La Fiscalía manifestó que de acuerdo con las investigaciones, a las 5:00 horas del domingo 30 de julio las enfermeras Cindy “N”., Érika “N”., y el joven José Antonio “N.”, se encontraban frente a un domicilio ubicado en el Fraccionamiento del Bosque.
También identificó a otro hombre al que menciona como testigo protegido, y hasta el lugar llegaron varios hombres, entre ellos los ahora detenidos, junto con otra persona que aún no ha sido capturada, a bordo de un Honda Civic negro, y mediante amenazas con armas de fuego se llevaron a José Antonio “N”, en la parte posterior de ese vehículo.
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El ahora indiciado Luis Humberto “N”., con los alias “El Chéster”, “El 30” o “El Luisón”, se apoderó de un vehículo Nissan Versa gris, en el cual habían arribado las ahora víctimas a ese lugar, propiedad de una persona que la tiene registrada a la aplicación de una plataforma para transporte privado de personas.
En ese momento Érika “N”, le reclamó al hombre, ahora identificado como testigo protegido, el porqué privaban de la libertad a José Antonio “N”, si momentos antes ella lo había visto a él saludar a José Antonio en un bar de la Zona Dorada.
Al verse descubierto, el ahora testigo protegido llamó a quienes se habían llevado a José Antonio a que regresaran para llevarse también a quien posteriormente se supo eran las enfermeras del Instituto Mexicano del Seguro Social, Cindy “N”. y Érika “N”.
El ahora testigo protegido entró al domicilio, sacó un arma de fuego para obligar a las enfermeras a ingresar a esa casa para retenerlas.
Los demás hombres se llevaron a José Antonio hasta un predio cerca del panteón 2 de Villa Unión, a dos kilómetros rumbo a La Amapa, donde se lo entregaron a integrantes de otro grupo aún no identificado, quienes lo asesinaron con un machete y lo quemaron.
Al caer la noche del 30 de julio, los integrantes del grupo armado que se había llevado a José Antonio también se llevó a Cindy y Érika en el mismo Honda Civic negro.
La Fiscalía dijo que se las llevaron cerca del panteón 2 de Villa Unión, con rumbo a La Amapa, donde las asesinaron y también les prendieron fuego.