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María Rivera

13/07/2023 - 12:02 am

Morena

“Este es el momento de que Morena haga un examen crítico de este gobierno, y proponga no solo continuar con su proyecto, sino mejorarlo”.

“No hay señales de que los morenistas o sus simpatizantes tengan una actitud abierta a la crítica”. Foto: Cuartoscuro.

Tal vez no valga la pena hacer esta reflexión, querido lector, ante la enorme bola de nieve que va cayendo sobre nosotros. Cada vez será más difícil discernir entre propaganda y noticia, entre manifestaciones ciudadanas genuinas y el aparato propagandístico de los candidatos en la disputa presidencial. Está claro que vamos a entrar a una campaña repleta de manos negras, provenientes de distintos ámbitos. Desfiguraciones grotescas, y convenencieras de las fuerzas que se enfrentarán en la contienda presidencial, a manos de plumas interesadas. Intereses empresariales embozados, fuerzas políticas que no dan la cara, intereses del crimen organizado, e intereses gubernamentales. En esa sopa indigesta y variopinta navegaremos los próximos meses, es un hecho. Poder discriminar entre la propaganda, va a ser una labor titánica.

Por ello, estos días he estado pensando en lo que realmente queremos algunos para el futuro del país y también de la izquierda, con la que hemos simpatizado desde jóvenes. Una izquierda que llegó al poder, pero que ya allí, dio la espalda a varias de sus reivindicaciones históricas y que hoy tendría que hacer un examen muy serio de lo que en este sexenio se avanzó y de todo lo que se dejó de hacer por haber estado sometida a la visión de un solo hombre, con sus ventajas y sus desventajas. Tendría que ser el momento de que, lejos de imponer una discusión sectaria, Morena y su proyecto político, denominado “cuarta transformación” se abrieran a la crítica.

Durante todo el sexenio, voces de simpatizantes decepcionados han hecho críticas lúcidas y pertinentes que fueron desechando con frivolidad, descartándolas como “ataques de la derecha”, sin serlo. Votantes se sintieron traicionados por medidas que contradecían desde los ofrecimientos de campaña, como lo fue la militarización, hasta el más elemental sentido de lo que la izquierda debe defender, como son la cultura, los programas públicos de atención a grupos vulnerables más allá de los apoyos en efectivo, y la atención a la salud. Es allí donde la oposición ha clavado con fuerza sus críticas, y con razón.

Esto pensaba ayer, querido lector, no sin pesadumbre, porque no hay señales de que los morenistas o sus simpatizantes tengan una actitud abierta a la crítica, ni parecen tener autocrítica para reconocer, o no lo han hecho público, los errores y pendientes. De hecho, en ese aspecto, no hicimos sino retroceder. En la cultura de rendición de cuentas, prácticamente retrocedimos décadas. El poder se volvió sordo y la interlocución con críticos y opositores, o meros denunciantes, se volvió nula, salvo para deslegitimarlos. El ejercicio del poder se ensoberbeció por su enorme apoyo social, que consideraron suficiente para excluir a sus enemigos históricos, o meros críticos, como interlocutores válidos. Por supuesto, se pueden esgrimir muchas razones, incluso justificadas, para sostener que la derecha, los conservadores, ese grupo de poder, no buscaba sino dinamitar los cambios y que dialogar con ellos era innecesario. Sin embargo, a un año de que termine el sexenio, sabemos que mucho no han podido hacer para detener la agenda de la cuarta transformación. La mayoría de la gente la apoya, como apoya al presidente, y en esa certidumbre han basado su confianza y también su desprecio por la crítica.

Sin embargo, hay que decirlo: el fenómeno López Obrador está terminando. El presidente dejará el poder y con ello la toma de decisiones, la dirección política. Quien llegue como candidato presidencial de Morena debe representar no a un grupúsculo del partido, sino a la gente, si quiere conservar el poder. Incluso, su meta electoral debería ser recuperar a aquellos que fueron traicionados por esta administración y que no son simpatizantes de la derecha, ni respaldan el regreso de los prianistas, pero que han perdido la esperanza en esa izquierda. Es una insensatez no escucharlos, negarse a entender los agravios que denuncian.

Para ello, deberían abandonar la pulsión sectaria, que no es un capital político, sino una merma en este contexto. El discurso rijoso es un arma de doble filo que debería usarse con inteligencia, no a raja tabla. Descalificar a ciudadanos descontentos, y no a los poderosos que buscan restaurar el viejo status quo, sería un error. El peligro de que regresen quienes destruyeron y saquearon al país existe, es muy real. Y a nadie debería quedarle duda alguna de que regresarían a deshacer todo aquello que se cambió para retirarles sus privilegios, y que volverían para imponer la idea de que la desigualdad social, el racismo y el clasismo son parte del concepto mismo del país, que las élites intelectuales impusieron durante décadas, mientras gozaban de negocios y contratos otorgados por gobiernos corruptos. La restauración del viejo orden es perfectamente plausible si logran engatusar a la gente con una candidata empresaria y derechista, que simula ser de izquierda. Sería una desgracia que regresaran para usar a las instituciones como sus cajas chicas, imponer sus mafias y las mismas líneas ideológicas elitistas y excluyentes. México no se merece ese retroceso, pero lo hemos visto muchas veces en la historia.

Por ello, este es el momento de que Morena haga un examen crítico de este gobierno, y proponga no solo continuar con su proyecto, sino mejorarlo, o incluso reformarlo. Para ello debería corregir lo que haya que corregir, en todos los órdenes, empezando por el de la seguridad y la violencia. Incluso, debería proponerse rescatar a comunidades enteras que les eran naturalmente afines, como la cultural, o la de defensores del territorio y derechos humanos, que fueron no solo descartadas, sino estigmatizadas.

Hay enormes deudas y también errores injustificables en la administración, sobre todo la incapacidad e ineficiencia de funcionarios que no debería haberse tolerado, a pesar de su lealtad al presidente, como es el caso del subsecretario de salud que hoy aparece, además, en el grupo de personas que definirán el proyecto futuro, como si no tuviera una enorme responsabilidad en las políticas públicas que llevaron al trágico saldo de la pandemia. Morena tiene a la mano las críticas puntuales que estos años se han hecho, y puede discriminar fácilmente, solo hace falta voluntad política para ello.

Mal harán en no tomarlas en cuenta, porque en la futura elección no van a tener un candidato excepcional como lo fue López Obrador, ni el contexto que tuvieron hace cinco años. Aunque la presencia del presidente será determinante, el movimiento que despertó una enorme esperanza social hace seis años, ahora suma la decepción inevitable del ejercicio de gobierno, y las consecuencias de políticas equivocadas como lo ha sido la de seguridad, o la de salud, que permanecen como promesas incumplidas. Ojalá que no le sumen a ello la soberbia sordera que estos años desarrollaron contra la crítica de los inconformes que, sin ser de derecha, aspiran a un mejor país, más democrático y justo. Porque incluso ganando, es imposible sostener, por mucho tiempo más, un proyecto de país donde la soberbia gobierne.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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