ENSAYO | Obras de Víctor Hugo Rascón, enfocadas en la violencia y la injusticia, no pierden vigencia

13/07/2019 - 12:00 am

Teatro del norte 1: El caso Santos es un ensayo de Amalia Rodríguez Isais, integrante de Juaritos Literario. Puntos y Comas comparte el texto íntegro. 

Por Amalia Rodríguez Isais

Ciudad Juárez, Chihuahua, 13 de julio (SinEmbargo).– Hoy en día la dramaturgia del norte tiene una fuerte incidencia, tanto escénica como académica, a nivel nacional. Su postulado consiste en ofrecer a los públicos locales una teatralidad cercana a su realidad, a sus necesidades y preocupaciones, pues al crear sus propios espacios pretende exponer al resto del país que existe otra teatralidad encargada de representar a ese “otro México”, en el que, en palabras de Eduardo Antonio Parra, hay “un manera de pensar, de actuar, de sentir y de hablar derivadas de ese mismo devenir –distinto al que registra el resto del país– y de la lucha constante contra el medio y contra la cultura de los gringos, extraña y absorbente. Derivadas también del rechazo al poder central” (2004). Es decir, es un teatro que busca mostrar su propia identidad. Por ello, sus múltiples manifestaciones dramáticas forman parte de una cultura cuyas realidades se definen en la resistencia ante al otro. Cristina Rivera Garza señala, refiriéndose a la literatura del norte en general o más bien a las distintas “escrituras vivas” surgidas de ahí, que tuvieron en común “lo que estaba ahí desde el inicio: una tradición de resistencia cultural marcada por siglos de relación ambivalente con el centro del país” (2012). En este sentido, me interesa presentar, a lo largo de una serie de reseñas, obras que muestran precisamente esta confrontación frente a escrituras, teatralidades y pensamientos hegemónicos. Comienzo este recuento con un autor que muy pronto se hizo consciente de su cultura regional y la llevo al centro del país, y que hoy en día se configura como uno de los más representativos de la dramaturgia del norte.

El teatro de Víctor Hugo Rascón Banda se caracteriza por una fuerte relación entre su vida como abogado y la vocación por el teatro. Por ello, muchos de los temas abordados en sus obras conciernen a materia de derecho: justicia, libertad, transgresión de las normas jurídicas, penitencia en las cárceles, el ejercicio del poder y la propia abogacía. Homicidio calificado es un testimonio de las circunstancias por las que tenían que atravesar las personas de origen hispano asentadas en Estados Unidos durante la década de los 70’s. El escritor chihuahuense compuso esta pieza a petición de la directora Cora Corona con motivo del vigésimo aniversario del asesinato de Santos Rodríguez, ocurrido el 24 de julio de 1973 en la ciudad de Dallas, Texas. La puesta en escena se estrenó en mayo de 1993 con el título El caso Santos. La segunda versión, Homicidio calificado, vio las tablas un año después bajo la dirección de Enrique Pineda en el teatro Julio Castillo; montaje del que Malkah Rabell y Bruno Bert guardaron memoria en un par de reseñas. El texto dramático se publicó en el 2004 junto con El ausente, ya que ambas, según Armando Partida Tayzan en el artículo titulado “El teatro épico de Rascón Banda”, son obras documentales y con ciertos elementos característicos del teatro político de Edwin Piscator. Luego, apareció en el volumen III de Umbral de la memoria, titulado “El teatro del crimen” (2010).

La historia se basa en hechos reales. Rascón Banda recrea partes del juicio contra Darrel Caín, policía responsable de la muerte del niño chicano, a partir de los documentos “proporcionados por el abogado Rubén Sandoval. La información sobre la familia Rodríguez y el suceso fue proporcionada por Jeff Hurst”. Santos Rodríguez y su hermano David fueron acusados del robo de un refresco, cuyo precio rondaba los 8 dólares. El oficial los sacó de su casa a medianoche y, en medio del interrogatorio, asesinó “por accidente” al menor de apenas 12 años. Rubén Sandoval, oriundo de El Paso y abogado especializado en derecho civil, se encargó, además de proporcionar la información necesaria al dramaturgo, de la defensa de la familia Santos y expuso cómo se desenvolvió todo el caso: se demostró la culpabilidad de Caín, quien jaló el gatillo frente la cabeza de un niño de doce años sin razón alguna; se le sentenció a cinco años de prisión y al pago de 20 dólares de multa; salió tres años después por buen comportamiento. El fallo fue dictaminado por un jurado “completamente blanco”. Es decir, Homicidio calificado presenta una situación en donde toda la culpa recae en el sistema penal estadounidense que justifica y exonera el asesinato de gente hispana, porque “no, no fue un accidente lo que mató a Santos, no fue la bala del revólver de Caín, sino el pinche racismo.” El escenario de la pieza simula una corte norteamericana del sur, y el público o lector se convierten en jueces, quienes puede condenar o eximir no solo a un hombre, sino a toda una cultura que continúa negándose a aceptar otras formas de pensar y vivir.

No era el primer caso similar del oficial acusado: “Hace dos años disparó a un niño negro de nueve años. Luego, él y otro oficial dispararon a una pareja de latinos por la espalda en un terreno baldío. Y no fue juzgado”. Tampoco la única situación por completo injusta y discriminatoria presente en el drama. Bessie, madre de Santos y David, se encontraba en la cárcel por asesinar en defensa propia a su pareja Leonard Brown. Si el juicio contra ella se hubiera hecho correctamente, “si la hubieran sabido defender, usted no habría pisado la cárcel”. En suma, la obra de Rascón Banda nos muestra, de manera contundente, que siempre ha existido la manipulación de la legalidad; las leyes se cumplen, pero la justicia no, ya que esta no aplica de la misma forma para los norteamericanos que para los chicanos o inmigrantes hispanos. Burleson, defensor de Caín, lo confirma: “Los abogados sabemos que la ley es una sombra de la justicia, pero no podemos acercarnos más”. Cuarenta años después del asesinato de Santos, el alcalde de Dallas, a nombre de la ciudad, se disculpó públicamente por el suceso. ¿Esta es la idea de justicia con la que nos debemos conformar? ¿Algún día la legalidad alcanzará para todos? La crudeza de decenas de casos similares al que presenta Rascón Banda contiene las respuestas. En junio del 2010 un agente de la Patrulla Fronteriza disparó contra un joven de 15 años, Sergio Hernández, quien supuestamente lo atacó con piedras. Aunque el niño no tenía la intención de cruzar, las políticas migratorias causaron que su caso se archivara poco tiempo después sin culpar a nadie.  El 10 de octubre del 2012 otro miembro de la organización estadounidense asesinó a José Antonio Elena Rodríguez, de 16 años, en un tiroteo (igual que en el caso anterior, de piedras contra balas) a través del muro fronterizo en Nogales. En noviembre del año pasado el acusado, Lonnie Swartz, fue declarado inocente de homicidio voluntario e involuntario. ¿Cómo enfrentarnos a una cultura racista que día a día amenaza a cientos de personas? ¿Cuál es nuestro papel dentro de una ciudad en donde los migras y ahora todo un ejército nacional, están dispuestos a desenfundar el arma a la menor provocación contra aquellos quienes sin ser gringos se atreven a asomarse al país vecino? Sin duda, y aunque resulta sumamente lamentable, las obras del dramaturgo chihuahuense, cuyas temáticas se centran en la discriminación, la violencia y la injusticia continúan sin perder vigencia.

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