Tristeza digital: el trastorno provocado por el uso excesivo de tecnologías en el confinamiento

13/06/2020 - 12:05 am

"Inicialmente, las redes sociales suelen proporcionar felicidad, placer, diversión, pero si esto no se acompaña de una vida social satisfactoria, completa y sana, el constante contacto con el teléfono y con las redes sociales esperando un determinado número de 'likes', envidiando el físico o el nivel de vida de otros, por ejemplo, puede llegar a provocar en los adolescentes sentimientos de baja autoestima y de frustración", según advierte experto.

MADRID, 13 de junio (EuropaPress).- Una de las peores cosas de estos días de confinamiento es el previsible más que excesivo uso de las nuevas tecnologías por parte de nuestros hijos que, en otras circunstancias normales, no permitiríamos; si bien en muchos casos nos está ayudando a teletrabajar, o bien a que estén entretenidos mientras debemos estar en casa.

En un contexto normal fuera de esta pandemia dela COVID-19 es por todos conocido que es peligroso el abuso que los menores pueden hacer de las redes sociales. "Los peligros no son las redes sociales en sí mismas, sino el uso inadecuado de ellas, el uso a edades precoces y sin ninguna supervisión adulta. Existen muchos peligros descritos, como por ejemplo el "sexting", grooming", los ciberchantajes, las adicciones a videojuegos, el acceso a contenidos inadecuados de contenido pornográfico o violento, el ciberbullying, o las apuestas 'on line' entre otras", afirma en una entrevista con Infosalus la doctora Rosa Funes, neonatóloga del Hospital Universitario Príncipe de Asturias (Alcalá de Henares).

En su opinión, parte de los adolescentes de hoy en día viven en un mundo paralelo donde lo que más valor tiene muchas veces son los 'likes' (o 'me gusta') que reciben de sus seguidores. "Inicialmente, las redes sociales suelen proporcionarles felicidad, placer, diversión, pero si esto no se acompaña de una vida social satisfactoria, completa y sana, el constante contacto con el teléfono y con las redes sociales esperando un determinado número de 'likes', envidiando el físico o el nivel de vida de otros, por ejemplo, puede llegar a provocar en los chavales sentimientos de baja autoestima y de frustración", según advierte.

Es más, asegura que las redes sociales no les proporcionan lo que desean, y la soledad tecnológica se convierte en "tristeza tecnológica o digital", siendo muchos los adolescentes que pasan horas y horas tirados con su teléfono, pasando las pantallas y dando 'like' a otros, buscando desesperadamente ser alguien frente a los demás.

"Se empeñan en colgar su vida en redes, cientos de selfis mostrando su felicidad a veces absolutamente falsa. Buscan el reconocimiento de los demás. Se juzgan unos a otros constantemente. Pueden tener miles de amigos digitales y no tener con quien llorar o reír un rato. La socialización de hoy es 'on line', más que en persona. Los sentimientos se expresan más por emoticonos que por gestos reales", sostiene la doctora Funes.

Sin embargo, según avisa la experta del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, algunos psicólogos hablan de que son más felices aquellos chavales que hacen actividades sin pantallas, que los que están mucho tiempo frente a ellas.

NO ES UNA ENFERMEDAD

Ahora bien, la neonatóloga subraya que la tristeza digital "no es una enfermedad", sino una característica del carácter de muchos adolescentes que están enganchados a su móvil, que no terminan de encontrar lo que buscaban en las redes y estos se sienten vacíos a pesar de los 'likes'. Según cuenta, el término 'tristeza digital' lo leyó por primera vez en el ensayo 'Tristes por Diseño' (Consonni), de Geert Lovink, un teórico de medios y crítico de Internet que fundó el Instituto de Culturas de la Red de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Amsterdam.

"Lógicamente, siempre que existe una tristeza desmedida se pueden ir añadiendo otras situaciones que no sean nada favorables, como puede ser la pérdida de autoestima, los cambios de carácter incontrolados, la apatía, la adicción a las redes o los videojuegos, y secundariamente se abandonan actividades deportivas o de ocio al aire libre, lo que es menos saludable, aparte de que a veces padecen ansiedad o nerviosismo, por ejemplo", remarca la especialista.

A la hora de sospechar de que nuestro hijo presenta 'tristeza digital' la doctora Funes recuerda que generalmente los adolescentes son rebeldes, impulsivos, que tienen cambios de humor inexplicables y bruscos, y son en general difíciles de tratar y no suelen ser muy comunicativos.

"Si hablamos de adolescentes es complicado determinar cuánto del cambio de carácter que sufre se debe a un mal uso de las redes sociales, y cuánto al cambio natural y esperable por su edad. Probablemente, un adolescente que no sale, que está apático, que abandona las actividades que antes le gustaban, que pierde las ganas de ir a clase y de estar con sus compañeros, que está irascible, que no soporta que le limiten el uso del móvil, que lo usa en exceso de noche (además de por el día) puede ser un adolescente con esa tendencia a la tristeza tecnológica", advierte la neonatóloga del hospital madrileño.

Foto: Pinterest

En los niños más pequeños subraya que es más fácil detectar cambios en el comportamiento que nos deberían alertar: "Un niño que no quiere jugar, que sólo quiere estar frente a una pantalla es un niño que nos debería preocupar".

Entonces, ¿cómo ayudar a nuestros hijos si padecen tristeza digital? Funes destaca que los padres somos los principales educadores del niño y no podemos subestimar el poder de la tecnología para dañar a los más pequeños si no somos cuidadosos.

En este punto, indica que la Academia Americana de Pediatría recomienda que los menores de 2 años no tengan ninguna exposición a las pantallas. "Puedo asegurar que esto no se está cumpliendo en absoluto, son muchos los niños lactantes que tiene como niñera habitual un móvil o una tableta, lo que empieza a llamarse el chupete de cristal'", menciona.

De hecho, lamenta que basta con observar a nuestro alrededor y ver que hay muchos niños pequen*os en restaurantes, por ejemplo, y con teléfonos para que dejen de molestar. "No prestamos atención y al final el tiempo de exposición es excesivo y repetido", indica. Aquí puntualiza que entre 2 y 5 años podrían estar entre media y una hora al día; entre los 7 y 12 años sólo una hora, y con un adulto delante y nunca en las comidas; mientras, entre los 12 y 15 años no más de hora y media, y prestando especial atención a las redes sociales; y en los mayores de 16 años sólo dos horas.

Además, esta sociedad científica aconseja que los dormitorios no tengan pantallas. "Estas recomendaciones no tienen muchos seguidores entre las familias que nos rodean. Le mejor que podemos hacer con nuestros hijos es dar ejemplo: los adultos estamos también muy pegados al móvil", insiste la doctora Funes.

Después, se muestra convencida de que los padres debemos interactuar con nuestros hijos desde que son muy pequeños, salir a la calle, al parque, a la naturaleza, enseñarles animales, plantas, hablarles, gesticular con ellos. "Es muy importante jugar a juegos de mesa, creativos. Buscar ocio no digital es fundamental. Hacer deporte es parte fundamental del desarrollo del niño. No tener miedo al aburrimiento del niño: no pasa nada si se aburre. El aburrimiento despierta la imaginación", advierte la experta.

Finalmente, aboga por poner limites claros y firmes a los niños, así como crear un ambiente de confianza en casa desde pequeños; o bien acompañarles en sus primeros pasos en las redes sociales. También ve útil el conocer como adultos los riesgos de las redes sociales y del exceso de exposición a pantallas, ya que esto puede hacer que entendamos que nuestros hijos nos necesitan para protegerlos.

"Los daños que causa el mal uso de las redes sociales son poco visibles inicialmente y dan la cara cuando a veces ya es tarde.
Debemos enseñar a nuestros hijos los peligros de las redes sociales", subraya, al tiempo que advierte de que el exceso de exposición a pantallas en los niños pequeños se está empezando a relacionar con trastornos del neurodesarrollo, con retrasos en el habla, o por ejemplo con dificultades en la concentración.

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