Óscar de la Borbolla
13/05/2024 - 12:03 am
Ciencia y democracia
También la democracia nació impura, pues aunque en sus inicios era democracia directa y no representativa o parlamentaria como ahora, sólo podían autorregularse los ciudadanos y de esta categoría estaban excluidos los esclavos y las mujeres; pero aun así, la que regía era la voluntad de muchos poniéndose de acuerdo y no la voluntad feroz de uno solo.
Hay muchos momentos estelares en la Historia de la humanidad: haber llegado a la Luna o, antes, conseguir volar fueron, sin lugar a dudas, dos muy señeros, pues con ellos se conquistaron hazañas dignas de recordar para siempre. Cada quien tendrá su favorito, habrá algunos que preferirán el nacimiento de algún prócer o el suyo propio o el de un hijo: en esto de las preferencias ocurre igual que con los gustos de los que con razón se dice que rompen géneros, y está bien, cada quien es muy libre de hacer su ordenación del mundo como le plazca. Para mí, sin embargo, hubo un par de siglos donde ocurrieron los mejores acontecimientos que marcaron el rumbo y hasta me atrevería a decir que garantizaron el éxito de nuestra especie en el planeta: doy las coordenadas espacio-tiempo: las ciudades que rodean el Mar Egeo (lo que actualmente es Turquía y Grecia) y durante los siglos VII y VI antes de nuestra era.
Ahí y entonces apareció, entre otros muchos prodigios, el germen de lo que hoy nos da fundamento: la ciencia y la democracia, dos asuntos que ahora son muy distintos de como se concibieron, pero que siguen marcados por ese origen: un tipo de logos (razón o palabra) que trata de explicar la naturaleza ya no por los dioses ni de manera subjetiva, sino de acuerdo con la naturaleza misma y con argumentos, y una forma de gobierno que no es la sumisión a un monarca, sino la autodeterminación de todos los integrantes que se consideran iguales y libres, un gobierno no regulado por la voluntad de una persona hegemónica: un macho alfa, sino por la discusión de las ideas y el acuerdo de la mayoría.
Explicaciones del mundo ya había: todo ocurría por la caprichosa voluntad de los dioses y se habían inventado gran cantidad de mitos y leyendas. Y también había gobiernos, formas en las que el más fuerte imponía su voluntad a los demás.
Hoy, aún perduran, al lado de las explicaciones científicas, muchas otras modalidades de pensamientos y se acusa a la ciencia del desastre en que se encuentra el mundo, y también perduran muchas formas de gobierno que recuerdan las viejas tiranías y la democracia está, quizás, más llena de vicios que nunca; pero aún así, ciencia y democracia siguen siendo nuestros mejores medios para entender el mundo y para organizar las sociedades.
Ambas nacieron defectuosas: no es verdad que el principio de todas las cosas sea el agua, como propuso Tales de Mileto, pero sigue siendo verdad que no hay mejor explicación del mundo que el mundo mismo sin recurrir a las creencias, y la prueba irrefutable de la superioridad de las explicaciones científicas es, precisa y paradójicamente, el desastre en el que estamos. Con el pensamiento mágico jamás habríamos logrado enseñorearnos sobre la naturaleza y llegar a ser la especie animal que puede poner en peligro la vida en general.
También la democracia nació impura, pues aunque en sus inicios era democracia directa y no representativa o parlamentaria como ahora, sólo podían autorregularse los ciudadanos y de esta categoría estaban excluidos los esclavos y las mujeres; pero aun así, la que regía era la voluntad de muchos poniéndose de acuerdo y no la voluntad feroz de uno solo.
Duró poco ese momento estelar, muy pronto en los bordes del Mar Egeo resurgieron los tiranos y muy pronto también volvió a imponerse durante centurias el pensamiento religioso sobre el científico: la historia humana ha sido, desde aquel momento cúspide, una lucha constante que, además, nunca tendrá fin. Mi esperanza es vivir el resto de mi vida en la cresta de esos altibajos.
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