Jaime García Chávez
13/05/2024 - 12:01 am
La popularidad de AMLO
López Obrador ganó no para que se impusiera una especie de opio de la historia, sino para corregir los efectos de esa narrativa, y eso es lo que está por toda una etapa sujeta al escrutinio público, no tanto el registro del Presidente en los anales de la historia que tanto le preocupa.
Tirios y troyanos, al examinar el peso específico de Andrés Manuel López Obrador en sus altos índices de popularidad, cometen el error de tener una visión heroica de la historia, sobredimensionando al personaje más que a la compleja circunstancia histórica que lo produjo.
Esta es una desviación recurrente en no pocos historiadores. No se dan cuenta que al poner el acento en el personaje cometen el mismo dislate de Víctor Hugo cuando llamó a Napoleón III “Napoleón, El pequeño”, engrandeciéndolo de alguna manera.
Eso no permeó a la interpretación de Marx cuando escribe el Dieciocho Brumario y empieza por recordar que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. A la postre a ambas interpretaciones se les recuerda como modélicas en el asunto que me ocupa.
Recientemente leí una versión que se queda a la mitad del camino entre esas dos formas de explicar un único suceso histórico. Afirma que la popularidad de López Obrador se debe a toda la historia de excesos que se cometieron durante la etapa neoliberal, que llega incólume hasta ahora, en lo fundamental, como lo agradecieron los banqueros recientemente por no cambiarles “las reglas del juego”. Y en parte se puede tener por válida la aseveración.
Si revisamos la historia del siglo XX, podemos explicar que la gran popularidad del fascismo que entronizó a Benito Mussolini se debió a las debilidades de un desarrollo capitalista tardío en Italia y a la instauración de una democracia liberal que no fue respuesta para consolidar un Estado que, con todo y todo, salió entre los triunfantes durante la Primera Guerra Mundial. Mussolini se burló de todos, pero duró cerca de treinta años en el poder, y buena parte de ese tiempo fue porque se le toleró. Mussolini había ofrecido la solución a todos los problemas.
El caso de Hitler cobra características más complejas. Derrotada Alemania en la Primera Guerra Mundial, obligada a pagar un altísimo costo por el Tratado de Versalles, que fue magistralmente analizado por John Keynes, se desbordó un nacionalismo que le permitió a los nazis entronizarse en el poder, destruir una República que había suplantado a un imperio y llevar al desastre de la Segunda Guerra Mundial de la que, de nueva cuenta, Alemania saldría derrotada. Hitler también había prometido solucionar todos los problemas. En ambos casos, la popularidad de la que gozaron ambos dictadores fue abrumadora.
Entre nosotros la picaresca ya había hecho de las suyas y culpar al pasado se ha convertido en una práctica endémica entre los políticos de todo tipo.
Estas breves notas no pretenden en lo más mínimo comparar a López Obrador con Mussolini y mucho menos con Hitler. Pero eso no es obstáculo para explicar que López Obrador sustenta, casi exclusivamente en una crítica al pasado, el rating que ha obtenido con sus mañaneras y con toda su visión de culpar al pretérito de la historia antes que ofrecer una alternativa necesaria para realmente suprimirlo.
Hay mucho qué decir al respecto, empezando por señalar que el mandato de las urnas no fue un cheque en blanco, sino el respaldo para un viraje que está naufragando en medio de una polarización inadmisible, por agresiva con los que discrepan del discurso oficial.
López Obrador ganó no para que se impusiera una especie de opio de la historia, sino para corregir los efectos de esa narrativa, y eso es lo que está por toda una etapa sujeta al escrutinio público, no tanto el registro del Presidente en los anales de la historia que tanto le preocupa.
Con esto quiero decir que no basta el pasado para explicar lo que hay en el presente, como se demuestra en los análisis que se han hecho sobre Italia, Alemania, y a los que añado el pasado zarista de Rusia.
La deuda más cara será la cancelación en la tarea de construir un Estado democrático, avanzado, liberal, con instituciones que contrapesen a los diversos poderes, genuinos partidos políticos, Estado de Derecho y más. En esto hay deuda.
Cuando escucho a los morenistas solazarse porque van a ganarlo todo: Presidencia, Congreso, gubernaturas, ayuntamientos, advierto una sed totalitaria de poder y deseos de adosar a la grandiosa personalidad de López Obrador una popularidad que partió de oponerse a la hegemonía priista y al presidencialismo imperial, para llegar en círculo al mismo sitio, pero acrecentado exponencialmente. En este caso, lo que también estamos viendo, se ofrecieron soluciones para todo.
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