Jesús Robles Maloof
13/05/2014 - 12:00 am
Espectros
Los espectros existen aunque en pocas ocasiones los vemos. No se distinguen de nuestro paisaje urbano o rural. No los escuchamos ni nos conmueve su sentir. Para ellos la justicia no tiene sentido, no tienen identificación oficial, ni apellido conocido. Algunos se pintan tatuajes en la piel y al morir con eso se distinguen. No […]
Los espectros existen aunque en pocas ocasiones los vemos. No se distinguen de nuestro paisaje urbano o rural. No los escuchamos ni nos conmueve su sentir. Para ellos la justicia no tiene sentido, no tienen identificación oficial, ni apellido conocido. Algunos se pintan tatuajes en la piel y al morir con eso se distinguen. No sabemos de dónde vienen, ni a dónde van. De vez en vez nos causan molestias porque adoptan una forma visiblemente humana que reclamamos como exclusiva.
Intentan ser personas pero no lo logran del todo, y aunque no estamos seguros de cuáles son, las diferencias afloran. Personas son las de nuestra familia o los vecinos, los mismos a los que llamamos compatriotas. Los que vemos en el centro comercial o quienes se sientan alrededor nuestro en los restaurantes. El atrevimiento de los espectros al pretender humanidad nos molesta porque sin serlo, logran parecerse a nosotros.
Las diferencias las aprendimos de la repetición interminable de los discursos políticos y fueron reforzadas por décadas en la casa, la escuela y el trabajo ¿Qué sería si nuestras categorías de conocimiento se borran por esta intención de algunos de igualarnos? ¿A dónde enviaremos los libros de historia oficial y qué haríamos sin dirigir nuestra advertencia al osado extraño enemigo que clama el himno nacional? Los valores comunes, lo que sea que esto signifique, nos dan seguridad y marcan las divisiones milenarias que hay que respetar.
Estos fantasmas que rondan por aquí dicen ser del sur, pero no sabemos bien si provienen de una sola región o de lugares diferentes. Han llegado a confundir tanto el panorama que incluso no los distinguimos de los nacionales sureños. Algunas dicen ser mujeres y algunas niñas, por su edad y ternura las volteamos a ver un poco más, pero no lo suficiente para otorgarles valor.
Algo que está muy claro entre los espectros es que no tienen dinero, mucho menos bienes, que para nosotros son el valor supremo. Con los años hemos desarrollado una técnica infalible para detectar a estos seres. Lo primero es preguntar por su lugar de origen. Si no está en nuestro mapa califica de sospechoso. Si habla de una población conocida hay que dudar y mirar su color de piel. Finalmente se debe revisar su condición económica; si no tienen dinero qué invertir en nuestra sociedad, no son deportistas o no salen en la televisión, son claramente espectros.
Establecer la diferencia entre las personas y los espectros es relevante porque los derechos solo son para las personas. Ellos por el contrario tienen en su existencia una decisión qué tomar: o aceptan ser una especie de esclavos que viven en marginación u optan por huir de esa condición arriesgando la vida.
En las naciones de los espectros, los derechos y la democracia no rigen, aunque la intenten copiar. Así las personas hemos enviado a esos lugares empresas y corporaciones para que aprovechen los abundantes recursos y de paso para darles ocupación. Si no lo hiciéramos así, las personas no disfrutaríamos los minerales, el petróleo y la madera que ahí existe. No podríamos poner nuestras bases militares. Lo que es peor, al estirar el brazo no tomaríamos las deliciosas frutas que allá crecen y que para nuestra felicidad nos traen los supermercados.
Para supervisar todo esto las personas hemos puesto a administradores que deben seguir nuestras reglas estrictamente. Cuando alguno de ellos piensa que puede ser independiente, lo cambiamos por otro en solo semanas. Así que hay orden y progreso benéfico para nosotros en la región. Hay quienes cuestionan este arreglo y por ellos debemos cuidar las apariencias.
Para este fin hemos dado a los espectros la decisión que antes comentábamos. Son libres para elegir entre dos opciones, no importando que cualquier decisión implique caminos minados. Nadie nos puede criticar porque las estadísticas revelan que cantidades importantes de ellos huyen, su libertad está a salvo. Pero al no tener derechos, no podemos facilitarles las cosas. Así que es preciso que el trayecto de huida sea altamente peligroso para que no asuman la libertad como propia.
Las personas más al norte recientemente nos ayudan en esa importante tarea. Afortunadamente aseguraran no solo la frontera norte con un muro bien hecho, el más grande del mundo por cierto, ahora nos ayudarán a reforzar nuestra seguridad en la frontera sur con tecnología, armas y aviones no tripulados, a pesar de que los inconformes de siempre se quejen de nuestra falta de independencia.
Sabemos que los espectros huyen de sus localidades por miles cada día. A nuestras ciudades llegan pocos y prueba de que somos justos es que les damos ocupaciones propias de su clase. Las preguntas necias que buscan explicaciones sobre el destino de los que no llegan, no merecen respuesta. No hay que dedicar segundos de nuestro tiempo para tal tontería. Sabemos que es propio de espectros vagar, aquí o en otro mundo. Finalmente es lo que eligieron.
Entre nosotros hay algunas personas tercas que proclaman una y otra vez que los espectros no existen, que es un viejo prejuicio con el que hay que terminar. Que ellos y nosotros somos iguales y que tenemos los mismos derechos. Dicha locura no solo la dicen, también emprenden su defensa con acciones. Mencionan que tienen miedo y frío, que buscan algo mejor para su espectral familia. Su necedad llega al grado que comen y duermen entre ellos.
Estos humanos rebeldes se han propuesto defender a estos seres. Los muy tercos piensan que en realidad los espectros tienen derecho de vivir entre nosotros. Si observamos con detenimiento estas ideas son sumamente peligrosas. Si las aceptáramos como ciertas, cuestionarían el sentido mismo de lo que nos hace nacionales. Si somos iguales para qué tenemos una bandera, para qué habrá un mundial de futbol y qué decir de los ejércitos.
Tendríamos entonces que dejarles pasar por la frontera y que tirar los muros, pensar que en realidad son humanos, entonces quizá trataríamos de aliviar su sufrimiento. Veríamos en su rostro a nuestra hermana o a nuestros hijos. Quizá tendríamos que detenernos y mirarlos a los ojos y escucharles. Aceptaríamos que en los últimos años decenas de miles de ellos han muerto de hambre, de sed, de insolación. Que entre las personas hay quienes los han obligado a trabajar y quienes los han asesinado masivamente. Qué incómodo resulta todo lo anterior de tan solo pensar que al lado de nuestras confortables vidas hay un mundo así de terrorífico.
A los renegados, que como personas tenemos que escuchar, debemos callarles pronto o convencerán a más y más. Primero se impone cerrar sus albergues, enviarles amenazas u hostigarles sin descanso. A quienes persistan hay que secuestrarles y torturarles. Si es necesario hay que cortarles un dedo, esto va en serio. Hay que dispararles o desacreditarlos socialmente. Es más, propongo que si desean defender a los espectros, les retiremos su humanidad y los declaremos espectros.
En las últimas semanas han llegado lejos. Los espectros y sus defensores se atrevieron a caminar cientos de kilómetros emulando el viacrucis que nuestra divinidad recorrió. Al parecer se gesta una rebelión por reivindicar la humanidad dado que desde el sur se han sucedido una tras otra estas caminatas. Es tiempo de actuar. Hay que recordarles quién es persona y quién no lo es. A los derechos humanos hay que cuidarlos bien, si de pronto se los reconocemos a todos, no van a quedar para repartir entre nosotros.
Sigamos con nuestras cómodas vidas. Los espectros existen, pero no son humanos. Son otra cosa.
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