Después de ser uno de los sitios de mayor destrucción debido al paso de la guerra con Rusia, la ciudad ucraniana de Irpin ha recuperado a algunos de sus habitantes, quienes buscan reconstruir a partir de los escombros que quedaron tras su huida.
Por Cara Anna
IRPIN, Ucrania, 13 de abril (AP).— De una ventana de la sexta planta salían sonidos de golpes y había riesgo de caída de vidrios. Por una vez, no eran los ecos de la destrucción en la ciudad ucraniana de Irpin, sino los de la reconstrucción. Tras la retirada de las tropas rusas de la región de Kiev, los residentes han empezado a regresar a sus casas, o a lo que queda de ellas.
Hace apenas unas semanas, Irpin fue testigo de desesperadas escenas de huida. Los aterrorizados vecinos se abrían paso a través de los resbaladizos tablones de un puente provisional luego de que las fuerzas ucranianas volaron un tramo de concreto para frenar el avance ruso. Pero el lunes, una gran fila de autos esperaba para cruzar el puente recién instalado que permite acceder a la ciudad y a la capital, Kiev.
Los primeros que regresan forman parte de los siete millones de ucranianos desplazados dentro de su propio país. Se cruzan con ancianos y con los otros que pasaron el asalto ruso en fríos y húmedos sótanos, adormecidos por el sonido de las bombas, y que han emergido en un paisaje de tanques destrozados y viviendas dañadas.
En los coloridos bloques de apartamentos de Irpin, donde los cafés y los salones siguen vacíos, aparecen los primeros signos de vida entre los vidrios rotos y las paredes calcinadas. Parece un punto de inflexión, aunque la policía, linterna en mano, sigue recorriendo los inmuebles casi vacíos en busca de cadáveres y minas.
Escaleras arriba, en un pasillo en penumbra, Olexiy Planida trataba de colocar un plástico sobre una gran ventana que da a un parque infantil dañado. Era la primera vez que regresaba a su casa tras huir con su esposa, sus dos hijos pequeños y su perro. Los restos del desayuno, incluyendo un cuenco a medio comer en una silla alta, siguen donde los dejaron. Las macetas de flores se marchitaron. Un juguete de felpa yacía entre los cristales rotos.
“Esto duele”, señaló Planida, de 34 años. Los rusos rompieron todas las puertas del departamento y se llevaron una computadora portátil, un iPad y joyas. Está seguro de que fueron los rusos porque los ladrones de la zona suelen forzar las cerraduras.
“Creo que en un par de años pueden arreglarse”, dijo sobre las casas de Irpin, muchas de las cuales sufren daños similares a la suya o peores.
Espera que sus hijos, de 2 y 4 años, nunca vean la casa como está ahora. Espera también que nunca recuerden la guerra en sí, que él y su esposa han tratado de explicarles de una forma amable.
“Solo les dijimos: ‘Unos tipos malos vinieron a por nosotros'”, apuntó. “No deberían ver estas cosas”. Hasta él le impactaron las ruinas en partes de Irpin y de la cercana ciudad de Bucha.
Al final del pasillo, Oksana Lyul’ka retiraba los vidrios rotos del piso de su sala, con guantes de obra para mover piezas del tamaño de platos de mesa.
Hace unos meses, esta mujer de 28 años regresó a Ucrania desde Chipre para empezar una nueva vida más cerca de casa, y renovó el apartamento. Ahora le preocupan los daños estructurales, además de sus joyas desaparecidas.
Había llegado a la vivienda una hora antes. Antes de subir, lloró.
Huyó de Irpin el segundo día de la guerra y se marchó a casa de sus padres. Ahora está en Kiev, no muy lejos.
“Por ahora no podemos hacer planes”, dijo. “Nuestro plan es ganar la guerra, y entonces decidiremos qué hacer con el departamento. Eso no es lo importante ahora”.
El hecho de que los rusos sigan en Ucrania complica cualquier recuperación real, afirmó. “Todos sentimos dolor y esto es duro y es terrible, pero la gente está sufriendo, está muriendo, y ese es el principal problema”, agregó.
Cerca del puente, que se reconstruye lentamente y une Irpin y la capital, docenas de autos que habían sido abandonados por los residentes que huyeron estaban colocados en filas. Algunos estaban calcinados. Otros destrozados. Algunos tenían los restos de las pertenencias de sus propietarios segundos antes de que decidiesen seguir a pie: termos de café, mascarillas, compartimentos abiertos y documentos tirados.
Ahora, la gente regresa al terreno a buscar lo que dejaron atrás.
Pero no todos lo encuentran. Un hombre se sentó en una vereda con dos fotografías y lloró. Su hermano había desaparecido.