El COVID-19 es tan contagioso que los centros de atención médica no permiten que cónyuges e hijos se reúnan alrededor de los desahuciados por temor a que propaguen la infección. Así que familiares y amigos se despiden de la mejor forma que pueden, con frecuencia con ayuda de empleados de hospitales.
Por Jay Reeves
BIRMINGHAM, Alabama, EU, 13 abril (AP).- Don Pijanowski no estuvo rodeado de sus seres queridos cuando murió.
El hombre de 87 años, padre de cuatro hijos, obrero de Buffalo, Nueva York, murió en un hospital, donde un enfermero estaba parado cerca de él y le dio el mensaje final de sus hijos.
“Pedimos que el enfermero que estuviera a su lado le susurrara en su oído que sus muchachos lo amaban”, dijo su hijo, John Pijanowski.
No fue un final adecuado para un hombre cuya familia lo recordaba como un trabajador duro que nunca hacía las cosas a medias, una persona genuinamente amable que tenía el saludo de su fallecida esposa en la contestadora para que su voz llenara la casa cada vez que sonaba el teléfono.
Sin embargo, fue el único final posible para Pijanowski y para muchas otras personas durante la pandemia causada por un virus al que se ha responsabilizado de más de 110 mil muertes a nivel mundial.
El virus es tan contagioso que los centros de atención médica no permiten que cónyuges e hijos se reúnan alrededor de los desahuciados por temor a que propaguen la infección. Así que familiares y amigos se despiden de la mejor forma que pueden, con frecuencia con ayuda de empleados de hospitales.
Un médico de Nueva York publicó en redes sociales que sostuvo su celular en altavoz junto a la cama de hospital para que un hombre pudiera ofrecer una oración final a su madre de 100 años, una judía con números tatuados en el brazo, la marca de una sobreviviente del Holocausto.
En Nueva Orleans, una mujer utilizó FaceTime para decir adiós a su esposo en otra sección del albergue de ancianos en donde fueron separados por la enfermedad.
En Birmingham, la enfermera Shelby Roberts sostuvo un celular envuelto en plástico mientras varios familiares cantaban y oraban para una mujer que moría por el virus.
“Sólo me senté ahí, escuché y sostuve su mano, puse el canal de evangelistas en la televisión”, dijo Roberts, quien trabaja en la unidad de cuidados intensivos en el hospital UAB. “Le dije a la familia que no sabía qué sucedería, pero sin importar lo que fuera, me aseguraría que ella no moriría sola. Es lo que yo quisiera”.
John Pijanowski, quien enseña en un programa de liderazgo educativo en la Universidad de Arkansas, dijo que siente que no es adecuado no estar con su padre al final.
“Existe este instinto natural de querer correr a su lado. Queremos estar con ellos; no queremos que estén solos”, manifestó.
Tras ser desconectado de un respirador, Pijanowski murió en cuestión de horas el 1 de abril. Sus hijos no saben si su padre escuchó su mensaje final mientras yacía inconsciente y solo en la cama de un hospital, pero un médico les dijo que todo fue lo más tranquilo posible y que le entregaron el mensaje.
“Tenemos fe en que hizo eso por nosotros”, dijo. “Es lo mejor que podemos tener”.