En Pamukkale toda la ladera de una montaña luce blanca impoluta bajo el sol, de esos blancos que hacen doler los ojos, pero ni es nieve, ni hielo, ni sal, ni tampoco es algodón aunque lo parezca, sino que se trata de una formación geológica: los minerales arrastrados por las aguas termales han creado una formación de piedra caliza y travertino blanca como la nieve, además pequeñas piscinas naturales se han ido formando con el paso de los años acumulando el agua en terrazas.
Por Roberto Ruiz
Ciudad de México, 13 de febrero (ElDiario.es/SinEmbargo).- Pamukkale es uno de esos sitios que no se olvidan y es posible que al ver la foto la imagen te haya resultado familiar, como si ya la hubieras visto antes. Que no te extrañe, su espectacularidad recorre el mundo de boca en boca y junto a Estambul y Capadocia es uno de los lugares más visitados de Turquía. Y te vamos a explicar por qué.
En turco, Pamukkale significa literalmente “castillo de algodón”, y en cuanto te encuentras a sus pies entiendes perfectamente a quien se le ocurrió el nombre. Toda la ladera de una montaña luce blanca impoluta bajo el sol, de esos blancos que hacen doler los ojos, pero ni es nieve, ni hielo, ni sal, ni tampoco es algodón aunque lo parezca, sino que se trata de una formación geológica fruto de las aguas termales del lugar.
LA MAGIA DE LA GEOLOGÍA
Nos encontramos en un área de gran actividad sísmica y los movimientos tectónicos hicieron brotar fuentes de aguas termales. Estas aguas arrastran consigo gran cantidad de minerales, sobre todo caliza de creta además de bicarbonato de calcio, que con el paso de los años se han ido depositando hasta dar lugar a estas formaciones de piedra caliza y travertino. El agua surge en la parte alta de la colina y baja repartiendo los minerales, capa a capa y con paciencia, creando cascadas en forma de terrazas a lo largo de toda la ladera, incluso con estalactitas entre ellas.
Semejante espectáculo se convirtió en un potente reclamo turístico durante las últimas décadas del siglo XX y eso le pasó factura. Se construyeron hoteles en su zona alta, se utilizó el agua termal para llenar sus piscinas, se construyó una carretera asfaltada, se vertieron aguas residuales, se pisaba sin control el travertino… En definitiva, un sinfín de desgracias que casi acaba con Pamukkale para siempre. La UNESCO tomó cartas en el asunto y alarmó sobre su destrucción. Se derribaron los hoteles, se cubrió la carretera con piscinas artificiales y se procedió a su conservación. Eso le permitió a Pamukkale junto al vecino yacimiento romano de Hierápolis ser declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988.
DESCALZOS POR EL TRAVERTINO
Si viajas a Turquía y vas más allá de las espectaculares mezquitas de Estambul ten claro que Pamukkale bien se merece una visita. No es fácil llegar, lo más cómodo es volar hasta Denizli, al oeste de Turquía, pero ten en cuenta que está un poco en medio de la nada y que tendrás que poner de tu parte.
Puedes alojarte en la misma ciudad de Pamukkale, situada al pie del “castillo de algodón”, y desde ahí acceder al recinto. Aunque existe una carretera trasera por la que puedes subir en coche o en autobús te recomendamos hacerlo a pie. Al poco de atravesar la entrada comienza el travertino y deberás descalzarte para no dañarlo, esas son las normas. Es rugoso y no resbala en absoluto, puedes caminar con toda tranquilidad. Sobre la superficie corre una fina capa de agua y no debes pisar fuera de las zonas indicadas, como por ejemplo en las piscinas naturales.
En las piscinas artificiales ubicadas en terrazas a lo largo de la subida está permitido el baño, el agua ronda los 35 grados centígrados y verás que en temporada alta y hora punta los turistas no son pocos precisamente, por lo que te recomendamos evitar las horas de mayor afluencia y, si puedes, esperar arriba hasta el atardecer, la puesta de sol que te regala Pamukkale reflejada en la blanca superficie de su travertino es de esas que no se olvidan jamás.
HIERÁPOLIS, PORQUE LOS ROMANOS NO TENÍAN UN PELO DE TONTOS
En la parte superior de la colina se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Hierápolis y están dentro del mismo recinto, por lo que no es necesario adquirir una nueva entrada para visitarlas. Si te gusta la arqueología verás que Hierápolis ya justifica el haber venido hasta aquí, independientemente de las formaciones de travertino de Pamukkale.
La ciudad fue construida aprovechando las aguas termales que surgían del suelo y ya en los siglos II y III era lugar de descanso y retiro romano. Hoy en día aún se pueden contemplar varias de sus construcciones, como el templo de Apolo, los baños termales, varias puertas monumentales y una enorme necrópolis perfectamente reconocible. Pero eso sí, nada como su teatro. Una maravilla del siglo II en muy buen estado de conservación y al que se le calcula un aforo de unas 20 mil personas. Es sin duda el mayor atractivo de toda Hierápolis.
Además, sobre los antiguos baños se encuentra un museo con las piezas más valiosas del yacimiento y no muy lejos de allí se ubica el complejo “antique pool”, también conocido como la Piscina de Cleopatra, unas piscinas al aire libre de agua caliente que te permiten bañarte entre ruinas romanas sumergidas. Con restaurantes y tiendas de souvenirs, la “turistada” no puede ser mayor.