Roberto Bolaño: Entre más detractores, más lectores

13/02/2016 - 12:01 am
Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile en 1953 y murió en Blanes, España, en 2003. Foto: Cortesía Grau Serra
Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile en 1953 y murió en Blanes, España, en 2003. Foto: Cortesía Grau Serra

El conflicto literario del célebre autor chileno hace mella en los lectores asustadizos, asegura el joven escritor mexicano Franco Félix por medio de la cual pone en el patíbulo a aquellos que le reclaman al creador de Los detectives salvajes, una historia.

Por Franco Félix

Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).- Cada julio, en un nuevo aniversario de la muerte del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2013), las redes sociales se llenan de fotografías, frases, portadas de sus libros, etcétera.

Los lectores que lo consideran una figura literaria lo recuerdan con cariño. Los que no lo conocen caen en el error de cliché y lo confunden con Chespirito; pero también están los otros, los lectores que encuentran en el chileno a un autor sobrevalorado. Y no es extraño que Bolaño no sea apreciado de la misma manera por cada uno de los lectores (es bastante normal la polarización, a unos les agrada, a otros no; pasa con todos los escritores).

Lo curioso es la campaña anti-bolañesca. Ese afán de rebajar los méritos que su propia pluma ha logrado. Y en este ímpetu por revelar un Bolaño sin potencia literaria se origina un impulso mucho mayor al mito de Roberto Bolaño. Entre más detractores, más lectores.

Es muy simple, es una fórmula bastante sencilla: no me gusta un libro, lo cierro, lo hago a un lado. Eso pasa con muchos autores que, en lo particular, me aburren. No me interesa iniciar una empresa para derrocar autores encumbrados. Simplemente, no hablo de ellos, no formo parte de la bola de nieve que rueda. No los leo.

Entonces, ¿cuál es el resentimiento de los detractores?

La mayoría de los “críticos” de la obra (esta mayoría sólo ha leído Los detectives salvajes) de Roberto Bolaño se sube al ring de la discusión con los siguientes adjetivos  y apreciaciones–lejos del oficio de la crítica, por supuesto-: aburrido, largo, elitista, pretencioso, sin historia. Tengo una pregunta para ellos: ¿Qué hora es? ¿El siglo XIX? Que un libro sea sancionado por no tener historia es tan imbécil como exigirle al Ulises que nos cuente algo más que el recorrido que hace Leopold Bloom en Dublín.

Bolaño ha muerto, sus libros no, dice el autor de Kafka en traje de baño. Foto: Cortesía Joel García
Bolaño ha muerto, sus libros no, dice el autor de Kafka en traje de baño. Foto: Cortesía Joel García

Creía, ingenuamente, que habíamos dejado atrás estas nociones anticuadas de la Literatura desde Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy de Laurence Sterne, de la cual el crítico literario Samuel Johnson comentó: “Nada extravagante puede perdurar”. Noticias de último momento: Tristram Shandy inaugura la novela moderna que, es verdad, puede resultar aburrida para los lectores que se acomodan de maravilla en el orden decimonónico.

Sí, perduró.

SU PASIÓN POR LA LITERATURA

El rencor de los lectores, podemos decir a quemarropa, se halla en el contenido, la historia que cuenta el escritor, su pasión por la misma literatura. No he advertido ningún opositor que refleje su angustia por la construcción literaria, el estilo, sus licencias, su sintaxis, nada, no hay. Todos transitan por la misma vereda: sus personajes son malditos trasnochados.

El conflicto literario de Bolaño hace mella en los lectores asustadizos. Se escurre entre sus manos la posibilidad de un mundo execrable que no tiene como protagonista a un joven escritor, el gran tema de los escritores jóvenes. Recordemos que Bolaño no fue escritor, sino hasta el final de su vida. A mí me parece mucho más pretencioso el cosmopolitismo en provincia que una novela sobre tres sujetos investigando el paradero de Cesárea Tinajero.

Por otro lado, están los escritores antipáticos que emulan las viejas prácticas de la genialidad (+genio / +intratable): hacen de su personalidad un puño de malos hábitos y de animadversión. Son malos, son más malditos que los malditos desde el pupitre, desde su MacBook Pro, todo lo detestan, todo está mal. Le reprochan a Bolaño haber perdido la marginalidad por acumular lectores, de institucionalizarse, mientras ellos tienen aspiraciones de grandeza editorial. Ellos son magníficos, van en contra de la corriente. Son únicos.

¡Ah, qué detractores!

Hablemos de otros críticos literarios. Susan Sontag estaba fascinada con la obra de Bolaño. En el New Yorker, dedicó su columna a la revisión de Nocturno en Chile. Su colaboración estaba construida principalmente por elogios. By Night in Chile, traducida así al inglés, resultó una obra muy bien aceptada por el público estadounidense en 2003. Ese mismo año, el 15 de julio, el autor chileno perdería la vida. Meses después, en octubre, al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, ella se referiría a Bolaño de la manera siguiente: “De lo que he leído en los últimos años, me gusta mucho Roberto Bolaño. Es una pena que haya muerto tan joven. Escribió mucho y estaba empezando a ser traducido al inglés, pero le quedaba tanto por escribir”. Y vaya que empezaba a ser traducido.

Estados Unidos descubrió a Bolaño, uno de los escritores latinoamericanos más vendidos en ese país gracias al agente literario Andrew Wylie, el Chacal. La editorial estadounidense New Directions, que fuera fundada en 1936 por James Laughlin, apostó por el chileno y en su catálogo se encuentran todos los títulos de su repertorio, quince libros que van desde La pista de hielo (The Skating Rink en inglés) hasta La universidad desconocida (Unknow University).

El New York Times Review of Books de 2008 lo colocó en los ocho mejores libros escritos. Pero quizá el mayor impacto que elevó las ventas a niveles estratosféricos fue la recomendación de Oprah Winfrey en su revista para mujeres. Nunca antes se había visto a los lectores estadounidenses tan ávidos por un escritor latinoamericano, no desde aquel artificioso Gabo y su último disparo literario Cien años de soledad (1982).

Pero no fue Estados Unidos el primero en reconocer a Bolaño. Antes, Francia había advertido la avalancha mediática. El suplemento Libération dedicó seis páginas y la portada a revisar su obra. Bolaño alcanzó a ver la punta del iceberg. Luego Alemania e Italia empezaron a traducirlo. El mito se inauguraba con la publicación de su obra en otros países. Y esto no es algo que no experimente cualquier escritor que sea traducido a otros idiomas: si tiene fuerza narrativa su trabajo literario será observado, por unos apreciado, por otros vapuleado. Bolaño es como cualquier otro autor, el problema, insisto, está en la recepción de sus contenidos.

Hay algo que no terminan de entender los detractores y quizá convenga recordarlo otra vez: Sus libros no son autobiográficos, sino autoreferenciales. La vida no arde ni encendiendo todas las hojas de todos los libros en sus bibliotecas. Mientras que en algunos párrafos de Bolaño, a pesar de suscribirse a la ficción, hay mucha más vitalidad que cualquiera de nuestras aburridas vidas de biblioteca. Reduzcan su rencor, su campaña, Bolaño está muerto, sus libros no.

Quién es Franco Félix: Hermosillo, 1981. Estudió Literaturas Hispánicas. Ha publicado en revistas como Vice, La Tempestad, Tierra Adentro, Luvina, Pez Banana, Diez4, entre otras. Obtuvo la beca Edmundo Valadés de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes en 2009 por la revista Shandy; la beca Jóvenes Creadores en categoría de Novela (2011-2012) con Teoría del Asperger y la beca Residencias Artísticas México-Argentina 2014 con La maldición Naigu, las tres del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Fue ganador del Concurso de Libro Sonorense 2014 con Kafka en traje de baño (NitroPress), en género de crónica, obtuvo también el Décimo Premio Nacional Rostros de la Discriminación Conapred 2014 con “El origen del autismo” y el Premio Binacional de Novela Joven Border of Words 2015 por Los gatos de Schrödinger.

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