El mito del Che todavía da libros y este es uno que indaga sobre el misterio de su muerte en Bolivia, acaecido -dice Tengo a papá– por orden de Fidel Castro, quien no estaba de acuerdo con los principios maoístas de Guevara y era mucho más solidario con el plan ruso de la época. A 50 años de su muerte, Ernesto Guevara sigue vivo, al punto de que se ha reeditado su biografía, de Paco Ignacio Taibo II.
Ciudad de México, 13 de enero (SinEmbargo).-El 8 de octubre de 1967, Ernesto Che Guevara fue capturado por el ejército boliviano en las proximidades de la aldea de La Higuera, al sudeste de Bolivia. Al día siguiente lo fusilaron sin juicio previo.
Transcurrido medio siglo desde aquel suceso, la opinión pública sigue dividida.
¿Fue el Che un héroe? ¿O se trataba de un asesino despiadado a la cabeza de una banda de guerrilleros comunistas?
J. J. Benítez, gracias a su predilección por personajes malditos, ha dedicado seis años de investigación para tratar de averiguar qué sucedió en las últimas horas del mítico guerrillero argentino y a quién cabe atribuir su muerte.
Una obra desmitificadora que nos descubrirá quién ordenó matar al Che, cuál era su cara oculta o cuál es el verdadero paradero de su cuerpo, entre muchos otros misterios alrededor de su figura.
Extracto del libro “Tengo a papá”. Las últimas horas del Che, de Diego J. J. Benítez, publicado en el sello Planeta, 2017. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
Nada de lo planeado salió como se esperaba… ¿Fue un desastre minuciosamente planificado? Yo así lo creo.
Pero mejor será que arranque por el principio.
Conocí al Che en la Sierra Maestra, en plena revolución. Yo tenía dieciocho años.
Era un guajiro, un campesino. Allí había nacido. Allí perdí a mis padres. Y allí me casé. Mi esposa se llamaba Mami. Era igualmente guajira y muy bella.
Pero un día llegaron unos soldados de la Guardia Rural, al servicio de Batista, y nos acusaron de no sé qué. Arrastraron a Mami hasta el monte y allí la mataron, a tiros. Y la dejaron como un animal, entre las matas. Sólo tenía quince años.
A partir de esos momentos decidí vengarme de Batista.
Pero ¿cómo? Yo era analfabeto. Ni siquiera tenía un arma.
Y supe que unos barbudos andaban por la sierra, en lucha contra Batista, el dictador. Era el mes de enero de 1957.
Me acogieron y me hablaron de la revolución. Pero yo no sabía qué era eso. Yo sólo deseaba vengarme.
Y conocí a Camilo Cienfuegos, uno de los comandantes. Le caí bien y se convirtió en mi tutor. Él me enseñó a disparar. Con él hice muchos combates. Después conocí a Fidel y también al Che. Pero ninguno de los dos se parecía a Camilo. Mi tutor era sencillo. Usaba palabras cubanas y comprensibles. Siempre sonreía. El Che era otra cosa, mucho más serio y de palabras raras.
Con el paso del tiempo me convertiría en uno de sus compañeros y guardaespaldas. Y acompañé al Che a otros frentes guerrilleros. Peleé a su lado en el Congo, durante siete meses, y por último en Bolivia, hasta que le mataron. Sé, por tanto, de qué hablo.
ARGEL: LA MOSCA EN LA SOPA
Poco a poco, tras la victoria de la revolución, las diferencias entre Fidel y el Che fueron aumentando. Todos lo sabíamos en Cuba… Todos lo veíamos. Y todos intuíamos el resultado: uno de los dos sobraba.
Fidel y su hermano Raúl eran prorrusos. Moscú nos daba de comer. En aquel tiempo, las inversiones soviéticas en la isla superaban los cien millones de dólares anuales.
El Che tenía otras ideas y, sobre todo, otros sentimientos.
Su credo era el maoísmo. Predicaba el “hombre nuevo socialista”. Un hombre que aplastara al imperialismo norteamericano y que engendrara una nueva sociedad. Y para ello sólo había un camino: la guerra.
La “coexistencia pacífica” defendida por los rusos era un insulto.
Así nació la vergonzosa prisión de Guanahacabibes, en la provincia de Pinar del Río. Allí fueron recluidos los que habían cometido faltas contra la moral revolucionaria y contra el “hombre nuevo”. El Che fue un importante defensor del “centro de reeducación”, como lo llamaban eufemísticamente. Y encerró a toda clase de artistas, homosexuales, católicos, místicos, santeros, drogadictos e, incluso, seguidores de los Beatles.
Y llegó el 25 de febrero de 1964.
El Che subió a la tribuna, en el II Seminario Económico de la Solidaridad Afroasiática, celebrado en la ciudad de Argel y, sin consultarlo con Fidel Castro, desnudó a Moscú, ante el regocijo de Occidente.
“Los soviéticos —clamó en francés— negocian su apoyo a las revoluciones populares en beneficio de una política ajena, egoísta, alejada de los grandes objetivos internacionales de la clase obrera…”.
Y añadió, en mitad de un silencio de muerte:
“… Los países socialistas (Moscú) son cómplices de la explotación imperialista”.
Los rusos se sintieron avergonzados e indignados.
Y el Che prosiguió su discurso, calificando a los soviéticos de “ladrones y traidores”, entre otras lindezas.
Cuando el Che regresó a Cuba, Fidel Castro y el “rebelde” se encerraron durante tres horas. Los gritos se oían en el jardín.
Fue en mitad de esa bronca cuando Fidel ordenó que hiciera la maleta y abandonara la isla. Podía volver a su mundo irreal de la guerra de guerrillas. Y sugirió el Congo.
La inteligencia cubana, con el célebre Barbarroja al frente, prometió que la aventura en el Congo se prolongaría durante dos años. En ese tiempo, el Departamento de la Liberación (organismo dedicado a la organización de guerrillas revolucionarias en América) pondría a punto la infraestructura necesaria para trasladar al Che a un país de América del Sur.
“La lucha en el Congo —aseguró Piñeiro, jefe de los servicios de inteligencia cubanos— servirá para endurecer a los combatientes que acompañarán en su día al Che a la guerra de guerrillas de Sudamérica.”
Y el mencionado Departamento de Liberación (la cloaca de las cloacas del Ministerio del Interior) puso manos a la obra: el Che moriría como un héroe.
Estábamos en marzo de 1964.
No debemos olvidar esa fecha.
Por encargo de Fidel, Manuel Piñeiro, alias Barbarroja, y sus hombres iniciaron una operación secreta para hacer desaparecer al incómodo Che. Pero había que hacerlo con tacto e inteligencia, de forma que la “caída” lo convirtiera, además, en un mito.
Fidel, naturalmente, informó a los rusos.
La suerte del Che estaba echada… Tarde o temprano caería. Esa fue la exigencia de Moscú para seguir subvencionando a Cuba.
UNA PATADA A LA RADIO
La campaña guerrillera en el Congo fue un desastre total. Nada salió como esperábamos. Y allí descubrí a un Che que no conocía. Se volvió vulgar, grosero, intransigente y déspota. Maltrató a los combatientes congoleños y, por supuesto, a nosotros, los cubanos. Yo empecé a tenerle miedo.
Nos preguntamos más de una vez qué pintábamos en aquel país. Y llegamos a insinuárselo. Pero el Che se burlaba de nosotros o nos castigaba con guardias y reducía las raciones de comida.
El 3 de octubre de 1965, días antes de nuestra vergonzosa huida del Congo, el Che estaba oyendo la radio. Y, de pronto, escuchamos a Fidel. Hablaba ante el Congreso del Partido Comunista Cubano. Fidel leyó una carta del Che. Mejor dicho, una supuesta carta. En el texto, el Che se despedía de Cuba, de su nacionalidad cubana, de sus cargos y de sus hijos. Nos quedamos perplejos.
¿Qué dijo el Che? Nada y todo. Se volvió hacia la radio y lanzó una patada. Pero no alcanzó el aparato. Fidel lo tenía todo calculado…
LAS “GUERRITAS” DEL CHE
El 24 de octubre de 1965, amparados en la oscuridad, cruzamos el lago Tanganica y huimos. Allí quedaron, abandonados, los rebeldes congoleños y algunos de mis compañeros cubanos.
El Che se refugió en la embajada cubana en Dar es Salam, en Tanzania.
Le ofrecieron regresar a Cuba, pero se negó. Estaba avergonzado e histérico. Todo había salido mal. Su prestigio estaba por los suelos. Fidel había leído una carta que —según el Che— “nunca escribió”. No podía retornar a la isla. A no ser que…
Y Fidel lo engañó de nuevo.
Barbarroja se comunicó con el Che y le hizo ver que tenía varias “ofertas para sus guerritas”.
Naturalmente, Barbarroja era la voz de su amo (Fidel). Una de las propuestas fue Bolivia (!). Pero el Che la rechazó. Él deseaba guerrear en Perú.
El Departamento de Liberación terminó convenciéndolo. Bolivia era el “puente” para el sueño dorado del Che: iniciar la guerrilla en su querida y añorada Argentina.
¿Qué le dijeron? ¿Qué le prometieron? Sólo Fidel y los hombres de la inteligencia cubana lo saben.
La cuestión es que, en marzo de 1966, el Che huyó de Tanzania y voló a Praga. Allí permaneció escondido.
Regresaría a Cuba el 21 de julio y de riguroso incógnito.
Pero antes de su retorno a la isla pasaron cosas. Algunas muy graves y significativas. Fidel y su fiel Barbarroja se reunieron con el secretario general del Partido Comunista de Bolivia, Mario Monje.
En la primera entrevista, en enero de 1966, Fidel Castro sondeó las intenciones de Monje. ¿Estaba dispuesto a colaborar en la guerra de guerrillas en Bolivia? Monje dijo que sí y quedó en enviar bolivianos a Cuba para su adiestramiento.
Aparentemente, Monje mordió el anzuelo. El diabólico plan de Castro siguió su camino.
En mayo de ese mismo año —cuando el Che se encontraba oculto en Praga—, Fidel volvió a convocar al secretario del Partido Comunista de Bolivia. En un vuelo de Camagüey a La Habana, Fidel conversó con Monje y le dijo, textualmente: “… Resulta que un amigo común quiere volver a su país… Alguien cuyo calibre revolucionario nadie puede poner en tela de juicio… Y nadie puede negarle el derecho de regresar a su país… Él piensa que el mejor lugar por donde pasar es Bolivia… Te pido que le ayudes a pasar por tu país”.
Monje adivinó de inmediato que el “amigo común” era el Che Guevara. Y aceptó, naturalmente.
Fidel lo engañó de nuevo. No se trataba de llegar a Argentina por Bolivia. Eso, de ser cierto, lo hubiera podido llevar a cabo por cualquier otro camino.
Pero Monje no era tan necio como calculaban Fidel y sus fieles hombres de la inteligencia cubana. Y el secretario del Partido Comunista Boliviano voló a Moscú e informó de los planes de Fidel.
Estaba claro. Fidel pretendía deshacerse de su “amigo” y los rusos aplaudieron en silencio.
Y la operación “Mameluco” siguió su curso…
LA TERCERA GUERRA MUNDIAL
En julio de ese año (1966), el Che ingresó en Cuba. Nadie lo supo, salvo Fidel, los hombres de Barbarroja y Aleida March, su segunda esposa.
¿Qué le propusieron al Che?
Muy simple: establecer la guerrilla en Argentina, pero antes debía establecer las condiciones desde Bolivia. Allí reuniría a una fuerza importante subversiva y, poco a poco, los guerrilleros serían lanzados a los países fronterizos: Brasil, Perú, Venezuela y Argentina, naturalmente. Él, entonces, pasaría a Argentina y se haría con el poder. Esta situación —según el Che— provocaría la inmediata intervención de Estados Unidos en cada uno de los países. Y ello llevaría al enfrentamiento entre Oriente y Occidente. Rusia y China combatirían a USA y a sus aliados y estallaría la tercera Guerra Mundial. Sería la victoria del “hombre nuevo socialista”.
Así se lo pintaron al ingenuo Che. Y éste aceptó encantado.
LA BELLA TANIA
En septiembre de 1966, el Che envió a La Paz a la bella Tania, alias de Tamara Bunke Bider, una agente triple, al servicio de la temida Stasi (policía política de Alemania del Este), del KGB ruso y de la no menos temida inteligencia de Cuba.
Tania tenía veintinueve años. Era rubia, de bellísimos ojos verde-azulados, atlética, experta en tiro deportivo y conocedora de varias lenguas. Había nacido en Buenos Aires, aunque de madre alemana. En 1960 llegó a Cuba como traductora y se hizo amante del Che.
El objetivo del Che era reunir un máximo de información sobre las autoridades bolivianas y conseguir que Tania empezara a preparar la infraestructura ciudadana para la guerrilla.
La valiente y hermosa espía hizo bien su trabajo y llegó a ser la amante del general Barrientos, presidente de la República.
Pocos días antes de la llegada de Tania a La Paz, el 26 de agosto, dos bolivianos del Partido Comunista compraron una finca en la región de Ñancahuazú, al sur de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en el sureste boliviano. Se hicieron pasar por ganaderos y pagaron, en metálico, 10 000 pesos bolivianos. El dinero, por supuesto, procedía de Cuba. La propiedad abarcaba una extensión de 1227 hectáreas.
El Che no estuvo de acuerdo con la compra de la referida finca. Él prefería un terreno en el Alto Beni, en la amazonia boliviana. Ñancahuazú era un lugar despoblado, perdido entre montañas y muy mal comunicado. Pero Barbarroja terminó convenciendo al Che. Era el lugar ideal para su destrucción, aunque esto último fue considerado “secreto de Estado”. Sospecho que el Che nunca supo de las sucias maniobras de su “amigo” Fidel.
Y los hombres del Departamento de Liberación, con Barbarroja a la cabeza, siguieron trazando los planes para el asentamiento y desarrollo de la guerrilla del Che en los bosques de Ñancahuazú.
25000 PELOS
En aquel verano de 1966, siguiendo las consignas de Barbarroja, un selecto grupo de combatientes cubanos fuimos convocados al despacho de Raúl Castro, entonces ministro del Ejército. Allí llegaron viejos amigos: todos habían luchado con Fidel en la Sierra Maestra. Conté quince.
Raúl fue muy escueto. Nos dijo que habíamos sido seleccionados “para una misión muy importante”.
Nos dio la mano y se despidió.
¿Una misión importante?
Ya lo creo que lo era: nos llevaron a una muerte segura y planificada, pero, sobre todo, organizaron la “desaparición” del Che. Los rusos quedaron muy satisfechos. A partir de ese momento nos metieron en un camión y nos llevaron a una finca propiedad del Estado, al oeste del país, entre los pueblos de Cabaña y Artemisa, en eN arranque de la sierra del Rosario. Allí nos entrenamos duramente a lo largo de 85 días. Y una mañana sucedió algo poco común…
Nos metieron en el mismo camión y nos trasladaron a un lugar llamado San Andrés de Taiguanabo, en la sierra de los Órganos.
Nos detuvimos frente a una casa señorial, con piscina. Y nos hicieron formar.
Al poco se presentó un tipo muy bien trajeado, con los zapatos brillantes y unos espejuelos (gafas) de cristales gruesos. Era casi calvo.
Caminó despacio hasta nosotros y pasó revista. Fumaba en pipa; una pipa de plata. Y pensé: “¿Este sujeto será nuestro comandante? Parece un burócrata o un hombre de negocios”. Tomassevich, que era nuestro comandante en los entrenamientos, se dirigió al personaje de la pipa y declaró:
—Doctor, éstos son los hombres de los que le habló Fidel. A ver qué le parecen.
El individuo continuó observándonos. Su mirada, ahora, era burlona. Finalmente replicó, de manera que todos pudiéramos oírle:
—A mí me parecen unos comemierdas…
Nos enfadamos, y mucho.
Y el tipo se acercó y nos dio la mano, uno por uno. Al hacerlo comentaba:
—Mucho gusto. Ramón…
Al terminar, Tomassevich volvió a preguntar: —¿Qué le parecen ahora?
—Siguen siendo los mismos comemierdas…
El silencio fue total. Nos lo comíamos con la mirada. ¿Quién era aquel miserable para insultarnos? Después se detuvo frente al comandante Sánchez Díaz y le dijo:
—Yo a ti te conozco…
—Es imposible que usted me conozca.
J. J. Benítez Pamplona, España, 1946. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, España. Era una persona normal (según sus propias palabras) hasta que en 1972 el Destino (con mayúsculas, según él) le salió al encuentro, y se especializó en la investigación de enigmas y misterios. Ha publicado 56 libros.