“Del libro y del hijo no se dudan”, dijo la fantástica Marguerite Duras, ejemplo de una vida dedicada a la escritura, la gran aventura que para muchos seres humanos ha constituido una posibilidad de trascender la futilidad existencial, aunque sea por un segundo, probablemente de manera ilusoria y tan abstracta como inasible.
En el Día de la Mujer, un festejo que destaca el lugar que el género ocupa en un sistema social que ofrece todavía muchas desigualdades, quisimos celebrar la presencia de las escritoras con una pregunta: ¿Qué es la escritura para ti: qué te ha dado, qué te ha quitado?
No era nuestro interés acudir al cliché de explicar la condición de género, porque pensamos que ese cliché ahonda precisamente las desigualdades. A los hombres nunca se les pregunta qué significa ser hombres.
Ciudad de México, 8 de marzo (SinEmbargo).- Dado que la gran masa que sostiene el mundo de la lectura es, precisamente, femenina, hallamos atractivo meternos un poco en ese universo de la imaginación y la palabra que estas verdaderas joyas de nuestra literatura alimentan con vocación y compromiso.
Como toda selección se construye también por las ausencias. Afortunadamente, son muchísimas las mujeres que al decir de la autora Raquel Castro, “en vez de ser "reinas de un hogar", aisladas, deseosas de aniliquilar (por envidia o frustración) a las "reinas vecinas", luchan por un espacio común, colaborativo y donde todos los implicados salgan beneficiados.”
Muchas llegaron a nuestra redacción sonriendo y, como era previsible, hablando sin parar. Otras no llegaron a la foto pero igual mandaron sus reflexiones. El resultado fue gozoso para quienes produjimos el reportaje y esperamos que así sea vivido también por nuestros lectores.
CLAUDIA MARCUCETTI. Nació en Spezia, Italia, en 1968. A los 13 años llegó a México con su madre. Estudió arquitectura, profesión que ejerció durante diez años, hasta que decidió dedicarse de lleno a la escritura. Ha colaborado en el periódico Excélsior y las revistas Open, Marie Claire, Central y Playboy. Ha publicado la colección de cuentos ¡Lotería! Historia de rifas diarias y las novelas Los inválidos y Heridas de agua.
Escribir es una forma de entenderme, de aceptarme y, a veces, hasta de quererme, pero nunca demasiado. Es también una de las maneras más efectivas, a veces divertidas, a veces dolorosas, de comunicarme con los demás.
Me ha dado más claridad de pensamiento y me ha quitado mucho tiempo.
No creo que esto hubiera cambiado de haber sido hombre y de ser así no tengo manera de saberlo. Hablo desde mi punto de vista que, da la casualidad, es el de una mujer, sin embargo no me identifico en ningún grupo, ni siquiera en el del género.
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LAURA MARTÍNEZ-BELLI. Nació en Barcelona en 1975, pero a temprana edad se mudó con su familia a Panamá, país donde pasó su infancia. Volvió a España en 1988 para estudiar Ciencias de la Información e Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid. En 1995 se trasladó a México donde continuó sus estudios en la Universidad Iberoamericana y trabajó con el Museo del Palacio de Bellas Artes. Su entrada en el mundo literario llegó con su primera novela, Por si no te vuelvo a ver. El ladrón de cálices, su siguiente novela, fue un éxito de ventas. En Las dos vidas de Floria, Martínez Belli, despliega su afición por el realismo mágico, contando la historia fantástica de una mujer mitad humano, mitad planta. Ahora llega el turno de La última página, donde Laura cuenta la historia de Soledad, una desengañada joven que es contratada para preservar la memoria de un excéntrico personaje en un Banco de Recuerdos.
La escritura me brindó la oportunidad de descubrir a la mujer que habita en mí, un ser soñador e imaginativo al que le gusta creer que éste puede ser un mundo mejor si se utilizan las palabras correctas. La escritura me da libertad para usar mi propia voz, me da la oportunidad de tocar los corazones de gente que jamás conoceré, me abre puertas a mundos desconocidos y sobre todo me enseña a escuchar a los demás con los oídos abiertos y los ojos cerrados. Quitarme, no me quita nada. La escritura es un manantial de oportunidades, placeres y un refugio en el cual cobijarse cuando las palabras suenan mejor en silencio. Si acaso escribir me quita tiempo con los seres queridos que pueblan mis días más allá de las páginas. Pero llegado ese punto, sé que es momento de hacer a un lado el papel y vivir, disfrutar de la vida real --la más inverosímil de todas las historias--, hasta que mis hijos de ficción vuelvan a reclamarme historias inventadas y me encandilen como las sirenas que son.
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SANDRA LORENZANO. (Buenos Aires, 1960) vive en la ciudad de México desde 1976, donde se doctoró en letras por la UNAM. Especialista en arte y literatura latinoamericanos, es vicerrectora académica de la Universidad del Claustro de Sor Juana y ha impartido cursos y conferencias en universidades mexicanas y del extranjero. Creó en el Instituto Mexicano de la Radio el programa semanal En busca del cuento perdido, del que es conductora. Coordinó el título La literatura es una película. Revisiones sobre Manuel Puig y es autora de los ensayos Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura – libro que recibió la Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas -, Aproximaciones a Sor Juana y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen, de la novela Saudades, de la novela Fuga en mí menor y del libro de poemas Vestigios. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.
Escribir para “intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos”, escribió Marguerite Duras. O escribir para no morir, quizás. O para no ser más que palabras. Escribir porque no podemos hacer otra cosa; porque no queremos hacer nada más. Escribir para conjurar a los fantasmas. Escribir para no tener que ir a una oficina. Escribir rodeados de libros aunque eso nos lleve al silencio. Escribir aunque “preferiríamos no hacerlo”. Escribir con todo el cuerpo. Escribir para que alguien pueda “adoptar la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado…”. Escribir para inventar ángeles. O para enterrarlos. Escribir con vergüenza. Escribir en viejos escritorios apolillados. Escribir de pie. Escribir a la hora violeta. Escribir por los que no están. Escribir al ritmo de la respiración; relajados o ahogados en whisky. Escribir escondidos en el ático. O escribir a voz en cuello. Escribir para mirar morir una mosca. Escribir para no llegar nunca al punto final. Escribir cantando. Escribir con Bach y sus sonatas para cello. Escribir mirando el rostro amado. Escribir apenas rozando el teclado. O con entrañable tinta sepia. Escribir para no perdernos en lo cotidiano. Escribir con miedo. Escribir para inventar las vidas que no vemos al otro lado de la puerta. Escribir para explorar la noche. Escribir como náufragos. Escribir porque dios no nos escucha. Escribir porque el desierto es infinito. Escribir a la luz de una vela. Escribir en el metro. Escribir porque todos moriremos. Escribir en pequeñas libretas. Escribir para estar solos. O no. Escribir cuando todo lo demás es silencio. Escribir con los otros. Escribir desde el pozo negro de la angustia. Escribir para no tener que salir de este cuarto. Escribir para ser feliz a deshora. O quizás escribir a lápiz. Escribir para escuchar otras voces. Escribir de madrugada. Escribir con lentes nuevos. Escribir, madre, en la lengua de tus asesinos. Escribir hacia adentro. Escribir para salvar los restos. Escribir y desescribir ante el mar de Ítaca. Escribir para no olvidar las palabras. Escribir desde el tartamudeo. Escribir frente a la corriente zaina. Escribir alrededor del fuego. Escribir lejos de la computadora. Escribir para conocer el sabor de tu piel. Escribir en el vacío. Escribir frágilmente. Escribir desesperadamente. Escribir de un tirón. Escribir a regañadientes. Escribir olvidados por los dioses. Escribir desde la hospitalidad. Escribir para encontrar el sonido primigenio. Escribir para abrazar otras huellas. Escribir en idiomas perdidos. Escribir para volver a casa.
Escribir con / contra la muerte
¿Por qué escribir? La respuesta está en el texto “Escribir”, pero, por supuesto, hay más que eso. Hay una lucha desaforada entre no querer hacerlo y no querer dejar de hacerlo. Las dos opciones me provocan un desasosiego permanente. Hay la necesidad de encontrar un espacio (dentro mío, pero también fuera) que vaya más allá de la intrascendencia cotidiana, del “puré de lenguaje”; un espacio que apele al silencio como objetivo último, pero después de haber pasado por los pliegues de la palabra. La palabra calcinada, la palabra en duelo, como paso ineludible. Será porque finalmente, toda escritura es escritura contra la muerte. ¿Contra la muerte? Quizás diría con la muerte. Ahí está, siempre como copiloto en la tarea de escribir.
Escribir, entonces, como aprendizaje de convivencia con la muerte, con las ausencias queridas. Decía Josefina Vicens que las corridas de toros son el único espectáculo en que la muerte es uno de los protagonistas. Yo diría que lo mismo sucede con la escritura. Las muertes cercanas y la propia. Y por lo mismo, es un modo de mostrar que estamos vivos.
Para mí es fundamental la relación con el silencio. El silencio es el modo de escuchar las voces de adentro, y también aquellas de afuera que no intentan imponerse vociferando. Sin silencio, la escritura es un ruido más. Farsa. Mentira.
“Lo más verdadero es poético”, dice Hélène Cixous. Porque es inaprensible, inasible, no se deja atrapar ni reducir. Ésa es la búsqueda de la escritura. Lo predecible, lo convencional se conforma con los cánones establecidos. La escritura poética es riesgo. Camina en una cuerda floja, insegura, escurridiza, pero desde la cual ve un paisaje inigualable. Y ésta es una de mis frases de cabecera cuando escribo. Es de otra escritora mujer a quine deberíamos tener mucho más presente: Josefina Vicens:
“Si el libro no tiene eso, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco; si las palabras no pueden sostenerse por sí mismas, sin los andamios del argumento; si la emoción sencilla, encontrada sin buscarla, no está presente en cada línea, ¿qué es un libro?” (El libro vacío, pp.16-17)
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BEATRIZ RIVAS. Nació en ciudad de México en 1965. Realizó estudios de derecho, periodismo y una maestría en letras modernas. Después de muchos años de trabajar en diversos medios de comunicación (Imevisión, Radio Red, Canal 40 y la revista Milenio, entre otros) decidió dedicarse, de lleno, a las letras. Ha publicado las novelas La hora sin Diosas, Viento Amargo y Todas mis vidas posibles y Distancia. Con Federico Traeger: Amores adúlteros, Amores adúlteros… el final y Lo que no mata enamora. Su reciente novela es Dios se fue de viaje.
Escribir es, para mí, el mejor de los lenguajes (y de los vicios) posibles. La forma más placentera y lúdica de relacionarme con el mundo de afuera y con el que puebla (y a veces invade) mi mente y mis fantasías. Es encontrarme, de frente, con deseos y miedos. Con inquietudes y frustraciones. Escribir es la manera más lúcida de plantearme cuestionamientos que, a la larga, me llevarán a hacerme cada vez más preguntas. Es pasar un tiempo de gozo, a solas, mientras la pantalla se va llenando de personajes, voces, escenas, miradas, aromas, emociones, en fin, hilos tejiendo un entramado que se mueve con sus propias razones y motivos. Escribir es, también, una forma de protestar, tratando de que mi voz al menos sea escuchada: una voz que intenta manifestarse contra la barbarie, contra la intolerancia, contra la injusticia, contra la impunidad. Tal vez por eso el común denominador de mis letras son personajes femeninos (históricos o de ficción) que se distinguen por su valentía, su combate, su rebeldía ante las condiciones impuestas, ante un “deber ser” irrespetuoso de sus propios sueños y metas. Mujeres creadoras, libres, que aman el conocimiento y quienes, desde su particular condición femenina, siguen su camino, descubren sus propias reglas, construyen opciones de vida. Se reinventan.
¿Qué me ha dado la escritura?
Escribir me ha dado la posibilidad de vivir todas mis vidas posibles. Las que imaginaba y las que ni siquiera pensaba que existían. Me da el privilegio de dedicarme a lo que me gusta, cuando yo decido, sin horarios ni fechas precisas. Sin jefes intolerantes, sin un espacio geográfico que me restrinja. Me otorga libertad e independencia. Le da rienda suelta a mis deseos. Me obliga a ver a mundo de otra manera. Me ha dado la oportunidad de reconfigurarme y de verme como un personaje que puede decidir –sin importar lo que opine su autor– su propio destino.
¿Qué me ha quitado?
Hasta el día de hoy, nada. La escritura no me ha quitado absolutamente nada.
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RAQUEL CASTRO. (Distrito Federal, 1976) es escritora, guionista, profesora y promotora cultural. Obtuvo el Premio de Literatura Juvenil Gran Angular (2012) y en dos ocasiones el Premio Nacional de Periodismo por su participación en el programa Diálogos en confianza de OnceTV. Es autora de las novelas Ojos llenos de sombra, Lejos de casa y Dark Doll. Tiene una columna semanal sobre literatura infantil y juvenil, "País de maravillas", en La Jornada Aguascalientes.
No imagino la vida sin la escritura: en ocasiones ha sido desahogo y terapia, en otras ha sido exploración de mi propia personalidad o de mi relación con el mundo; pero siempre, siempre, ha sido mi trinchera: desde mi escritura cuento historias (siempre he amado contar historias) y en esas historias meto los temas que me inquietan. Yo veo mi escritura como una especie de caballo de Troya: a primera vista son sólo historias ingeniosas o divertidas (al menos, eso me han dicho) pero por debajo está mi postura ante cuestiones como la equidad de género, el respeto a la diversidad sexual, los puentes que podemos tender entre los extremos de una brecha generacional o ideológica... En resumen, la escritura es mi voz, me da una gran responsabilidad de la que estoy bien consciente (para no escribir algo en lo que no creo o que pudiera malinformar o avivar odios). A cambio, me quita... inocencia: no puedo ver con los mismos ojos todo lo que pasa a mi alrededor, lo veo a través del filtro de esa responsabilidad.
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SIDHARTA OCHOA. Nació en Tijuana en 1984. Es autora de los libros Tatema y Tabú, Estética de la Emancipación e Historia de las feminazis en América. Becaria Jóvenes Creadores del FONCA en Cuento (2011- 2012). Ha colaborado para el Semanario Liberación (Suecia), Colaboratorio (Italia) y Nuestra Aparente Rendición. Compiladora de la antología Los abismos de la filosofía. Dirige Abismos Editorial y vive en la Ciudad de México.
www.angelesidharta.blogspot.com
La escritura es fundamentalmente un acto de soberanía. Y como tal debe ser defendido. Esto es: La defensa del estilo, de los temas que realmente interesen al autor, la potencia de ciertas estructuras narrativas y ulteriormente de las consecuencias prácticas de lo que se escribe. Estas características esenciales son inalienables al texto mismo (aunque Roland Barthes opinaría lo contrario), la escritura por la escritura: es.
La literatura en otro sentido me ha dado a conocer individualidades creativas en términos de la vida diaria, no me refiero al "medio" si no a casos específicos de personas entrañables a las que me ha acercado la escritura. El ser mujer u hombre no ha sido relevante en mi caso para desempeñar el oficio literario; sin embargo en la calle sí sigue siendo relevante el género: una mujer está expuesta a mayores agresiones.
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GEORGINA HIDALGO. Nació en ciudad de México en 1972. Es periodista y escritora. Ex trabajadora de Reforma, su primer libro Vodka Naca, editado por Salario del miedo, reveló a una escritora de gran talento y dueña de un estilo único y formidable.
¿Qué es la escritura para mí?
Es la vida misma. Escribir, aunque sea en las páginas de un "No tan diario" lo que me pasa, lo que siento, me ayuda a entenderme. Escribo desde niña, una forma de contrarrestar la estricta disciplina de mi padre que no aguantaba mis cuentos fantásticos como explicación a por qué perdí el suéter de la escuela por quinta vez en el mes. Jijij. La otra vez encontré mis no tan diarios de cuando estaba en la secundaria (chismógrafo incluido) y fue interesante releerme, ver que siempre he sido igual de azotada y de aventurera. También sentí orgullo de ver que he cumplido mis sueños y sorpresa de darme cuenta que mis obsesiones de niña ñoña permanecen. He escrito para sobrevivir a la depresión del invierno ruso, escribo para sobrevivir al fin del mundo y desde que tuve la suerte de toparme con los poetas sibaritas escribo para inventar un nuevo mundo.
¿Qué me ha dado?
Dinero, francamente poco; un estilo de vida que consiste en vagabundear a diario por la ciudad, socializar con todo tipo de personas, viajar por el mundo, hablar mucho y comer de todo. La escritura ha traído de vuelta a mi vida amores perdidos en el tiempo y también me los ha quitado. Espero que la escritura en su momento sea mi pasaporte a alguna nave espacial, pues he decidido donar mi cuerpo a la experimentación alienígena.
Me ha quitado la virginidad mental, la ingenuidad pues, la capacidad de creer ciegamente en algo, en alguien. Soy de esas contreras que siempre busca el esqueleto en el closet. Me ha quitado tiempo para amar, siempre estoy de paso en cuestión de amores, pocos aguantan la libertad que exige vivir de escribir.
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KAREN CHACEK. Ciudad de México, 1972. Estudió Comunicación y se especializó en cine. Ha publicado recopilación de relatos cortos Días paralelos y los libros infantiles Una mascota inesperada, Nina Complot, La cosa horrible, Uno de esos días, Birds of a feather, Two Hoots and a Holler, Conspiracy Girl. La caída de los pájaros es su primera novela para adultos.
La escritura es un elemento esencial en mi ecuación de vida.
¿Qué me ha dado la escritura?
Esperanza. Sé que mientras cuente con papel y pluma, sobreviviré al estallido de los satélites y a la llegada del cataclismo, como sobreviví a la muerte de mi padre.
La facultad de armar y desarmar fragmentos de mi rompecabezas interior. En el juego con las piezas-palabras, seguido descubro imágenes que ignoraba albergar.
La escritura me deja ver que todo mundo imaginado está lleno de posibilidades. Y que éste, en el que vivimos, es también un mundo imaginado.
Escribir no es únicamente sentarse a escribir; empieza con caminar las ideas, masticar las palabras, digerir el discurso, fantasear los escenarios y las situaciones. Sentarse a escribir es sólo el momento de materializar la alquimia.
Cuando escribo toco un Estado de gracia que todavía no sé cómo explicar con palabras ( y ojalá que nunca adivine cómo hacerlo).
¿Qué me ha quitado la escritura?
La membresía universal para entrar a cualquier zona de confort en el mundo. La desconfianza. La soberbia. El miedo a la incertidumbre—y al amor. La pertenencia a un grupo que se reserve el derecho de admisión. La creencia ciega en un absoluto. Las etiquetas, el disfraz y los placebos.
Me ha quitado horas de sueño y de televisión. Me ha quitado las ganas de morir antes de cumplir ochenta años.
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ROCÍO CERÓN. Nacida en el Distrito Federal en 1972, Cerón es una poeta cuya obra dialoga con otros lenguajes en una apuesta de poesía, acción, video y música creando espacios que ella denomina de “transcreación”.
Ha publicado Basalto, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen; Soma; Imperio/Empire; Tiento; El ocre de la tierra y Diorama. Ha impartido el Laboratorio Literatura desde la NO literatura así como el Taller POLILAB dentro del Programa de Escritura Creativa de la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Coordinó el Diplomado de Literatura en Expansión en el Centro de Artes de San Agustín (CaSa-Oaxaca) en 2012 y desde 2013 coordina el Taller Permanente de Poesía en dicha institución.
Forma parte del cuerpo académico de Tránsitos, diplomado transdisciplinario en investigación, experimentación y producción artística del Centro Nacional de las Artes.
Escribir ha sido un espacio tanto de confrontación como de guarida/refugio. Es el espacio donde se friccionan las ideas, desde donde puedo cuestionarme la opacidad y el ruido sordo del mundo. También es mi única posibilidad de supervivencia: escribir me ha permitido estar, colocarme en un punto móvil e inestable que está siempre en un estado activo; movimiento en la permanencia de la incertidumbre. La escritura ha sido mi casa construida de palabras, de lenguaje, mi refugio ante el arrasamiento del mundo en que vivimos, tan próximo al desastre y a la vez con la vida colándose entre sus grietas.
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PAOLA TINOCO. Ciudad de México, 1974. Es coordinadora de producción y representante de la editorial española Anagrama en México, editora y compiladora de la antología de relatos De lengua me como un cuento, para la editorial Axial, locutora para Radio Efímera, Radio Ibero y Permanencia Involuntaria. Ha publicado sus cuentos en revistas como Conceptos, Playboy y El perro y en las antologías Relato breve de Oaxaca y Palabras malditas, de Efímera Editorial. Oficios ejemplares fue su primer libro de cuentos, con el que recibió muy buenas críticas.
La escritura en mi caso, es una extensión de la lectura, un hilo natural que, a manera de conversación, le sigue a la lectura de uno o varios libros, tal como si hubiera charlado con sus autores y fuera mi turno de hablar. Disfruto el momento en que concentro en palabras mi pensamiento, mis ideas o simplemente cuento una historia. Escribir me da la sensación de estar ante una puerta a otro mundo igual que pasa con la lectura: una actividad solitaria e íntima, una manera de estar conmigo y, en esa soledad, dar forma a otra puerta que conduce a otro sitio, a un juego de espejos o a una escalera de Escher. Es una actividad que nunca fue pensada a partir del género de nadie porque para llevarla a cabo se requieren aptitudes que poseemos tanto hombres como mujeres, y afortunadamente para mi, nací en un momento en que la mujer ya votaba, ya escribía y publicaba libros, ya teníamos líderes de opinión y mujeres en la política. De modo que nunca pensé en la escritura como algo a través de lo cuál estuviera transgrediendo alguna ley social, moral, o pacto no escrito. Simplemente fui hacia ello porque encontré placer en conversar a través de las palabras.
Lo que me ha dado la escritura es un obsequio que surge, como ella misma, de mi interior. Lo más importante, ese placer de conversar y de sentirme capaz de construir historias. Después viene el reconocimiento, la admiración, la envidia o la hipocresía, porque todo eso viene en un paquete cuando te conviertes en escritora confesa (con libro publicado). La escritura por otro lado me despoja de la mirada sencilla. No puedo ver nada o a nadie de manera superficial porque irremediablemente pienso en lo que hay detrás, ahí hay una historia y yo quiero saberlo y si no, imaginarla.
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IRMA GALLO. Nació en ciudad de México en 1972. Desde el 2001 es reportera para Canal 22, en el noticiero cultural Noticias 22. Fue ponente en el 1er. Encuentro de Periodismo Cultural de la UNAM en 2010; participó en el taller de Periodismo Narrativo que Héctor Feliciano impartió en Oaxaca en 2011, por parte de la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo y fue ponente en el Encuentro de Periodismo Cultural de México y Estados Unidos en la Feria Nacional del Libro de León (FENAL) en 2013. Su primer libro, Profesión: Mamá, ha sido publicado recientemente con mucho éxito.
La escritura es la forma de expresión más honesta y más propia que he encontrado.
Aunque vengo de una familia de artistas plásticos (mi abuelo paterno, mi mamá, mi hermana), desde que tengo uso de razón he visto a mi papá escribiendo; primero, frente a una vieja Olivetti; muchos años después ante a la pantalla de una computadora.
A mí el dibujo y la pintura no se me dieron. No fue así con la lectura y la escritura. Desde muy niña encontré en los libros refugio, diversión, consuelo y compañía.
De adolescente comencé a escribir. Al principio la escritura me dio grandes amigos: aquellos que asistían al taller de cuento en un edificio colonial en el centro histórico de Querétaro para aprender a contar historias. La mayoría eran adultos; sólo mi amiga Mónica y yo teníamos 15 años. Pensé que mi destino estaba determinado, pero muy pronto el teatro me golpeó como un huracán, y como tal, no dejó nada más a su paso: el resto de mis intereses fueron arrasados. Olvidé que alguna vez había creído que escribir era mi vida.
Muchos años después, el que pensé que sería mi amante para siempre me abandonó: habiendo apostado todo por el teatro, Luis de Tavira me dijo que no servía para eso. Con el corazón roto, literalmente, y después de una depresión que duró cerca de un año, me encontré con el periodismo.
Fue en esta forma de escritura diaria, veloz, bajo presión, compleja, que volví a encontrar el camino. Lo más parecido a eso que llaman la felicidad.
Y aquí sigo, a los 43 y madre de una hija de 10, escribiendo a escondidas, a destiempo, a la luz del día o ante una lámpara en mi escritorio, en el canal de televisión en donde paso varias horas al día o en la casa cuando llego; en un avión, en un autobús, o mientras ella, mi niña, ve la televisión o escucha música o se baña o duerme.
Escribir no me ha quitado nada, al contrario, me ha dado el sustento desde hace casi 15 años, y todos los días, esto que se parece tanto a la felicidad.
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LAS QUE NO LLEGARON A LA FOTO
En la gran ciudad, a veces no se puede llegar a los lugares y así pasó con algunas de las escritoras convocadas, un hecho que no impidió contar con sus reflexiones.
ERIKA MERGRUEN. Autora de los poemarios Marverde (Enkidu, 1998), El Osario (Ediciones del Lirio, 2001) y El sueño de las larvas (Leer y Escribir, 2006). También ha publicado el volumen de cuentos Las reglas del juego (Tintanueva, 2001), La piel dorada y otros animalitos (Juan Carlos Vera, editor 2009) y La ventana, el recuerdo como relato (DEMAC, 2002), con el que obtuvo el premio Autobiografías, Diarios y Testimonios de Mujeres Mexicanas, DEMAC 2001-2002. Nacida en ciudad de México en 1967, en 2013 presentó el libro de microficciones El último espejo.
La escritura ha sido mi canal de comunicación, no sólo con el mundo que me rodea sino con mi yo interior. Escribir, al igual que leer, es una vía para estar a solas, contemplando. Es como estar frente a una ventana descifrando lo que perciben los sentidos. Es el ámbito donde puedo asir mi pensamiento, donde puedo crear mundos y seres, para luego ver cómo son por sí mismos. La escritura es mi traductor, de otra forma parte de mí se quedaría indescifrada. Es el umbral donde el inconsciente y el consciente se dan la mano. La escritura es el mundo paralelo que decido habitar cada vez que me siento frente a un teclado o tomo lápiz y papel.
El yo creativo no tiene género; el momento creador contiene toda la equidad. Es en este mundo sin género que llevo años buscando mi voz, tratando de perfeccionar el oficio. He descubierto palabras, incluso he creado unas cuantas y atesoro la esperanza, quizá soberbia, de que encuentren una vida propia más allá de mi obra. Ha sido como jugar al cartógrafo, registrando los lugares que he visitado en este viaje. Como dijo el poeta, llegar a Ítaca es lo de menos; más que destino, es impulso para perseverar.
Confieso que la escritura a ratos me ha quitado el sueño y me ha aislado del mundo. A veces, prefiero vivir en ese mundo paralelo que sentarme a tomar un café con alguien. La introspección es un vicio, casi tan fuerte como el tabaco. Sin embargo, ¡oh, paradoja!, la escritura también me ha acercado a gente querida y a vivencias únicas.
Cierto, la escritura en algunas ocasiones me ha desesperanzado y me ha hecho sentir que he fracasado. Esto, quiero creer, puede suceder en cualquier oficio o profesión o en ciertos momentos de vida. Pero siempre surge otra historia, otro vocablo u otro significado que me hace doblar la esquina para descubrir que los caminos son infinitos. Y sigo en la travesía.
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XITLALITL RODRÍGUEZ MENDOZA. Nació en 1982 en Guadalajara. Es becaria del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y autora de los libros de poesía Polvo lugar, Datsun, Apache y Catnip.
Sus poemas también formaron parte de las antologías y selecciones de poesía Mis más lindos poemas (Mantarraya Ediciones), Radial. Poesía contemporánea y México y Brasil (Ediciones el Billar de Lucrecia), Antología XX años del FONCA (Conaculta), entre otras. Recientemente ganó el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano con su libro Jaws (Tiburón).
Creo que lo he dicho mucho últimamente, pero me gusta volver a esa idea: para mí la escritura es un panic room. Cuando mi realidad inmediata me sobrepasa, tengo que recurrir a la escritura para entenderla. Es en esta habitación del pánico, mi habitación propia, de la que hablaba Virginia Woolf, donde puedo aceptar mis retrocesos, mis rencillas, mi venganza, mi pequeño odio… Y a veces también es una fiesta. Imagínate: “Panic Room era una fiesta” jajajaja.
De lo que me ha dado. La escritura me ha dado todo lo que tengo: poesía, una vida fuera de esa sentencia de por vida que es el trabajo, amigos, libros, me ha dado un remanso de mí misma, un concilio; me ha dado tiburones, me ha dado Tixtla, y ahora debo decir que incluso me ha dado dinero. No puedo estar más agradecida.
No creo que la escritura me haya quitado algo. Si acaso me ha quitado el miedo. Eso en el caso de la poesía. En otros géneros me ha quitado la vergüenza, aunque todavía tengo poquita.
Mi relación como mujer con la escritura tiene que ver directamente con —debo decir esto con cuidado— mi forma de vender mi fuerza laboral. No sé cómo sea en otras ciudades, porque en Guadalajara trabajé muy poco tiempo, pero en el DF hombres y mujeres tenemos unas cargas de trabajo brutales, y entornos como el del periodismo y el mundo editorial son particularmente pesados y agresivos. Y a veces, no en todas partes, quizá no en todos los medios, hay una misoginia profesional que ejercen los profesionales de la misoginia y es una práctica latente, y en mayor o menor medida, sutil. Pero el hecho es que todavía nos mandan llamar a la dirección por cuestionar la autoridad de un niño.
Madres trabajadoras sin prestaciones para cuidar a sus hijos, mujeres que tendrán que decidir entre la maternidad y su vida profesional (incluyendo la escritura), mujeres madres trabajadoras amas de casa exitosas profesionales que son fetichizadas como monstruos por tener poder hacer todo, mujeres con responsabilidades similares a las de sus pares hombres pero con sueldos menores…
Cuando veo eso me dan muchas ganas de escribir.
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NORMA LAZO. Nació en Veracruz en 1966. Psicóloga clínica por la Universidad Veracruzana, es Maestra en Saberes sobre subjetividad y violencia por el Colegio de Saberes. Fundadora y directora editorial durante siete años de la revista Complot, es autora de las novelas Lo imperdonable, El mecanismo del miedo, El dilema de Houdini y El dolor es un triángulo equilátero. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, es una de las creadoras y guionista del programa Facultad de diálogo, guionista del ensayo fílmico El mecanismo del miedo y autora de los ensayos El horror en el cine y la literatura y La luz detrás de la puerta: el silencio en la escritura.
Escribo para leer otra vez. Leerme a mí y a las lecturas que han pasado por mi mente. Escribir es indisociable de la lectura, en ambas me escribo, me describo y re describo. Richard Rorty considera a la literatura como ese lugar donde podemos re describirnos, dar otros sentidos a viejos léxicos sin la búsqueda de validación universal. Solo en esa re descripción llegará una ética que destierre fundamentalismos; escribir también es un acto ético. Es mi momento clave para la reflexión sobre el mundo y lo humano, también para asomar la nariz en los terrenos de la responsabilidad, mi responsabilidad, el juicio de mí. Mi subjetividad hecha papel. Es un tiempo de silencio y soledad, una soledad acompañada y un silencio de voces a quienes suelo llamar Legión. Es el roce de la locura pero al mismo tiempo lo único que me mantiene cuerda y asida al mundo. Cuando no puedo es la frustración, entender que no puedo escribir, que nadie puede y que, sin embargo, se escribe, como dice Marguerite Duras. La escritura es el proceso, mi proceso, el espacio en blanco, el balanceo de las ideas meciéndose entre una palabra y la otra: la huella en el puro sentido derridiano. No me ha quitado nada y me ha dado tanto que no podría enumerarlo.
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ANA GARCÍA-BERGUA. Nació en 1960 en la ciudad de México. Está incluida en la colección llamada Los Mejores Cuentos Mexicanos compilado por Joaquín Mortiz. Ha colaborado en numerosas revistas y suplementos culturales; fue becaria del CNCA en 1992. Ha publicado las novelas El umbral. Travels and adventures, Púrpura, Rosas Negras, Isla de bobos y los libros de cuentos El imaginador, Relatos a la carta, La confianza de los extraños, Otra oportunidad para el señor Balmand y Edificio. Ganadora del Premio Sor Juana de Literatura en 2013.
La escritura me ha dado todo: un mundo, un lugar, una identidad. No me ha quitado nada, excepto quizá mi atención, a veces, a las personas que me rodean, lo que está mal. Pero la vida que tengo se la debo a la escritura, es mucho decir.
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BIBIANA CAMACHO. Nació en ciudad de México en 1974. Ha colaborado en publicaciones periódicas, algunos de sus cuentos forman parte de los libros Aviso oportuno, Pan de muerto y Ciudad fantasma. Ha publicado Tu ropa en mi armario, Tras las huellas de mi olvido y La sonámbula.
La escritura es un vínculo entre la realidad que observo, lo que asimilo y lo que soy. Es un vínculo con la imaginación, con la información recibida, con otras lecturas, con la música, con la danza. A través de ella, logro entender a mi manera el mundo o a veces a no entender nada. La escritura me ha dado placer sobre todo, pero también angustia y pánico. La escritura me ha dado la satisfacción de calmar mis ansias de expresión, pero al mismo tiempo me provoca voracidad. Siempre quiero más. Me parece que ahora que lo preguntas entiendo que la escritura me lleva a los extremos, nunca me deja indiferente ni mucho menos satisfecha.
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KAREN VILLEDA. Nació en Tlaxcala, en 1985. Ha publicado Constantinopla, Dodo, Babia y Tesauro. Ha merecido, entre otros reconocimientos, el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil "Juan de la Cabada" 2014 y el Premio Nacional de Poesía Joven "Elías Nandino" 2013. En POETronicA (www.poetronica.net) presenta sus trabajos con poesía y multimedia. Su interés por la poesía y su relación con diversos recursos tecnológicos empezó con LABO: laboratorio de ciberpoesía (www.labo.com.mx). Ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA).
Si la Lectura es mi libertad, la Escritura es un secreto doloroso para mí. Escribir es una autolesión: rasgar, cortar, trastornar, vaciar, castigar. Escribir es enfrentarme a lo que odio, a lo que me duele, a lo que temo, a lo que me causa disgusto y, desde esa ignorancia y sin miramientos, embellecerlo un poco. O al menos, indagar en lo que era, soy y seré sin concesiones: persona, dicen que "mujer". Persona, ellos y los textos del resto dicen que "mujer". Persona, ellos, los demás, las enciclopedias y las políticas públicas dicen que "mujer". Eso es lo que da. La Escritura me ha quitado palabras pero no la culpo: soy persona y Ella es lo eterno: inamovible en una página, raíz imperecedera en el tiempo.
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MAGALI TERCERO. Nació en la ciudad de México en 1957. Autora de varios libros de crónica, entre ellos Cuando llegaron los bárbaros. Vida cotidiana y narcotráfico y Cien freeways: DF y alrededores. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010, con Culiacán, el lugar equivocado, entre otras distinciones.
La escritura es para mí un acto amor al mundo, un acto de memoria y de deseo. Clarice Lispector hablaba de “escribir para no olvidar”. En esa frase encierro yo el periodismo y la búsqueda narrativa, la crónica en una palabra. Escribo para no olvidar y para honrar la vida. Para dar testimonio de toda anomalía inadmisible en una sociedad ética. Y es que, lo parezca o no, el mundo cabe en una crónica.
La escritura me ha dado casi todo, una especie de identidad móvil en este mundo de espejos donde nada es plenamente verdad, donde nada es plenamente mentira: la “verdira” de la que oí hablar hace muchos años. Sin escritura no me siento plenamente Magali, aunque muchas otras cosas me signan: la adoración por el mar, el asombro –por ejemplo, cuando me mezclo con la multitud en el Centro Histórico de la ciudad de México– de que seamos todos tan únicos, de tantos seres que habitemos el planeta y vivamos nuestra historia personal.
Si la escritura me ha quitado algo es, en todo caso, la posibilidad de caminar a mi aire por la ciudad, particularmente en marzo que las jacarandas se caen de moradas y un viento tibio nos arropa a todos. A veces no sencillo encerrarse a escribir, ver por la ventana que se aproxima el atardecer, comprobar que la noche ha caído, y saber que ese día ya no pude vivirlo como una flâneur más del fascinante D.F. ¿Qué haría si no tuviera la escritura a mi alcance? Seguramente me llenaría de tristeza.
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ANA CLAVEL. Ciudad de México, 1961. Obtuvo el grado de maestría en letras latinoamericanas por la UNAM. Es autora de los libros de cuentos Fuera de escena, Amorosos de atar, Paraísos trémulos y el volumen de cuentos reunidos Amor y otros suicidios. Premio Nacional de Cuento “Gilberto Owen” 1991. Medalla de Plata 2004 de la Société Académique “Arts-Sciences-Lettres” de Francia.
Publicó las novelas Los deseos y su sombra, Desire and Its Shadow, Cuerpo náufrago, Las violetas son flores del deseo y El dibujante de sombras. También ha publicado el volumen de ensayos A la sombra de los deseos en flor. Ensayos sobre la fuerza metamórfica del deseo.
No concibo la existencia sin la escritura. Aun cuando no escriba, aun en los periodos de silencio y condensación. Por eso digo que yo siempre estoy escribiendo aunque no me siente a escribir. Y la vida es entonces un laboratorio donde experimentar y exprimir posibilidades que habrán –o no—de transformarse en escritura. La escritura como elección, como fatalidad, como destino, como ejercicio de libertad, como el único medio para sortear las mareas de la inefable realidad.
A mí la escritura sólo me ha conferido dones, me abrió universos y me posibilitó sentir que soy buena en algo, y eso ha sido una bendición. Le ha dado sentido a la existencia y lejos de pensar en alguna renuncia, me ha hecho afianzarme en el terreno de la elección y la libertad íntima y personal, máxime en los terrenos de transgresión en que se maneja mi escritura.
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ETHEL KRAUZE.
Nació en la ciudad de México, en 1954. Poeta, ensayista, narradora y dramaturga. Estudió lengua y literaturas hispánicas y una maestría en letras mexicanas en la FFyL de la UNAM. Ha publicado, entre otros, los libros Autobiografía: Ethel Krauze. De cuerpo entero; Intermedio para mujeres; Cómo acercarse a la poesía; Donde las cosas vuelan; El diluvio de un beso; Un tren de luz; Para cantar y Canciones de amor antiguo.
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