De acuerdo con las autoridades de Chiapas, el camión venía de Comitán de Domínguez, un municipio fronterizo con Guatemala que está en una de las rutas habituales del tráfico ilegal de migrantes.
Por Manuel de la Cruz y Édgar H. Clemente
TUXTLA GUTIÉRREZ, 12 diciembre (AP) — Mientras intentaban recuperarse tendidos en camas de hospital, los sobrevivientes del accidente que mató a 55 migrantes e hirió a más de un centenar en el sur de México tenían muy claro que la diferencia entre la vida y la muerte fue su ubicación dentro del vehículo.
“Los que murieron fueron los que iban pegados a los muros del tráiler”, dijo un joven guatemalteco que estaba siendo tratado por una fractura en un brazo en un hospital local. Quedaron aplastados entre los hierros de la caja. Los que iban en el centro se salvaron, protegidos por los cuerpos de sus compañeros cuando el contenedor volcó en la carretera.
“Gracias a Dios nosotros íbamos a la mitad. Los que iban pegados a los lados son los que murieron cuando fue a pegar en el suelo”, agregó el guatemalteco que no quiso dar su nombre porque no tenía documentos de estancia legal en México.
Cuando el camión chocó con la base de un puente peatonal de acero el jueves por la tarde cerca de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas, todo se transformó en un cúmulo de gritos y sangre, comentó el joven. Había, según su recuento, unos 250 migrantes a bordo. El joven dijo que el conductor del camión entró en una curva cerrada a gran velocidad y perdió el control.
Los sobrevivientes salieron abriéndose paso entre la maraña de migrantes ya muertos o moribundos. “Cuando yo caí, los compañeros se cayeron encima de mí. Eran como dos o tres que estaban encima de mí”, recordó.
Luego vino la lúgubre tarea de intentar sacar a los heridos. “Al levantarme, el otro compañero aún estaba gritando”, explicó. “Yo jalé, lo saqué, lo puse en la orilla, pero él falleció”.
El jueves fue uno de los días más mortíferos para quienes cruzan México con la vista puesta en Estados Unidos desde la masacre de 72 migrantes a manos de la delincuencia organizada en 2010 en el norteño estado de Tamaulipas.
La mayoría de las víctimas eran de Guatemala, pero también había migrantes de Honduras, Ecuador, República Dominicana y de México.
Si bien el Gobierno mexicano está tratando de apaciguar a Estados Unidos con una política de contención en el sur, intentando disolver las caravanas de migrantes que salieron caminando y permitiendo el restablecimiento de la política de “Permanecer en México”, no ha podido evitar que miles de migrantes crucen el país hacinados en camiones gestionados por redes de traficantes que cobran miles de dólares para llevarlos a la frontera con Estados Unidos, viajes que con demasiada frecuencia solamente los llevan a la muerte.
Aunque hay controles en las carreteras y muchos vehículos con migrantes son detectados, otros pasan desapercibidos. El jefe de la Guardia Nacional, Luis Rodríguez Bucio, reconoció que el camión accidentado logró pasar por los puntos de control sin que se detectara su carga humana.
“Ante la tragedia y el dolor actuaremos con determinación”, dijo el viernes por la noche el Canciller Marcelo Ebrard junto a su homólogo guatemalteco, Pedro Brolo, y los embajadores de los países afectados y el de Estados Unidos.
Ebrard anunció la creación de un grupo de trabajo para llevar ante la justicia a los traficantes involucrados en el accidente, en el que cada gobierno asumirá la investigación en su territorio y se intercambiará información, todo con el respaldo de Estados Unidos, agregó.
Brolo, que viajó el viernes a México para agilizar las repatriaciones y atención a las víctimas, pidió una reunión de alto nivel entre Guatemala, México y Estados Unidos para “alinear y homologar las políticas migratorias” y endurecer las penas contra los traficantes de migrantes. Invitó a Washington “a apoyar el desarrollo y la inversión en nuestro país, como en los países vecinos, para evitar y procurar que estas tragedias no se repitan”, el mismo reclamo el que el Gobierno de México ha repetido desde hace años.
“Duele mucho cuando se dan estos casos”, expresó por la mañana el Presidente Andrés Manuel López Obrador tras señalar que ha habido “lentitud” en Estados Unidos para resolver el problema.
Algunos de los supervivientes dijeron haber pagado entre dos mil 500 y tres mil 500 dólares para ser transportados al estado central de Puebla, desde donde contratarían a nuevos traficantes hasta llegar a la frontera con Estados Unidos.
Según las autoridades de Chiapas, el camión venía de Comitán de Domínguez, un municipio fronterizo con Guatemala que está en una de las rutas habituales del tráfico ilegal de migrantes.
El Subsecretario de Seguridad Pública, Ricardo Mejía, aseguró que ya se tiene ubicado al chofer, el operador, el vehículo, las placas y los propietarios de las unidades implicadas en el hecho, así como a una red de dueños de camiones que se dedican a movilizar a los extranjeros.
Uno de los que vio truncado el jueves su “sueño americano” fue Andrés, un guatemalteco de Izabal, aunque él tuvo suerte. Salió expulsado mientras la caja del camión daba vueltas. Su cuñado quedó entre los escombros. “Fuimos los dos que decidimos (irnos) y nos dimos el ánimo para venir, pero lamentablemente él no va a regresar conmigo vivo”.
Celso Pacheco, compatriota suyo y que viajaba solo, afirmó que en el camión había también menores de edad, en torno a una decena.
A pesar de la tragedia del jueves y los muchos otros peligros que tienen las rutas migratorias en toda la región —donde este año han perdido la vida más de mil 100 migrantes, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones— el flujo sigue.
Miles cruzan de forma clandestina. Muchos menos van visibles, caminando en pequeños grupos, como uno con unas 400 personas que ya estaba a poco más de una jornada de Ciudad de México y siguió su ruta pese a las ofertas de las autoridades para trasladarlos y regularizar su situación en otras zonas del país.
El Papa Francisco, que visitó Chiapas en 2015 y ha hecho de la difícil situación de los migrantes un sello distintivo de su papado, envió un telegrama el viernes al arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, ofreciendo oraciones por los muertos y sus familias, así como por los heridos.
México anunció que se dará alojamiento, alimentación y en caso de que acepten, tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias a todas las víctimas.
Mientras tanto, Guatemala decretó tres días de luto.