Ernesto Hernández Norzagaray
12/11/2022 - 12:02 am
Andrés Manuel está enojado
El próximo domingo está llamado a ser un termómetro, uno más, de lo que piensa un sector muy activo de la sociedad con o sin partido, consciente o inconscientemente, de los alcances de la Reforma Electoral en ciernes.
El Presidente en algo tiene razón cuando califica de conservadora a la Marcha Nacional en defensa del INE. Los organizadores de la movilización al margen de si son más o menos cínicos, rateros o corruptazos de siete suelas, buscan conservar al INE y espantar cualquier posibilidad de domesticación de los miembros del Instituto Electoral para beneficio de su grupo en el poder y en perjuicio de sus aspiraciones legítimas.
Y ahí, está, el quid de la cuestión, la conservación de lo que tenemos con todo lo cuestionable. A mí, y seguramente a muchos, nos parece que lo más importante tiene que ver con los montos de dinero que anualmente administra y asigna a los partidos y a su burocracia o, someterlo, a los designios del Presidente para convertirlo en una nueva versión de la desaparecida Comisión Federal Electoral que presidía Manuel Bartlett, el entonces Secretario de Gobernación, al que en 1988 se le cayó el sistema de cómputo y, subsecuentemente, garantizó el triunfo a Carlos Salinas de Gortari en perjuicio del candidato opositor Cuauhtémoc Cárdenas o, mejor, de Manuel Clouthier y Rosario Ibarra.
Ante la falta de puentes de comunicación entre los adversarios políticos para llegar, como ha sido hasta ahora nuestra rutina democrática, a acuerdos que mejoren la Ley electoral la confrontación ha llegado a la desfiguración presidencial que grita y ofende innecesariamente a los organizadores de una marcha que muestra que las libertades públicas están vigentes y que la gente dirá si va a ellas o se queda en casa viendo un partido de futbol.
Y es que falta, repito, canales de comunicación para negociar lo que se tenga que negociar en el Legislativo en beneficio de lo que las partes dicen defender para el pueblo de México.
No obstante, el próximo domingo está llamado a ser un termómetro, uno más, de lo que piensa un sector muy activo de la sociedad con o sin partido, consciente o inconscientemente, de los alcances de la Reforma Electoral en ciernes.
Ya escucho desde el domingo a los detractores de uno y otro signo, ya leo los grandes titulares de lunes en la prensa exaltando con imágenes vívidas la “gran” participación mientras los de enfrente seguirán con la retahíla de descalificaciones que no parece tener límite en la boca del Presidente López Obrador.
Y el martes, y el miércoles, y toda la semana siguiente, seguirá la confrontación hasta el infinito porque estamos en medio de un desierto donde sólo parecería existir agua para uno de los bloques políticos.
Lo que es el fiel reflejo de la crisis por la que atraviesa nuestra democracia representativa que camina mientras por delante estallan los puentes de entendimiento.
Entonces, pareciera aquel dilema que escuchábamos en los ya lejanos años setenta cuando se discernía en clave de horizonte entre: civilización y barbarie o mejor democracia o barbarie.
Y como ya sabemos, se resolvió el dilema transitando por las avenidas de la liberalización política que sentó las bases de la democratización para un sistema efectivo de partidos y una verdadera distribución paulatina del poder político.
Sin embargo, aquel dilema, no es el de hoy, porque la transición a la democracia vía elecciones que explica la residencia de López Obrador en Palacio Nacional y que él sea dueño y señor del micrófono del poder presidencial está en peligro y la posibilidad de la reconversión de un poder representativo en un maximato.
O sea, el dilema sería democracia plena o partido de Estado, que significaría una regresión autoritaria con el agravante militarista y un crimen organizado cada día más poderoso.
De ese tamaño es lo que están en juego en la marcha nacional de este domingo que el Presidente cuestiona su legitimidad de la manera más prosaica que puede venir de un Presidente en funciones.
Y no porque asuste las descalificaciones y groserías del Presidente, sino porque con ellas dinamita las posibilidades de entendimiento en la diferencia y eso, parece una fuga hacia adelante, tumbando todo lo que está a su paso sin considerar que el poder se debilita y nos recuerda, que, en política, no hay vacíos, y cuando se crean, inmediatamente se ocupan.
En una sociedad confrontada como la nuestra, los vacíos están a la vista sea a través de ceder espacios de poder o tolerar la intervención del crimen organizado en los comicios federales y locales.
La experiencia cada vez es más vasta y es el riesgo, que cierne sobre las elecciones locales de 2023, y las concurrentes y presidenciales de 2024.
Hay un dicho entre políticos que reza que: “cuando veas a tu adversario hacer tonterías no lo distraigas, que las siga haciendo, ya que al final terminaras beneficiándote”, bueno, esta máxima seguramente la está leyendo en clave de oportunidad el llamado poder paralelo, el de las sombras.
Sabe que la batida que sostiene el Presidente con la oposición lo distrae de lo principal y eso es bueno para su poder que sigue capturando políticos y territorios.
Incluso, hoy la gente también está distraída con está marcha y la que vendrá la siguiente semana, o dentro de un mes, no se habla de otra cosa, cómo nunca hay distractores en la vida pública y la confrontación llega hasta el ámbito familiar.
No hay tiempo para entrar al fondo en lo importante, andamos como sociedad dispersos y por las ramas sin considerar que con ello minamos lo políticamente construido y aquello, que nos da cohesión social, para enfrentar lo cotidiano, con su carga de violencia, en sus diversas manifestaciones.
En definitiva, la marcha de este domingo, hay que verla, como un ejercicio de las libertades públicas y, recordar, que la movilización no es patrimonio de Andrés Manuel, sino de todos los mexicanos. Y más, cuando se busca conservar la independencia de algo que funciona y tan funciona que López Obrador despacha en Palacio Nacional y la oposición está en la calle, buscando conservar la institución que garantiza el juego del poder democrático. Las alternancias en la conducción de los gobiernos constitucionales. Que así sea y disminuya el enojo del señor Presidente.
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