Leticia Calderón Chelius
12/11/2021 - 12:00 am
Las remesas no son votos
Votar es hacer patria, pero para eso se necesita que desde México se den las condiciones para hacerlo y el reloj sigue avanzando.
Una de las cuestiones que más llamaron la atención de la visita oficial del presidente Andrés Manuel López Obrador a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York el pasado 9 de noviembre, fue la presencia de miles de migrantes mexicanos que se dieron cita a las afueras de la ONU y sus alrededores para vitorear al presidente de su país de origen. Como parte de esta actividad se colocaron pantallas gigantes en las calles para seguir no solo el discurso formal que daría AMLO, sino incluso, la lectura de la orden del día, la moderación de toda la sesión y el protocolo que acompañó la inauguración de actividades del Consejo de Seguridad de ese organismo internacional. El evento se volvió una verbena popular donde hubo mariachis, bailarines de danza típica mexicana, comida, vendimia y familias enteras que viajaron miles de kilómetros desde otros puntos de la Unión Americana para estar ese día ahí. Las imágenes de lo que se llamó AMLOFEST impactan por la sencillez de las personas y el respeto y cariño hacia el presidente mexicano en su segundo viaje al extranjero, concretamente a Estados Unidos, en ambos casos.
La visita de López Obrador a la ONU es en sí misma un acontecimiento especial dado que a tres años en el poder, él presidente ha repetido que no está entre sus actividades prioritarias viajar al extranjero y en cambio, ha dado la orden a su secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, de representarlo en una cantidad importante de actos fuera del país. A López Obrador no parece importarle ceder el espacio y los reflectores internacionales a su colaborador, ni parece impresionarle demasiado verse rodeado de los hombres y mujeres más poderosos del mundo. Por eso, esta visita es única, ya que no solo fue el escenario en que AMLO dio un discurso que reiteró las ideas que lo llevaron al poder en México, sino que las extrapoló al resto del mundo a través de la plataforma mundial que es la ONU para exponer que la base de la decadencia del sistema económico contemporáneo es la corrupción, que se ha vuelto forma de gobierno, redes de poder y práctica social en todo el planeta. López Obrador definió la corrupción más allá del desvío de recursos públicos para un beneficio personal, sino inclusive, en el exceso en lujos y dispendio de élites y burocracias doradas -incluida la ONU-, cuando miles de millones carecen de lo más básico. En su discurso, un punto central fue la necesidad de enfrentar la desigualdad que aqueja al mundo entero con proyectos que busquen aminorar la pobreza extrema (especialmente los 750 millones de seres humanos que sobreviven con menos de 2 dólares al día), mediante un pacto económico mundial que recaude recursos de las fortunas más prominentes, quiénes, irónicamente, se enriquecieron aún más con la pandemia. En su estilo de orador pausado, el presidente mexicano citó a pensadores históricos (Neruda, Morelos, Bolívar, Adam Smith) y mencionó ideas que algunos de sus críticos calificaron de poco modernas, como si los valores humanos básicos como la lealtad, la solidaridad, la fraternidad incluidos en su discurso, fueran ideas pasadas de moda. Lo interesante es que en otras latitudes hay personajes de la talla de Adela Cortina, filósofa española, que hacen un constante llamado a retomar las virtudes olvidadas como prudencia, justicia, honor, carácter, como elementos que la vida pública debe revitalizar para generar un ámbito de compasión y entereza. Para algunos, cuando este tipo de menciones son dichas por AMLO les suenan a sermón, mientras que si son dichas por otros, y sobre todo si son personalidades de gran relieve intelectual planetario, suenan convincentes y profundas. Lo interesante es que al final de cuentas todas son ideas y conceptos que se insertan en un debate global y no tienen nada de parroquiano.
Un punto importante de su discurso, pero también a través de un mensaje especial, fue el que López Obrador grabó para saludar y agradecer a los mexicanos que lo acompañan en su proyecto político desde el extranjero. Reconoció, como lo hace reiteradamente en “las mañaneras”, y en distintos foros, a los que llama “héroes vivientes”, los migrantes. A esa inmensa comunidad mexicana especialmente la radicada en Estados Unidos (12 millones), AMLO les agradeció el valor de sus remesas que estima podrían rondar los 50 mil millones de pesos al final de este año. La interpretación subyacente en su discurso es que esas remesas son una prueba de lealtad de los migrantes hacia sus familias -sin duda-, pero también, muestra de apoyo hacia su gestión. El presidente tiene una parte de razón en esta lectura, sin embargo, el envío de remesas y el impacto que eso tiene en una economía como la mexicana es un proceso financiero mucho más complejo y por tanto, bien haría la presidencia y sobre todo el partido en el poder y sus aliados, en reconocer que las remesas no son votos y sin un proceso que permita que millones de mexicanos se inscriban en el padrón electoral y que en su momento ejerzan su voto de manera infinitamente más sencilla que el formato que ahora existe, las porras y hurras no tendrán, como no lo han hecho hasta ahora, una correlación entre potencial demográfico, poder económico y participación electoral. Para este esfuerzo el tiempo apremia y valga decir que la mayor parte de lo que define este proceso, contrario a lo que se piensa popularmente, no recae en el INE, sino en la Cámara de Diputados que es el órgano que define los mandatos que rigen los procesos electorales en México. Votar es hacer patria, pero para eso se necesita que desde México se den las condiciones para hacerlo y el reloj sigue avanzando.
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