En San Francisco de Tetlanohcan, Tlaxcala, la migración de hombres a Estados Unidos ha dejado a muchas mujeres como responsables del hogar y la crianza de sus hijos. A pesar de enfrentar presiones sociales y económicas, han asumido roles de cuidadoras y administradoras, manteniendo unidas a sus familias a través de una resistencia, ciudadano, esfuerzos y generando comunidad. En San Francisco de Tetlanohcan destaca una historia pocas veces contada: la resiliencia de las mujeres que se quedan detrás de la migración.
San Francisco de Tetlanohcan, Tlaxcala, 12 de octubre (SinEmbargo).- Guillermina atraviesa con destreza una fina aguja sobre el lienzo e hila con delicadeza una gruesa línea roja que, con cada puntada, da vida a un corazón en el cual, dentro de él, trazó un recuerdo personal: ella y su esposo, quien lleva 14 años en Estados Unidos. La línea roja es muy marcada y profunda, ya que no solo es el corazón que la rodea a ella y su pareja, sino que significa también la familia que formaron, sus seis hijos y sus nietos.
Guillermina borda con cuidado una paloma de color naranja encima del corazón. El ave representa a su suegra, fallecida hace algunos años, pero que sigue presente en sus recuerdos y en su bordado. Después de que su esposo emigró, Guillermina no solo se quedó al frente de su propio hogar, con seis hijos a los que criar y padres a los que cuidar, sino que también asumió la responsabilidad de sus suegros. Su suegra ya no está, pero el suegro aún sigue bajo su cuidado, a quien atiende con la misma dedicación.
Con cada puntada que Guillermina da, inserta un pedazo de su historia que ha sido siempre un esfuerzo por mantener unidos a los suyos a pesar de la distancia, pues cada hebra lleva consigo una historia, un sacrificio, una ausencia.
“Me duele mucho, porque aunque tuve tantos hijos, se están yendo, están volando”, platica frente a las cámaras de SinEmbargo.
La historia de Guillermina Rosette se repite, con sus respectivos particulares, en miles hogares de San Francisco de Tetlanohcan, un pequeño municipio ubicado en Tlaxcala, con una población aproximada de 11 mil 761 habitantes, pero que es un reflejo y espejo de lo que ocurre en miles de hogares mexicanos: la migración.
En ese pequeño municipio tlaxcalteco, la migración no es solo una estadística, sino una realidad arraigada en su población; cruzar la frontera en busca de una vida mejor es una decisión recurrente entre los habitantes de esa comunidad. Sin embargo, detrás de las cifras y movimientos, existe una historia pocas veces contada: la de las mujeres que se quedan.
La migración hacia Estados Unidos, especialmente a destinos como Nueva York, New Haven en Connecticut, y California, está presente en casi todos los hogares, explican Francisco Romero, investigador y educador de derechos humanos del Instituto de Investigación y Práctica Social (IPSOCULTA), y Claudia Loredo Ibarra, documentalista y activista de la organización Cooperativa de Imágenes de Igualitad, quienes desde hace años han implementado diversos programas y apoyos con la comunidad y familiares de migrantes de la región.
La migración empezó a darse en esa localidad desde décadas atrás, según platicaron los activistas y ciudadanos de la población. Se estima que desde las décadas de los 60 y 70 comenzó a darse la migración, y a partir de los 80 fue incrementando. Los hombres comenzaron a emigrar, impulsados por la necesidad de encontrar mejores oportunidades económicas, dejando a sus familias con la esperanza de un futuro más prometedor. Ello trajo consigo que poco a poco San Francisco de Tetlanohcan se fuera convirtiendo en un pueblo en el que las mujeres se quedan a cuidar.
“Este grupo tiene de particular, como muchas mujeres en México y de Latinoamérica, que son mujeres de comunidades que expulsan gente como migrantes hacia Estados Unidos, normalmente de segunda o tercera generación”, detalló Loredo.
“Sí se ha visto que aquí la mayoría de los hombres tienen que emigrar por la falta de trabajo. Es un pueblo pequeño, aunque ahorita ya está un poco más grande y, entre más grande, más emigran por la falta de trabajo aquí, no solo en el municipio, sino en el estado”, platicó Ana Karen, una joven de 29 años y madre de un pequeño de 12 años. Su esposo se fue a Estados Unidos hace siete años por la falta de oportunidades en la región. Ana Karen ha vivido la migración de familiares desde pequeña, pues sus tíos también emigraron hace 30 años.
Al menos 1.2 millones de mexicanos emigraron del país entre los años 2018 y 2023, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), los cuales reflejaron un aumento de al menos 459 mil personas que migraron en comparación con el periodo anterior, 2013 a 2018.
Los datos de la encuesta confirman, a su vez, que la mayoría de quienes abandonan el país son hombres, que lo hacen por motivos laborales y que, principalmente, cruzan la frontera hacia Estados Unidos. De los 1.2 millones de mexicanos que emigraron en el periodo citado, el 78.5 por ciento son hombres, mientras que solo el 21.5 por ciento son mujeres.
El principal motivo para migrar sigue siendo el “sueño americano” o la búsqueda de un mejor sustento, y Estados Unidos continúa siendo el principal destino para la gran mayoría de los mexicanos que emigran en busca de una mejor calidad de vida. Según los datos de la ENADID 2023, el 87.9 por ciento de los migrantes se trasladó a ese país del norte. En segundo lugar está Canadá, que atrajo al 6 por ciento de los emigrantes, cifra que además muestra un aumento del 2 por ciento de migrantes hacia ese país, que quitó las visas para mexicanos. España es el tercer país, pero con una cifra menor de tan solo el 1.3 por ciento de los migrantes mexicanos.
El 82.4 por ciento de los mexicanos que decidieron abandonar el país lo hizo por motivos laborales, mientras que el 5.8 por ciento lo hizo para reunirse con familiares, y un 5.3 por ciento emigró con el fin de estudiar. Al desglosar estos datos por género, se observa que el 84.9 por ciento de los hombres que emigraron lo hizo buscando empleo, mientras que, en el caso de las mujeres, este porcentaje se reduce al 56.8 por ciento.
LAS QUE SE QUEDAN
Detrás del fenómeno migratorio, un grupo a menudo ignorado es el de las mujeres que se quedan en México, quienes asumen el rol de cuidadoras de sus familias. Francisco Romero explicó que estas mujeres no solo tienen la responsabilidad de cuidar a sus hijos, sino que también se enfrentan a una dependencia emocional y económica de sus familiares que residen en Estados Unidos.
Aunado a ello, muchas de estas mujeres no eligen quedarse a cargo de sus familias; en sus propias palabras, “no se les pregunta si desean hacerse cargo de sus hijos o de la familia”. En ocasiones, son llevadas a vivir en la casa de la familia del esposo sin tener la oportunidad de opinar al respecto, un patrón que se ha normalizado en la sociedad.
“Son compañeras que tienen a su cuidado no solamente la familia, sino que hay una línea común de dependencia muy fuerte frente al resto de los familiares que están en Estados Unidos. La mujer que está acá, a veces y en palabras de ellas, no se les pregunta si se quieren hacer cargo de la familia, y a veces ni siquiera se les pregunta que van a ir a vivir a la casa de la familia del esposo o de la familia de este, de la línea de este hombre. Es algo que se viene replicando y asumiendo como tal, y las compañeras lo hacen, pero eso genera situaciones muy difíciles para ellas”, detalló Romero.
El trabajo que realizan estas mujeres, abundó el investigador, va más allá de las tareas domésticas, pues se ven obligadas a llevar a cabo una doble o incluso triple jornada laboral.
Además de la presión interna, se suma la presión social que las mujeres enfrentan en sus comunidades. La sociedad a menudo espera que actúen de manera más recatada, lo que añade una capa de dificultad a su ya complicada situación. El estigma que rodea a las mujeres cuyos esposos están en Estados Unidos provoca que, socialmente, se les exija tener un comportamiento más conservador.
“Sí, siempre están los ojos sobre ti, porque si saben que tu marido está en Estados Unidos, no te pueden ver con una persona (hombre), ni para darle el saludo. Se siente que una mujer que tenga a su marido ya tiene que estar como más recatada. La mirada siempre está con nosotros, porque somos señaladas”, comparte Jessica Yoselin Márquez, una joven de 29 años con dos hijos cuyo esposo lleva 10 años en Estados Unidos.
“MADRES” DE SUS NIETOS
Aunque la migración en su mayoría está compuesta por hombres, existe un significativo flujo de mujeres que buscan empleo en el extranjero o que, como ocurre en San Francisco Tetlanohcan, emigran junto a sus esposos. Este fenómeno ha creado una dinámica particular en las comunidades afectadas, donde las abuelas asumen el rol de madres para sus nietos, gestionando no solo los recursos y bienes que envían sus familiares desde el extranjero, sino también la educación y el bienestar de los más pequeños.
Isabel Mendieta es un claro ejemplo de esta realidad. Tiene a sus cuatro hijos e hija en Estados Unidos. Recientemente, compartió la historia de su nieto, un adolescente que ha crecido sin la presencia de su madre. “Su hijo ya tiene 17 años y no ha visto a su mamá. Es muy triste que él sepa que tiene mamá, pero nunca la ha visto. Yo me he hecho cargo de él”, comentó Isabel con tristeza en su voz.
“Son mujeres que casi todas tienen familiares en Estados Unidos, casi todos en Nueva York y Connecticut. Tienen grandes remesas, pero también un abandono fuerte”, explica Claudia Loredo.
María del Socorro Flores Rivera ha vivido en carne propia el fenómeno de la migración de sus familiares, ya que al menos 12 de sus familiares, entre ellos sobrinos y su hija, están en Estados Unidos.
“Híjole, pues es muy difícil cuando todos los de la familia se van, cuando nos dejan solas […] Vivimos angustiadas porque no sabemos cómo estén ellos allá”, comparte.
María, además, está a cargo de sus dos nietos, hijos de su hija, a quienes en dos ocasiones ella ha enviado para que los cuide.
El papel de las abuelas como cuidadoras primarias no solo es un testimonio del amor familiar, sino también de la resiliencia ante la adversidad. Estas mujeres, a menudo mayores, se ven obligadas a adaptarse a las circunstancias, asumiendo responsabilidades que tradicionalmente no les corresponden.
Loredo destaca que estas mujeres, que a menudo son olvidadas en el discurso migratorio, desempeñan un papel vital. La responsabilidad que asumen para asegurar el bienestar de sus nietos y otros jóvenes de la comunidad subraya la necesidad de fortalecer las redes locales y de apoyo comunitario para enfrentar los retos de la migración.
La migración ocurre principalmente entre los jóvenes. Los datos del Inegi detallan que el 50.6 por ciento de los migrantes tenía entre 15 y 29 años, un porcentaje similar al registrado en la encuesta anterior. No obstante, en el periodo de 2018 a 2023, se observó un incremento significativo en el grupo de adultos jóvenes, es decir, aquellos entre 30 y 59 años. Este grupo aumentó en 4.6 puntos porcentuales, ya que entre 2013 y 2018 representaba el 39.6 por ciento de los migrantes, mientras que entre 2018 y 2023 alcanzó el 44.2 por ciento.
ADMINISTRACIÓN DE RECURSOS
Además de cuidar a sus nietos, las abuelas gestionan el envío de remesas y la distribución de recursos, asegurando que las familias en México se mantengan unidas a pesar de la distancia.
Durante el periodo de enero a agosto de 2024, los ingresos por remesas en México alcanzaron los 43 mil 027 millones de dólares, un 3.7 por ciento más en comparación con los 41 mil 474 millones de dólares reportados en el mismo periodo de 2023, de acuerdo con información del Banco de México. De ese total, el 99.0 por ciento, equivalente a 42 mil 612 millones de dólares, se realizó a través de transferencias electrónicas, mientras que las remesas en efectivo y en especie representaron el 0.8 por ciento (332 millones de dólares) y las money orders el 0.2 por ciento (83 millones de dólares).
Las entrevistadas compartieron que en su comunidad son percibidas como hogares que, al recibir remesas, son más prósperos, lo que les genera presión para organizar más fiestas, una tradición común en el poblado. Sin embargo, a pesar de esta percepción, muchas de estas mujeres deben administrar los recursos que les envían sus hijos desde el extranjero, los cuales a menudo, por así decirlo, vienen “etiquetados”, es decir, con indicaciones sobre su uso; pero a veces, como ocurrió en la pandemia, tienen que aprender a economizarlos.
“Pasa que piensan que porque están en Estados Unidos podemos gastar y hacer fiestas y todo, pero a veces no es así. En mi caso trato de economizar lo que mi hija me manda porque a veces nos quedamos sin gasto para mis nietos y tengo que agarrar el guardadito para ellos”, compartió María.
LA RESISTENCIA
Claudia Loredo explicó que las familias y las mujeres en San Francisco Tetlanohcan muestran una fuerte resistencia a no depender únicamente de las remesas enviadas desde Estados Unidos y de los afectos que tienen con el uso de herramientas como WhatsApp, sino que buscan mantener conexiones afectivas. También han aprendido la necesidad de generar comunidad.
A lo largo del tiempo, estas redes familiares han sido fundamentales para evitar su quiebre, tanto entre los migrantes en el extranjero como dentro de la misma comunidad. Las mujeres, que a menudo han sido madres en múltiples ocasiones, han asumido roles de cuidadoras de sus hijos, sobrinos y nietos. Esta situación no es sencilla, ya que implica una carga emocional y física considerable.
“Mucho tiempo ha sido de tratar de que esas redes de México-Estados Unidos no se rompan con los familiares, pero también que no se rompan esas redes aquí en la misma comunidad, que es la que sostiene a estas mujeres […] con ellas las que están acá, las que se quedan, que luego son las olvidadas”, detalló.
El proceso ha unido a muchas de estas mujeres. Al principio, formaron un colectivo que buscaba apoyo para obtener visas, pero con el tiempo, esa organización ha crecido y evolucionado. Hoy, además de sus esfuerzos iniciales, han canalizado sus actividades tradicionales, como el bordado, para el desarrollo de proyectos productivos y han construido redes de apoyo mutuo.
La comunidad destaca por el bordado de servilletas que hacen las mujeres, así como por el amor que ponen en la comida y sus platillos típicos, en las fiestas patronales y la danza, que tienen un fuerte significado colectivo.
“Son grandes bordadoras, mujeres bordadoras que lo llevan en su tradición”, respondió Francisco Romero.
Además, al conocer su papel como cuidadoras y que muchas veces, como ocurre con la mayoría de las cuidadoras, se olvidan de sí mismas, estas mujeres ahora impulsan talleres de autocuidado. Bajo el nombre de Comunidad de Creación y Cuidados, trabajan con el acompañamiento de la Cooperativa de Imágenes y el Instituto de Investigación y Práctica Social y Cultural A.C.
Las organizaciones iniciaron un proyecto enfocado en la sensibilización sobre la importancia del autocuidado, tanto a nivel individual como colectivo y territorial. Este trabajo se centra en cómo el cuidado diario de las personas se ve influenciado por el contexto territorial en el que viven. Desde hace tres meses, han estado trabajando con la comunidad en temas relacionados con el autocuidado.
“Este proyecto, que se llama Red de Comunidad de Creación y Cuidado, es un proyecto que hicimos tres organizaciones: la Cooperativa de Imágenes, Ipsoculta y el Laboratorio de Experiencias Comunitarias. Nosotros conocemos desde hace casi 24 años que se ha trabajado con ellas, y en esta ocasión, lo que decidimos, escuchando y conociendo el contexto, es que lo importante y lo que les importaba a ellas era trabajar el autocuidado. Creemos que a través de los ciudadanos colectivos, de cómo nos podemos cuidar, se puede salir adelante como comunidad”, concluyó Loredo.