PROSA | "Me sentía un niño rudo. El amor era una tontería de mayores, un pretexto contra la soledad"

12/10/2019 - 12:00 am

El mundo va a estallar en mil pedazos y yo jamás he sido capaz de armar un rompecabezas. Antes de las mujeres, yo era un tipo rudo que aventaba cubetadas de agua a los perros y fumaba cigarrillos en primer año de secundaria. Entonces yo era un niño rudo y no como ahora que percibo un poco de cariño y ya me estoy aventando del avión sin paracaídas...

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 12 de octubre (SinEmbargo).- El mundo está a punto de estallar en mil pedazos y yo jamás, en mi jodida vida, he sido capaz de armar un rompecabezas. Ni siquiera cuando era niño. Porque cuando era chico, me sentía un niño rudo. A los siete años, podía escupir a dos metros de distancia y les alzaba la falda a las niñas de la primaria. No tenía tiempo para poner piezas en su lugar.

Adriana siempre usaba pantaletas rosas y sus flores favoritas eran las rosas y su mejor amiga se llamaba Rosa y, aunque se pudiese pensar que olía a rosas, no era así. Porque a Adriana no le gustaba el agua, ni siquiera le gustaba ir a la playa. A mí no me importaba el olor; de hecho, el aroma carecía de importancia, pero que no le gustara ir a la playa era imperdonable, por eso no quise nada con ella.

Entonces me iba con Aurora al jardín que tenía en la parte trasera de su casa. Aurora era rubia, era casi dorada, como si se hubiese bañado en una piscina de oro. Y era bonita, muy bonita, tenía los ojos tan azules que, aunque a ella sí le gustaba la playa, al mar no le gustaba ella. Envidia, por supuesto. Yo quería besos de telenovela, pero a ella le bastaba con juntar los labios. Eran besos aburridos, como bombones sin chocolate.

Un día se subió al piso más alto de la escuela y gritó “te amo” seguido de mi nombre. Fue la primera vez que una mujer decía algo lindo sobre mi persona. Y yo obviamente no le creí. Porque entonces yo era un niño rudo y no como ahora que percibo un poco de cariño y ya me estoy aventando del avión sin paracaídas. No como ahora, que el amor me agarra por los huevos y sólo puedo tartamudear su nombre infinitamente. No soy un poeta. Un marica, eso soy.

Antes de las mujeres, sobretodo antes de ella, yo era un tipo rudo que les aventaba cubetadas de agua a los perros y fumaba cigarrillos en primer año de secundaria. Y a veces era tan, pero tan rudo que incluso sacaba el humo por la nariz. Me tocaba mucho, incluso antes de que mi cuerpo produjera esperma y pensaba en las madres de mis amigos y también en las de mis enemigos. Soñaba con la profesora de geografía y con Esmeralda.

Esmeralda, mi dulce Esmeralda, a quien todavía no se le caían todos los dientes de leche, pero ya le habían crecido las tetas. Y aunque no era mi novia, me dejaba tocarla como yo quisiera, una y otra vez. Fue ella quien me dio mi primer beso de lengua una tarde de invierno y a mí sólo me dio asco. Me alejé lo más que pude de ella y de su lengua, porque yo no hacía esas idioteces del amor. Yo era un tipo rudo, no como ahora que me meten la lengua a la boca y hasta eyaculo.

Pronto el mundo explotará en mil pedazos y no será difícil encontrar sus senos entre los de las demás mujeres y tampoco su culo y menos su coño. Pero su mente... esa es otra historia. Ni siquiera ahora que está todo en su lugar he podido encontrar el camino para dar con su mente.

He intentado tomarme una cerveza de un solo trago, he capturado decenas de moscas sólo para arrancarles las alas y dejarlas vivas, he quemado cientos de hormigas con una lupa. El amor es una tontería de mayores, un pretexto contra la soledad, una falta de amor propio.

No sé por qué ahora el amor dice dónde y cuándo y ahí estoy yo, a la hora y en el sitio que se me indique. Abierto y dispuesto, pero sobre todo suyo en todos los sentidos. Pero de ella no hay rastro, otra vez no hay huella que seguir. Eso me hace llorar como un enfermo que se entera que no existe cura para su mal, como un estúpido hombre de las cavernas que desconoce todo a su alrededor y solamente escribo estas líneas que son literatura para pobres.

En mil pedazos va a estallar el mundo, al menos el mío y, estoy seguro, me lo prometo, que nadie estará aquí para unir las piezas.

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