La activista mapuche Moira Millán se consagró, en agosto de 2019, como la primera novelista indígena publicada por una gran editorial con su libro El tren del olvido, una ficción sumergida en la realidad de su comunidad.
En 2018 Millán coordinó el primer Parlamento de Mujeres Indígenas, que reunió a 36 comunidades originarias. En julio pasado realizó el segundo Parlamento, donde reunió a mujeres de Argentina, Ecuador, Colombia, Chile, Perú y Uruguay, para fortalecer sus identidades y expresar denuncias invisibilizadas.
Por Paloma Navarro Nicoletti
Ciudad de México, 12 de septiembre (Vice).- Weycha significa luchar, fe es la persona que lo hace. Es así como se define Moira Millán: una weychafe con espíritu de guerra, una mujer que protege al pueblo mapuche, una comunidad que continúa reclamando por sus derechos y visibilidad.
Moira nació en 1970 en el Maitén, provincia de Chubut. Es una de las líderes del movimiento de recuperación de tierras ancestrales indígenas, en particular las que son ocupadas por el Grupo Benetton, y referente del movimiento por El Buen Vivir, creado en 2015 e integrado por mujeres indígenas de diferentes comunidades de pueblos nativos en Argentina.
En 2018 organizó y coordinó el primer Parlamento de Mujeres Indígenas, que reunió a 36 comunidades originarias establecidas en el país, y este año, en el mes de julio, hicieron el segundo Parlamento en la ciudad de Las Grutas, Río Negro, donde reunieron a mujeres indígenas de Argentina, Ecuador, Colombia, Chile, Perú y Uruguay. Sus objetivos se centraron en fortalecer sus identidades y trabajar colectivamente las denuncias que son calladas o invisibilizadas por ser indígenas y mujeres.
Moira se consagró, en agosto de 2019, como la primera novelista indígena publicada por una gran editorial. El tren del olvido es una ficción sumergida en una realidad que la involucra de manera directa a ella y a la comunidad mapuche. Un ferrocarril que llega a la Patagonia en manos del poder británico, una estancia de la familia Benetton, la presión por el trabajo esclavo, una historia de amor y un relato valiente que perdura a lo largo de las páginas.
VICE: ¿Cómo pasaron tantos años sin que publiquen a novelistas mujeres indígenas en Argentina?
Moira Millán: No lo sé. ¿Cómo puede ser posible que en más de 200 años no hayamos tenido nada para decir? ¡Claro que tenemos! Sin embargo, soy la primera novelista mapuche publicada en una editorial grande. Y ahora puedo hacer que la gente se sumerja en una historia de colonización de los países europeos a los pueblos mapuches. La llegada del tren fue clave, la explotación de los mapuches horrorosa y las banderas del progreso fueron manchadas con sangre. Es por eso que la lucha comenzó hace muchos años pero todavía persiste, porque nos organizamos. Por eso es necesario que se lea, a través de una historia de amor, cómo existe un pueblo que es incapaz de rendirse ante la colonización Inglesa. Pasaron muchos años hasta que pude publicar esta historia.
¿Cómo es el rol de la mujer en las comunidades mapuches?
En las comunidades mapuches no hay roles establecidos según el género al que pertenezca cada persona. El mundo mapuche se organiza bajo el sistema de kompugel, que son fuerzas espirituales que habitan nuestro cuerpo y nos enseñan a cómo habitar la Tierra. Es decir, cada fuerza elige dónde depositarte, puede ser una planta, un animal, un río o un humano. Dentro de esa humanidad hay una diversidad de género y no hay roles asignados categóricamente, puede haber machis (personas medicinas) puede haber loncos (personas que organizan el mundo político y espiritual) puede haber un ñithol (comandante).
En el caso de las mujeres indígenas la opresión machista es mayor. La violencia es el lenguaje institucionalizado por el Estado por sobre los cuerpos y las personas.
No hay algo que sea inherente a un género, en ese sentido, la mujer mapuche asumió su ngen [poder que administra, gobierna y arregla las diferentes características de la naturaleza] y se limitó a hacer lo que el ngenle dictaminara. Por eso también tuvimos grandes comandantes guerreras mapuches que organizaron ejércitos de puras mujeres, como fue Guacolda, por ejemplo. Ellas utilizaron la estrategia del mismo cuerpo de la mujer, se movían de manera distinta, tenían otra contextura física, desarrollaron otra forma de cabalgar y formas de ir a la guerra, que por supuesto, el opresor patriarcal blanco occidental no quiso reconocer históricamente porque le avergonzaba. La mujer mapuche está también asociada a la transmisión del conocimiento y la sabiduría en la educación. No solamente somos dadoras de vida, sino también formadoras de modos de vida.
¿Cómo fue segundo Parlamento de Mujeres Indígenas por El Buen Vivirque se realizó este año en el sur de Argentina?
Las mujeres indígenas estamos en crisis, con problemas de desnutrición, tuberculosis. El nivel de miseria y pobreza en nuestro territorio es indignante. Pese a todo ello llegaron 250 mujeres de todo el país, sin apoyo económico del Estado, de las iglesias o de los partidos políticos.
Esos días empezamos una encuesta que todavía no está terminada, pero escuché 250 testimonios que fueron tremendos. Por ejemplo, ocho de cada diez mujeres han sido víctimas de violencia, física y sexual. De esas ocho, por lo menos siete la han sufrido por parte del Estado; es decir que estamos hablando de policías que han violado, torturado, golpeado, incluso asesinado a compañeras. También notamos cómo ocho de cada diez mujeres no tienen acceso a la justicia.
Ese encuentro nos sirvió para ser conscientes de que no son organizaciones de mujeres, sino que somos mujeres organizadas, así como Ni Una Menos o la campaña del aborto. En el caso de las Mujeres Indígenas por el Buen Vivirsomos mujeres organizadas buscando un horizonte, buen vivir como derecho.
También llegamos a la conclusión de que ningún gobierno de turno tomó en la agenda nuestra situación. Ni de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Solo una senadora — Magdalena Odarda— presentó un proyecto de ley en relación a los territorios.
Teniendo en cuenta que existen cientos de lenguas indígenas en toda la región, ¿cómo se comunicaron entre las comunidades?
En ese encuentro cada hermana pudo exponer en su idioma originario y otra hermana traducía, nos agrupábamos por lengua para poder acceder a las traducciones. Eso es lo que demandamos para el Encuentro Nacional de la Mujer, pero lo negaron, es por eso que no iremos. La lengua, las expresiones y las traducciones son fundamentales para nuestras comunidades indígenas. No vamos porque nos parece que la comisión organizadora de este año mostró sesgo de racismo, maltrato, un nivel de expulsión explícito hacia nosotras.
¿Cuál es la reflexión que hacen las mujeres indígenas sobre el racismo y la discriminación?
Existe una repetición social y política que se basa en el discurso de la No existencia. Evidentemente no quieren la plurinacionalidad en el mismo Encuentro de Mujeres porque no quieren reconocer que hay una plurinacionalidad en los territorios. Nosotras no queremos ir a ser humilladas y maltratadas. Si vos querés entrar a mi casa y compartir tu saber y yo te insulto y te maltrato, nunca más vas a querer volver, eso fue lo que nos pasó.
¿Cuál es la posición definitiva que toman como mujeres indígenas frente a estos hechos de discriminación?
Nosotras no buscamos integrarnos, buscamos la revolución. Las mujeres indígenas no queremos ser parte de este sistema racista, antinatural, mezquino; lo que buscamos es recuperar la forma de habitar el mundo que teníamos. Mucha gente me dice “ay, pero hablas por celular”, no entienden que nosotras no estamos planteando hacer una regresión tecnológica, buscamos que la tecnología se desarrolle respetando la vida y la naturaleza. No es una utopía, es posible. Se puede llegar a crear algo que superponga lo mejor de la cultura ancestral y lo mejor de la cultura dominante.
Hay muchas de nuestras compañeras que no se sienten argentinas, que no quieren consumir medicación de las grandes compañías farmacéuticas, que buscan medicina alternativa, que buscan otro tipo de alimentación, una forma de vivir distinta, y este sistema las excluye porque existe una fobia hacia otros modelos cosmogónicos, evidentemente creamos una especie de cosmofobia.
En el caso de las mujeres indígenas la opresión machista es mayor. La violencia es el lenguaje institucionalizado por el Estado por sobre los cuerpos y las personas. Venimos de siglos de opresión. La mano del hombre nos golpea, las instituciones no nos abren las puertas porque no hablamos en castellano, las denuncias ante la justicia no las toman porque existe el racismo. Se trata de un cúmulo de factores opresivos. Es por eso que las alianzas feministas son de gran ayuda, para doblegar la mano del que nos golpea y nos mata.
¿Cuáles son las diferencias de lucha en el feminismo de la mujer indígena?
Es que yo no me considero feminista, yo soy antipatriarcal. Se trata de una resistencia a una estructura, a una lógica y pensamiento, que puede tanto emanar desde occidente como de otros pueblos, de otros pensares y de otros sentires. Yo soy antipatriarcal porque soy mapuche, anticolonialista y anticapitalista; nada de lo que se constituyó en este mundo me pertenece. Interpelo el antropocentrismo porque no se trata solo de los humanos, sino de la vida en el planeta, de sostener las fuerzas armónicas.
Para mí el feminismo es un reciclaje de la propia cultura dominante. Por supuesto hay puntos de encuentro en la lucha hacia la opresión de la mujer y otros géneros. De todas maneras es preferible destacar el activismo de los pueblos por encima del de las mujeres. A veces me da gracia escuchar cómo recién ahora se les da espacio a otros géneros en distintas luchas, como si fuese algo nuevo, y siempre estuvieron ahí. Un jardín no florece de la noche a la mañana, las semillas estuvieron siempre y van creciendo con el tiempo. Lo que pasa es que estábamos atrapados en un binarismo insólito. Hoy la lucha es de la identidad.