Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
12/08/2024 - 12:04 am
Irse a la Chingada
“La sucesión finalmente está por consolidarse. López Obrador se encerrará en su quinta chiapaneca, como lo ha prometido repetidas veces, a escribir libros de historia, entre la humedad matinal de la selva y la siesta al abanico sosegado de su hamaca”.
Han sido tan insistentes las predicciones de la oposición sobre una supuesta reelección de López Obrador, que pareciera que, más que temerla, la deseaban, sólo por el afán de estar en lo correcto.
Y, a pesar de que la terca realidad les contradice, y AMLO se prepara ya para irse en menos de 50 días, como ha dicho repetidamente, a esa quinta de Palenque que tiene el mismo nombre del destino de las cosas que se pierden para siempre, su tozudez no da tregua, y su predicción fallida encontrará otras formas de volverse real.
Si los dichos no concuerdan con los hechos, los adversarios de López Obrador no aceptan nunca que se equivocaron. En lugar de eso, les dan un giro a sus dichos, de modo que se acomoden, si no a una realidad literal, a una interpretación figurada. AMLO, en efecto, no se reeligió, pero, según ellos, da lo mismo que si lo hubiera hecho: en su mundo, seguirá gobernando como una sombra que se proyecta sobre las decisiones de la nueva Presidenta.
Esta nueva manera de interpretar sus presagios de cataclismo antidemocrático tiene el superpoder de todas las teorías conspiratorias: no importa que no sea verdadera, lo importante es que no se puede probar que es falsa. Para cualquier decisión que tome la futura Presidenta tienen lista la explicación de que se trata de un capricho mandatado desde la morada donde el Presidente, que prometió descansar, sigue trabajando.
Lo que está detrás de esta terquedad es, por un lado, misoginia, pues les cuesta trabajo aceptar que las mujeres puedan ejercer el poder por sus propias determinaciones, no se diga asumir el cargo de Presidenta de la República. Pero la misoginia sola no basta para aferrarse a los falsos augurios con la obstinación del delirio.
Durante seis años, la oposición y sus voceros “neutrales” han encontrado en la persona misma de López Obrador la explicación a cualquier fenómeno o evento de la esfera de lo público. Si algo ha cambiado, ha cambiado para mal y ha sido culpa de su voluntarismo; si algo ha permanecido igual, también ha sido para mal y se debe a su falta de voluntad. En suma, todo lo que ha pasado en estos seis años ha pasado por la voluntad -o falta de ella- del Presidente, y esa voluntad a veces es manifiesta y, cuando no lo es, proviene de motivaciones ocultas que los voceros de la oposición escarban, si es necesario, de las profundidades de su inconsciente.
Los comentaristas políticos en este sexenio han debido diversificarse para convertirse en psicoanalistas, pitonisas y videntes, pero sobre todo en grandes negacionistas -o simples ignorantes- de la verdad manifiesta: que no todo lo que sucede en este país empieza y acaba con el Presidente, pero sobre todo, que la relevancia de su figura descansa en la legitimidad que le otorga un respaldo popular mayoritario y que su llegada al poder fue la llegada de un movimiento social emergido de las luchas de izquierda -aunque no limitado a ellas- de más de cuatro décadas. En otras palabras: López Obrador es quien es por el respaldo popular que lo legitima -el mismo que ahora se transfiere, incluso incrementado, a Claudia Sheinbaum-, y los analistas han cometido el error de ignorar ese respaldo y centrarse únicamente en la figura del presidente como individuo.
La sucesión finalmente está por consolidarse. López Obrador se encerrará en su quinta chiapaneca, como lo ha prometido repetidas veces, a escribir libros de historia, entre la humedad matinal de la selva y la siesta al abanico sosegado de su hamaca.
Será cosa de un par de meses para que se empiece a notar de verdad su ausencia y la oposición, sin pedir disculpas por su dislate, deba abandonar la tesis de que AMLO está tras las decisiones de Sheinbaum. Entonces deberán encontrar otro recurso para explicar lo que considerarán las próximas calamidades.
El problema es que han dedicado tanto tiempo a denostar a AMLO que no se han preocupado por modelar la imagen de su siguiente adversaria. Lo peor es que tampoco les funcionarán los prejuicios de cajón: el acusar al Gobierno de inepto e improvisado, por ejemplo, será un giro poco creíble, dado el perfil cautelosamente técnico de la próxima Presidenta. Tampoco será fácil espetar prejuicios clasistas contra una figura emergida del sector académico, tan apreciado entre las clases medias. Hacer de Claudia Sheinbaum la representación de un adversario, sin que medie para ello la figura de López Obrador, será quizás el mayor reto de la oposición en los próximos meses -o años-.
La salida fácil será, en un giro de 180 grados, asociar a Sheinbaum con una apariencia de autoritarismo; es decir, lo contrario de la imagen de dependencia que le adjudicaron durante toda su campaña y hasta bien entrada la transición.
Hay dos tácticas encaminadas a apuntalar este objetivo: el deslegitimar la mayoría calificada de Morena y sus aliados bajo el pretexto de la sobrerrepresentación y el invertir la correlación de fuerzas en las barras de opinión de los diarios y programas televisivos: no será extraño ver cada vez más voces del lado que suelen llamar “oficialista” y que los opositores, en lo que se reconfiguran, se presenten, finalmente, como la minoría que son.
El asedio de los medios corporativos contra el Gobierno no será evidente como lo es ahora, muchas de sus voces más estridentes habrán perdido espacios y la oposición se presentará en un nuevo papel como la víctima de un poder avasallador, censurador y -por usar su palabra favorita- carente de contrapesos.
Será duro para la oposición vivir sin López Obrador, pero pronto ajustarán su blanco a la Presidenta entrante. Eso sí, el recurso personalista según el cual todo lo malo será imputable a la voluntad individual de la Presidenta no lo van a cambiar -después de seis años, no saben cómo-. En la explicación de los tiempos que corren, para la oposición y sus voceros la fuente de todo mal seguirá siendo una sola persona y, como es su costumbre, no voltearán a considerar ni siquiera por disimulo a quien ha sido desde 2018 el protagonista de este trecho de la historia, y quien, al contrario de su dirigente más conspicuo, no tiene ninguna intención de retirarse de lo público: el pueblo politizado.
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