35Francisco Cruz analiza en Las damas del poder la relevancia de una figura polémica, ajena a las leyes que deberían limitar la actuación de los funcionarios y en este caso el más importante del Estado mexicano, y que precisamente por ello, por su cercanía al poder sin los controles necesarios, ejerció un peso cada vez más determinante en la actuación del Presidente.
Ciudad de México, 12 de agosto (SinEmbargo).– El domingo 3 de julio de 1955, María de los Dolores Izaguirre Castañares, esposa del entonces Presidente Adolfo Ruiz Cortines se convertiría en la primera mexicana en votar en una elección federal, un evento que formaba “parte de las estrategia para apagar el fuego del fraude de los comicios de 1952”, en los que ganó su esposo, escribe el periodista Francisco Cruz en su libro Las damas del poder (Planeta).
“Ese domingo las fotos retrataron a una mujer elegante, de porte íntegro, quien llegó temprano a la casilla, realizó el acto protocolario de antemano trazado, dándole su tiempo a cada acción, engalanándola, con sonrisas precisas y un semblante serio que hizo sentir a los presentes que ella misma, la Doña, había sido la única persona detrás de aquella victoria electoral; pero, más importante, que pareció borrar cualquier duda sobre la legalidad respecto a la atropellada votación que llevó a su esposo a la presidencia. Aquel rumor de robo se disipó cuando María deslizó cuidadosamente la boleta marcada en la urna y, enseguida, un coro de aplausos enalteció la bendita sonrisa de la primera dama”, escribe Cruz.
No obstante ese acontecimiento histórico contrastaría con los señalamientos de abusos, corrupción y negocios emprendidos al amparo del poder por María Izaguirre. “La mano negra de María Izaguirre también intervino para que sus hijos y un círculo íntimo de amigos hicieran múltiples y pingües negocios a la sombra del poder, y a espaldas. Si eso se podía, porque a los ojos del presidente nada escapaba y la seguridad de ella estaba a cargo de una guardia permanente del Estado Mayor Presidencial”, escribe el autor.
Y más adelante añade:” La incursión de María de los Dolores en asuntos poco honorables le tiró casi de inmediato esa aureola de honestidad que cubría a las primeras damas. Hubo señalamientos mordaces indicando que no solo regenteaba burdeles en el estado de Veracruz desde que Ruiz Cortines llegó a la gubernatura el 1.o de diciembre de 1944, sino que, a escondidas de su marido, imponía, asociada pícaramente a los secretos de alcoba o predominio de intimidad, su influencia para la apertura de bares y centros nocturnos en el Distrito Federal, burlando la mano dura del regente Ernesto P. Uruchurtu Peralta”.
Autor de las obras periodísticas Los hijos del imperio y García Luna, El señor de la muerte, Francisco Cruz analiza en este libro la relevancia de la Primera Dama una figura polémica, ajena a las leyes que deberían limitar la actuación de los funcionarios y en este caso el más importante del Estado mexicano, y que precisamente por ello, por su cercanía al poder sin los controles necesarios, ejerció un peso cada vez más determinante en la actuación del Presidente, en la persecución de sus propias ambiciones, y en cada ocasión favoreció a los suyos en forma descarada.
Cruz hace un balance de la progresiva degradación entre las mujeres que ocuparon ese sitio en los gobiernos en México desde mediados del siglo XX hasta 2018, y que entre el PRI y el PAN convirtieron en un periodo negro signado por la hipocresía, la opacidad y el dispendio a costa de la riqueza de todos.
SinEmbargo comparte en exclusiva para sus lectores un fragmento del libro Las damas del poder (Planeta), © 2023, Francisco Cruz. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
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MARÍA IZAGUIRRE, LA VERDAD OCULTA
Nombre: María de los Dolores Izaguirre Castañares Nacimiento: 11 de noviembre de 1891, Mazatlán, Sinaloa Fallecimiento: 18 de enero de 1979, Ciudad de México
Esposo: Adolfo Ruiz Cortines (1889-1973) Periodo como primera dama: 1952-1958
Se puso de rodillas a un lado de su cama y cerró los ojos. Colocó sus manos entrelazadas a la altura de su pecho y permaneció así unos instantes. Separó las manos, comenzó a persignarse. Era la mañana del domingo 3 de julio de 1955. Ningún ruido interrumpía las palabras que se alzaban fuerte y claras de su boca:
—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La mujer iba descalza y vestía un traje sastre negro. Al terminar su rezo volvió a la postura suplicante de manos entrelazadas frente al pecho; entonces susurró con una cadencia parecida a la letanía:
—Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres…
Los techos de la recámara eran altos; blancos y limpios como la bóveda de una iglesia. Su vestimenta oscura contrastaba con el esmerado aseo de la habitación, con la ropa de cama impecable, con las cortinas casi transparentes, con el fino tapizado de color perla de las paredes. Le gustaba pensarse como el elemento sobre el que giraba ese universo de orden.
—Ruega por nosotros los pecadores… —siguió, pero sus palabras de a poco fueron apagándose, hasta que la última palabra fue inaudible hasta para ella—: ahora y en la hora de nuestra muerte…
Pulcra, ordenada y silenciosa, así era aquella colosal mansión.
María Izaguirre se puso de pie y avanzó unos pasos hasta su tocador francés; suspiró hondo y revisó con cuidado su peinado en complicados y voluminosos chongos tiesos, sostenidos hacia arriba por generosas capas de laca. Su cabello recogido recordaba a las estrellas de la época de oro de Hollywood. Su imagen era la de una mujer madura impecable, refinada, de caderas anchas y estatura media.
Buscó en uno de los cajones un preciado prendedor de oro con forma de cruz. Se lo colocó. A sus 64 años tenía una cuidadísima tez y una expresión de sobria elegancia. Su imagen era la de una mujer que sabía manejarse en cualquier medio, que había nacido sabiendo que alrededor de ella orbitaba la gente; nunca al revés.
Se levantó y fue hacia el gran ropero repleto de vestidos y prendas de diseñadores de alta costura: Elsa Schiaparelli, Hubert de Givenchy, Christian Dior, Cristóbal Balenciaga, Coco Chanel, Ives Saint Laurent, Jeanne Lanvin. En su guardarropa eran comunes las sedas y una surtida colección de estolas de mink: tejido con zorro, visón, armiño y mantillas españolas. Ojeó su exclusiva colección de zapatos, eligió unos de color aperlado.
Elegante fue la capa-abrigo negra coronada de mink que eligió y se puso sobre los hombros con ligereza; por último, tomó una bolsa negra de piel y salió de su habitación a paso ligero pero rápido.
Antes de salir de la residencia se asomó por los ventanales para aspirar y disfrutar la vista de los jardines donde deambulaba el centenar de gatos que adoraba y había hecho adoptar.
Allí, en el centro máximo de mando en México, María Izaguirre tenía sus espacios propios y los conocía casi a ojos cerrados, era una mujer acostumbrada a moverse en la alta sociedad: era una protagonista gozosa del poder.1
Aquel domingo, María Izaguirre, la Doña, como le decían periodistas, fotógrafos, funcionarios de primer nivel y amigos, entraría en la historia del país: se convertiría en la primera mexicana en votar en una elección federal.
Originaria de Mazatlán, Sinaloa, criada en el puerto de Veracruz y educada en el aristocrático Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, en San Luis Potosí, María Izaguirre era una mujer elegante, de manos finas que sabían tocar el piano, conocedora de varias lenguas. Tenía ojos grandes y brillantes, gusto por la moda y era de buena familia de la élite naval-militar: fue hija de María de los Ángeles, Angelita, Castañares y de Manuel Edmundo Izaguirre Noriega, capitán de navío y primer director de la Escuela Naval Militar de Veracruz, cuando el porfiriato parecía sólido como una roca. A su vez, sus hermanos también eran distinguidos miembros de la Marina y Armada Nacional: Rafael, capitán de altura, y Luis Izaguirre Castañares, capitán de navío.
De complexión física mediana, esquivo, astuto y taimado, su esposo, Ruiz Cortines, envió el 9 de diciembre de 1952 una iniciativa para reformar la Constitución con el fin de conceder a la mujer el derecho a votar y ser elegida en comicios federales. Aquel documento navegó por los pasillos de la Cámara de Diputados y pasó de una oficina a otra hasta que finalmente se aprobó el 17 de octubre del año siguiente.
El voto a la mujer en elecciones federales formaba parte de las estrategias de Ruiz Cortines para apagar el fuego del fraude de los comicios de 1952, cuando las mujeres salieron a la calle para apoyar a su rival, el general Miguel Henríquez Guzmán, quien no solo apoyaba conceder el voto a la mujer, sino la igualdad política plena entre hombres y mujeres. Cortines, por otro lado, era un conservador que consideraba que la política era una tarea exclusiva para hombres. De hecho, fue la mano de María Izaguirre en aquella iniciativa, que ni el general Cárdenas había podido hacer aprobar en su gobierno, la que acabó por inclinar la balanza.
Ese domingo las fotos retrataron a una mujer elegante, de porte íntegro, quien llegó temprano a la casilla, realizó el acto protocolario de antemano trazado, dándole su tiempo a cada acción, engalanándola, con sonrisas precisas y un semblante serio que hizo sentir a los presentes que ella misma, la Doña, había sido la única persona detrás de aquella victoria electoral; pero, más importante, que pareció borrar cualquier duda sobre la legalidad respecto a la atropellada votación que llevó a su esposo a la presidencia. Aquel rumor de robo se disipó cuando María deslizó cuidadosamente la boleta marcada en la urna y, enseguida, un coro de aplausos enalteció la bendita sonrisa de la primera dama.
El 3 de julio de 1955 la mujer mexicana votó por primera vez en una elección federal. María Izaguirre, esposa del presidente Adolfo Ruiz Cortines, fue la primera mujer en emitir su voto.
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— Webcams de México (@webcamsdemexico) July 4, 2023
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María conocía lo que implicaba el papel de primera dama, pero también supo cómo sacarle provecho. Apenas llegó a Los Pinos, identificó a todas las damas de la aristocracia que no la aceptaban desde la época en la que su esposo era gobernador de Veracruz.
Ruiz Cortines llegó a Los Pinos en un ambiente hostil, derivado del saqueo del grupo alemanista, de la inflación y de un estancamiento de la economía que propiciaron una devaluación del peso en 1954, además del descontento de los sectores agrario, educativo y ferrocarrilero y de una violenta represión a seguidores de su contendiente en la votación de 1952: nunca se conoció el número real de muertos y heridos en la Alameda, aunque se habló de entre 300 y 500 desaparecidos. La represión se prolongó por semanas, que se hicieron meses.
El presidente viejito, lo llamaban en tono de burla, y había quienes, en forma equivocada, estaban convencidos de que, por la edad, sería el patiño del joven Miguel Alemán. Los gobernadores alemanistas: Tomás Marentes Miranda, de Yucatán; Alejandro Gómez Maganda, de Guerrero, y Manuel Bartlett Bautista, de Tabasco, sentirían en carne propia que el viejito era un político de hondos rencores y venganzas despiadadas. Los tres serían obligados a renunciar a la gubernatura de su estado cuando Adolfo Ruiz fue nombrado presidente.
Al llegar a Los Pinos, Izaguirre hizo construir un elevador a sus aposentos, así como llevar su piano y una escultura tallada en tamaño natural de la Virgen de los Dolores desde su domicilio familiar. La presencia de La dolorosa vino a convertir aquella sala en espacio de oración, pero también en sala de juegos de apuestas mayores: póker y canasta uruguaya. Fueron memorables las largas partidas nocturnas para apostar que, a la vista de la Virgen, ocurrieron en ese sexenio.
Fiel devota de la Virgen de los Dolores, Izaguirre no dejó pasar la oportunidad de mostrar su fe el día anterior a la toma de posesión de su esposo, que tuvo lugar en el Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México: «Mi presencia en un templo en vísperas de iniciarse las gestiones del nuevo gobierno, la aproveché —dijo— para pedir a Dios conceda a mi esposo acierto, energías y valor para bien de la patria».
A partir del 1.o de diciembre de 1952, se le abrirían todas las puertas a María, o casi todas, porque lo sabía, no era bien vista por la Liga Nacional de la Decencia, grupo de mujeres adineradas de ultraderecha, que predicaban la buena moral y las buenas costumbres, entre las que sobresalía la esposa del expresidente Manuel Ávila Camacho, Ana Soledad Orozco García, gran amiga y antecesora de Beatriz Velasco, esposa del expresidente Miguel Alemán.
La rechazaban porque conocían los derroches que existían en Los Pinos y que su esposo, a pesar de que como candidato fue enfático cuando condenó las desviaciones, el dispendio, la corrupción, la frivolidad, el nepotismo2 y el amiguismo, cuando llegó al poder todo quedó solo en buenas intenciones: Ruiz Cortines no se atrevió a terminar con las formas de operar del poder, porque en realidad, desempeñaba un personaje que, si bien parecía mirar a veces con aire de bondad de abuelo, resumía la historia negra del PRI y sus presidentes en la República.
La Doña disfrutaba del poder y hacía amistad con personajes de ese mundo como el cronista, poeta, ensayista y escritor Salvador Novo, con quien se dejaba ver de vez en vez. También se hizo cercana del célebre periodista y escritor Luis Spota.
Ella le pidió a uno de sus hijos, el piloto Mauricio Locken Izaguirre, e hijastro mayor de Ruiz Cortines, mudarse a vivir con ellos en el chalet inglés de Los Pinos. Sin pudores y sin moral de su esposo para evitar el nepotismo, Mauricio Olaf, hijo del empresario noruego Olaf Locken, nacido el 2 de mayo de 1927, alcanzó el grado de mayor en la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) y fue piloto responsable del avión presidencial. En abril de 1953, ya con negocios al amparo del poder, se presentó como rejoneador en la Plaza de Toros de la fronteriza Ciudad Juárez, hasta que en enero de 1963 llegó a la Plaza México y, al año siguiente, el portugués Joao Brilha do Matos le dio la alternativa en el puerto de Acapulco. Agobiado por una enfermedad incurable, el sábado 9 de enero de 1988, se suicidó.
Indiscreta con el poder que le otorgaba una posición inexistente para la prensa únicamente para rellenar las páginas de sociales y con el perdón de la Iglesia católica, por su devoción a la Dolorosa, y cuyos jerarcas en la Ciudad de México recibían cada año un auto nuevo, con las atenciones de la primera dama, para facilitarles su trabajo de evangelización, la mano negra de María Izaguirre también intervino para que sus hijos y un círculo íntimo de amigos hicieran múltiples y pingües negocios a la sombra del poder, y a espaldas. Si eso se podía, porque a los ojos del presidente nada escapaba y la seguridad de ella estaba a cargo de una guardia permanente del Estado Mayor Presidencial.
Bajo las premisas de austeridad y debilidad del mandatario, así como amenazas de ir contra funcionarios corruptos y pillos, para quienes necesitaran favores presidenciales solo había un camino; es decir, ponerse a los pies y servicio de una primera dama ávida de dinero, mucho dinero.
Aunque acotada, sabiéndose de cierto la debilidad o flaqueza única de su marido el presidente, por más que las malas lenguas señalaran que nunca mostraba amor por él y que desde 1941 había señalamientos abiertos y acusadores sobre un matrimonio arreglado, para darle imagen de familia al seco y parco Ruiz Cortines, cuando hacía una carrera política sólida que en 1944 lo llevaría a la gubernatura de su estado.
Ella, por su parte, puso todo el interés en capitalizar su momento y la mira en las guardianas de la moral de la época. «No se salva mucho de ser acusada de corrupción, como lo señalara en varias ocasiones el eterno cacique de San Luis Potosí, Gonzalo N. Santos, el famoso Alazán tostado —uno de los símbolos permanentes de la corrupción del PRI—, al acusar: María gana más con los burdeles que regentea en Veracruz», como escribió Fernández de Mendoza en Conjuras sexenales.
La incursión de María de los Dolores en asuntos poco honorables le tiró casi de inmediato esa aureola de honestidad que cubría a las primeras damas. Hubo señalamientos mordaces indicando que no solo regenteaba burdeles en el estado de Veracruz desde que Ruiz Cortines llegó a la gubernatura el 1.o de diciembre de 1944, sino que, a escondidas de su marido, imponía, asociada pícaramente a los secretos de alcoba o predominio de intimidad, su influencia para la apertura de bares y centros nocturnos en el Distrito Federal, burlando la mano dura del regente Ernesto P. Uruchurtu Peralta, político sonorense que pasaría a la historia como el Regente de Hierro.
Si tuvo Ruiz Cortines la idea o no de tener un matrimonio por conveniencia, eso pasó a segundo plano, Mariquita se propuso aprovechar todo a partir del momento en el que su esposo tomó posesión, aceptó mudarse a Los Pinos y construir allí su propia residencia presidencial.
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Muchas historias se tejieron en torno a la primera dama y su devoción por la Virgen de los Dolores. Por eso, quizá, recibió en abril de 1951 con buenos augurios las convincentes plegarias del obispo de Toluca y cura de dudosa reputación, Arturo Vélez Martínez, y el primo de este, político influyente e inmoral, Alfredo del Mazo Vélez —quien había gobernado el Estado de México de 1945 a 1951 y tenía largas ambiciones presidenciales—, para recurrir a millonarias colectas de limosnas con el fin de levantar una catedral en la capital de aquella entidad.
Misericordiosa, devota, influyente y esposa del todavía secretario de Gobernación, puso manos a la obra para apoyar la recolección de «limosnas» entre personajes y señoras pudientes. El panorama se amplió en octubre de aquel año cuando su esposo fue ungido como precandidato presidencial, único, de todos los priistas del país.
Donativos y limosnas llegaron contantes y sonantes a las cuentas del Patronato Pro Construcción Catedral de Toluca.
«La mendicante institución percibió un brevísimo, pero generoso paisaje de dinero y, convencida del piadoso recibimiento, extendió la charola a rifas y sorteos mayores: de residencias a motocicletas, automóviles y electrodomésticos, al menos esa fue la promesa»,3 de la mano piadosa de doña María que, con paso firme, se enfilaba como inquilina de Los Pinos.
María Izaguirre elevaba sus plagarías monetarias en reuniones con esposas de los funcionarios del gabinete, en encuentros con las primeras damas de los estados o en su círculo cercano de amigas que habían desplazado a la Liga de la Decencia y entre las que sobresalían Carmita Hernández de Mestre, Lucía Hernández, Mercedes de la Fuente de Stoffet, Alma del Monte y Fernanda Camou, además de sus grandes amigas veracruzanas de la familia Del Olmo, María Celis de Pérez Martínez, las Varela, Conchita Ramírez Cano y Esperanza Ramírez Vázquez.
Entronizada como primera dama, doña María mantuvo el llamado y sus fervorosas plegarias para apoyar al representante de Dios en suelo toluqueño y, además, primo hermano del señor exgobernador y luego senador Del Mazo Vélez. La asociación automática de los apellidos Izaguirre Castañares, Ruiz Cortines, Del Mazo y Vélez se convirtió en un infalible picaporte para el obispo Arturo Vélez Martínez. El dinero le caía del cielo o de incautos creyentes.
El cielo escuchó sus plegarias y rezos porque, en una partida nocturna de póker de alto calibre y canasta uruguaya con sus amistades en la residencia presidencial, la bondad del Creador o la complicidad de María Izaguirre permitió al patronato incluir en las rifas una mansión en Lomas de Chapultepec.
Como se documenta en Negocios de familia, la fe se apagó al cabo de unos años, cuando Adolfo López Mateos ya despachaba en la silla presidencial el día en que en diligencias ordinarias se descubrió que el patronato había desaparecido las millonarias ganancias íntegras de las generosas limosnas.
La suavidad de trato y la dulzura del obispo no pudieron ocultar la quiebra ni los malos manejos del organismo.
Los donativos se evaporaron en las manos del apacible excura de Atlacomulco, Vélez Martínez. Con toda su finura, el fraude escandaloso de aquellas extrañas formas de entregar limosna se propaló cuando el obispo decidió confiar en la intervención celestial y no entregar la residencia prometida en Lomas de Chapultepec.
El escándalo se volvió un martirio perpetuo. [El periódico] Excélsior contrató al despacho J. de J. Taladrid para llevar el caso y este se lo entregó al entonces joven abogado postulante José López Portillo, quien se vio en la penosa necesidad de escudriñar en todas las cuentas, auditar y exigir el embargo precautorio de los bienes conseguidos a través de las rifas, al grado que el obispo de Toluca estuvo a punto de pisar los corredores de la penitenciaría. Para evitar un vergonzoso bochorno familiar por esas pillerías, el ya senador Del Mazo Vélez llegó a un acuerdo: liquidó, muy en silencio, la deuda de su primo hermano.
A pesar del escándalo, Vélez Martínez descubrió la grandiosidad del tributo terrenal o el amor de Dios porque milagrosamente se levantó como el hotelero más poderoso del Valle de Toluca.
Aunque nunca se le investigó ni se le asoció al obispo pillo, por ser esposa de quien era: el expresidente enemigo de la corrupción, doña María Izaguirre terminaría, con este y otros negocios dudosos, como propietaria de al menos 90 condominios en la Ciudad de México.
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Las partidas nocturnas de póker de doña María eran voz pública en el aire; en el texto publicado en 2017 María de mis Marías sección biográfica, Geobanys Valle Rojas rescata una anécdota de María Félix a propósito de María de los Dolores Izaguirre Castañares: «A Ruiz Cortines lo traté en cenas de Los Pinos y alguna vez jugué canasta con su mujer, que, por cierto, era muy tramposa. Estaba acostumbrada a jugar con un grupo de lambisconas que se dejaban ganar para congraciarse con ella».
De que era tramposa y calculadora, ya había dado pruebas de ello. Por eso no causa extrañeza la anécdota, no desmentida aún, de la lección que planeó para sus eternas enemigas, quienes ya se habían convertido en una punzante piedra en su zapato. Arropada por la comodidad de su residencia y el poder que le confería ser la consorte del presidente, María Izaguirre consideró que ya era tiempo de usar una de sus mejores cartas para cobrar una venganza personal: el periodista Luis Spota.
Desde que se enteró de su existencia y su trayectoria, María Izaguirre supo que este podría ser la flecha envenenada que necesitaba para pegar directo al corazón de aquellas damas de la Liga de la Decencia del alemanismo, quienes llevaban tiempo cuestionado su moral como primera dama regenteadora de burdeles y otras obras no menos pecaminosas, a las que ella no prestaba atención, como presuntos encuentros íntimos con elementos del Estado Mayor (para eso servía el elevador). Astuta como era, le contó a Spota una serie de chismes exclusivos de algunas de esas mujeres, que sirvieron de eje para que, en 1956, este publicara su novela Casi el paraíso.
La jugada debió ser festejada a carcajadas por la primera dama, pues, por muy organizada que estuviera, la Liga de la Decencia no podría prohibir ni censurar la novela que exhibía su moral decadente y los secretos oscuros e inauditos del mundo social al que ellas pertenecían y tanto se ufanaban en maquillar.
La novela surgió con un tono duro y hasta divertido. Casi el paraíso muestra la apariencia del poder, los secretos incomprensibles del alemanismo y los horrores de esa sociedad corrompida e insaciable que, amparada en las ambiciones desmedidas de Alemán, intentaba mantenerse en el poder mediante la reelección, con el pretexto, entre otros, del impacto que tendría la guerra de Corea que estalló el 25 de junio de 1950 y se prolongó hasta julio de 1953.
El argumento del libro debió levantar ámpula a más de uno, pues apareció como una fotografía nítida que exhibía en dos historias aparentemente inconexas a un mismo personaje: Amadeo Padula —un joven humilde, hijo de una prostituta— y el príncipe Ugo Conti —un vulgar cazafortunas, manipulador, gigoló y seductor profesional— que se las ingeniaría para mezclarse con la alta sociedad del alemanismo y ganarse su adulación y zalamería. La crítica es mordaz porque pone en evidencia la opulencia y mediocridad que caracteriza a cada uno de los miembros de la clase política priista, egresada de la universidad, y a la burguesía ridícula que se enriqueció a manos llenas durante esos años.
En uno de los fragmentos más importantes se explica cómo se hacía el enriquecimiento ilícito desviando dinero del gobierno:
—Me alegro —continuó Rondia—. Usualmente los contratistas que operan con el gobierno obtienen una utilidad neta que fluctúa entre el 10 y el 25%. Sumada, esa utilidad asciende a algunos cientos de millones de pesos al año […] Y he pensado esto: crear una empresa, una sociedad anónima, de la cual tú serás el presidente. Haremos, claro, buenos trabajos […] Calculo que cada año nuestra organización puede recibir órdenes por algo así como unos 500 millones.
—Cincuenta o sesenta para nosotros, conservadoramente —calculó Ugo, ante el regocijo de Rondia.4
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1 «Si con pocos adjetivos pudiera describir a las primeras damas de los últimos 40 años, llamaría a doña María Izaguirre, gozosa; a doña Lupita Borja, enferma; a María Esther Zuno, enérgica y poderosa, y a Paloma Cordero y Cecilia Occelli, discretas. De doña Carmen Romano mejor me reservo el juicio», escribió María Teresa Márquez en Las mujeres y el poder, México, Diana, 1997.
2 Cuando Adolfo Ruiz Cortines llegó a la presidencia de la República, su único hijo, Adolfo Ruiz Carrillo, permaneció en el empleo que tenía en una oficina de Petróleos Mexicanos (Pemex), quedó marginado de toda actividad presidencial, aunque algunos historiadores, como la guanajuantense Doralicia Carmona Dávila, señalan que le pidió salir del país porque sería un estorbo para la administración ruizcortinista.
3 Francisco Cruz Jiménez y Jorge Toribio Cruz Montiel, Negocios de familia, biogra- fía no autorizada de Enrique Peña Nieto y el Grupo Atlacomulco, México, Planeta, 2009.
4 Luis Spota, Casi el paraíso, México, Grijalbo-Debolsillo, 2004, pp. 426-427.