Hace unos meses empecé a utilizar una aplicación llamada “Un segundo al día”, en que uno elige, valga la redundancia, un segundo de cada día de su vida para lograr un video que al final de un año durará unos cuantos minutos. Como soy una ñoña, me esfuerzo en incluir en los segundos a los personajes importantes de mi familia, a mis perros, a las actividades que suelo hacer o a los eventos extraordinarios, intentando que el cortometraje sea realmente un reflejo de mí. La aplicación me ha puesto a pensar en la narrativa que uno hace de sus días: si yo eligiera siempre el momento en que me tomo mi café, la historia de mi vida sería la de una mujer tomando café. Y ya. Si grabara nada más que el tráfico urbano, mi existencia daría pena. Dependiendo de los segmentos mi biografía podría ser una historia de acción, de romance, de drama, o de nada. Si alguien escribiera la reseña o la contraportada de la novela de mi vida basándose en los segundos elegidos, ¿qué diría? ¿A qué le doy importancia? ¿A quién le doy importancia? Se me ocurre que esos cortes, estas “versiones del Director” son algo que hacemos todos los días: vemos a un amigo que no hemos visto en meses, y le resumimos lo que se ha perdido. Vamos a terapia y respondemos la pregunta: ¿En qué puedo ayudarte?, y ahí tenemos que introducirnos: cómo nací, cómo crecí, con quién me reproduje, etcétera. Actualizamos nuestros testamentos frente a un notario y ahí, en corto, estamos diciendo lo que hemos logrado, lo que planeamos dejar, y a quién. Pero sobre todo nos resumimos en pensamientos constantemente: Soy feliz. Soy infeliz. Mi vida es tan difícil. Soy desafortunado en el amor. Odio mi trabajo. Etcétera.
En esta aplicación, este ejercicio de edición constante, uno tiene el poder de narrarse como uno quiere, de transmitir la película desde el punto de vista más subjetivo y sin la intervención de nadie, pero ¿estamos siempre conscientes de la narrativa que hacemos, día a día, de lo que son nuestras vidas? ¿O alguien más está haciendo la edición? Mi mamá decía que uno es el director, actor, guionista y encargado del casting de la película de su vida, y que no debe permitir que alguien más determine ni el género, ni el rumbo de la historia ni la preponderancia de un personaje sobre otro. “Tú estás dejando que ese personaje secundario se convierta en principal”, decía cuando yo lloraba por tener que aguantar a una insoportable antagonista.
Un segundo al día… suena como demasiado poco para resumir cualquier cosa, pero a fin de cuentas daría lo mismo que fueras uno, diez o noventa segundos: si los personajes están bien elegidos, si el tono es el correcto y el escenario el deseado, la historia reflejará lo que buscamos en seis minutos o en cien. Por supuesto, lo ideal sería vivir con tal alegría que si los segundos fueran elegidos al azar, dieran por resultado una buena película. A fin de cuentas la felicidad es una suma de segundos felices; la tristeza la suma de los momentos de melancolía. Todos tenemos episodios para la filmación de un drama, de una comedia, de un romance… ¿cuáles instantes estamos eligiendo para contarnos quiénes somos? ¿Cuál es la emoción regente? ¿Cuáles segundos suman más en la balanza? Por otro lado, y hablando de ediciones máximas, de sinopsis absolutas, un ejercicio interesante es escribir de vez en cuando nuestro epitafio: la frase o par de frases que quisiéramos quedaran labradas en nuestra piedra final. Alguien, algún día, redactará lo que fuimos, y no tendremos ni voz ni voto en ella. Por eso, ensayarla en vida merece la pena… nos obliga a preguntarnos si estamos viviendo la vida que nos llevará a merecer la lápida que deseamos.