El daño que somos capaces de producir exhibe en los humanos nuestra esencia más oscura. En más ocasiones de las que estamos dispuestos a aceptar, la crueldad nos define, nos alienta y, en situaciones innumerables, nos fascina.
Por Alberto Ruy Sánchez
Ciudad de México, 12 de junio (SinEmbargo).- La mirada de Elideth Fernández ha captado en los ojos de caballos, aves, cabras, primates, toros, un sufrimiento profundo. Del fondo oscuro de cada fotografía surge, envuelto delicadamente en luz, acariciado así con enorme empatía, un dolor de mil cabezas.
La fugacidad de ese martirio ha sido detenida en el parpadeo de su cámara. Retiene, literalmente, lo insoportable. Al no usar color, evita intencionalmente distracciones pero también el chantaje de la sangre. Nos señala, en cambio, gestos animales sutiles donde aflora con intensidad eso que podríamos llamar el alma de los supliciados.
En estos seres, una gama de sentimientos complejos, miedo, angustia, incertidumbre, aflora gracias al “arco iris de lo negro” que Elideth despliega en cada imagen. Al hacerlo con esta fuerza estética, sus fotografías pasan de ser testimonios a volverse ya manifiestos sensibles y a la vez profundos, sin dejar en un instante de ser peculiares y poderosas obras de arte. Obras creativas y reactivas: que vuelven imposible la indiferencia.
El daño que somos capaces de producir exhibe en los humanos nuestra esencia más oscura. En más ocasiones de las que estamos dispuestos a aceptar, la crueldad nos define, nos alienta y, en situaciones innumerables, nos fascina. Hasta hemos hecho del sufrimiento rituales muy variados, glorificando y hasta sacralizando tantos actos donde se transforma nuestra barbarie en formas peculiares de cultura. Que nunca por ello dejan de ser abominables. En no pocas situaciones, los animales humanos inventamos justificaciones de todo tipo, utópicas, alimentarias, religiosas, para ejercer crueldad extrema contra muchos otros animales. Hemos llegado a llamarnos sus amos, haciendo, sin darnos cuenta, una metáfora política del más cruel avasallamiento al que estamos dispuestos. Todos los fenómenos de poder participan de esta posibilidad.
Esta fotógrafa se ha atrevido a concentrar su atención sobre lo atroz y a mirar una y otra vez a los ojos de los que sufren. Por su mirada esos ojos hablan y, como ella dice, “revocan el silencio” que con tanta frecuencia cubre como un manto indignante la existencia de nuestra crueldad profunda. Y por lo tanto reactivan la posibilidad de sus antídotos indisolubles: la empatía ética y la mirada poética. Todo esto revela, con intensidad inusitada y a la vez con sutileza, las imágenes de Elideth Fernández.