Sandra Lorenzano
12/05/2024 - 12:02 am
1939, tal vez, o 2024
“Y voy a permitirme un cambio, porque en el poema aparece el año 2005, pero yo voy a decir 2024 porque estamos viendo que hoy ocurre en el mundo lo mismo que ocurría en la España democrática que sufrió el golpe de Estado de 1936.”
Luis García Montero se pone las gafas y lee su poema “Morelia”. Detrás suyo dos enormes banderas mexicanas unidas por un escudo dorado parecen abrazarlo. Yo, como buena exiliada, siempre me emociono con la bandera del país que me dio hogar, y como buena amante de la poesía, me emociono con los versos de Luis. Emocionada por partida doble, imagino a esas niñas y niños cuyos padres los subieron a un barco para alejarlos de la guerra, del hambre, de la sangre, pensando que pronto podrían volver a abrazarlos. Imagino el miedo de los chicos, la tristeza, la sorpresa, tal vez, de verse rodeados de agua durante tantos días -para muchos, quizás fuera la primera vez que veían el mar-. Imagino la conmoción al llegar a la ciudad que sería su casa durante larguísimos años. La lengua que, a pesar de ser también español, sonaba tan diferente a la propia, como los sabores, como el olor del aire.
No hubo abrazo de reencuentro con las familias que quedaron en la otra tierra. La dictadura franquista fue larga y oscura.
Luis García Montero se pone las gafas y recuerda en su poema el primer viaje que hizo a esa hermosa ciudad colonial, a la que llegaron protegidos por el presidente Lázaro Cárdenas y por su esposa, Amalia Solórzano, los llamados “niños de Morelia”.
“Agradezco este premio por lo que significa para mí México, desde un punto de vista ético; es inevitable el recuerdo del exilio español de cuya llegada a México se cumplen 85 años”, dijo el poeta granadino, director del Instituto Cervantes, la tarde del pasado 8 de mayo al recibir, en la Cámara de Diputados, el Reconocimiento a la Excelencia en Letras y Humanidad 2024.
“Para mí hacer memoria es también comprometerse con el futuro -agregó- y llevamos algún tiempo viendo por televisión unos bombardeos que están asesinando a cientos y cientos y cientos de niños en Palestina, y me acuerdo de los niños de Morelia, y me llena de indignación que el mundo actual no sepa comportarse con la dignidad con la que se comportó México en 1939. Y voy a permitirme un cambio, porque en el poema aparece el año 2005, pero yo voy a decir 2024 porque estamos viendo que hoy ocurre en el mundo lo mismo que ocurría en la España democrática que sufrió el golpe de Estado de 1936.”[1]
Luis García Montero se pone las gafas y lee con dulzura:
Morelia
A Marco Antonio Campos
Soy cobarde.
Pero también mantengo la dignidad. Procuro
no vender la sonrisa
que los fuertes esperan.
Por eso corro hasta mis versos
como el niño que huye hacia su cuarto
cuando empiezan los gritos de la casa.
Me duermo y amanezco.
Ya da el sol en las piedras de Morelia.
Me levanté muy de mañana
a caminar las calles
de una ciudad que ha sido
ese recuerdo en el que nunca estuve.
Tampoco estuve nunca en el Madrid bombardeado,
pero crecí mientras buscaba
una verdad en la memoria.
Más que la tierra limpia,
me emociona el paisaje de cultivos,
la piedra que las manos edifican,
paredes que comprenden
un relevo de vidas cotidianas,
de cuerpos, de murmullos, de tacones
que bajan la escalera,
de peldaños que corren hasta el sótano
antes del bombardeo.
1939,
tal vez, o 2005,
es la historia del agua,
la lluvia repetida en el invierno
como una condición de la miseria.
El sol abre los ojos
y puede ver la infancia de un país
que huye de la guerra,
que cruza el mar,
que desciende del barco,
como la historia, en fila,
muy peinada la historia
con su maleta de cartón,
con sus recuerdos
sin estatura y para siempre,
mientras ordena el equipaje
en la ciudad que la recibe.
Valladolid. Morelia.
Suave patria.
Miro la catedral, el internado,
los edificios nobles,
y en la imaginación,
donde se viven los recuerdos
para que las historias generales
puedan gozar de intimidad,
agradezco la luz al descubrir
una nobleza humana
más alta que las piedras y los bosques.
Poco a poco la gente ha invadido las calles.
Estoy acompañado y solo
en una plaza de Morelia.
Pero siento que corro hasta mi habitación,
siento que me refugio
de los años, del agua, de la muerte,
de todo aquello, frío y desarticulado
como un juguete roto,
que nos fue separando de la infancia.
[1] En este enlace está el acto completo en la Cámara de Diputados. La lectura del poema empieza en el minuto poco después del minuto 48.
https://youtu.be/oDtw3YNT_MI?si=5xvH0fptzIJFH3p6
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