El relato de Juan, el gallo protector

12/05/2024 - 12:02 am

Juan, el gallo protector, despierta entre las quince gallinas que él ha decidido cuidar, todas despiertan, entro a su casa con el desayuno, Juan me recibe y sigue mis pasos en cada parada, en cada comedero y bebedero y si me atrevo a tocar a cualquier gallina, Juan me picotea.

Juan era un gallo de gran tamaño y de aspecto majestuoso, protector y muy fuerte.

Después de desayunar, salían de su casa todas con Juan, quien era experto guiándolas por el camino más seguro y con variedad de insectos para comer. Aunque hemos educado a los perros para respetar a todos los animales del santuario, si alguno se acercaba a cualquier gallina, Juan expandía su plumaje, abría las alas y los ahuyentaba con su imponente presencia. No he visto un gallo más intimidante y respetado que Juan.

Algunos días aparecían águilas volando muy bajo y Juan muy hábilmente extendía sus alas y en una especie de abrazo continuo guiaba a las gallinas bajo un árbol, donde estarían seguras de la vista del águila, él se mantenía al frente vigilando el panorama y ninguna gallina se alejaba, en cuanto el cielo se despejaba, salía Juan con las quince gallinitas a continuar su recorrido habitual, casi 3 mil metros cuadrados recorrían todos los días. Me encantaba verlas, memoricé su camino, sus hábitos y sus personalidades, podía distinguir quien era quien aunque su plumaje fuera idéntico, eran tan diferentes entre ellas.

Al regreso de su rutina del día, a las 5 de la tarde, entraban a su casa por una pequeña puerta por la que ningún otro animal podía entrar, hacían una fila y entraban de una a una; Juan siempre era el último en entrar, se aseguraba de que no faltara ninguna y si alguna faltaba, no entraba, era mi señal para buscar a la gallinita que no logró seguir al grupo, al encontrarla se la mostraba a Juan, la metía y en seguida él también entraba, perchaban juntos, yo cerraba las cortinas y se sumían en un profundo sueño, donde se acostumbraron a dormir sin preocuparse por los depredadores que tanto nos esforzamos por imposibilitar su acceso al gallinero.

Yo siempre sentí admiración y respeto por Juan, no me dejaba tocarlo, pero con el tiempo se acostumbró a mi presencia diaria, aprendió que yo existía para servirles, me gané su confianza y mi admiración se transformó en amor y cariño, por supuesto, jamás dejé de respetarlo, ya no me atacaba cuando tenía que agarrar a alguna gallina para llevarla al doctor o para atenderla.

Pasaron los años, las gallinas tienen una esperanza de vida extremadamente corta por los estragos genéticos que la industria del huevo ha dejado en su salud; así, iban muriendo poco a poco mis amigas y la familia de Juan, hasta que de repente sólo quedó Juan, siendo un gallo de edad avanzada, llegaron más gallos y gallinas rescatados, pero ya era hora de que Juan descansara.

Estaba sano pero se notaba su edad, comenzó a tener problemas en las articulaciones, los veterinarios en general saben muy poco sobre las aves que explota la industria, así que lo llevamos con muchos doctores y cada uno aportó lo que se pudo para ayudarlo, y así lo hicimos.

Mi rutina matutina con él cambió, ya tenía su propia casa a lado de los demás gallos, le llevaba su desayuno, me sentaba con una cobija en las piernas, lo acostaba en mi regazo y comenzaba su terapia física, la primera de 3 al día, le masajeaba las piernas y patas, hacíamos movilidad y después lo sacaba a caminar en un carrito con ruedas que Gustavo hizo para él, pasaba la mayor parte del día con él, no soportaba ver a ese gallo poderoso no poder caminar por su cuenta, pero día con día mejoraba, Juan no se rindió ni se deprimió nunca, podía notar el coraje en su ojo por no mostrarse vulnerable, así es, perdió un ojito, lo cual no influyó en su ánimo jamás, y lo logramos juntos, volvió a caminar y a hacer las cosas por sí sólo, entonces pasó su vejez descansando y siendo autosuficiente, después de todo, cuidar a tantas gallinas durante más de 6 años es bastante agotador.

A medida que avanza el tiempo, Juan se convirtió en un símbolo de fortaleza y resistencia. A pesar de los desafíos que enfrentó en su vejez, su determinación por seguir adelante nunca flaqueó. Con cuidados y terapias, Juan recuperó su movilidad y continuó disfrutando de su vida en el santuario.

Juan murió hace un par de años, en mis brazos, siendo un gallo viejo y feliz, con muchas memorias, vivencias y, sin duda, muchas emociones a lo largo de su vida; sé que me veía como su amiga, yo confiaba en que no me picotearía y él confiaba en que yo nunca lo dañaría.

Ojalá así fuera el inicio y el final de todas las gallinas y gallos del mundo, ya que he visto cuánto disfrutan la vida y cuántas relaciones y vínculos hacen con sus amigas, parejas e hijos, a su manera, distinta y similar, al mismo tiempo, al humano.

Su legado perdura en los corazones de quienes lo conocieron. Su vida nos enseña la importancia del amor y el cuidado hacia todas las criaturas, independientemente de su especie. Que su memoria viva en el recuerdo de las decenas de gallinas a las que protegió y amó, y que su historia inspire a otros a cultivar relaciones basadas en el respeto y la compasión.

Ximena Machete
Nacida en la Ciudad de México, a mis 29 años soy tatuadora, artista plástica y defensora de los derechos de los animales. Los últimos 6 años de mi vida los he dedicado a ser la encargada del bienestar de los animales del Santuario Libres al Fin en Monterrey, Nuevo León.
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