Se hablaba de un “monstruo” que vivía en los sótanos del nosocomio. Horacio Quiroga exigió conocerlo. Vicente Batistessa, quien en realidad era un hombre enfermo, se convertiría en el último amigo del escritor uruguayo.
Ciudad de México, 12 de marzo (SinEmbargo).– Horacio Quiroga se adelantó. No aguardó por la muerte. Sufría de cáncer de próstata y un día, el 19 de febrero de 1937, se tomó un vaso que contenía cianuro.
Ocurrió en un hospital de Buenos Aires, en Argentina. Quiroga se había internado ahí para luchar contra el avanzado mal que lo carcomía por dentro. Sus últimos días los pasó acompañado de Vicente Batistessa, quien era llamado “monstruo” en los pasillos.
Batistessa, un hombre que sufría de elefantiasis, vivía en los sótanos del nosocomio al que arribó Quiroga. Horacio lo supo y exigió que se convirtiera en su compañero de habitación.
El vínculo entre ambos creció. Se hicieron amigos. Horacio Quiroga le confesó que él iría a buscar a la muerte. Vicente Batistessa fue testigo del suicidio del escritor uruguayo.
La elefantiasis “es una causa común de discapacidad en las zonas tropicales y subtropicales del mundo: se estima que 40 millones de hombres y mujeres han quedado desfigurados y postrados por el daño que un parásito causa al sistema linfático”, de acuerdo con un reporte del diario Infobae.
Esa enfermedad atacó a Vicente Batistessa, último amigo de Quiroga, maestro del cuento.
-Con datos de Jonathan Minila, de Letras Libres.