El Rector de la UNAM, Enrique Graue, dijo en junio del año pasado que era “innegable” que el narcomenudeo había tomado ciertas áreas de Ciudad Universitaria y que medidas como mayor iluminación y la detención de presuntos delincuentes fuera de los campus no había funcionado.
Por su parte, el Comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia, aseguró que hasta el momento no se tiene detectada la presencia del Cártel Jalisco en la capital del país, como indica un informe de la DEA. Por estas contradicciones, los universitarios temen lo peor: que sus actividades lúdicas con la droga se vuelvan una sentencia a muerte.
Por Gardenia Mendoza
Ciudad de México, 12 de marzo (LaOpinión/SinEmbargo).- Incluso antes del medio día pero ya hay actividad de venta de mariguana al menudeo en uno de los maceteros que adornan la explanada de la Biblioteca Central en Ciudad Universitaria, el campus principal de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Un hombre alto y delgado, con el cabello sucio hasta los hombros y vestido de negro, se ha instalado ahí con una mochila del tamaño de su espalda desde la cual saca la hierba que reparte entre un puñado de estudiantes que revolotean a su alrededor para comprar y consumir ahí mismo.
A nadie sorprende. Es algo tan común desde hace generaciones que ni siquiera el video que haces unos días filmó y divulgó en redes sociales Axel Lara, alumno de la Facultad de Derecho, ha intimidado ni a unos ni a otros.
La intensión del joven denunciante era mostrar que las autoridades universitarias “no hacen nada” para frenar el narcomenudeo que ha provocado la violencia en la máxima casa de estudios del país. El pasado 25 de febrero se armó una balacera y hubo dos muertos en uno de los momentos más complicados al interior del campus en los últimos años.
El problema tiene tres patas para sostenerse, coinciden alumnos: de la tolerancia de las autoridades, de la demanda y del negocio que se ha diversificado de la marihuana a otras sustancias: cocaína, piedra, pastillas de todo tipo con el respectivo incremento de la violencia.
De ello dan cuenta diversos grupos de alumnos organizados como la Central de Estudiantes Universitarios, que desde el año pasado alertó por el asesinato de maestros y jóvenes en condiciones sospechosas, de secuestros en los alrededores de los campus y feminicidios como el de Lesvi Berlín Osorio.
“Ni siquiera hay suficientes cámaras de seguridad ni iluminación y las autoridades siempre argumentan que no hay presupuesto”, comenta Ricardo Bravo, integrante de la Asamblea de la Comunidad Estudiantil Organizada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Esta asociación de estudiantes tiene como objetivo principal hacer conciencia entre los estudiantes que el problema empieza en el consumo. “Mientras se compre la droga seguirá habiendo narcomenudistas”, apunta Bravo.
Una campaña similar sostienen las autoridades de la UNAM, quienes se han opuesto al ingreso de la Policía Federal “para evitar daños colatorales”. En contraparte, instalaron la primera Clínica para la Atención Integral en Adicciones se ubica en el Departamento de Psiquiatría y Salud Mental, y colocaron mensajes en facultades y escuelas
“¿Meterías a un narco a tu casa?”, “Cada vez que le compras pierdes espacio”, “No es tu amigo, es un narco”, se lee en las entradas a los estacionamientos.
Pero el problema sigue. En la explanada de la Biblioteca Central, donde se encuentra ahora el narcomenudista, una joven de cabello rizado y largo observa que se acerca una patrulla de vigilancia interna de la Universidad y exclama a su amiga: “Vámonos, tengo ganas de fumarme tranquila esta bacha”.
Juntas se alejan de “la oficina” —como se le conoce a esa zona de esparcimiento— y se encaminan hacia “los pasillos” de la Facultad de Derecho, donde hasta hace poco vendían cocaína. “A los futuros abogados les gusta más el polvo”, comenta Bravo mientras pierde de vista a las chicas.
El activista universitario asegura que hasta antes de que se hiciera el escándalo por el enfrentamiento entre narcomenudistas, éstos se habían apropiado de los principales patios de recreo en las facultades: además de “la oficina” y “los pasillos”; de “la muela” (en odontología); “el laberinto”, en Ciencias Políticas; “el pulpo”, en Ciencias Exacta, y “los huesos”, en Arquitectura.
Pero el reino mayor de los vendedores de droga se concentraban en las canchas de frontón. “Llegamos a contar hasta 70 narcomenudistas que vendían al descaro, hasta gritaban como en el mercado, ‘pásale, pásale ¿quieres tu piedrita, polvito, mota, tachas, ácido?”, recuerda Bravo mientras camina a un costado de esa zona enrejada hace poco como una medida de seguridad.
El Rector Enrique Graue dijo en junio del año pasado que era “innegable” que el narcomenudeo había tomado ciertas áreas de la Universidad y que las medidas tomadas, como mayor iluminación y la detención de delincuentes fuera de los campus para evitar muertes, no había funcionado.
A finales de febrero pasado, Graue mandó a poner una publicidad electrónica en el medio de un partido de futbol entre Pumas y Chivas Rayadas de Guadalajara que decía: “Fuera narcos de la UNAM”.
“Hay fuertes rumores entre los dealers de que el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) quiere ocupar la plaza como lo está haciendo en todo el paìs: matando a los narcomunudistas de otras organizaciones o independientes”, dijo Juan F., estudiante de Medicina que prefiere el anonimato.
El Comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia, aseguró que hasta el momento no se tiene detectada la presencia de este cártel en la capital del país, pero un informe de la DEA afirma lo contrario y por estas contradicciones los universitarios temen lo peor: que sus actividades lúdicas con la droga se vuelvan una sentencia a muerte en medio de los cárteles.
“Nos estamos organizando para hacer frente a toda esta problemática, pero aún no encontramos la solución”, dijo un alumno de Veterinaria. “Ahora sí tenemos miedo”, confesó.