Óscar de la Borbolla
12/02/2024 - 12:03 am
La indocta sabiduría
«Arrogantes, presuntuosos, pagados de nosotros mismos, pero sobre todo ignorantes vamos los seres humanos».
Si hubiera que buscar un adjetivo para calificar a las personas de hoy, a mí se me ocurriría pensar en «arrogancia» (exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad), o un término muy próximo: «petulancia» (vana y exagerada presunción), porque, en efecto, nos estimamos tanto que cuando hablamos de épocas pasadas lo hacemos desde la superioridad y suponemos exageradamente que sabemos más, cuando lo cierto es que hoy la mayor parte de nosotros no sabe nada, y ni siquiera sabe que no sabe.
Y no me refiero a asuntos tan complicados como la electricidad o la Internet con las que estamos todo el día en contacto, sino que no sabemos siquiera de la cama o de las sábanas en las que pasamos la noche: no sabemos ni el por qué ni el cómo; a lo más, un débil para qué. «Son cosas para dormir», decimos; pero difícilmente alguno de nosotros sería capaz de hacer una cama o de explicar el complejo modo de fabricar con hilos una manta que sirviera de sábana.
Nos hemos convertido en seres tan interdependientes que cada uno sabe malamente lo que hace, y del resto nada. No era así en la antigüedad ni en la llamada Edad Media: en esos tiempos cualquiera habría podido elaborarse un jergón para echarse y tejer una frazada para cubrirse.
El saber actual se reduce a usar a medias los bienes de que dispone; aunque, por supuesto, haya un puñado de personas detrás de cada uno de esos bienes que sí sabe: saben porqué funcionan o como se producen; aunque estos pocos, a su vez, sean igual de lerdos respecto de otros bienes que solo usan. Y, sin embargo, todos somos jactanciosos y vivimos con la creencia de que somos mejores que nuestros ancestros.
Esta situación nos mantiene hundidos, por un lado, en la credulidad y, por el otro, en el pensamiento mágico. Somos crédulos porque lo poquísimos que sabemos nos lo dijeron o lo encontramos en lo primero que nos arrojó la Internet, casi nada nos consta, casi nada lo hemos encontrado nosotros y, en consecuencia, hilamos nuestros pensamientos de forma caprichosa: no conseguimos siquiera desarrollar un razonamiento que posea algún grado de lógica y de objetividad; pensamos con ejemplos particulares y sin darnos cuenta de nuestros brincos de nivel: un caso, y solo uno, lo convertimos en ley, como si porque una vez se dio la coincidencia de que cantó un tecolote y una persona murió, estos dos acontecimientos estuvieran relacionados de forma causa-efecto.
Arrogantes, presuntuosos, pagados de nosotros mismos, pero sobre todo ignorantes vamos los seres humanos haciendo cada uno su vida, haciéndola al elegir entre las opciones que aparecen o nos creamos, y luego nos sorprende el resultado… si la vida fuese un arte, y lo es; nuestra vida es esa obra artística que cada quien cincela al elegir entre las distintas opciones. No es extraño, por tanto, que muchas veces parezca un cuadro pintado por un niño de tres años o una sinfonía semejante al silbido de un arriero.
@oscardelaborbol
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