UNA GUERRA MUDA SE LIBRA EN EL TRIÁNGULO DORADO

12/02/2015 - 12:00 am

La guerra sigue su curso en la Sierra Tarahumara, en el llamado Triángulo Dorado. Pero también siguen la producción de goma y de mariguana, la desigualdad, la pobreza y la opulencia. Eso no ha cambiado. Las familias viven apenas con lo necesario y hallan trabajo donde se puede, porque el abandono del gobierno es una bofetada tan dura como lo son las heladas de 20 grados bajo cero.

Lo mismo de siempre: autoridades, militares, traficantes y explotadores operan de la mano allí, dicen sus habitantes con la mano en la boca; son ellos, afirman, los que garantizan que uno de los grupos criminales más importantes del mundo tenga mercancía...

Por Gilberto Lastra Guerrero, especial para SinEmbargo

Uno con promesas, otro con quepí militar. Así ha sido el paso de los últimos presidentes de México por la Tahahumara. Fotos: Cuartoscuro
Uno con promesas, otro con quepí militar. Así ha sido el paso de los últimos presidentes de México por la Tahahumara. Fotos: Cuartoscuro

Sierra Tarahumara, Chihuahua, 12 de febrero (SinEmbargo).– La sangre motea la horajasca y luego la tierra. Una muerte más se pierde en el verdor, en un silencio ahogado que se diluye en la distancia, en paredes de roca a lo lejos. Pájaros se escuchan revolotear entre las ramas y el rumor del viento que trata de ocultar  una muerte  más. El cuerpo sin vida desentona con la escenografía; también la camioneta Ford Lobo, todavía nueva.

Se escuchaba la radio encendida con un narcocorrido cuando llegaron los militares al lugar. Juan Antonio no había llegado a la mayoría de edad el día en que lo emboscaron las balas de un grupo de sicarios disidentes o de otro cártel que no fuera el de Sinaloa. Su padre se enteró de la muerte junto con sus compañeros de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT): la brigada de trabajadores construía en la accidentada geografía carreteras para conectar las poblaciones desperdigadas.

Es el Triángulo Dorado: el vértice imaginario entre los estados Sinaloa, Durango y Chihuahua. El epicentro de la producción de enervantes de uno de los grupos criminales más grandes del mundo.

La pobreza y la opulencia en el mismo clima tropical: el olvido gubernamental. Durante las últimas dos décadas, programas federales como Solidaridad y Oportunidades fueron diseminados con mal tino: acaudalados habitantes reciben todavía los beneficios. A otros los hizo codependientes del presupuesto.

Aquí, los caminos se cortan por desfiladeros. Andar a pie, caballo o cuatrimoto es la única manera de transportarse. Por aire: en avioneta o en el boludo, como apodan los lugareños al helicóptero que pasea por la sierra. Por eso, Alberto, cada semana sube al búnker serrano para hacer trabajos de topografía en el paisaje salvaje. A su hijo lo contrataron como trabajador eventual, al terminar el camino, regresaría al desempleo: no aguantó la tentación del llamado de los matones y la moda; el glamour de las armas y la vida  alterada. Poco a poco la ausencia de Juan Antonio se pronunció, primero fuero horas y luego días.

Medir, calcular. Levantar un camino en este sitio requiere de ingenio. En eso se concentró Alberto para guardar silencio mientras pasaban frente suyo los delincuentes que reclutaron a su hijo. Durante siglos, en el Triángulo Dorado la vida y la muerte se define por el humor de la gente. En el siglo XV, padres jesuitas moraron la sierra para evangelizar a los que llamaban indios (semihumanos a los que no era causal de pecado si los mataban) y fueron los únicos defensores de los pueblos nativos que se extinguieron, como los acaxes, xíximes, y los negros traídos para trabajar en las minas. La tradición de la muerte sigue. El primer presidente de México, Guadalupe Victoria nació en el centro neurálgico del Cártel de Sinaloa, Tamazula fue su primera cuna. Escenas primigenias para esconder la supervivencia  centenaria.

Una guerra muda en los accesos al Triángulo Dorado, en municipios por donde se entra a la región de Las Quebradas: grupos de sicarios arriban, y  los habitantes son los que pagan los destrozos, violan a sus mujeres y sus casas son ocupadas. Los matones se sientan a la mesa para ser alimentados mientras se llenan los tanques de gasolina de las camionetas. La vigilancia policial es mínima por las condiciones de los  caminos; el Ejército mexicano hace rondines con frecuencia durante los ciclos de siembra de marihuana y amapola. Las batallas son intermitentes.

La Línea, el brazo armado del Cártel de Juárez, intentó subir y doblegar, pero sus hombres fallaron en el intento. Los Zetas aterrorizaron los poblados de El Sapote, Cofradías y Tierras Coloradas en el municipio de Pueblo Nuevo, Durango. Aún, en los caminos los restos de las camionetas incendiadas estorban el paso. En Los Naranjos, cuentan los habitantes, mataron a niños y jóvenes que iban a cobrar el programa federalizado Oportunidades en marzo del 2010 al no detener la marcha del auto. Para sacarlos, fuerzas del Estado, narcos y los habitantes unieron fuerzas: un exmilitar lideraba a los foráneos. Lo conocieron como Jovani, y lo acorralaron.

Durante años, perros se alimentaron de los cuerpos abandonados de los sicarios que alcanzaron a salir de las camionetas incendiadas y los remataron sus contrarios entre los matorrales. Las balaceras duran horas y los pueblos dejan de serlo: se convierten en casas abandonadas.

En San Dimas, todavía se encuentran en el camino 20 camionetas detenidas por francotiradores con fusiles Barret.  Todas fueron quemadas. Nadie tuvo que meter las manos: apertrechados los  sicarios en los taludes de los cerros dejaron a fuego cruzado a los invasores: el camino enroscado y de terracería para bajar al fondo de la quebrada. Es un recuerdo para las gavillas que quieran entrar.

Al mirar cómo se quiebra el cielo por las montañas en el horizonte,  recuerdo una de la frase que Thomas Pikkety dijera: “Para comprender la historia de la desigualdad, hay que estudiar la historia de sus representaciones”. En el Edén del Triangulo Dorado la belleza del paisaje esconde una cruda pobreza, una accidentada Capadocia. Eso representa. A principio de la década de los 70’s, el Gobierno de los Estados Unidos, tomó el acuerdo no oficial con  el mexicano, de sembrar marihuana y amapola para  enviar  droga a los combatientes en Vietnam. Ahí comenzó la nueva historia.

Abandonados por todos, los habitantes logran el milagro de apenas vivir. Foto: Cuartoscuro
Abandonados por todos, los habitantes logran el milagro de apenas vivir. Foto: Cuartoscuro

LA MUERTE NOS MIRA

—“No venga mañana a trabajar”, me dijo el malandro. Y no voy a trabajar—, responde el funcionario federal al detener totalmente a la camioneta oficial 4x4 en el angosto camino de terracería. Señala el sitio a un técnico forestal como advertencia el lugar en el que se encuentran los narcos: una quebrada verde, una quebrada por las que cae el agua durante el año.

Los sicarios fueron a cerciorarse  si ya está lista la amapola para que los campesinos, con hoja de lata y un recipiente raspen y colecten la goma de opio de las adormideras. Por eso nadie puede transitar los caminos: el polvo se adhiere a la resina y deja de servir. Durante de la década de los cuarenta del siglo pasado, la amapola se vendía en los invernaderos y se plantó en los jardines de las ciudades y poblados. Llegó con los chinos en el último tercio del siglo XIX, durante el porfiriato. Ahora, se siembra en cualquier sitio del Triángulo Dorado al que se pueda llegar.

Juan Ortega, en el municipio de Pueblo Nuevo,  siempre lo hace en una barranca de 20 metros, sólo él puede entrar, recolectar y empacar la  marihuana. Le pagan toda la cosecha de cannabis en 200 pesos. La goma de opio, la comercializa  por trueque: le entregaron las llaves de una camioneta robada. La siembra se alcanza a ver por de la supercarretera Durango-Mazatlán, justo debajo de una cascada pequeña en una pared de roca. Del comprador depende el precio, la goma se lleva a vender en 22 mil pesos el kilógramo. Si llega a los Estados Unidos duplica su valor.

En barricas de 20 litros la transportan en el boludo de las zonas inaccesibles. Aseguran algunos pobladores que hasta 3 toneladas se han levantado en una buena temporada. La venta sirve para sobrevivir hasta el siguiente ciclo de cosecha. Los principales compradores, además de los lugareños acaudalados, llegan de Sinaloa, de Michoacán y de Ciudad Juárez.

Santiago Cháidez Jiménez, Alcalde del Ayuntamiento de Canelas, en un acto de catarsis, reconoce ante la prensa que el 80 por ciento de los habitantes se dedica a actividades ilegales: compra, venta, siembra y cosecha de enervantes. Desde las avionetas se alcanzan a ver los plantíos en los declives menos rocosos. Los brigadistas que combaten los incendios forestales saben que al hacer la limpia del terreno para preparar  la siembra, ahí comienzan. El narcotráfico es una industria cimentada en roca madre y en accidentes geológicos.

Un sierreño, dice mientras su nombre se borra al sonreír: “Es gente [que cosecha enervantes] a la que le gusta la vida fácil. Se levantan en armas como en la Independencia o la Revolución, chavalón, para sembrar plantaciones ilegales; Pancho Villa fue malandro, primero por necesidad y después lo hizo por gusto. Para eso traía a su gavilla”.

Durante la década de los noventa, al vender  en Culiacán un kilo de goma alcanzaba para comprar una camioneta del año y fiesta con la banda. Ahora, sirve para sobrevivir los tres meses mientras se vuelve  a comercializar. Para los chinos a principios del siglo pasado, también fue negocio: abrieron cantinas y tiendas, y el opio fue un producto de consumo recurrente.

La guerra en la Sierra de Chihuahua continúa, como en muchas otras amplias regiones de México. Foto: Cuartoscuro
La guerra en la Sierra de Chihuahua continúa, como en muchas otras amplias regiones de México. Foto: Cuartoscuro

EN ESTA ACCIDENTADA GEOGRAFÍA

El sonido del boludo del Ejército mexicano es como la alarma sísmica en las ciudades: hombres y mujeres apresurados recogen a sus hijos de la escuela de la comunidad y huyen. En estos municipios las casas son pequeñas fábricas para “despatar” (deshojar) la marihuana y empaquetarla. La familia entera se dedica al cuidado de las matas: el riego permanente y mantener las líneas de agua conectadas.

Juan, padre de seis hijos no sabe otra cosa que sembrar enervantes, y frijol, maíz, calabaza, papa, chile y tomate en las pequeñas huertas que les permite el accidentado terreno. Su padre se dedicó a lo mismo. Cada tres meses se repite la historia: vender, comprar dos o tres  mudas de ropa y luego a sobrevivir. La vida es cara en el Triángulo dorado porque el único medio de transporte eficaz son avionetas o el helicóptero. Una lata de atún cuesta entre 25 y 30 pesos; un minuto hablado por teléfono satelital, 10; tomar vuelo en las pistas cuesta entre 800 y mil pesos. Las mujeres con buena sazón son contratadas para hacer la comida; también buenos agricultores para levantar la siembra, se llevan 500 pesos al día; pero deben de vivir en cuevas durante la siembra. No a todos les va mal. No a todos les pagan poco o los roban. Pero la calidad de vida no mejora.

Aquí también hacen de la suyas intermediarios: compran la mercancía barata y la revenden con buenas ganancias. Nadie se queja. No hay con quién. Como dice la canción de José Alfredo Jiménez, la vida no vale nada, viejón. Hablar es hacer rabiar la boquilla del AR-15, el cuerno de chivo. A los niños los sobrepasa en estatura. Así lo portan, aunque la culata arrastre.

Sinaloa, durante la última década es el tercer estado de México con mayor incautación de armas (cortas y largas) con ­­­17 mil 811 armas incautadas de enero de 2006 a junio de 2013; y luego de comenzar la actual administración federal con Enrique Peña Nieto, en diciembre de 2012 a junio de 2014  se han decomisado mil 268, según una solicitud de acceso a la Información hecha a la SEDENA. Tamaulipas y Michoacán lideran la lista de incautaciones de arsenal en México.

Cemento y madera; troncos y ladrillos. En algunas casas en la Sierra Madre Occidental, las paredes son cubiertas con troncos trasquilados: piezas sueltas para ocultar armas forradas de aluminio. Los activos de las fuerzas castrenses mexicanas entran sin pedir autorización, revisan y las pertenencias de los habitantes: buscan armas y droga. Los rifles, metrallas y pistolas pasan desapercibidas para el detector que los washos pasan por los muros.

Entre Chihuahua, Sinaloa y Durango. Foto: Cuartoscuro
Entre Chihuahua, Sinaloa y Durango. Foto: Cuartoscuro

DONDE DIOS NO EXISTE

Los jesuitas llegaron a evangelizar a finales del siglo XVI en la gran Tarahumara;  hasta hoy, defienden a los indígenas de la zona del Triángulo Dorado. El encuentro entre los jesuitas y los grupos nativos fue difícil. El presbítero Hernando de Saltaren (1566-1616) narra cómo los xiximes preparaban carne humana. La beligerancia de los xiximes  y acaxes hizo que lo españoles los desaparecieran, ante la mirada de los presbíteros. Poco antes del finalizar el siglo XVII, fueron removidos de las misiones de la Compañía de Jesús por catequizar en el idioma nativo e inducir ideas entre los lugareños para vender a los españoles los minerales. Los reales de minas y las misiones son los cimientos de las poblaciones importantes en la zona hoy en día.

Hoy, Javier Ávila, el Padre Pato, se levanta a correr 6 kilómetros. Regresa a su oficina para atender a la gente que llega a la parroquia de Creel en el municipio de Bocoyna en Chihuahua. Durante los  últimos años la Policía Estatal Única levanta a los habitantes de la zona y catea las casas sin orden judicial. Recorre con frecuencia las  comunidades de lo que en pasado fue la gran Tarahumara, y reconoce que la explotación a los indígenas es desde largo tiempo atrás. Y en la actualidad “el Gobernador [César Duarte] lo sabe” pero no se hace nada al respecto.

Parte del tiempo, el párroco lo pasa llamando a las diferentes corporaciones de seguridad para notificar lo que sucede y den alguna respuesta. La zona serrana entre los tres estados sigue invisible para el Gobierno, cualquiera. Y los indígenas ceden ante la violencia y la presión de grupos criminales junto con policías o agencias de investigación. “Mañana El Heraldo de Chihuahua dirá hasta de qué me voy a morir. Me difaman porque estoy para la gente. Uno recorre los caminos solamente por el bien de los habitantes”, dice.

Los civiles llevan años y años resistiendo a la indolencia oficial, y al abandono del Estado. Foto: Cuartoscuro
Los civiles llevan años y años resistiendo a la indolencia oficial, y al abandono del Estado. Foto: Cuartoscuro

SIEMPRE HAY QUE HUIR

Los soldados –o guachos, como les llaman despectivamente los serranos– también llegan por los caminos de terracería; pero el complejo sistema de vigilancia es más eficaz: parece que el viento lleva información a todas las casas; pero son radios. Los maestros dejan salir a los niños. En menos de 10 minutos los  pueblos se convierten en  fantasmas mientras el convoy  transita por las calles empolvadas.

Juan odia a los militares: queman sus plantíos o cortan las mangueras para regar las plantas. Pero, en los patrullajes tardan en regresar o toman una ruta distinta, y la reconexión es inmediata. El drama comienza porque no siempre hay dinero para hacerlo, y los niños dejan la escuela para llevar los cubos de agua al lugar y manualmente suministrar el sustento de las plantas. Capos como Joaquín Guzmán o Ismael Zambada también conocieron la vida a salto de mata, aún con todo el poder de sus organizaciones. Los acuerdos no se dan con todas las autoridades. Cuevas, mansiones, búnkers son los escondites cuando se debe huir.

Los maestros rurales  sólo miran alejarse  a sus alumnos y esperan a que vuelvan para retomar las clases, porque viajan salones enteros a la siembra. En las comunidades cercanas a El Barco  no fuentes de agua, el río Tamazula está a unos metros, de ahí acarrean en barricas el sustento de las plantas. Es un pequeño desierto para sobrevivir: los programas gubernamentales no llegan en su totalidad y los comisariados ejidales no contribuyen equitativamente con todos los pobladores.

Agosto y noviembre son los meses de venta. La Secretaría de la Defensa Nacional al bajar del Triángulo dorado envía a las redacciones de los medios de comunicación un archivo Word con una hoja membretada y escaneada:

“Durango, Durango a 1ero de diciembre de 2014. Por lo que respecta a las tropas de esta jurisdicción en apoyo a las actividades de erradicación al mando especial de Badiraguato en los municipios de Tamazula, Topia y Canelas, Durango, personal militar detuvo a dos personas en flagrancia delictiva y aseguró entre otras  cosas, lo siguiente: tres armas cortas y una larga. Dos cargadores y siete cartuchos, tres vehículos y una cuatrimoto. $170, 000 M.N. Tres laboratorios.  De igual forma de localizaron y destruyeron por el método de mano de obra e incineración 2,842 kilógramos de marihuana en greña de 236 plantíos en una superficie total de 425,600 metros cuadrados, y 757 plantíos de amapola en una superficie total 2, 125,290 metros cuadrados y se inhabilitaron cuatro pista clandestina de aterrizaje”.

De enero de 2012 a junio del 2014, se incautó de metanfetamina en Sinaloa 6 toneladas 623 kilógramos y en Durango, 5 toneladas 445 kilos; goma de opio, en Chihuahua han sido incautados 16 kilos con 806 gramos, en Durango 54 kilos y en Sinaloa 287.  Guerrero es el estado con más incautación: una tonelada con 58 kilógramos.

Marihuana en Chihuahua se ha incautado 153 toneladas 484 kilos, y en Durango 92 toneladas 307 kilos y en Sinaloa: 187 toneladas 962 kilos.

La milicia detiene en flagrancia a los delincuentes; pero más tardan en bajar que lo que están libres de nuevo por las autoridades del lugar. “Los tableamos porque la mera verdá... De qué sirve que los atoremos sin los dejan salir. El negocio ni pierde”. Emilio, un soldado joven sabe cómo funcionan las cosas: el cuento no va a acabar.

Al llegar el convoy verde, en las comunidades miran a los soldados los maestros  rurales solamente. El silencio se hace en la escena; los profesores no saben a dónde van los habitantes de lugar ni cuándo regresarán. Los militares ya ni preguntan si saben algo. Durante los últimos años, con el ahorro de los serranos, se construyeron cuartos para la estancia de 8 meses de los educadores, sino dormirán en las camas junto con los niños: compartirán también las chinches y la poca higiene con las viven las familias.

Un maestro jubilado asegura que compartió la mesa en una fiesta con el suegro de Joaquín Guzmán, Inés Coronel Barreras.  Hosco: dependiendo de su humor  trabajaba su pistola. La culpa no la conocieron sus balas. Era un tipo que podía matar a cualquiera. Corpulento: un tipo que nació y creció en un lugar donde se sobrevive. En la sierra así es, así deben de ser para sobrevivir. Desde niños, los habitantes de la región saben que es más valioso un arma de fuego que la yunta para arar la tierra. El mejor fusil es más apreciado que un juguete. Al poder cargar el arma, ya es sicario. Los adolescentes son los más temerarios. Se les ve en las plazoletas de los poblados con la novia y el fusil a un lado; la hormona y el plomo en el gatillo de un AR-15. Estamos al 100. Lo que se ofrezca, me dice uno. La firma de la lealtad queda. No sabe que soy periodistas; y no sé si él viva cuando escriba esta línea.  Para los sierreños no hay firmas para acordar algo. Nada es oficial. No hay bancos y las oficinas de gobierno son rudimentarias: la palabra vale más que un documento.

Para aumentar la explotación minera en el siglo XVIII, por la reforma borbónica, fueron traídos ingenieros europeos y negros; la producción aumentó: la muerte también. Existen relatos de frailes que entraron a los socavones para buscar a los esclavos e indígenas faltantes es en las comunidades, algunos no volvieron a ver la luz. Los que lograron escapar, en  pequeñas laderas entre quebradas formaron comunidades con pocos habitantes. Hoy en día, una sola persona  hace un pueblo.  Ese habitante con rasgos negroides y de caucásicos europeos  mezclados. La toponimia se le atribuye a los nativos africanos que poblaron el escarpado paisaje.

En Chacala, Tamazula el clima es tropical y la siembra todo el año. También en Canelas; se siembra el café y la guayaba. Oteaz completa la tercia de Ayuntamientos con más producción de enervantes  del lado de Durango. Mientras algunos sobreviven, los que sí ganan, en “Raiders”  encapuchados a atraviesan a campo traviesa la sierra para arribar a Cosalá, Sinaloa y ser recibidos con la banda: la cosalada le llaman a la fiesta.

La belleza de las sierras de Chihuahua son, paradójicamente, el hogar miserable de muchos. Foto: Cuartoscuro
La belleza de las sierras de Chihuahua son, paradójicamente, el hogar miserable de muchos. Foto: Cuartoscuro

DE LA TIERRA A LA TIERRA

Un techo a dos aguas hecho con plástico negro sostenido por un tronco y amarrados a los árboles con piola.  Cobijas viejas arrumbadas junto a cacerolas sucias. A la intemperie viven mientras los sembradíos de marihuana y amapola crecen en el fondo de la barranca. Vigiladuermen. Solamente se llega por un camino de la anchura de una cuatrimoto. No más. La pequeña planicie se alcanza a ver donde comienza un declive  y el vértice entre dos paredes de roca. La formación de vigías cambia según la orografía: cubrir el radio del lugar al ser un lugar abierto; líneas de hasta ocho pequeños campamentos diseminados a la misma distancia al cubrir  las cosechas. Sin radio ni televisión, la única entretención en el lugar el liar porros  y fumar, son los residuos que quedan luego que llegan los militares. ¿Comer? La generación espontánea de la sopa Maruchan es la solución en el indómito paisaje. Latas al por mayor mal abiertas y reusadas. Lo que no falta es cerveza, huevos de toro, se les conoce, un lujo que vale 390 pesos el seis; el wiskey no baja de los 700 pesos en la Sierra Madre Occidental.

Al arribar los soldados, los más viejos o los menos experimentados son detenidos. Uno o dos de las decenas que cuidan y trabajan en la siembra. Del boludo cuelga siempre un militar sujeto por un arnés. El arma al aire y los ojos en los terraplenes verdes para evitar ser tomados por sorpresa al aterrizar. La emboscada es una manera de sobrevivir (así sucede con frecuencia).

A Leodegario lo dieron el tiro de gracia en un plantío de marihuana. El francotirador del Ejército atinó la pantorrilla mientras corría para escapar de una detención segura. Los demás agricultores se perdieron en la vegetación  junto con los vigía. Los militares lo rodearon, y en el silencio, se fue junto con la bala que le atravesó la cabeza. La muerte anónima, clandestina. Lo reconoció un familiar luego de regresa a la plantación al haberse ido los soldados.

Y NO NOS ESPERA NADA

Por un angosto camino de terracería entra la vagoneta. Una mina de mala muerte quedó atrás, la única fuente empleo en el lugar. Una presa de jales que no por mucho tiempo se mantendrá en pie.  A la izquierda un monumento de piedra mordido por el tiempo. La fecha de fundación de  Pánuco, Sinaloa no se alcanza a observar. Del lado derecho una capilla a Jesús Malverde. Apenas se mira los techos a dos aguas de las casas. Casi al llegar, al fondo de desfiladero de unos 20 metros un aserradero sin funcionar. El olor a marihuana entra por los ductos del aire acondicionado. Unos chicos fuman. Miran entrar el auto solamente. Al pasar entre las callejuelas, los caserones del tiempo de la bonanza minera sobresalen de la maleza; las nuevas viviendas se sostienen de las masas de cemento y roca para nivelar los pisos.

La nota era en que el río Presidio por el azolve de los residuos de la supercarretera a Mazatlán se desbordó y destrozó ocho autos.  El comisariado ejidal arisco mira el auto. No habla. Los chicos miran sin inmutarse. Los ejidos viven de lo poco que podían pescar, pero con los sedimentos  que arrastró el declive. Sembrar pequeños huertos en los traspatios. No existe más salida. Los habitantes de Pánuco están preocupados porque no hay más qué hacer. La pesca se terminó igual. La vida se termina en el verdor de un pueblo colonial que fue cuna de minas al servicio de la Corona española.

La única salida es sembrar, proteger y vender lo que fuman.

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