La sequía, producto del cambio climático, afecta drásticamente distintas regiones agrícolas del país, la huasteca no es la excepción. Uno de los modos que tienen los otomíes de afrontar la prolongada escases de agua es a través del ritual. El Costumbre de cambio de año tuvo lugar el sábado 28 de diciembre, 2019, en la casa de don Cecilio, chamán otomí que convocó a los pobladores de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, para que se sumaran y cooperaran para la realización del ritual; con todo la participación fue escasa. “Ya la gente no como quiera participa”, asegura don Cecilio.
Por Iván Pérez Téllez
Secretaría de Cultura de la Ciudad de México
Ciudad de México, 12 de enero (SinEmbargo).- Presentamos a continuación la primera parte de un texto del antropólogo y colaborador de Artes de México Iván Pérez Téllez quien presenció un ritual en una comunidad otomí.
En esta ocasión el granero de don Cecilio estaba vacío, el espacio en que por lo regular se apilan las mazorcas estaba ocupado por bolsas de plástico y por herramientas de trabajo agrícola. La sequía, producto del cambio climático, afecta drásticamente distintas regiones agrícolas del país, la huasteca no es la excepción. Uno de los modos que tienen los otomíes de afrontar la prolongada escases de agua es a través del ritual. El Costumbre de cambio de año tuvo lugar el sábado 28 de diciembre, 2019, en la casa de don Cecilio, chamán otomí que convocó a los pobladores de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, para que se sumaran y cooperaran para la realización del ritual; con todo la participación fue escasa. “Ya la gente no como quiera participa”, asegura don Cecilio.
Como cada año, el ritual consiste en despedir a las principales deidades del panteón otomí, así como renovar los espíritus de las semillas, pero sobre todo, los recortes de papel de la Abuela Tierra y el Abuelo Tierra, quienes son el espacio y el periodo que dura un año: son el mundo. Debido al desgaste natural que sufren los cuerpos, éstos deben ser renovados. El rito se centra, en un primer momento, en ofrendar a los muertos y los diablos. Con este propósito, afuera de la casa de Costumbre, don Cecilio despliega cada uno de los “petates” que agrupan los “cortes” que son los cuerpos transitorios de las divinidades, en este caso “nefastas”. Todo “existente” ⎯divinidades benéficas y nefasta⎯ debe ser convidado de la música, el aguardiente y la comida. Don Cecilio despliega una pléyade de recortes de papel China de colores y papel estraza ⎯muertos y divinidades, respectivamente⎯ que, como un regimiento militar, son comandados por una familia de Diablos Viejos. Todo esta compañía es custodiada por una suerte de guardaespaldas y está circunscrita en el patio de tierra por un aro de bejuco. Después de colocar la ofrenda, y haber vertido sobre los recortes aguardiente, los encargados de encabezar el Costumbre hablarán ⎯todos al uníoslo⎯ con esta cuadrilla de malhoras que ocasionan accidentes en la carretera o en cualquier otro espacio en el que hubieren fallecido de forma trágica y anticipada. Posteriormente, don Cecilio limpia a los asistentes ⎯que no sobrepasan las treinta personas⎯ con sendos ramos de palma, después don Casiano ⎯curandero nahua de Cuahueloco, Ixhuatlán de Madero⎯ hace lo propio con huevo, tabaco rústico y aguardiente, frota las extremidades de cada uno de los asistentes y arroja lo impregnado, en forma de gotas de aguardiente, a los recortes nefastos para que se lleven todo: la envidia, la maldad y el resentimiento. Finalmente, con la ayuda de algunos asistentes se llevará acabo la “barrida” con bejuco: siete veces saldrán y otras tantas entrarán en grupos al aro hasta que todos se “desenreden”. Por último, con tremendas hojas de ortiga, pasadas por lo alto de sus cabezas sin tocarlas, se conducirá a la gente al interior de la casa de Costumbre. Después se levantan los recortes de papel y se elabora un envoltorio definitivo, la ofrenda de comida es cuidadosamente recolectada en bolsas; todo lo recogido se llevará a la mañana siguiente a algún paraje en el monte, lejos de la gente.
Una vez que los asistentes han entrado a la casa de Costumbre, cada uno sahúma al Año Viejo, es decir al envoltorio de los recortes presididos en este momento por el Abuelo Tierra y la Abuela Tierra. Una vez que han terminado de hacerle reverencias, una persona asume el papel del Año Viejo, carga así con el envoltorio y recibe una vara enflorada a modo de bordón. Él se despedirá de cada uno de los asistentes, casi siempre de mano, y al son de música de Costumbre saldrá bailando con dirección del monte, lugar donde dejará todo.
Después de algún tiempo, llega el momento de renovar los recortes de todas las divinidades. Con este fin, en su altar personal, don Cecilio coloca sobre la mesa los nuevos recortes. Aunque el número puede variar dependiendo del chamán, por lo general deben ser alrededor de veinticuatro “petates” con sus respectivos “cortes”. En la mesa sobresalen los recortes de la Virgen de Guadalupe, Cristo, Santa Rosa, Mesa, Campana, Tijera, Cruz, Bastón y Sahumador, todos ellos considerados como personas, así como de los espíritus de las semillas del maíz, frijol, chile, pipián, ajonjolí, caña, entre otras plantas-personas. Bajo la mesa, a su vez, se colocan cuatro “petates”, sobre una pequeña tarima, con los recortes del Abuelo y Abuela Tierra, y dos “petates” de la Mesa; igualmente sobre ellos se asienta una olla de barro con un par de recortes considerablemente más grandes y vestidos con la ropa tradicional otomí: se trata de los Abuelos Tierra. Asimismo, a lado de la olla, flanqueando ambos extremos, se colocan dos “petates”, uno para el recorte del agua hombre y otro para el agua mujer: La Sirena. Previo a colocar toda las ofrendas sobre los recortes, el chamán “firma” todos los “cortes”, es decir unge de sangre a cada una de ellos por medio de una pluma del ave sacrificado que simula la firma de un documento oficial, todo ello con el fin de vivificar las divinidades y proporcionarles fuerza para que trabajen por todo un año.