ENTREVISTA | “Hemos perdido la inocencia como 30 veces”, dice Santiago Roncagliolo

01/01/2015 - 12:00 am
Ha vuelto al Perú narrativamente hablando con La pena máxima. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Ha vuelto al Perú narrativamente hablando con La pena máxima. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Ciudad de México, 1 de enero (SinEmbargo).- Se ríe con cierta ternura el escritor Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) cuando le preguntamos si su reciente novela La pena máxima es algo que le debía a Perú.

“Bueno, la verdad es que Perú puede vivir perfectamente sin mis libros”, dice, aunque luego acepta que esta historia que transcurre en pleno Mundial 78, cuando la Operación Cóndor impulsada por los Estados Unidos borraba en forma macabra las fronteras continentales en pos de la más cruenta represión militar, es un modo de expresar su amor al país donde nació hace 39 años.

Constituye también el regreso del “investigador” Félix Chacaltana, un antidetective un poco estúpido al que le cuesta entender de qué van las cosas en la Latinoamérica de los ’70 y que ya le prestara servicios al autor limeño radicado desde hace años en Barcelona para su celebrada Abril Rojo, con la que ganara el Premio Alfaguara en 2006.

Claro que cuando Santiago escucha la palabra estúpido aplicada a su personaje no puede ocultar la crispación y a cambio elige el adjetivo inocente para caracterizar al gris empleado judicial que sobrevive en las cloacas de una Lima donde acaba de perder a su mejor y único amigo, asesinado en extrañas circunstancias y por un homicida cuya identidad develada al final de la novela estremece por lo inesperada y perversa.

La inocencia de Chacaltana es para Roncagliolo la inocencia de todos los latinoamericanos que no sabían lo que pasaba cuando en nuestro continente lo que pasaba era la muerte, los campos de concentración, la tortura, la sustracción de niños, los vuelos de la muerte y tantas linduras que supieron ejercer con mano férrea  las fuerzas armadas que nos han tocado en mala suerte.

No se lo decimos, pero levemente bronceado y hablando de temas tan cercanos a la identidad latinoamericana hasta sexy lo vemos, un hecho obviamente irrelevante en el contexto de una seria entrevista literaria, pero que evidencia la alegría por encontrarlo tan cercano, tan de acá.

“Siempre fui un extranjero en el Perú”, decía en una entrevista que le hiciéramos en 2011.

“Adoro el Perú, pero llegué a ese país como un extranjero, en realidad crecí en México”, aclaraba.

“Creo que esa circunstancia es muy buena para un escritor, porque cuando ejerces ese oficio te pones un poco fuera de las cosas y de los lugares. Mis historias ocurren en sitios muy distintos, siempre, porque me ha costado tener una raíz muy clara. Pero ahora ya no es algo que me cause problemas”, explicaba.

“Creo que esencialmente eres de donde hay gente que te quiere. Y a mí me quiere sobre todo mucha gente en Perú, en España y en México un poquito, algo queda de cuando viví aquí. Y eso está bien”, agregaba.

La pena máxima, una historia entre el futbol y las dictaduras. Foto: Archivo
La pena máxima, una historia entre el futbol y las dictaduras. Foto: Archivo

Las cosas han cambiado mucho para Santiago Roncagliolo. Es decir, él parece haber cambiado mucho en tres años y ahora, la verdad, está más peruano que nunca. Y en esa recuperación inconsciente de una nacionalidad que va más allá de símbolos patrios de cliché, el escritor ha ganado una cierta serenidad que permite vislumbrar algo de su yo más íntimo.

Tan así que en un momento de la entrevista no duda en admitir que durante todo este tiempo estuvo como escapando de su ser político, refugiándose en la literatura, una dama muy digna que nunca lo ha defraudado y que le ha permitido contar historias “no peruanas” como la de El amante uruguayo, un libro hecho por encargo sobre Enrique Amorim, quien habría sido el amor secreto de Federico García Lorca y que resultó polémico para muchos estudiosos de la vida y obra del poeta granadino.

Hablamos de un autor muy ducho con los medios, un hombre acostumbrado a dejar ver lo que quiere y siempre quiere poco, todo eso a pesar de que probablemente sea Santiago Roncagliolo uno de los más amables y educados que transitan por el medio literario en español.

Como fuere, nos gusta más este modelo 2014 muy peruanizado que se anima a hablar mucho de sí en La pena máxima, una historia protagonizada mayormente por personas que conoció y que le sirven para referirse a la doble moral del gobierno peruano frente a la Operación Cóndor, que extendió la persecución de opositores políticos de Argentina y Chile a gran parte de Iberoamérica.

–A Félix Chacaltana lo que lo salva de la muerte es su estupidez

–Bueno, es difícil para mí como autor hablar de Félix Chacaltana. Se trata del único detective en una novela policial que no quiere investigar nada. Pero es leal. Quiere saber qué pasó con su amigo y también es lo suficientemente maniático como para no cerrar las cosas antes de tiempo. Él es el héroe que cualquiera de nosotros podría ser. No es un héroe que está tratando de serlo, pero se mantiene fiel a ciertas pequeñas cosas incluso frente al horror.

–Pero el no querer darse cuenta de la realidad lo mantiene vivo, al fin y al cabo…

–Mmm, creo que él representa un poco la inocencia de todos nosotros. La última vez que estuve en México, fui a la Feria de Guadalajara y los narcos habían abierto un camión de donde dejaron caer 30 cadáveres. En Perú, en Colombia, han pasado cosas parecidas y frente a ellas siempre sientes que eres demasiado inocente. No podemos vivir pensando que mañana seremos un cadáver tirado en la calle. Chacaltana no hace otra cosa distinta a la que hacemos todos los días y que es pensar que no todo es así y que saldremos bien librados de esta.

–¿Piensas que seguimos estando estupefactos ante la muerte y la violencia?

–Mi país, el continente entero, han perdido la inocencia unas 30 veces. Es como el himen de Teresa Batista, se regenera. Creímos en la democracia social y terminamos con Velasco, Alan García y unas crisis económicas brutales; creímos en la Revolución Cubana y terminamos con Sendero Luminoso y 70 mil muertos. Creímos en el liberalismo y acabamos con la dictadura de Fujimori. Creo que todo América Latina siempre ha creído rabiosamente en cosas, sólo para después darse cuenta de que no eran tan buenas. Supongo que ese es el proceso normal de crecimiento para una sociedad. Además, se trata de países jóvenes, son cosas que hay que vivir. El problema es que en el camino se muere mucha gente.

–Tenías apenas tres años en 1978

–Sí, pero mis padres recibieron a muchos argentinos, uruguayos, paraguayos y chilenos, activistas de izquierda que pasaban por casa. Luego vinimos a México y conocimos a la gente que huía de las dictaduras en el sur. Las historias que están escritas en esta novela en mi casa se escucharon siempre.

–La atmósfera de la época está muy bien captada

–Hablé mucho con mis padres y sus amigos de cómo eran esos tiempos. Es curioso pensar ahora que en el 78 no se sabía lo que estaba pasando en Argentina. Existía una idea de lo que pasaba, pero era difícil saber cuánto era de propaganda de un lado y del otro. La gente en Argentina sabía que había una dictadura, pero no alcanzaba a ver la dimensión y el Mundial de Futbol sirvió para taparlo.

–¿Piensas realmente que los militares argentinos eran más salvajes que los peruanos?

–Bueno, eran más salvajes los paraguayos, los chilenos…aunque no dije eso

–No, lo dice Chacaltana en una conversación con el almirante Carmona…

–Ah, sí, pero eso es querer marcar una realidad: los militares peruanos no eran así y estaban horrorizados por lo que pasaba en Chile y Argentina. Nuestros militares se volvieron unos bárbaros en los ’80 contra Sendero Luminoso y, por cierto, formados por un militar argentino al que le decían “El gaucho”. En los 70, sin embargo, los militares peruanos no hacían esas cosas, incluso habían convocado a elecciones. Eran unas fuerzas armadas de izquierda.

Fidel Castro confiaba más en las Fuerzas Armadas del Perú que en Salvador Allende, el presidente de Chile. En la Operación Condor los nuestros no eran los criminales, pero cuando Argentina preguntó si podía entrar a Perú para cazar militantes argentinos, Perú dijo que sí “siempre y cuando sean sólo los argentinos” y eso lo hizo cómplice. Hablé con militares de la época y ellos justifican esa actitud diciendo que su obligación era proteger a los peruanos.

El escritor nació en Lima en 1978, vive en Barcelona y le va al Atlético de Madrid. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
El escritor nació en Lima en 1978, vive en Barcelona y le va al Atlético de Madrid. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

EL ESCRITOR LATINOAMERICANO

Cuando llega la última página de La pena máxima uno de los primeros pensamientos que surge es que Santiago Roncagliolo recupera con esta historia su estatus de escritor latinoamericano, menos global, más comprometido con las luchas políticas que encendieron el continente en décadas pasadas.

“Puede ser”, concede con gesto reflexivo el autor en 2011 de Tan cerca de la vida, una novela que transcurre en un hotel de Tokio, Japón.

En la Operación Cóndor los nuestros no eran los criminales, pero cuando Argentina preguntó si podía entrar a Perú para cazar militantes argentinos, Perú dijo que sí y eso lo hizo cómplice.

–Llevaba varios libros tratando de no ser ese escritor latinoamericano comprometido. Estuve haciendo muchas cosas de investigación política y fue fascinante, los libros me interesaron mucho. Hice cosas de investigación real como La cuarta espada, Memorias de una dama y el reciente El amante uruguayo. Pero por otro lado fue bastante decepcionante e incluso en algún momento llegó a ser un poco peligroso. Tuve censuras, amenazas judiciales, amenazas de muerte. De pronto descubrí que todos mis amigos comprometidos iban a salir corriendo cuando eso pasase y que si te pasaba algo te ibas a morir solo. Así que decidí otra manera de hacer las cosas, de seguir escribiendo y lo conseguí, que es lo más increíble de todo. Puedo volver a escribir de temas políticos porque soy un escritor, no un político.

–La última vez que hablé contigo comentábamos lo bien que estaba Perú y todavía…

–Es un país muy desigual. Por supuesto, creo que está mejor de lo que nunca estuvo. En general los peruanos somos muy positivos porque vivimos lo que vivimos y por eso ahora nos parece que todo está bien. Siento que ahora mismo en Sudamérica hay unos países como los del Atlántico que tienen gobiernos mucho más sociales y sus sociedades son más avanzadas, pero sus economías son más peligrosas. Los países del Pacífico son más conservadores, menos progresistas, pero sus economías están más disparadas. Vivir en varios sitios te hace ver lo bueno y lo malo de cada lugar y quisieras que uno tuviera lo del otro.

–Se podría hacer un recetario con los platillos de La pena máxima

–Ahora que lo dices, eso es un clásico de la novela negra, instituido por Manuel Vázquez Montalbán. El Montalbano de Andrea Camilleri también come mucho. Y bueno, soy peruano. Los peruanos siempre estamos comiendo, siempre estamos hablando de comida. Además, los platos peruanos son visualmente muy peculiares, extraños y como mi protagonista también es muy extraño quería que se acompañaran en su extrañeza.

–Está tan en auge la gastronomía peruana…

–Ya, ahora queremos hacer presidente a un chef (Gastón Acurio), lo que tiene que ver con la mentalidad liberal peruana, donde las ideas políticas de una persona son lo de menos. Es una sociedad individualista. Si eres un empresario de éxito, puedes gestionar un país. ¿Cuáles son sus ideas políticas? Nadie lo sabe, a nadie le importa.

 

 

 

 

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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