Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).– Una mujer se recarga en el barandal de fierro cuya firmeza no depende, en realidad, del material sino de los policías federales y agentes del Estado Mayor Presidencial atrincherados detrás de los barrotes, al otro lado de los curiosos que atestiguan el desfile de camionetas de vidrios entintados a los que se les permite girar a la derecha luego de desembocar de 20 de Noviembre a la Plaza de la Constitución.
Un cartelito de color blanco y la tipografía limpia y elegante de la Presidencia de la República, similar a la New Times Roman, colocado en el parabrisas certifica que el principal tripulante de la camioneta es uno de los un mil 500 mexicanos con la suficiente importancia para presenciar la ceremonia del Segundo Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Si alguien que no perteneciera al millar y medio de privilegiados quisiera pasar por ahí tendría que hacerlo bajo tierra y de prisa: la estación del Metro Zócalo cerró operaciones desde las seis de la mañana y hasta pasadas las tres de la tarde.
–¡Puro principal, puro principal!– se recuerdan una y otra vez los hombres de logística cuando alguien importante, pero en el contexto no lo suficiente, pretende entrar a la plaza con los tres o cuatro vehículos que como costumbre puede traer consigo, pero si algo en el código no escrito de las influencias es irrebatible es que, de vez en cuando, no existe más alternativa que obedecer a pies juntillas a quien represente el poder superior y ese, en México, es el del Presidente.
–El Gobernador de Sinaloa perdió su contraseña– advierte alguien. –Den paso a la Escalade negra.
–¿Necesitas que cierre hacia Pino Suárez?– pregunta un agente de Tránsito al empleado del Estado Mayor a cargo.
–¿Es para el paso del Jefe de Gobierno [Miguel Ángel Mancera Espinosa]?– averigua el empleado federal.
–No, ya está adentro.
Luis Videgaray Caso, el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SCHP), se adelanta hora y media y, pasadas las 10:30 horas, muestra que quien goza de un lugar en el gabinete del Presidente de México puede entrar en caravana de camionetas con vidrios polarizados. Resulta sugerente si se atiende a eso de los lenguajes encriptados propios –simple derecho de invención– del “tapadismo” priista que el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, llegara varios minutos después, pero con una corte más larga de camionetas arregladas con luces estroboscópicas por tantos lados que podrían funcionar de manera regular como vehículo de escoltas, de vez en cuando como guía para el aterrizaje nocturno de aviones y en diciembre como monumental árbol de navidad.
Entre uno y otro pasó, volante en mano, Diego Fernández de Cevallos con la barba orgullosa, tan distinta al pachón y canoso penacho que le colgaba hasta el ombligo luego de que le liberaran de su supuesto secuestro. Minutos más tarde hace entrada, conduciendo él mismo una camioneta tipo safari Mercedes Benz el dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Jean.
El desfile ocurre a menos de 50 metros en línea recta de la oficina del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera Espinosa, quien ya se ha acomodado en el interior del Palacio Nacional junto a los gobernadores. Es la misma oficina que hace 10 años ocupara Andrés Manuel López Obrador. Es la misma plaza que ocuparan sus simpatizantes para protestar por el desafuero impulsado por las mismas personas que ahora tumban las vallas con su letrerito de invitados de la Presidencia ganada, según los mismo lopezobradoristas, con trampa.
Y es que es otro país.
“Son los machuchones”, solía atizarlos López Obrador en tabasqueño clásico al referirse al estilo pomposo de los gobernantes: sus autos, sus ropas, sus guaruras.
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El vehículo preferido es la Suburban.
En alguna parte del reglamento de Tránsito del Distrito Federal –y seguro que también de los estados, pero es aquí donde está el Zócalo de la Ciudad de México– por el que se permite a los poseedores de camionetas Suburban dejar de cumplir el resto del ordenamiento.
Pueden llevar sujetos armados o tener los vidrios tan entintados que es imposible si lo que viaja ahí dentro es de este mundo o de algún otro. Las charolas de hojalata se desparraman por los tableros: Poder Judicial de Federación, Asamblea Legislativa del Distrito Federal, Cámara de Diputados, Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. El mensaje es claro: “que nadie dude aquí viaja alguien importante”.
Es con una Suburban, Tahoe, Grand Cherokee, Path Finder, Conteinental de Bentley, Navigator de Lincoln, 911 de Porshe, Expedition de Ford, –por etcétera entiéndase cualquier cosa con llantas que ronde o supere el millón de pesos, pues todas son blindadas– que resulta posible franquear la reja e internarse en la plancha del Zócalo, plaza convertida en el estacionamiento privado, trozo de México convertido en llanura de guardaespaldas: hoy, mientras el Presidente de los mexicanos rinde su Segundo Informe de Gobierno con todas las dudas puestas en su contra por los resultados en materia de seguridad, el Zócalo debe ser el pedazo de planeta con más guarros por kilómetro cuadrado.
En una Suburban llega y se va el líder eterno del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Emilio González Martínez. Ecologista, como es, no debe ignorar que su vehículo emite más de cinco toneladas al año de partículas contaminantes. Pero en este renglón quien resulta campeón es el Secretario de Medio Ambiente, Juan José Guerra Abud, quien atraviesa el retén con tres camionetas Suburban, las tres blindadas.
Luego de ver los desastres en Sonora, Jalisco y Veracruz de las últimas semanas sí que el tema ambiental debe ser uno de alto riesgo para la alta burocracia mexicana.
Como si nada de eso ocurriera, sonriente, como si se tratara de una travesura, el Gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, ha logrado atajar algo de tiempo bajando de su camioneta y pidiendo a un policía de tránsito en motocicleta del DF que lo interne al Zócalo. No usa casco, por supuesto. Imposible saber si es por desprecio a obedecer el reglamento, porque no había uno disponible o porque la capa de fijador para el pelo es lo primero.
A quien no se le desacomoda un cabello de su lugar es a Lilly Téllez, la periodista que recientemente fue invitada por el Fondo de Cultura Económica para entrevistar a Peña Nieto. Téllez, la mujer de pestañas postizas que no cesaba en verter su admiración por la valentía del Presidente. Su BMW quedó estacionado a pocos metros del asta que sostiene la bandera que con toda pompa un piquete de soldados iza a las seis de la mañana y desciende a las seis de la tarde.
Las prisas hacen entrar a pie a los gobernadores de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz, y de Chiapas, Manuel Velasco Coello, uno y otro polémicos por gobernar como si nada pasara donde la violencia reina y la miseria campea. Pero hoy es día para las sonrisas.
Hoy es el día de las sonrisas. Hoy es el Día del Presidente y, al menos, Manuel Velasco, se comporta como si él quisiera ser el siguiente.
El mayor convoy es el del Secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda: una camioneta artillada al frente y otra en la retaguardia, dos camionetas para pasajeros, una imponente Suburban con equipo satelital en el techo y un autobús de lujo Scania New Road 380 pintado, eso sí, de verde militar y número de inventario al lado.
La Plaza de la Constitución, así denominada por la adherencia de los independistas mexicanos a la Constitución de Cádiz, antiguo centro político y militar del Imperio Azteca, descanso de las columnas revolucionarias vencedoras de Francisco Villa y Emiliano Zapata en la ocupación del Palacio Nacional –¿cómo quedarían hoy, ahí dentro, esos harapientos y pelados?– es el estacionamiento exclusivo de secretarios de Estado, gobernadores, líderes partidarios y sindicales, banqueros, empresarios, embajadores, rectores universitarios, periodistas de alcurnia y sus muchos, muchos guardaespaldas.
Es imposible no reconocerlos: algo inteligente, pero algo más violento en esos ojos fríos de lagarto y el cuello mal atenazado por una camisa que trata de ser elegante.
Horas más tarde, la Presidencia de la República emitiría un escueto comunicado a propósito del nuevo uso de la primera plaza pública del país:
“El día de hoy, con motivo del mensaje Presidencial por el II Informe de Gobierno, quienes estaban a cargo del acceso vehicular a la Plaza de la Constitución decidieron abrir la plancha del Zócalo para el estacionamiento de vehículos.
Fue, desde luego, una decisión equivocada de quienes controlaban el acomodo vehicular.
El Gobierno de la República asume la responsabilidad, ofrece una disculpa por el uso incorrecto del Zócalo, y asegura que adoptará las medidas al respecto para que esta situación no se vuelva a repetir”.
Sólo basta decir que de esos autos parqueados descendió más de una persona con supuesto entendimiento de las leyes y capacidad de decisión sobre lo que estaba ocurriendo.
Sólo para confirmar que el Informe de Gobierno del Presidente de México es eso y no otra cosa, detrás del hombre que en mayor grado tiene la responsabilidad de vigilar por la seguridad de los mexicanos, sólo después de Enrique Peña Nieto, ingresa al Zócalo, plaza privada y estacionamiento de camionetas de lujo, el Senador Carlos Romero Deschamps, líder del sindicato de la futura ex empresa pública petrolera de México.
La mujer recargada en el barandal suspira: “Una vez entré. Ahí mismo está la cama de Benito Juárez y un vitral muy bonito que recuerda cómo el único Presidente indígena de México cuidaba borreguitos. Ya quisiera ver a uno de estos cabrones correteando un borrego y no a la lana”.