Ciudad de México, 03 de septiembre (SinEmbargo).- En el mundo de Damián Alcázar ser actor profesional equivale a satisfacer un oficio como cualquier otro, donde los colores de la fama y el éxito con que se miran desde afuera los destinos de “las estrellas de cine” cobran un tono pálido y un valor relativo.
No se trata de que el actor nacido el 9 de enero de 1953 en Jiquilpan, Michoacán, no se entusiasme con cada uno de los papeles que interpreta, por caso el guitarrista paraguayo “Mangoré”, un músico de leyenda que triunfó en los Estados Unidos y cuya biografía rueda en Asunción.
Se trata de vivir y de estar bien consigo, sin pensar que el buen desempeño en una profesión dada otorga derecho para sentirse superior a los demás.
Junto a su director inseparable, Luis Estrada, con el que llevó a cabo filmes de gran trascendencia como La ley de Herodes y El Infierno, viene también de hacer La dictadura perfecta, cuyo tráiler fuera presentado hace poco más de 10 días, para convertirse en viral en las redes sociales.
No es cualquier dictadura, sino la perfecta, la que narra la película de Estrada en donde Alcázar vuelve a encarnar a un político corrupto, un papel que se encuentra moralmente en las antípodas de su persona y que sin embargo sabe bordar con hilos de oro.
El filme, que se estrenará el próximo 4 de octubre, retoma escándalos inolvidables para la sociedad mexicana de los últimos años, como los videos del “novio” argentino Carlos Ahumada, el coñac del “Gober Precioso”, la niña Paulette desaparecida debajo de una cama y el correquetepillo de la francesa Florence Cassez, entre otros.
Junto a Damián, se alista un elenco de lujo integrado por María Rojo, Joaquín Cosío, Silvia Navarro, Sergio Meyer, Alfonso Herrera, Osvaldo Benavides y Saúl Lizazo.
Nació como dijimos en Michoacán, creció en Guadalajara y vivió muchos años en Veracruz. “Soy jarocho-mexicano”, afirma sin poder explicar de qué va semejante mezcla étnica.
Dentro de poco, este actor que es probablemente el más importante de México, comenzará a estar más cerca de su público natural, el de la calle, al participar de la telenovela Señor Acero, para la cadena Telemundo y donde compartirá escenas con Arturo Barba y Blanca Soto, entre otros.
Se trata sin duda de un hecho extraordinario en su carrera. Sobre todo porque siempre se ha negado a hacer telenovelas y en varias oportunidades ha dicho que estos productos televisivos “son basura para la gente”.
–Se te tiene como un actor muy poco dado a los bienes materiales, pero alguna vez te habrás tenido que comprar una casa…
–(risas) ¿Sabes cuando compré mi primera casa? Fue hace poco, un departamento para que usa mi hijo porque se vino a estudiar a la ciudad. Saqué cuentas y pensé que si le pagaba renta me iba a salir muy caro. Cuando la novia me corría no tenía adonde ir, tenía que cambiarme de casa, por no decir de novia, así que por eso también compré mi espacio, que no es mío, sino de mi hijo, porque nunca estoy. Mi casa familiar está en San Miguel de Allende, pero a ella voy tres días cada dos meses. Eso sí, son tres días plenos y maravillosos.
–¿Y las joyas dónde las tienes?
– (risas) Si supieras los comentarios que recibo cuando la gente me encuentra en el Metro. ¿Usted qué hace aquí?, me preguntan. No lo pueden creer. Pero lo cierto es que las historias que cuento son para la gente que viaja en el Metro. Si tengo plata como en el restaurante que se me antoja, si tengo ganas me voy a comer unos tacos al mercado de Coyoacán o unas quesadillas exquisitas con un jugo de frutas maravilloso.
–Te gusta recorrer los mercados de todo Latinoamérica…
–Y sí, porque ahí está la gente. Cuando hice Las vueltas del Citrillo (Felipe Casalz, 2006) me fui a La Merced y te voy a decir por qué. Estábamos interpretando a unos hombres de la Revolución. Entonces, tú ves las fotos por ejemplo de los Casasola, ves las caras que luego encuentras en el mercado de La Merced. Son las mismas caras. Vengo de filmar en Perú, donde encarné a un militar de tropa, a un soldado raso, que es la última jerarquía del ejército, a menudo mano de obra barata o gratis de los generales. Un esclavo, directamente. Llego a Lima y me hospedan en un lujoso hotel del barrio Miraflores. Lo primero que pienso es que ahí no está mi personaje. Sí, pero a la ciudad no puedes ir, no podemos cuidarte allí, me decían. Lo que hice fue agarrar mi bicicleta para irme al centro de Lima y recorrer los barrios populares.
–Hay muchos ciclistas ahora en el DF…
–Ha sido un proceso. Esta onda de la ecobici empezó en La Condesa. Si los señores automovilistas ve a un ciclista, o a cinco, no pela, pero si ve 50, las cosas cambian. Me acuerdo de este señor que pidió en la radio que le echaran los coches a los ciclistas, que los ciclistas eran como langostas…¿dónde le cabe semejante idiotez a este señor? En realidad todo tiene que ver con las personas. Si tienes reflejos, sentido común, te importan los demás, seguramente te convertirás en un buen ciclista o en un buen automovilista. Nosotros carecemos de cultura urbana. La primera vez que estuve en Texas, un policía nos silbó a todo el grupo de teatro, porque cruzábamos en medio de la calle. Es lindo ir a Toronto, por ejemplo, acercarte a una esquina y ver como cuatro metros antes, el auto que va también hacia la esquina comienza a frenar para darte el paso.
–¿Te cambió el cuerpo tanto caminar y tanto pedalear?
–No, el cuerpo me cambió con la edad. Sigo muy flaco, pero, ¿esa panza? ¿De dónde salió esa panza?
EL ACTOR DEL PUEBLO
Es generoso con sus colegas. No hay quien no quiera a Damián Alcázar. Es obsesivo en la construcción de personajes. Pocos directores se resisten a su versatilidad. Produce oleadas de simpatía a su paso. Debe de ser muy bueno ser él.
–¿Luchaste mucho para convertirte en el actor del pueblo, de la gente?
–Creo que se fue dando por las acciones que tomé en mi vida y en mi profesión. Sé que me salgo del molde. Una vez, cenando una de las famosas tortas del Biarritz, había un hombre que ya se había tomado unos tragos y se me acercó para decirme que le gustaba mi trabajo porque había roto con la idea que se tenía del actor, en cuanto a la ropa que usa, lo que piensa, las películas que hace. Para mí, con que yo pueda tomarme un café y mi hijo comer, ya está. Eso me permite hacer las cosas que quiero.
–Te quieren mucho tus compañeros actores también…
–Es que soy de sonrisa fácil, ya te diste cuenta ¿verdad? Sonrisa fácil y auténtica, lo cual ayuda mucho en la vida. Además, disfruto mucho a la gente. Los cursos que doy siempre terminan tarde, porque los hago con pasión, esa pasión que estoy obligado a transmitir a mis alumnos. Nunca me incordio con nadie ni con nada, el trabajo se ha hecho para disfrutarlo.
–¿Sufriste alguna vez por un papel que no te dieron?
–¿Sabes qué? A muy temprana edad, en los inicios de mi carrera, aprendí que uno hace aquello que le toca hacer. Y eso fue bueno. Si no lo entiendes pronto, vas a sufrir mucho en la vida.
–¿Y por qué no a Hollywood?
–Fue también una decisión de mi parte. Casi siempre dije no, porque cuando tocan el tema del narcotráfico ellos son los héroes y nosotros los malos. Que el papel lo haga otro actor, respeto la decisión. Me llamaron para The Counselor, por ejemplo, de Ridley Scott, y dije no, gracias.
–Hablemos de México, un tema que suele quitarte el sueño…
–Mira, antes me enojaba mucho, pero la verdad es que el enojo sólo sirve para que te enfermes, así que dije basta a ese sentimiento. Entiendo de todos modos lo que está pasando. Hace 35 años que los políticos mexicanos se olvidaron del asunto social. Se acabó el nacionalismo bien entendido, eso que le exigía a los políticos ver por su nación. Ahora ya no ven por su país. Ninguno de ellos. Bueno, habrá excepciones…de pronto este joven que ha sido elegido para presidente de México ha traído de vuelta el presidencialismo. En el PRI ya no hay voces disidentes, todos hablan igual, para que todos los voten, aun cuando no tomen en cuenta el asunto social. Practican el neoliberalismo caníbal; no apoyan a los campesinos mexicanos, sino a la trasnacional Monsanto que viene a nuestro país a hacer maíz transgénico.
–Sin protesta social, además…
–Bueno, está el movimiento armado del narcotráfico, impulsado por el deseo de las clases bajas de vivir un poco mejor. Los narcos quieren ser ricos como los políticos y están dispuestos a matar o morir para conseguirlo. La violencia del Estado es implacable y ha generado la violencia del crimen organizado. Sé de lo que hablo. Filmando por ejemplo El infierno, pude ver todos esos pueblitos abandonados, fruto del desbande del ferrocarril. No hay nada allí. Se fue el tren, pero la gente sigue y se reproduce. ¿Se puede vivir comiendo aire? Un pueblo como Villa Guadalupe, en San Luis Potosí, tiene siete cantinas, tres panaderías, seis tiendas, cuatro iglesias, la presidencia municipal y ya. Los niños crecen. Antes se iban a los Estados Unidos, pero ahora los gringos han cerrado las fronteras. ¿Cómo no voy a estar molesto? Somos un país maravilloso, con gente extraordinaria, ¿por qué vivimos tan mal? ¿Sabes cuánto gana un obrero en México? Aproximadamente 65 pesos diarios. Tiene hijos que mandar a la escuela, que alimentar, no tiene casa propia y por si fuera poco, el boleto del Metro se lo subieron a cinco pesos. Los camiones urbanos son carísimos en el Estado de México, allí donde deberían ser más baratos y no hay nadie que defienda al trabajador mexicano.
–¿Eres un mexicano ciento por ciento?
–Fíjate que me considero un latinoamericano. Para mí, Latinoamérica es un país y yo nací al norte de ese país. A lo largo de mi carrera me tocó hacer de peruano, de colombiano, ahora vengo de Perú, pronto me voy a Paraguay. Estoy aquí y allá. En San Luis Potosí filmaré La delgada línea amarilla, ópera prima de Celso García.